“Crip Camp” y la apuesta por recorrer un camino de vida bajo la luz, no bajo las sombras
El campo de verano Jened empoderó a la comunidad con discapacidad y les permitió a los campistas entender que el mundo no tenía por qué seguir tal cual como estaba, que el statu quo podía, y debía, ser desafiado. En un momento de convulsión social, en el que los estadounidenses le decían no a la guerra en Vietnam y no a la segregación, y al tiempo le decían sí a la defensa de los derechos civiles, la población con discapacidad se unió a la lucha. El documental Crip Camp narra esta historia.
María José Noriega Ramírez
Empoderamiento, libertad, construcción de comunidad, eso significó el campo de verano Jened para la población con discapacidad en Estados Unidos. Un espacio en el que cada quien vivía bajo sus propias reglas, un lugar en el que se mostraban en su esencia, sin temor al rechazo que de puertas para afuera vivían. Ir a comer un helado o asistir al colegio, entre otras actividades comunes a todos los seres humanos, eran un recordatorio constante de esa sensación de no pertenecer. Lidiar con las miradas prejuiciosas, con frases como “no los queremos aquí porque incomodan a nuestros otros clientes”, o asistir al colegio y que sus salones estuvieran en los sótanos, son algunas experiencias que enfrentaban a diario las personas con discapacidad. Por eso, el campo de verano era su lugar seguro, era un espacio que sentían como propio, donde cada quien era comprendido. Ser inclusivos era la premisa básica. Ser escuchados y tenidos en cuenta, ese era el ideal.
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Empoderamiento, libertad, construcción de comunidad, eso significó el campo de verano Jened para la población con discapacidad en Estados Unidos. Un espacio en el que cada quien vivía bajo sus propias reglas, un lugar en el que se mostraban en su esencia, sin temor al rechazo que de puertas para afuera vivían. Ir a comer un helado o asistir al colegio, entre otras actividades comunes a todos los seres humanos, eran un recordatorio constante de esa sensación de no pertenecer. Lidiar con las miradas prejuiciosas, con frases como “no los queremos aquí porque incomodan a nuestros otros clientes”, o asistir al colegio y que sus salones estuvieran en los sótanos, son algunas experiencias que enfrentaban a diario las personas con discapacidad. Por eso, el campo de verano era su lugar seguro, era un espacio que sentían como propio, donde cada quien era comprendido. Ser inclusivos era la premisa básica. Ser escuchados y tenidos en cuenta, ese era el ideal.
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“Jened era una oportunidad para intentar hacer cosas diferentes. En los años cincuenta, cuando comenzó el campamento, tenía un programa tradicional, pero a medida que evolucionó, a lo largo de los años sesenta y setenta, intentamos promover un ambiente en el que los adolescentes pudieran ser adolescentes sin todas las etiquetas y los estereotipos. Nos dimos cuenta de que el problema no venía de las personas con discapacidades, sino de quienes no las teníamos. Era nuestro problema, así que nosotros debíamos cambiar”, afirmó Larry Allison, director del campamento. Fomentando un ambiente de respeto, en el que se reconocía el valor y la dignidad de cada uno, y en el que se evitaba reproducir la exclusión y la crueldad del mundo exterior, Jened fue un espacio de risas, de diálogo y de música. Los jóvenes se reunían a cantar, mientras que algunos tocaban la guitarra y otros hacía percusión con las sillas del recinto. También fue el lugar donde los campistas conocieron las relaciones más básicas en la vida de cualquier ser humano: la amistad y el amor. Los dormitorios fueron testigos de algunos primeros noviazgos y de algunos primeros besos. Sus paredes vieron florecer las personalidades que permanecieron ocultas por mucho tiempo y que a gritos pedían ser visibles, así como fueron los cimientos de un movimiento político que luchó por los derechos civiles de las personas con discapacidad. Si bien el campo de verano no fue eterno, pues tuvo que cerrar en 1977 por problemas económicos, cada uno de los campistas tatuó a Jened en su alma y se lo llevó a recorrer un camino de vida bajo la luz, no bajo las sombras.
