A orillas de Venezuela, los autores que viven en el exilio
La crisis en Venezuela ha forzado a numerosos escritores a abandonar el país en busca de nuevas oportunidades. La literatura venezolana, influenciada por el exilio, ha reflejado el desarraigo y la resistencia de sus autores. Presentamos algunas de sus historias.
La problemática en Venezuela, que comenzó a gestarse bajo el gobierno de Hugo Chávez y se intensificó con Nicolás Maduro, se ha caracterizado por una hiperinflación, un aumento de la pobreza y una escalada en la delincuencia y la mortalidad infantil. Las violaciones a los derechos humanos y la desnutrición severa han sido una constante, junto con una migración masiva en busca de mejores condiciones de vida.
La situación se agravó tras la caída de los precios del petróleo en 2015, exacerbada por la falta de inversión y mantenimiento en la producción petrolera. La respuesta del gobierno de Maduro incluyó la negación de la crisis y la represión violenta de la oposición. Las ejecuciones extrajudiciales por parte de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) fueron documentadas por la ONU, revelando una represión contra opositores políticos. La crisis también resultó en escasez de productos básicos y medicinas, cierre de empresas, y una masiva emigración hacia otros países.
Algunos actores culturales como escritores han tenido que salir de su país en búsqueda de otros lugares para seguir realizando sus obras.
En la literatura venezolana reciente, el dilema del destierro se volvió el centro de las narrativas, reflejando la realidad de personajes que enfrentan la incertidumbre de quedarse o irse. Las obras, incluso de autores que permanecen en el país, a menudo presentan personajes que viajan o se ausentan, y se cuestionan si deben partir o quedarse.
A pesar de la distancia, los escritores en el exilio buscan retratar la esencia de su patria a través de sus obras, enfrentando la complejidad y el drama de la realidad venezolana. Las voces de los migrantes persisten en dejar una huella de su identidad en cada texto que producen.
Estos son algunos autores que han vivido en exilio.
Rómulo Gallegos
Rómulo Gallegos, nacido en Caracas el 2 de agosto de 1884, se vio influenciado por un Venezuela convulsa, que durante el siglo XIX sufrió innumerables revoluciones y cambios de gobierno. Gallegos inició sus estudios de derecho en 1902, pero debió interrumpirlos en 1905 para apoyar a su familia tras la muerte de su madre. Su carrera literaria comenzó a gestarse en 1906 cuando fue designado jefe de la Estación de Tranvía de Caracas, y en los años siguientes, publicó relatos cortos y novelas que reflejaban sus inquietudes sobre la sociedad venezolana. Su obra más destacada, Doña Bárbara (1929), abordó el conflicto entre civilización y barbarie a través de una narrativa rica en simbolismo y crítica social.
La trayectoria de Gallegos también estuvo marcada por la política. En 1947, fue elegido Presidente de Venezuela, pero su mandato fue breve debido a presiones políticas, siendo derrocado en 1948. Su oposición a los intereses de las compañías extranjeras y las Fuerzas Armadas llevó a su autoexilio a México, donde vivió hasta la muerte de su esposa en 1950. Posteriormente, pasó tiempo en Cuba antes de regresar a México, donde continuó su trabajo literario. Regresó a Venezuela en 1958 tras la caída de Marcos Pérez Jiménez, pero se retiró de la política. Murió el 5 de abril de 1969, siendo reconocido como uno de los “escritores más importantes” de Venezuela, con premios y homenajes.
Laura Cracco
Laura Cracco, nacida en Barquisimeto, Venezuela, en 1959, es una escritora cuya carrera ha estado marcada por su condición de exiliada. Tras iniciar su trayectoria literaria en los años ochenta, un período de florecimiento de escritoras en Venezuela, Cracco se destacó por su poesía, que cuestionaba los imaginarios comunes y reflexionaba sobre la historia desde una perspectiva femenina. Sus primeros poemarios, Mustia memoria (1984) y Diario de una momia (1989), exploran las culturas grecorromana y egipcia para criticar los mitos fundacionales desde una posición de extranjería, mientras que Safari Club (1993) aborda la crisis del espacio urbano y la desarticulación del lenguaje en un contexto de desintegración social.
