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Le sigue el desarrollo de la técnica y el dominio de los lenguajes y estilos. Se va afinando una propuesta propia con el cultivo del intelecto y de la espiritualidad, a la vez que se madura desde la experiencia dentro y fuera de los caminos del arte. Pero quizás es al preguntarse por la identidad propia que el artista determina cómo y para qué es que crea. Así, establece su lugar de enunciación y logra una impronta que lo distingue de otros, que le da un sello diferencial y que le abre la posibilidad de explotarlo hasta que se agote y deba reinventarse o indagar más a fondo en sí mismo. Me parece que el último disco de Wuilmer López, Algeciras, pone de relieve el punto en el que se encuentra este joven bogotano, ya no solamente como arpista sino como artista.
Y es que el disco abre con la pregunta de quién es Wuilmer López. Algeciras es más que un homónimo casual: es el apellido que heredó Wuilmer de su madre, y esta, del señor Ramón Algeciras, quien a su vez es casi un homónimo del hermano de Paco de Lucía, Ramón, oriundo de Algeciras, España. Tal vez sea por esta relación un poco coincidente (¿o será destino y herencia?) que al arpista le suena tan bien el flamenco, aunque este tipo de música nos sigue siendo algo ajeno a los colombianos y a pesar de sus palos no se tocan en el arpa. ¿Pero acaso no es una cualidad del criollismo la renovación y resignificación de lo pretérito y lo geográficamente lejano? De esta manera ha evolucionado nuestra cultura nacional, que es criolla, pues desde el lenguaje, la música, la literatura, la pintura y la danza hemos tomado herencias para modificarlas y reconocernos en nuevas versiones de estas. A eso suena “Algeciras”, una canción que el arpa deja de hacer sonar distante a pesar de su bulería en modo frigio.
Las dos adaptaciones que hay en el disco también son interpelaciones a la identidad de un músico colombiano. A propósito del argumento que aquí se está hilvanando, está la canción criolla “Nuestro juramento” del puertorriqueño Benito de Jesús, que fue convertida en los años 50, ya no en un acto de criollismo sino de mercado, en bolero, pero que desde entonces pasó a ser un himno latinoamericano. La versión de López, sin dejar de ser bolero, evoca desde el tiempo lento esa cualidad contemplativa de los pasajes del joropo e invita a imaginar nuestros llanos. También hay un tango, porque qué sería de muchos colombianos sin este, incluso más allá de las fronteras antioqueñas. Aquí el músico aventura una versión para cuatro arpas de “Fuga y misterio”, de Astor Piazzolla. Es un experimento audaz que podría disgustar a los puristas, pero que permite ver las posibilidades armónico-melódicas de un arpa de construcción especial que conserva la sonoridad llanera a pesar de que puede hacer cromatismos y de que tiene un par de cuerdas más que la tradicional (llamada criolla, por supuesto).
En mención a lo más autóctono, hay tres temas más en composición de López que no parecen tener pretensiones de marcar una distancia muy pronunciada con el llano y su música como lugar de reconocimiento y fuente de inspiración. El pasaje “Pa’ un lucerito” fue escrito a partir de ese estado de calma e introspección al que somete el amanecer del llano a cualquiera que lo camine. Mientras que “El endiablado” y “Festivaleando” hacen alusión a algunos de los aires recios del joropo y a sus conocidas festividades, tan importantes ambos en la identidad colombiana.
Finalmente, con “Enarmonía”, Wuilmer López da un paso más para sacarle provecho al arpa llanera como instrumento apto para hacer jazz, una manifestación más de lo criollo. No parecen ser muchos los músicos colombianos que han querido transitar estas sendas. La parada la ha marcado por años Edmar Castañeda, desde Nueva York, pero aquí López da una puntada interesante desde la que podría proponer una renovación de tal impulso. Así, con jazz, joropo, tango, bolero y flamenco, Algeciras es la declaración artística de un músico colombiano criollo de pura cepa.
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