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                                                                                                                                  Cormac McCarthy fue vagabundo y así lo convirtió en novela

                                                                                                                                  Fragmento de “Suttree”, considerada la obra más autobiográfica del fallecido escritor estadounidense y elegida la mejor novela extranjera en Europa en 2004. En Colombia, bajo el sello editorial Literatura Random House.

                                                                                                                                  Cormac MacCarthy * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Cormac McCarthy (Rhode Island, 20 de julio de 1933-Santa Fe, Nuevo México, 13 de junio de 2023) ganó el Premio Pulitzer. La novela "Suttree" transcurre en Knoxville, Tennessee, en la década de 1950. Cornelius Suttree abandona su vida de familia acomodada y se compra una barcaza en la que vivirá para convertirse en pescador en una periferia de vagabundos, ladrones y prostitutas. MacCarthy fue vagabundo en su juventud.
                                                                                                                                  Foto: AFP - STEPHEN LOVEKIN
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                  Cormac McCarthy (Rhode Island, 20 de julio de 1933-Santa Fe, Nuevo México, 13 de junio de 2023) ganó el Premio Pulitzer. La novela "Suttree" transcurre en Knoxville, Tennessee, en la década de 1950. Cornelius Suttree abandona su vida de familia acomodada y se compra una barcaza en la que vivirá para convertirse en pescador en una periferia de vagabundos, ladrones y prostitutas. MacCarthy fue vagabundo en su juventud.
                                                                                                                                  Foto: AFP - STEPHEN LOVEKIN
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Salió a remo de la sombra de los riscos y pasó frente a la empresa de arena y grava, dejó atrás solares áridos y polvorientos donde unos rieles corrían sobre una capa de escorias y varios furgones se oxidaban en sus vías muertas, costeando almacenes de uralita asentados en explanadas de una tierra color de adobe donde romboides y volutas de piedra caliza sobresalían manchados de barro como enormes huesos erosionados. Estaba cruzando hacia la otra orilla cuando vio las barcas de salvamento pegadas a la ribera. Estaban peinando el canal mientras una pequeña multitud observaba desde tierra firme. Dos barcos blancos ligeramente velados por la calina y el indolente humo azul de sus tubos de escape, ronroneo de motores que transmitía la calma del río. Cruzó y remó aguas arriba hasta el borde del canal. Las barcas estaban a la misma altura y una de ellas había apagado el motor. Los del equipo de rescate llevaban gorras de marino y se veían serios en su quehacer. Cuando el pescador pasó a su altura estaban subiendo a bordo un hombre muerto. Estaba muy tieso y parecía un maniquí, de no ser por la cara. Blanda e hinchada, la cara lucía un gancho cogido a un costado y una sonrisa de loco. De esta guisa lo izaron, aperchado de un pómulo. Una herida incruenta. El muerto pareció protestar en su rigidez, la cabeza al sesgo. Lo subieron a cubierta donde quedó tendido en su empapado traje a rayas y sus calcetines color limón mirando estrábico a los rescatadores, el gancho en la cara, como un burdo homúnculo acuático atrapado en una pesca a flor de agua y a quien la luz del día del Señor hubiera matado instantáneamente.

                                                                                                                                  El pescador pasó de largo y arrimó el bote a la orilla más arriba de la multitud. Puso una piedra sobre la cuerda y bajó para mirar. La barca de rescate estaba atracando y uno de los del equipo se había arrodillado sobre al cadáver tratando de arrancar el arpeo. La gente le estaba observando y él sudaba con el esfuerzo. Finalmente apoyó el zapato en el cráneo del muerto y tiró del gancho con ambas manos hasta que se soltó arrastrando consigo un fibroso pedazo de carne blanquecina.

                                                                                                                                  Lo llevaron a tierra en una litera de lona y lo depositaron sobre la hierba, donde quedó mirando al sol con aquellos ojos secos y aquella sonrisa. Un enjambre de moscas se había congregado ya en el aire insípido. Los operarios cubrieron al muerto con una burda manta gris. Le asomaban los pies.

                                                                                                                                  El pescador se disponía a partir cuando alguien de entre la multitud le agarró del codo.

                                                                                                                                  Hola, Suttree.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Se volvió.

                                                                                                                                  Qué tal, Joe, dijo. ¿Tú lo has visto?

                                                                                                                                  No. Dicen que se tiró ayer noche. Encontraron sus zapatos en el puente.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Miraron al muerto. El equipo de rescate estaba arrollando las cuerdas y ocupándose de sus cosas. La gente había formado corro como en un entierro y el pescador y su amigo se encontraron pasando frente al muerto como para rendirle sus respetos. Allí estaba en calcetines amarillos, las moscas cubriendo la manta, y una mano estirada en la hierba. Llevaba el reloj en la parte interior de la muñeca como hacen o hacían algunas personas y Suttree se fijó con un sentimiento que no pudo definir en que el reloj del muerto todavía funcionaba.

                                                                                                                                  Qué mala manera de palmarla, dijo Joe.

                                                                                                                                  Vámonos.

                                                                                                                                  Caminaron por el cisco que bordeaba la vía del tren. Suttree se frotó pensativo un músculo que palpitaba ligeramente en su quijada.

                                                                                                                                  ¿Hacia dónde vas?, dijo Joe.

                                                                                                                                  Me quedo aquí. Tengo la barca ahí abajo.

                                                                                                                                  ¿Todavía pescas?

                                                                                                                                  Sí.

