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De vestido negro y chaqueta de jean. Si nos cruzáramos con ella en estas calles donde todos pasamos desapercibidos, pensaríamos que sigue siendo la estudiante de la Universidad Nacional o del Politécnico Grancolombiano. Detesta los escenarios en los que se percibe un aire de competencia entre los intelectualoides. Refleja sobriedad, carisma y compromiso. Se hace responsable de sus palabras, de sus gestos y de sus risas. Y, seguramente, esa sencillez es otra muestra de su grandeza.
Las alas que abrió Cristina Gallego alzaron vuelo mucho antes que Pájaros de verano. Desde su primera película La sombra del caminante (2004), esa con la que guarda una relación especial por significar el origen de su camino andado y desandado, la directora y productora colombiana ha logrado construir varios relatos que se arraigan a comunidades vulnerables y que no olvidan la importancia de contar nuestros pueblos, de contar los conflictos y los acontecimientos que han determinan el devenir de una comunidad.
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Su mirada es rigurosa. El cuidado de su trabajo es el pilar fundamental de la transparencia y de la responsabilidad de la mano artista que posee Gallego. Su preocupación por el bienestar de todos aquellos que participan en sus películas se ve reflejado en ese cine humano y artesanal que produce, dirige y disfruta.
Sobre su experiencia general de coproducción y de la posibilidad de intercambiar e interactuar culturas mediante el cine, Gallego afirma que “la coproducción funciona porque nos permite tener participación en películas sin ser los productores mayoritarios. Nosotros hemos aprendido mucho en el proceso de intercambiar con otros países. Mi primera coproducción fue con Alemania, Argentina y Holanda. De los alemanes aprendí el valor de la palabra y el valor de los acuerdos. Esa es una cosa que no hace parte de nuestra cultura. Los acuerdos están sujetos a desaparición y las promesas a desvanecerse. La palabra no tiene valor”.
El cine como manifestación artística también está compuesto por aquello que somos y por aquello que anhelamos ser. El cine de Cristina Gallego, que es una extensión de su esencia y su visión de nuestra condición, se muestra como un cine artesanal, tal como ella lo llama. Un cine independiente que no debe pensarse de menor presupuesto, pues varias personas suelen caer en el prejuicio de que el cine independiente o artístico carece de recursos solo porque no posee escenas que requieren grandes efectos o exacerbadas escenas de acción. Ese cine artesanal del que habla la directora y productora colombiana se configura con cuidado, con atención, con el lado humano que apela a lo natural, a lo manual, a las herramientas que por sencillas no son menos complejas y a las locaciones que narran un contexto y (des)dibujan la realidad que muchas veces creemos concebir.
De absolutismos y adornos superfluos se alejan las narrativas y las imágenes que la cineasta colombiana produce y dirige. Su estilo austero, que se refleja en su hablar y en su accionar, son un elogio a la idea bajo la cual lo simple es lo más complejo y a la vez lo más poético. Su oda a lo natural y al valor de lo cultural configuran su voz y su identidad, logrando así la concepción de un cine independiente que opta por relatos propios de nuestra condición y nuestras luchas constantes, de manera que se vea visibilizado en la pulcritud del lente y la imagen, la proyección de una historia, una moraleja y una muestra más de vida y humanidad desde múltiples pueblos, orígenes y costumbres.
“El cine tiene que ver mucho con quiénes somos”, dice Cristina Gallego. De ahí su tacto y su actitud vigilante a la hora de desarrollar una película, pero de ahí también el hecho de sentarse a ver el resultado siendo una espectadora más, dejando que la película que realizó se convierta en un espacio más para divertirse y para aprender. Dentro, en su rol de productora o directora, se encarga de proteger la historia , a sus protagonistas y a la forma en que se presenta ante miradas ávidas y expectantes; por fuera, se ríe, se deja intrigar, se deja seducir por la trama y se permite salir de su rol profesional para adentrarse en su faceta como aficionada y como amante del séptimo arte.