“Cosas por ser vistas”, la consolidación de las Maravillas del Mundo
Catorce estructuras, siete del mundo antiguo y siete del mundo moderno componen las listas que hoy conocemos cómo las Maravillas del Mundo. Sin embargo, la historia de estas y cómo fueron seleccionadas en el pasado tiene a varios actores y se expande a largo de los siglos.
Andrea Jaramillo Caro
Lugares como el Coliseo Romano, Chichen Itzá, Petra, entre otros son reconocidos como proezas de la ingeniería y la arquitectura que representan al mundo moderno, pero otras como las Pirámides de Giza y los Jardines Colgantes de Babilonia, entre otros que no sobrevivieron el paso del tiempo, reflejan la capacidad de asombro y la belleza del mundo antiguo que nuestros ojos no pueden ver y apenas podemos imaginar.
Sin embargo, además de la hazaña que representan hay una cuestión que no deja de ser importante al hablar de estas catorce maravillas. La inquietud frente a su elección hace varios siglos al igual que más recientemente, es una constante que encuentra su respuesta en diferentes autores a lo largo de la historia.
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No es gratuito el empezar a hablar de maravillas, que en un principio ni siquiera se les conocía bajo este sustantivo. Todo empezó por los griegos. Cuando esta civilización comenzó a explorar otros parajes cercanos donde habitaban los egipcios, los persas, entre otros, los viajeros griegos se encontraron con estas estructuras a las que llamaron “theumata” o “vistas” en las primeras listas oficiales que existieron. Las denominaron “cosas para ser vistas”.
Pero las siete maravillas que se identifican como del mundo antiguo no fueron idea de una sola persona. Son la recopilación de los recuentos de distintos autores que las mencionaron en sus textos y poemas. Uno de los más notables es Antíparo de Sidón, quien durante el siglo II escribió un poema en el que describía varios de estos lugares: “He contemplado los muros de la inexpugnable Babilonia a lo largo de los cuales pueden correr los carros, y el Zeus a orillas del Alfeo, he visto los jardines colgantes, y el Coloso de los Helios, las grandes montañas artificiales de las elevadas pirámides, y la gigantesca tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa sagrada de Artemisa que se eleva hasta las nubes, las otras se colocaron en la sombra, porque el sol mismo nunca ha visto igual fuera del Olimpo”.
Sin embargo, Antíparo en su lista incluyó las Puertas de Ishtar en Babilonia, dejando por fuera el Faro de Alejandría que otros incluirían en sus recuentos. A Antíparo se le unió otro autor, un ingeniero, del cual Paul Lunde escribió en 1980 para la revista Aramco. “La lista clásica más famosa de las siete maravillas fue obra de un oscuro escritor e ingeniero llamado Filón de Bizancio, en un breve relato titulado “Las siete vistas del mundo”. Como hay algunas dudas de que esto fuera realmente obra de Filón, que vivió en el siglo II a.C. y fue contemporáneo del poeta Antípatro de Sidón; los eruditos han apodado al autor el “pseudo-Philo”. Pero quienquiera que haya sido, escribió una lista que concordaba con la de Antípatro, o casi. Como el manuscrito del librito está incompleto, solo enumera seis maravillas, dando una breve descripción de cada una”, escribió Lunde.
Sin embargo, el historiador menciona que con el advenimiento del cristianismo se intentaron reemplazar algunas de las maravillas alabadas por los griegos por otras que tuvieran un carácter más religioso y cercano al dios cristiano. “Gregorio de Tours, escribiendo en el siglo VI, nos presenta la siguiente lista: el Arca de Noé, Babilonia, el Templo de Salomón, la Tumba del Rey Persa (posiblemente la tumba de Mausolo), el Coloso de Rodas, el teatro de Heracleia - tallado de una sola pieza de piedra y, finalmente, el gran faro de Alejandría en Pharos”.
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Así fueron cambiando estas listas que se podían considerar, de alguna forma, guías de viaje. Unos incluían unas y dejaban otras por fuera. Aunque la lista del mundo antiguo está limitada por su alcance geográfico, que penas lograba llegar al Medio Oriente y norte de África, fueron el impulso para que siglos después se hiciera otra lista con un alcance mucho mayor para clasificar a las nuevas estructuras del mundo moderno.
A pesar de que las maravillas del mundo antiguo fueron elegidas de forma subjetiva por diversos personajes con el paso del tiempo, las que hoy conocemos como maravillas del mundo moderno son el resultado de un concurso.
