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A pocos meses del lanzamiento de la novela Imagina que rompes todo (Himpar editores, 2022), hablamos con la joven autora Lina Munar sobre los orígenes de su historia, el bullying y la necesidad de reimaginar los lazos familiares.
Imagina que rompes todo es una novela de formación en la que la protagonista pasa de la adolescencia a la adultez. ¿Por qué escogiste este género para contar tu historia?
Siempre me han gustado las historias de formación porque en esos momentos de paso de una etapa a otra los personajes suelen tener experiencias límite porque crecer implica poner a prueba creencias sobre el mundo y sobre sí mismos. Creo que además es un buen momento para explorar la idea de la identidad y hacer conversar pasado, presente y futuro. Además, es una edad con mucho potencial para historias divertidas pero con peso emocional. (Recomendamos: Entrevista con el escritor Francisco Montaña).
Tu novela es crítica de la familia convencional y tiene un conjunto de personajes que reconfiguran los roles de género. ¿Cómo llegaste a esas otras formas de comunidad familiar?
Siempre he sido muy crítica de la familia convencional y los lazos de sangre. Creo que los lazos biológicos no significan mucho si no van de la mano con esfuerzo para construir una relación. Creo que el trabajo por construir un vínculo es lo que realmente cuenta, y ahí la sangre poco tiene que ver. Por eso, sabía que quería una figura materna o paterna que fuera cercana a Melissa, pero que no fuera ninguno de sus padres biológicos, sino que más bien entrara a suplir ese vacío con el que ninguno de sus padres estaba cumpliendo. Además, siendo miembro de la comunidad LGBTIQ+, creo que es bueno resaltar el valor de esa familia que uno mismo construye también fuera de casa. Y por eso, además, quería que la figura materna —la tía Anahí— fuera miembro de la comunidad.
La historia de Melissa, la protagonista, está cargada de barrio y rebeldía. Cuéntanos cómo construiste al personaje principal.
Melissa viene de muchas personas, pero sobre todo de una historia que conocí en la universidad. En una clase de cine y derechos humanos, una compañera estaba presentando su proyecto final. Era una campaña antibullying que iba dirigida al victimario y no a la víctima, y empezó a llorar durante la exposición porque ella había sido la bully de su colegio. Me sorprendió mucho ver el dolor que todavía cargaba por eso y me pareció importante explorarlo más y entender de dónde venía. De ahí salió la idea, pero el personaje ya fue una construcción propia.
Tus lectores acompañan a Melissa en un proceso de autodescubrimiento que inicia desde la rabia y las ganas incontenibles de destruirlo todo, reaccionar violentamente ante las dificultades a las que se enfrenta. ¿Qué importancia tiene para ti este punto de partida?
Creo que la rabia es una emoción que está prohibida para las mujeres. Es curioso porque la rabia es una de las pocas emociones permitidas para los hombres, mientras que la tristeza o la ternura suelen ser castigadas socialmente. Aunque la rabia es un sentimiento universal, la forma en que se permite o no se permite expresarla está ligada a roles de género. Con Melissa quería explorar esa rabia y, además, lo que sucede cuando esa ira es el único lenguaje que se tiene. La rabia era la forma de comunicación en el barrio de Melissa, no solo dentro de la casa, sino también en la calle. Quería explorar cómo la rabia se reproduce y enceguece y cómo se puede lidiar con ese sentimiento.
La protagonista se mueve entre dos barrios que presentan clases sociales distintas y tiene nostalgia del barrio de la infancia, aunque es consciente de las violencias en las que creció. ¿Qué reflexión te llevó a construir este universo que es a la vez emocional y espacial?
Cada barrio de Bogotá es un mundo distinto que tiene, además, marcadores de clase. Para mí era importante anclar a Melissa en esos mundos, sobre todo en el de su infancia, porque la violencia permea el barrio. Quería mostrar cómo la violencia se reproduce y cómo viene desde las instituciones también. La rabia que siente Melissa viene de muchas partes y quería mostrar cómo el barrio la marcó. Por otro lado, el barrio de su infancia tiene también recuerdos alegres de amistades y de travesuras, y el hecho de que Melissa regrese años después me permitió explorar esa dualidad agridulce.
Eres abogada y traductora y buena parte de tu trabajo ha estado relacionado con derechos humanos y con personas de la comunidad LGBTIQ+. ¿Cómo ha influido este trabajo en tu escritura?
Creo que mi trayectoria profesional siempre termina manifestándose de muchas formas. Al estudiar Derecho aprendí a estar muy atenta a las palabras y el lenguaje porque una palabra puede cambiar el significado de un contrato, una ley o un tratado. Pero además mi trabajo con los Derechos Humanos, con el conflicto armado y la comunidad LGBTIQ+ me ha puesto en contacto con todo tipo de historias y de realidades muy difíciles. Creo que trabajar con testimonios de víctimas y victimarios obliga a tener mucha empatía que, espero, se refleje en los personajes. Además, esas reflexiones sobre la violencia y los límites y confluencias entre víctima y victimario fueron esenciales para la novela. Entender cómo se rompen esos ciclos y escuchar historias de resiliencia y resistencia sirvieron también como inspiración para la novela.
Parte de la escritura de tu novela ocurrió en talleres de escritura. Ahora cursas una maestría en escrituras creativas. ¿Qué puedes decir de la importancia de estos espacios para la creación literaria?
Vital, vital, vital. Creo que sin estos espacios me habría costado mucho llegar a escribir la novela. Desde el colegio, y sobre todo mientras estudiaba Derecho, encontrar talleres que me obligaran a escribir y en los que me leyeran instructores y compañeros fue esencial para mí. No solo era un respiro del Derecho, sino que también fue emocionante conocer personas apasionadas por la escritura, de quienes aprendí mucho también, no solo por sus comentarios, sino también leyendo sus obras. Ahora con la maestría es emocionante explorar géneros nuevos para mí como el teatro y la poesía, y sin espacios como estos, escribir se vuelve una actividad muy solitaria.