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Rifirrafe gramatical con un escritor boliviano

Hace 100 años, en junio de 1924, el Magazín Dominical de El Espectador publicó una crítica gramatical y lingüística de Luis Trigueros, dirigida al escritor boliviano José Aguirre Achá. Trigueros había señalado previamente errores en la novela “Platonia” de Aguirre Achá, lo que provocó una respuesta defensiva y mordaz del autor boliviano en un diario de La Paz. Trigueros le contestó con el siguiente texto.

Luis Trigueros
07 de junio de 2024 - 11:00 p. m.
Fotografía del escritor Luis Trigueros.
Fotografía del escritor Luis Trigueros.
Foto: Wikimedia Commons
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Creyérase que a don José Aguirre Achá, muy estimable escritor de Bolivia, se le ha subido en San Telmo a las gavias, con motivo de algunos reparos gramaticales que, poco antes de ausentarme de aquel noble y generoso país, me permití poner a una novela suya, intitulada “Platonia”. Con efecto: desde las columnas de un diario de La Paz, el inteligente publicista cochabambino me endilga ahora una larga carta vindicatoria, en la cual pretende rebatir, con tono acedo, una por una mis aseveraciones.

La amargura y mal encubierta agresividad que rezuma la misiva a que me refiero, me contristan y me desconsuelan. Sin embargo, esas frases incisivas no han logrado llevar mi espíritu al más ligero asomo de convencimiento. No. Sigo pensando que mi ilustre amigo se ha equivocado, como voy a demostrar a continuación.

Se esfuerza en vano el señor Aguirre Achá, por sostener la legitimidad de la locución y que él considera a todas luces irreprochables. Yo no comparto semejante concepto. Y van a servirme de poderoso apoyo las siguientes palabras de don Rufino José Cuervo, la más alta autoridad, hoy por hoy, en lo que atañe a los secretos del lenguaje.

“... Es galicado e insoportable el empleo del gerundio cuando refiriéndose a un sustantivo que desempeña la acción del verbo, sirve para darle a conocer o para limitar y fijar su significado. Ejemplo: ley reconociendo pensiones. Aquí es obvio que si no se añadiesen las palabras reconociendo pensiones, no podría saberse de qué ley se trataba. Así, pues, el gerundio determina la ley, luego la frase es incorrecta y debió decirse ley que reconoce o por la que se reconocen pensiones. Quedan incluídas en esta censura frases como decreto abriendo un crédito, comunicación explicando, ley prohibiendo, memorial manifestando...”

Tal es el caso de las “líneas recomendando” del señor Aguirre Achá. Debio decir: “líneas que recomiendan” o “en las cuales se recomienda”. Pero si al fabulador boliviano no le satisfacen las razones expuestas, pueden consultar a Andrés Bello, a Miguel Antonio Caro, a Salvá, a Cejador, a Benot, a Julio Casares —eminente hablista y miembro de la Real Academia Española— quienes concuerdan en absoluto con el insigne filólogo colombiano.

Escribió en “Platonia” el señor Aguirre Achá: “El cariño fraternal y mutuo que se profesaban esos nobles niños, no permitió al maestro descubrir la equivocación, sino cuando la pena sufrida había pasado y el verdadero culpable se echaba llorando en los brazos del inocente castigado.”

Dije—y lo repito—que ese “culpable” está mal empleado. Culpable es aquel a quien se puede echar la culpa, aquel que es suceptible de culpabilidad. Culpado quien ha cometido alguna culpa. En el caso de la frase del señor Aguirre Achá—se trata de una culpa claramente comprobada—debió decirse culpado, y no culpable. Véanse los siguiente ejemplos:

Siempre sevedo el hado, castiga al inocente, no al culpado. (Calderón. “Saber del Mal y del Bien”).

“No porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos”.—Cervantes, “Quijote”).

Dice el señor Aguirre Achá: “El hijo del zapatero Arquímedes cayó uno de los primeros en la esquina de la Gobernación”

El nombre está mal acentuado. Se escribe Arquimédes. Oigamos a Cuervo:

“Asediaba el cónsul Marcelo la ciudad de Siracusa y con admirables ingenios y artificios lograron los sitiadores echar a pique muchas de las naves romanas, con lo cual cobardearon los cercadores y resolvieron remitir al tiempo el feliz éxito de la empresa. Finalmente, se entró por asalto en la palza y el autor de aquellas máquinas, ya de antes conocido por muchos descubrimientos en la geometría y en la física, pereció víctima de su amor al estudio. Ese gran hombre fue Arquidén”.

“Dar unos puntillos agudos para médes. Si fuesen consecuentes los que pronuncian Arquímedes, habrían de decir Ganímedes, Diómedes, y sobre todo Nicómedes...”

Continúa el señor Aguirre Achá: “Estaba cardiaco”. Se escribe cardíaco. Consultemos al maestro de las Apuntaciones Críticas: “Esdrújulos son, según la etimología, los vocablos procedentes del griego acabados en íaco, como afrodisíaco, cardíaco, celíaco, egipcíaco, elefancíaco, elegíaco, helíaco, hipocondríaco, pulmoníaco, simoníaco, siríaco...”