Jened empoderó a la comunidad y les permitió a los campistas entender que el mundo no tenía por qué seguir tal cual como estaba, que el statu quo podía, y debía, ser desafiado. En un momento de convulsión social, en el que los estadounidenses le decían no a la guerra en Vietnam y no a la segregación, y al tiempo le decían sí a la defensa de los derechos civiles, la población con discapacidad, siendo el grupo minoritario más grande del país, encontró aliados en esas voces. El activismo y las manifestaciones se convirtieron en las vías para intentar construir una sociedad igualitaria, o por lo menos ese era el anhelo. “Solidaridad para siempre, solidaridad para siempre. La unión hace la fuerza”, fue el himno que a una sola voz cantaron en la manifestación 504, en San Francisco, exigiéndole al gobierno respaldar la regulación de la ley de 1973 que protegía los derechos de las personas con discapacidad, pues algunas escuelas, universidades, e incluso algunos hospitales, no querían gastar el dinero necesario para que sus instalaciones fueran accesibles para todos, así como el gobierno federal estaba contemplando cortar los fondos destinados a tal fin.
“En la unidad tenemos la fuerza y debemos agrandar el pastel por el que luchamos para que no nos enfrentemos entre nosotros y todos podamos recibir los servicios adecuados, a eso queremos llegar”, dijo Judith Heumann, líder activista de la comunidad con discapacidad. Y es que mientras que algunos miembros de la población hicieron una huelga de semanas para llamar la atención del Departamento de Salud, Bienestar y Educación, con la idea de forzar a las autoridades a firmar la regulación 504, sin tener las condiciones adecuadas para prolongar la acción, pues no tenían comida, medicamentos o camas, la comunidad recibió el respaldo de organizaciones aliadas. Así, el apoyo se expandió. Miembros de sindicatos y de otras organizaciones civiles, así como del gobierno local y de la iglesia conmemorativa de Glide, que tenía un ministro progresista y una filosofía enfocada en la liberación, los ayudaron. Las panteras negras, por ejemplo, les llevaron comida, y la comunicación con el mundo exterior, considerando que las autoridades les cortaron los servicios de telefonía del lugar, se dio a través del lenguaje de señas. “El mundo no nos quiere alrededor”, era la percepción que tenían. “¿Sobreviviré? ¿Lucharé?”, eran preguntas que constantemente pasaban por sus mentes, pero la convicción de “si no es ahora, ¿cuándo será?” los mantuvo en pie de lucha, y la idea de hacer un mundo mejor entre todos fue el impulso detrás de ello.
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“Creímos que podíamos vencer al gobierno estadounidense y lo hicimos juntos. Todos decíamos: ‘Nunca había escuchado una historia como esa, pero sí creo que esa fue tu experiencia, te creo’. Estábamos presenciando las verdades de los demás y éramos recíprocos entre nosotros”, afirmó Corbett O’Toole, activista de la comunidad con discapacidad. Y sí, con la presión social ejercida sobre el gobierno, la regulación 504 entró en vigor, y con ello empezó a cambiar el mundo físico. Sin embargo, la lucha siguió, pues el problema de fondo continuó. “Me siento agradecida porque los baños sean accesibles, pero estoy cansada de tener que sentirme así, porque si debo estar agradecida por ello, ¿cuándo seré tratada como igual en la comunidad?”, dijo Heumann. Lo cierto es que la discriminación se seguía viviendo. Las disposiciones de la regulación solo incluían a las entidades que recibían dinero federal, se veían incumplimientos en la ejecución de la ley y los privados no estaban sujetos a ella. ¿Cuál era el siguiente paso? Lograr una legislación propia para la comunidad con discapacidad.
Washington presenció el esfuerzo de varias personas, que usualmente se transportaban en silla de ruedas o en muletas, por subir las escaleras del Capitolio. Apoyándose en sus brazos y pies, con el pecho o la espalda sobre el suelo, dejando las gotas de sudor sobre el pavimento y valiéndose de su fuerza de espíritu, el llegar al final de las escaleras del capitolio significaba para ellos alcanzar la meta: lograr la aprobación de la Ley de Estadounidenses con Discapacidades. La década de los 90 comenzó con dicha aprobación, la legislación se ratificó, y con ello se dio un paso hacia el derrumbe institucional de la exclusión y la discriminación. Sin embargo, por más leyes que existan, el camino hacia la igualdad implica cambios sociales y de comportamiento, y hasta que eso se logre, la lucha de la comunidad continúa.