La lista actual fue anunciada en medio de una ceremonia conducida por el actor Ben Kingsley, como si fueran uno premios Óscar para lugares icónicos. Mientras que en el pasado se escribieron poemas y textos para justificar el estatus de estos sitios, en el 2007 se consideraron los votos de millones de personas alrededor del mundo en lo que fue un concurso de popularidad.
Según el artículo de 2007 de Tracy Wilkinson para Los Angeles Times, “el concurso de popularidad fue creado hace seis años por Bernard Weber, un cineasta suizo y aventurero autodenominado. Un panel de expertos redujo la escala de casi 200 sitios candidatos iniciales elegidos por votación en Internet a 21 finalistas, cada uno de un país diferente, desde la Acrópolis de Grecia hasta la Estatua de la Libertad”.
Las votaciones a través de internet y por teléfono iniciaron en el 2006, pero, según reportó Wilkinson, el nuevo listado tuvo una recepción mixta. Entre los finalistas se encontraban también Stonehenge en Inglaterra y la Isla de Pascua, donde los locales no tomaron bien el no haber sido elegidos. Incluso personalidades como la reina Rania de Jordania y la familia real española se vieron envueltos en el asunto promoviendo la campaña por los sitios de sus países incluidos en el concurso.
Sin embargo, la campaña de Weber, aunque exitosa, no había recibido el respaldo de organizaciones internacionales como la UNESCO pues la entidad lo considero algo mediático, con poco valor sentimental y mencionó que no fue un voto universal dado que muchos lugares del mundo aun no tenían acceso a internet.
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La campaña a través de la cual estos siete monumentos fueron elegidos fue llevada a cabo por la Fundación New 7 Wonders, que se describía a sí misma como una fundación sin ánimo de lucro, aunque la compañía que la respalda New Open World Corporation está catalogada como un negocio comercial. Pero esto no evitó que la fundación creara una nueva lista de íconos para que los turistas visiten año tras años y que, en el mismo año que se eligieron las siete maravillas modernas, lanzara otra campaña de votación para elegir la Siete Maravillas del Mundo Natural que culminó en 2011 e incluye las Cataratas del Iguazú y la Selva Amazónica.
A pesar de la controversia que han atravesado ambas listas, las estructuras que hoy conocemos como maravillas siguen siendo razón de asombro para quienes visitan las que aún están en pie y de imaginación al descubrir las hazañas arquitectónicas que el hombre realizó en el pasado.
Lugares como el Coliseo Romano, Chichen Itzá, Petra, entre otros son reconocidos como proezas de la ingeniería y la arquitectura que representan al mundo moderno, pero otras como las Pirámides de Giza y los Jardines Colgantes de Babilonia, entre otros que no sobrevivieron el paso del tiempo, reflejan la capacidad de asombro y la belleza del mundo antiguo que nuestros ojos no pueden ver y apenas podemos imaginar.
Sin embargo, además de la hazaña que representan hay una cuestión que no deja de ser importante al hablar de estas catorce maravillas. La inquietud frente a su elección hace varios siglos al igual que más recientemente, es una constante que encuentra su respuesta en diferentes autores a lo largo de la historia.
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No es gratuito el empezar a hablar de maravillas, que en un principio ni siquiera se les conocía bajo este sustantivo. Todo empezó por los griegos. Cuando esta civilización comenzó a explorar otros parajes cercanos donde habitaban los egipcios, los persas, entre otros, los viajeros griegos se encontraron con estas estructuras a las que llamaron “theumata” o “vistas” en las primeras listas oficiales que existieron. Las denominaron “cosas para ser vistas”.
Pero las siete maravillas que se identifican como del mundo antiguo no fueron idea de una sola persona. Son la recopilación de los recuentos de distintos autores que las mencionaron en sus textos y poemas. Uno de los más notables es Antíparo de Sidón, quien durante el siglo II escribió un poema en el que describía varios de estos lugares: “He contemplado los muros de la inexpugnable Babilonia a lo largo de los cuales pueden correr los carros, y el Zeus a orillas del Alfeo, he visto los jardines colgantes, y el Coloso de los Helios, las grandes montañas artificiales de las elevadas pirámides, y la gigantesca tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa sagrada de Artemisa que se eleva hasta las nubes, las otras se colocaron en la sombra, porque el sol mismo nunca ha visto igual fuera del Olimpo”.