Tras mudarse a España, Cracco experimentó un giro en su producción literaria. Su obra poética continuó con Lenguas viperinas, bocas Chanel (2009) y, además, se adentró en la narrativa con El ojo del mandril (2014) y África íntima (2017). En estos textos, su enfoque se torna más político y ético, revisando la tradición literaria a través de la memoria y el fragmento, y reflexionando sobre el chavismo en Venezuela y sus efectos tanto en los que permanecieron en el país como en los que emigraron. Su exilio ha enriquecido su obra, permitiéndole abordar temas de poder, instituciones y sus implicaciones a nivel individual y colectivo.
Uno de sus poemas:
La tumba
A los muchachos que allí mueren en vida.
¿Cómo soldar los vidrios?
¿Cómo, las almas quebradas en los sótanos de la Tumba?
Cien metros bajo tierra, lejos del sol kilómetros de silencio,
en los muros, restos de A+, AB-, O+, B-…
«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», clama la carne hecha para el milagro.
El mutismo de Dios retumba entre los muros y
los soldados vigilan con sus armas que no escape.
La Tumba es helada y oscura,
no se permite hablar ni rezar.
Los familiares buscan en vano.
Nadie sabe cuántos, quiénes, cuándo, dónde.
La tumba está en el corazón de la ciudad.
El ascensor baja los cinco pisos y sube vacío.
Dos por tres metros de soledad vigilada,
sin ventanas, sin tiempo.
El sol es un recuerdo lejano
y el único viento, el que escupe la rejilla:
Oº, -5º.
El silencio apenas es perturbado por los vagones del metro sobre la cabeza.
Los colores, un esfuerzo de memoria en las celdas inmaculadas
como páginas sin inspiración;
el otro color: gris acorazado.
Muerte blanca, tortura blanca, lo llaman,
blancas como crestas en el mar que un presidiario evoca segundos antes de que la sirena
(ah, la sirena noche y día, un modo de decir en un lugar donde no existen noche y día)
espante el sueño, las olas, el rostro añorado por él, novio ahora de la muerte.
¿Serán perdonados por la historia?
¿Volverán a caminar entre los vivos?
¿Por qué, Señor, tan vecino en ciertos lugares y tan callado en otros?,
persiste, inútil, la pregunta donde la carne fue privada del milagro.
Rodrigo Blanco Calderón
Rodrigo Blanco Calderón, nacido en Caracas, Venezuela, en 1981, es un escritor, editor y profesor universitario que ha ganado reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. Su carrera comenzó con la publicación de varios libros de cuentos, incluyendo Una larga fila de hombres (2005), Los Invencibles (2007), y Las rayas (2011), que le valieron diversos premios y menciones. En 2007, fue seleccionado para el grupo Bogotá39, que destacó a los mejores narradores latinoamericanos menores de 39 años, y en 2013 fue escritor invitado al International Writing Program de la Universidad de Iowa. Su relato Emuntorios fue incluido en la revista McSweeney’s en 2014.
Su primera novela, The Night (2016), obtuvo el Premio Rive Gauche à Paris, el Premio de la Crítica en Venezuela (2018) y el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa (2019). Su obra reciente, Simpatía (2020), ha sido aclamada como una destacada novela sobre la crisis venezolana y el colapso del chavismo. Blanco Calderón ha recibido numerosos premios, incluidos el Premio O. Henry por el cuento Los locos de París en 2023 y el Premio Rive Gauche à Paris en 2016. Actualmente, reside en Málaga, España, y sigue siendo una figura representativa en la literatura latinoamericana.
Ángela Molina
Ángela Molina, nacida en Caracas en 1967, es una poeta venezolana con raíces canarias. Ha publicado varios poemarios, incluyendo Aclaratoria (2013), Imprudencias (2014) y Gula (2016). Su poesía, caracterizada por un estilo intimista, confesional y social, se expresa en verso libre y refleja su formación periodística, adquirida a través de su licenciatura en Comunicación Social y su carrera en el ámbito legal, donde se graduó en Derecho en 2005. Además de sus publicaciones individuales, sus poemas han sido incluidos en antologías como Mujeres 88, Antología poetas canarias (2017) y Palabra y Verso (2015).
Molina ha enriquecido su obra con la influencia de destacados poetas venezolanos, como Rafael Cadenas y Armando Rojas Guardia, y ha tomado cursos en la cátedra de Adriano González León. Ha participado en festivales literarios internacionales como “Grito de Mujer” y “Festival Palabra en el Mundo”, y es miembro activo de la Asociación de Escritores y Escritoras Palabra y Verso, la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE) y el Círculo de Escritores de Venezuela.
