Contra un mundo de guerras, un mundo de poemas
Selección de poemas clásicos sobre la guerra, a propósito de la Franja de Gaza, de Ucrania y de Colombia misma.
Fuga de la muerte (Paul Celan, 1929-1979, de origen judío y ucraniano)
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Fuga de la muerte (Paul Celan, 1929-1979, de origen judío y ucraniano)
Negra leche matutina la bebemos de tarde
la bebemos al mediodía y de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no se yace estrechado
Un hombre vive en la casa él juega con las serpientes él escribe
él escribe cuando oscurece a Alemania tu dorado cabello Margarethe
él escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
que vengan
a su lado
silba a sus judíos que salgan adelante hace cavar una fosa en la tierra
nos manda tocad ahora para el baile
Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos de mañana y mediodía te bebemos a la tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa y juega con serpientes él escribe
él escribe cuando oscurece a Alemania tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith cavamos una fosa en los aires allí no se
yace
estrechado
Grita cavad más hondo en la tierra unos y otros cantad y tocad
coge el hierro en el cinto lo blande sus ojos son azules
cavad vosotros más hondo unos y otros seguid tocando para el baile
Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos de mañana y mediodía te bebemos a la tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith él juega con serpientes
Él grita tocad más dulce a la muerte la muerte es un maestro que
viene de
Alemania
grita tocad más oscuro los violines entonces subiréis como humo en el
aire
entonces tendréis una fosa en las nubes allí no se yace estrechado
Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos al mediodía la muerte es un maestro que viene de
Alemania
te bebemos a la tarde y de mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro que viene de Alemania su ojo es azul
él te da con la bala de plomo te da certeramente
Un hombre vive en la casa tu dorado cabello Margarethe
él azuza los mastines contra nosotros nos regala una fosa en el aire
él juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro que viene
de Alemania
tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith
(Recomendamos un ensayo de la filósofa Hannah Arendt sobre las guerras).
Todos Los Ejércitos Son Iguales (Ernest Hemingway, 1899-1961, estadounidense)
Todos los ejércitos son iguales
la publicidad es fama
La artillería hace el mismo viejo ruido
El valor es atributo de los muchachos
Los viejos soldados tienen los ojos cansados
Todos los soldados escuchan las mismas viejas mentiras
Los cadáveres siempre describieron vuelos.
Recordando la guerra (Robert Graves, 1895-1985, británico)
Heridas de entrada y salida relucen como plata, el rastro duele sólo cuando la lluvia evoca. El rengo olvida su pierna de madera, el manco su articulado brazo de madera. El ciego mira con sus oídos y sus manos tanto o mejor que una vez con ambos ojos. Su guerra fue librada hace veinte años y asume ahora el paisaje natural del tiempo, como cuando el viajante matutino se vuelve y mira sus salvajes tropiezos nocturnos, cincelados en la colina.
¿Qué es entonces la guerra? No mera discordia de banderas sino infección del cielo cotidiano que se curvaba aciago sobre la tierra pese a que la estación era el más aireado mayo. Hacía presión el cielo, y nosotros, oprimidos, mostramos lengua jactanciosa, puño cerrado y valiente verga. Las enfermedades comunes no estaban de moda, de nuevo era joven la muerte: sola dueña de la muerte saludable, del prematuro espasmo del destino.
El miedo hizo buenos compañeros. Enfermos de delicia por el descubrimiento de la brevedad de la vida, nuestra juventud devino toda carne y renunció a la mente. Nunca hubo tal antigüedad de idilio, tal sabrosa miel fluyendo del corazón.
Viejas importancias volvieron nadando— vino, carne, fuego de leña, un techo sobre la cabeza, un arma en el muslo, cirujanos disponibles. Hasta hubo otra vez una función para Dios— una palabra de rabia cuando faltaban carne, vino, fuego, cuando dolían las heridas más allá de toda cirugía.
Guerra era la vuelta de la tierra a la horrible tierra, guerra era el fracaso de sublimidades, extinción de todo feliz arte y fe por las que el mundo había aún resistido, la cabeza en alto, profesando lógica o profesando amor, hasta que el insoportable momento golpeó— el oculto grito, el deber de volverse locos.
Y recordamos las alegres costumbres de los cañones mordisqueando muros de fábricas y templos como un niño la corteza de un pastel, derribando arboledas como un niño dientes de león con una vara. Las ametralladoras suenan como juguetes desde una colina, caen en fila los valientes soldados de plomo: un cuadro para ser recordado en días maduros cuando sabiamente consagramos el futuro a visiones aún más fatuas de desesperación.
Tristes guerras (Miguel Hernández, 1910-1942, español)
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
En la tumba del soldado desconocido (Óscar Hahn, chileno)
Con qué alegría marchan los hombres a la guerra
Con qué entusiasmo limpian y cargan sus fusiles
Con qué fervor cantan sus himnos de combate
Con qué ansiedad toman su puesto en la trinchera
Con qué inquietud oyen el ruido de las bombas
Con qué insistencia silban las balas en el aire
Con qué lentitud corre la sangre por su frente
Con qué estupor miran sus ojos el vacío
Con qué rigidez yacen sus cuerpos en el barro
Con qué premura son arrojados en la fosa
Con qué rapidez son olvidados para siempre
Canción en el infierno (Luz Mary Giraldo, colombiana)
He tocado el infierno muchas veces
dice León Felipe y reclama silencio.
Que hablen más fuerte
que no más versos perfectos o imperfectos
mientras la guerra dure y se reseque el sueño
—agregan mis palabras—.
No más silencio
reclama mi cuaderno
no más palabras en voz baja.
Si se rompe el violín y revientan las gargantas
si crujen los huesos y los días
rompamos cada página
con el agudo pico de atormentados pájaros.
Los hijos del soldado (William Ospina, colombiano)
Mi padre era maestro. Yo tenía siete años.
Y un día recibió, como todos, la carta.
Había sido aceptado en el partido
(aunque él jamás habría solicitado el ingreso).
Le enviaron un escudo con la esvástica.
Unos meses después marchaba rumbo a Rusia.
Mi madre estaba enferma aquel invierno,
los tres niños debíamos hacerlo todo en casa.
Y a veces venían cartas desde el frente oriental.
La guerra era una ausencia, un silencio, un temor que crecía.
Después las cartas se acabaron, y se acabó la guerra.
Y los hombres volvieron, pero él seguía en el frente.
Qué larga fue la infancia; qué triste está Alemania en la memoria.
Los tres íbamos juntos cada sábado
a esperar aquel tren.
Sin hablar lo esperábamos.
Y mi madre creía que estábamos jugando en los campos vecinos.
Año tras año, sin faltar, cada sábado,
sin decírselo a nadie,
esa estación nos vio crecer callando.
Cuando caía la noche, regresábamos.