Sin embargo, Antíparo en su lista incluyó las Puertas de Ishtar en Babilonia, dejando por fuera el Faro de Alejandría que otros incluirían en sus recuentos. A Antíparo se le unió otro autor, un ingeniero, del cual Paul Lunde escribió en 1980 para la revista Aramco. “La lista clásica más famosa de las siete maravillas fue obra de un oscuro escritor e ingeniero llamado Filón de Bizancio, en un breve relato titulado “Las siete vistas del mundo”. Como hay algunas dudas de que esto fuera realmente obra de Filón, que vivió en el siglo II a.C. y fue contemporáneo del poeta Antípatro de Sidón; los eruditos han apodado al autor el “pseudo-Philo”. Pero quienquiera que haya sido, escribió una lista que concordaba con la de Antípatro, o casi. Como el manuscrito del librito está incompleto, solo enumera seis maravillas, dando una breve descripción de cada una”, escribió Lunde.
Sin embargo, el historiador menciona que con el advenimiento del cristianismo se intentaron reemplazar algunas de las maravillas alabadas por los griegos por otras que tuvieran un carácter más religioso y cercano al dios cristiano. “Gregorio de Tours, escribiendo en el siglo VI, nos presenta la siguiente lista: el Arca de Noé, Babilonia, el Templo de Salomón, la Tumba del Rey Persa (posiblemente la tumba de Mausolo), el Coloso de Rodas, el teatro de Heracleia - tallado de una sola pieza de piedra y, finalmente, el gran faro de Alejandría en Pharos”.
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Así fueron cambiando estas listas que se podían considerar, de alguna forma, guías de viaje. Unos incluían unas y dejaban otras por fuera. Aunque la lista del mundo antiguo está limitada por su alcance geográfico, que penas lograba llegar al Medio Oriente y norte de África, fueron el impulso para que siglos después se hiciera otra lista con un alcance mucho mayor para clasificar a las nuevas estructuras del mundo moderno.
A pesar de que las maravillas del mundo antiguo fueron elegidas de forma subjetiva por diversos personajes con el paso del tiempo, las que hoy conocemos como maravillas del mundo moderno son el resultado de un concurso.
La lista actual fue anunciada en medio de una ceremonia conducida por el actor Ben Kingsley, como si fueran uno premios Óscar para lugares icónicos. Mientras que en el pasado se escribieron poemas y textos para justificar el estatus de estos sitios, en el 2007 se consideraron los votos de millones de personas alrededor del mundo en lo que fue un concurso de popularidad.
Según el artículo de 2007 de Tracy Wilkinson para Los Angeles Times, “el concurso de popularidad fue creado hace seis años por Bernard Weber, un cineasta suizo y aventurero autodenominado. Un panel de expertos redujo la escala de casi 200 sitios candidatos iniciales elegidos por votación en Internet a 21 finalistas, cada uno de un país diferente, desde la Acrópolis de Grecia hasta la Estatua de la Libertad”.
Las votaciones a través de internet y por teléfono iniciaron en el 2006, pero, según reportó Wilkinson, el nuevo listado tuvo una recepción mixta. Entre los finalistas se encontraban también Stonehenge en Inglaterra y la Isla de Pascua, donde los locales no tomaron bien el no haber sido elegidos. Incluso personalidades como la reina Rania de Jordania y la familia real española se vieron envueltos en el asunto promoviendo la campaña por los sitios de sus países incluidos en el concurso.
Sin embargo, la campaña de Weber, aunque exitosa, no había recibido el respaldo de organizaciones internacionales como la UNESCO pues la entidad lo considero algo mediático, con poco valor sentimental y mencionó que no fue un voto universal dado que muchos lugares del mundo aun no tenían acceso a internet.
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La campaña a través de la cual estos siete monumentos fueron elegidos fue llevada a cabo por la Fundación New 7 Wonders, que se describía a sí misma como una fundación sin ánimo de lucro, aunque la compañía que la respalda New Open World Corporation está catalogada como un negocio comercial. Pero esto no evitó que la fundación creara una nueva lista de íconos para que los turistas visiten año tras años y que, en el mismo año que se eligieron las siete maravillas modernas, lanzara otra campaña de votación para elegir la Siete Maravillas del Mundo Natural que culminó en 2011 e incluye las Cataratas del Iguazú y la Selva Amazónica.
A pesar de la controversia que han atravesado ambas listas, las estructuras que hoy conocemos como maravillas siguen siendo razón de asombro para quienes visitan las que aún están en pie y de imaginación al descubrir las hazañas arquitectónicas que el hombre realizó en el pasado.