La problemática en Venezuela, que comenzó a gestarse bajo el gobierno de Hugo Chávez y se intensificó con Nicolás Maduro, se ha caracterizado por una hiperinflación, un aumento de la pobreza y una escalada en la delincuencia y la mortalidad infantil. Las violaciones a los derechos humanos y la desnutrición severa han sido una constante, junto con una migración masiva en busca de mejores condiciones de vida.
La situación se agravó tras la caída de los precios del petróleo en 2015, exacerbada por la falta de inversión y mantenimiento en la producción petrolera. La respuesta del gobierno de Maduro incluyó la negación de la crisis y la represión violenta de la oposición. Las ejecuciones extrajudiciales por parte de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) fueron documentadas por la ONU, revelando una represión contra opositores políticos. La crisis también resultó en escasez de productos básicos y medicinas, cierre de empresas, y una masiva emigración hacia otros países.
Algunos actores culturales como escritores han tenido que salir de su país en búsqueda de otros lugares para seguir realizando sus obras.
En la literatura venezolana reciente, el dilema del destierro se volvió el centro de las narrativas, reflejando la realidad de personajes que enfrentan la incertidumbre de quedarse o irse. Las obras, incluso de autores que permanecen en el país, a menudo presentan personajes que viajan o se ausentan, y se cuestionan si deben partir o quedarse.
A pesar de la distancia, los escritores en el exilio buscan retratar la esencia de su patria a través de sus obras, enfrentando la complejidad y el drama de la realidad venezolana. Las voces de los migrantes persisten en dejar una huella de su identidad en cada texto que producen.
Estos son algunos autores que han vivido en exilio.
Rómulo Gallegos
Rómulo Gallegos, nacido en Caracas el 2 de agosto de 1884, se vio influenciado por un Venezuela convulsa, que durante el siglo XIX sufrió innumerables revoluciones y cambios de gobierno. Gallegos inició sus estudios de derecho en 1902, pero debió interrumpirlos en 1905 para apoyar a su familia tras la muerte de su madre. Su carrera literaria comenzó a gestarse en 1906 cuando fue designado jefe de la Estación de Tranvía de Caracas, y en los años siguientes, publicó relatos cortos y novelas que reflejaban sus inquietudes sobre la sociedad venezolana. Su obra más destacada, Doña Bárbara (1929), abordó el conflicto entre civilización y barbarie a través de una narrativa rica en simbolismo y crítica social.
La trayectoria de Gallegos también estuvo marcada por la política. En 1947, fue elegido Presidente de Venezuela, pero su mandato fue breve debido a presiones políticas, siendo derrocado en 1948. Su oposición a los intereses de las compañías extranjeras y las Fuerzas Armadas llevó a su autoexilio a México, donde vivió hasta la muerte de su esposa en 1950. Posteriormente, pasó tiempo en Cuba antes de regresar a México, donde continuó su trabajo literario. Regresó a Venezuela en 1958 tras la caída de Marcos Pérez Jiménez, pero se retiró de la política. Murió el 5 de abril de 1969, siendo reconocido como uno de los “escritores más importantes” de Venezuela, con premios y homenajes.
Laura Cracco
Laura Cracco, nacida en Barquisimeto, Venezuela, en 1959, es una escritora cuya carrera ha estado marcada por su condición de exiliada. Tras iniciar su trayectoria literaria en los años ochenta, un período de florecimiento de escritoras en Venezuela, Cracco se destacó por su poesía, que cuestionaba los imaginarios comunes y reflexionaba sobre la historia desde una perspectiva femenina. Sus primeros poemarios, Mustia memoria (1984) y Diario de una momia (1989), exploran las culturas grecorromana y egipcia para criticar los mitos fundacionales desde una posición de extranjería, mientras que Safari Club (1993) aborda la crisis del espacio urbano y la desarticulación del lenguaje en un contexto de desintegración social.