                                                                                                                                  ¿Cómo es que te aficionaste a eso?

                                                                                                                                  No lo sé, dijo Suttree. En su momento me pareció una buena idea.

                                                                                                                                  ¿Vas alguna vez a la ciudad?

                                                                                                                                  De vez en cuando.

                                                                                                                                  ¿Por qué no te pasas una noche por el Corner y tomamos una cerveza?

                                                                                                                                  Me pasaré un día de estos.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  ¿Has pescado hoy?

                                                                                                                                  Sí. Un poco.

                                                                                                                                  Joe le estaba observando.

                                                                                                                                  Oye, dijo. Podrías mirar si te contratan en Miller’s. Brother dijo que necesitaban a alguien en la sección de zapatos para hombre.

                                                                                                                                  Suttree miró al suelo sonriendo y se secó la boca con el dorso de la muñeca y alzó de nuevo la vista.

                                                                                                                                  Me parece, dijo, que de momento seguiré una temporada en el río.

                                                                                                                                  Bien, pero pásate un día de estos.

                                                                                                                                  Descuida.

                                                                                                                                  "El pasajero" y "Stella Maris" fueron las últimas novelas que publicó Cormac McCarthy.
                                                                                                                                  Foto: Cortesía Penguin
                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Levantaron cada cual una mano a modo de despedida y él vio alejarse al muchacho por la vía y luego cruzar los campos hasta la carretera. Suttree bajó hasta la barca y recogió el cabo y lo lanzó adentro y zarpó de nuevo. El muerto seguía tendido en la ribera bajo la manta, pero la gente había empezado a desperdigarse. Remó hacia el centro del río.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Dirigió el bote hasta el puente y una vez debajo desarmó los remos y se sentó a mirar los peces capturados. Eligió un siluro azul y lo levantó por las agallas, apoyando el dedo pulgar en la blanda garganta amarilla. El pez se agitó una vez y quedó inmóvil. Los remos goteaban en el río. Se apeó de la barca y la amarró a un poste y ascendió por la ribera pelada y resbaladiza hacia los arcos donde el puente se hincaba en la tierra. Una gruta oscura bajo la bóveda de hormigón con piedras apiladas junto a la entrada y un rótulo de prohibido el paso pintado de cualquier manera en letras amarillas sobre una roca grande. Una lumbre ardía en un montón de piedras sobre la arcilla fétida y sin sol y frente a ella había un viejo en cuclillas. El viejo levantó la vista y volvió a mirar a la lumbre.

                                                                                                                                  He traído un siluro, dijo Suttree.

                                                                                                                                  Murmuró algo y agitó ligeramente la mano. Suttree dejó el pescado en el suelo y el viejo lo miró de soslayo y luego hurgó las brasas del fuego.

                                                                                                                                  Siéntate, dijo.

                                                                                                                                  Suttree se acuclilló.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El viejo contempló las llamas finas. Sobre sus cabezas pasaba el tráfico en lento y amortiguado rumor. Unas patatas se socarraban en la lumbre y abrían sus chamuscadas pieles entre silbidos graves como pequeños organismos que expiraran en los rescoldos. El viejo las rescató del fuego alanceándolas, uno, dos, tres pedruscos negros y humeantes. Las agrupó en un tapacubos oxidado. Cógete una, dijo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Suttree levantó una mano. No dijo nada porque sabía que el viejo lo repetiría tres veces y que tenía que racionar sus negativas. El viejo había inclinado una lata que despedía vapor y estaba mirando dentro. Un puñado de alubias hervía en agua de río. Alzó sus malogrados ojos y miró desde la viga de hueso empenachado que los protegía. Ahora te recuerdo, dijo. De cuando eras muy pequeño. Suttree no lo creía posible pero asintió. El viejo solía ir de puerta en puerta y sabía hacer hablar a las muñecas y los osos de peluche.

                                                                                                                                  Vamos, coge una patata, dijo.

                                                                                                                                  Gracias, dijo Suttree. Ya he comido.

                                                                                                                                  Un vapor crudo surgió del harinoso meollo de la patata que partió con las manos. Suttree dirigió la vista al río.

                                                                                                                                  Me gusta la comida caliente, ¿a ti no?, dijo el viejo.

                                                                                                                                  Suttree asintió con la cabeza. Frondas arqueadas de zumaque temblaban en el calor del mediodía y unas palomas reñían y arrullaban en los tímpanos nervados del puente. La tierra umbría donde estaba agachado despedía el olor rancio de una cripta.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  ¿Le ha visto saltar, a ese hombre?, dijo Suttree.

                                                                                                                                  El otro negó con la cabeza. Trapero viejo de mofletes chupados y temblorosos.

                                                                                                                                  He visto que rastreaban, dijo. ¿Lo han encontrado?

                                                                                                                                  Sí.

                                                                                                                                  ¿Cómo es que saltó?

                                                                                                                                  No creo que haya dado explicaciones.

                                                                                                                                  Yo no lo haría. ¿Y tú?

                                                                                                                                  Supongo que no. ¿Ha ido a la ciudad esta mañana?

                                                                                                                                  No, qué va. Me encontraba demasiado mal.

                                                                                                                                  ¿Qué le pasa?

                                                                                                                                  Y yo qué sé. Dicen que la muerte viene por la noche como los ladrones. Que no la pille yo, porque le parto el pescuezo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.

                                                                                                                                  Por Cormac MacCarthy * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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