Nos pinta el señor Aguirre Achá una penosa peregrinación del héroe de su novela, por entre riscos y matorrales... y escribe:

“Sus semblantes demacrados, sus trajes semi-deshechos y salpicados de lodo, manifestaban claramente las penurias del viaje.”

Aquí se dio a penurias el significado de mortificación, penalidad, molestia. Y su acepción verdadera es miseria, escasez, falta de recursos.

Dice el señor Aguirre Achá: “Mi padre, que había trastornado la tapia junto con el doctor, acompañó a este en silencio.”

Debió escribirse: “mi padre, que había traspuesto la tapia”. Trastornar, según el diccionario, es volver una cosa de abajo arriba o de un lado a otro. Invertir el orden regular de una cosa. Inquietar, perturbar, causar disturbios o sediciones. En sentido figurado, perturbar la cabeza, los vapores y otro accidente. Inclinar o vencer con persuasiones el ánimo o dictamen de uno, haciéndole deponer el que antes tenía. No se puede, pues, trastornar una tapia, trastornar una esquina, sino trasponer una tapia, trasponer una esquina.

Escribe el señor Aguirre Achá: “Serpean y se enredan formando un laberinto, veredas bordeadas de arrayanes”.

La voz correcta habría sido orilladas. En castellano no hay más bordear que el término de marina que vale dar bordadas. Dice el señor Aguirre Achá: “El cambio de clima que se experimenta en pocas horas y la aparición gradual de la vegetación lujuriante”.

Julio Casares asienta: “Vegetación lujuriante o lujuriosa, por exuberante, es galicismo de marca”. Y nada importa —agrego yo—que también lo haya empleado el poeta don Luis de Góngora y Argote. Pienso que debemos imitar las cualidades, no los defectos de los literatos consagrados por la fama.

El señor Aguirre Achá defiende, a capa y espada, la admisibilidad del vocablo extrañeza por sorpresa o asombro. Con tal opinión pugna la de Julio Casares, para mi muy digna de respeto. Véase, si no, lo que al respecto expone en su admirable libro Crítica profana, en las páginas 47 y 48:

“¿Cómo atajar, por ejemplo, el uso impropio que se hace a cada paso del vocablo extrañarse? Me extraña, no nos extraña, aunque te extrañe. La Academia, tan débil a veces, ante el hecho consumado, se ha mantenido firme, sin conceder a esta forma reflexiva la significación de admirarse o asombrarse. En buen castellano, extrañarse significa alejarse, apartarse, desterrarse”.

Habla el señor Aguirre Achá: “Le pregunté a mi voz con cierta énfasis”.

Debió escribirse cierto énfasis. Esta voz —valga el sentir del diccionario de la Academia— solo se usa en el género masculino.

Sostiene el señor Aguirre Achá que la locución bajo tales auspicios es correcta, hasta dejarlo de sobra. No es ese el concepto de don Rufino Cuervo, el hombre que conoció más a fondo la índole y reconditeces de nuestro idioma y a quien la propia Academia consultaba en casos de duda. En sus Apuntaciones Críticas se expresa así el eminente gramático colombiano.

“Si pie y base, en cualquier sentido en que se tomen tienen que denotar la parte inferior, el asiento o fundamento, es obvio que solo orates pueden decir que hacen algo bajo tales bases o bajo tal pie, pues apenas en cabezas desorganizadas puede caber el desbarro de suponer que las cosas se hacen no sobre su base sino debajo de ella. Se ha dicho y se dice muy bien con tales auspicios. Pero como bajo está de moda, nos ha invadido también esta expresión”.

Asegura el señor Aguirre Achá que de inmediato es tan castizo como inmediatamente, de pronto, de improviso.

No. Yo le regalo al genitor de “Platón” un mirlo blanco por cada de inmediato que logre descubrir en las obras de los magnos prosadores castellanos. Ese pésimo giro es cosa nuestra, viciosa planta del solar natío, con fuertes raigambres en algunos países de la América del Sur.

No, no es impecable en el manejo del idioma el señor Aguirre Achá. Estampa en la misma carta-defensa que me dirige desde las columnas de “La República” de La Paz.

Seamos modestos, señor Aguirre Achá. Reconozcamos sin disgusto nuestras deficiencias, nuestras flaquezas, nuestra falibilidad. Vivamos persuadidos de que el error es el patrimonio de los hombres. No aborrasquemos el ceño cuando alguien, noblemente animado, señale lunares en nuestras producciones. No echemos en olvido, por otra parte, que es preferible una crítica honrada, aunque severa, a una loa mucilaginosa, hiperbólica, incondicional. El aplauso sin medida es indicio de insinceridad. En un artículo posterior hablaré de los pecados lingüísticos que me atribuye el señor Aguirre Achá y rectificaré a la vez las falsas apreciaciones que ha formulado acerca de Colombia.

Por Luis Trigueros

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Juan(82042)09 de junio de 2024 - 06:38 a. m.
Por favor, tampoco tan duro. Ese señor debe estar hujueputa solo en la tumba. Y no me vaya a caer a mí. Jajajaja
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