Tras mudarse a España, Cracco experimentó un giro en su producción literaria. Su obra poética continuó con Lenguas viperinas, bocas Chanel (2009) y, además, se adentró en la narrativa con El ojo del mandril (2014) y África íntima (2017). En estos textos, su enfoque se torna más político y ético, revisando la tradición literaria a través de la memoria y el fragmento, y reflexionando sobre el chavismo en Venezuela y sus efectos tanto en los que permanecieron en el país como en los que emigraron. Su exilio ha enriquecido su obra, permitiéndole abordar temas de poder, instituciones y sus implicaciones a nivel individual y colectivo.
Uno de sus poemas:
La tumba
A los muchachos que allí mueren en vida.
¿Cómo soldar los vidrios?
¿Cómo, las almas quebradas en los sótanos de la Tumba?
Cien metros bajo tierra, lejos del sol kilómetros de silencio,
en los muros, restos de A+, AB-, O+, B-…
«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», clama la carne hecha para el milagro.
El mutismo de Dios retumba entre los muros y
los soldados vigilan con sus armas que no escape.
La Tumba es helada y oscura,
no se permite hablar ni rezar.
Los familiares buscan en vano.
Nadie sabe cuántos, quiénes, cuándo, dónde.
La tumba está en el corazón de la ciudad.
El ascensor baja los cinco pisos y sube vacío.
Dos por tres metros de soledad vigilada,
sin ventanas, sin tiempo.
El sol es un recuerdo lejano
y el único viento, el que escupe la rejilla:
Oº, -5º.
El silencio apenas es perturbado por los vagones del metro sobre la cabeza.
Los colores, un esfuerzo de memoria en las celdas inmaculadas
como páginas sin inspiración;
el otro color: gris acorazado.
Muerte blanca, tortura blanca, lo llaman,
blancas como crestas en el mar que un presidiario evoca segundos antes de que la sirena
(ah, la sirena noche y día, un modo de decir en un lugar donde no existen noche y día)
espante el sueño, las olas, el rostro añorado por él, novio ahora de la muerte.
¿Serán perdonados por la historia?
¿Volverán a caminar entre los vivos?
¿Por qué, Señor, tan vecino en ciertos lugares y tan callado en otros?,
persiste, inútil, la pregunta donde la carne fue privada del milagro.
Rodrigo Blanco Calderón
Rodrigo Blanco Calderón, nacido en Caracas, Venezuela, en 1981, es un escritor, editor y profesor universitario que ha ganado reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. Su carrera comenzó con la publicación de varios libros de cuentos, incluyendo Una larga fila de hombres (2005), Los Invencibles (2007), y Las rayas (2011), que le valieron diversos premios y menciones. En 2007, fue seleccionado para el grupo Bogotá39, que destacó a los mejores narradores latinoamericanos menores de 39 años, y en 2013 fue escritor invitado al International Writing Program de la Universidad de Iowa. Su relato Emuntorios fue incluido en la revista McSweeney’s en 2014.
Su primera novela, The Night (2016), obtuvo el Premio Rive Gauche à Paris, el Premio de la Crítica en Venezuela (2018) y el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa (2019). Su obra reciente, Simpatía (2020), ha sido aclamada como una destacada novela sobre la crisis venezolana y el colapso del chavismo. Blanco Calderón ha recibido numerosos premios, incluidos el Premio O. Henry por el cuento Los locos de París en 2023 y el Premio Rive Gauche à Paris en 2016. Actualmente, reside en Málaga, España, y sigue siendo una figura representativa en la literatura latinoamericana.
Ángela Molina
Ángela Molina, nacida en Caracas en 1967, es una poeta venezolana con raíces canarias. Ha publicado varios poemarios, incluyendo Aclaratoria (2013), Imprudencias (2014) y Gula (2016). Su poesía, caracterizada por un estilo intimista, confesional y social, se expresa en verso libre y refleja su formación periodística, adquirida a través de su licenciatura en Comunicación Social y su carrera en el ámbito legal, donde se graduó en Derecho en 2005. Además de sus publicaciones individuales, sus poemas han sido incluidos en antologías como Mujeres 88, Antología poetas canarias (2017) y Palabra y Verso (2015).
Molina ha enriquecido su obra con la influencia de destacados poetas venezolanos, como Rafael Cadenas y Armando Rojas Guardia, y ha tomado cursos en la cátedra de Adriano González León. Ha participado en festivales literarios internacionales como “Grito de Mujer” y “Festival Palabra en el Mundo”, y es miembro activo de la Asociación de Escritores y Escritoras Palabra y Verso, la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE) y el Círculo de Escritores de Venezuela.