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A los nueve meses de estar conviviendo, la esposa, dio a luz a un robusto niño, que para asombro de la partera apareció con una protuberancia en el ombligo. Asustada, la partera recordó cómo el oráculo popular había acertado en el vaticinio y cortó de manera rápida ese apéndice.
En su infancia, Críspulo Castillo no tuvo problemas para cubrir el cartílago pegado a su barriga, puesto que la mamá lo fajaba con abundantes vendas. Los inconvenientes empezaron en plena juventud, cuando vieron que el muchacho no estaba crecido lo suficiente para su edad, y además se le había despertado la pasión por la vecina Altagracia Bustos, quien no solo era acuerpada, sino que más alta que él. La primera vez que salieron a bailar, Críspulo tomó sus precauciones; solo echaba pasos de lejos sin acercarse a ella; pero el mundo se le vino encima, cuando al calor de los tragos, Altagracia lo invitó a bailar un bolero de Bienvenido Granda. Al ritmo del primer amacice, ella palpó que su parejo estaba bien dotado, pero de una manera particular, puesto que sentía como punzadas que le subían hasta la zona pélvica, causándole un malestar inusitado. Fue cuando ella enojada le dio una cachetada por atrevido, y le pidió explicación por tamaña desmesura. Apenado, Críspulo trató de calmarla con el manido cuento del “Paso del canalete”, pero, más bien, se retiró del baile, y nunca más la volvió a cortejar.
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Preocupados los padres por la racha de mala suerte de su hijo, trataron de encontrar la razón para tanta desventura. Acudieron a los servicios de la partera que ya estaba muy anciana, y ella les recordó el momento del nacimiento del niño, y las ombligadas que hizo. Comentó con detalles lo de la maldición y, les dijo que el muñón acompañaría a Críspulo toda la vida. La suerte de Críspulo tenía que cambiar de alguna manera. Por esos días, en la vereda Dosquebradas escucharon la noticia de que se estaba presentando El Circo en Puerto Perla, cuyo especialidad era la exhibición de los fenómenos humanos como el Hombre Cangrejo; el joven de las dos cabezas; el niño con cara de perro; y el favorito del público, que era la mujer fornida, quien con el trasero paraba las enormes balas de goma disparadas desde el cañón de aire comprimido, debido a que en la función de hacía varias semanas el Hombre Bala, al ser expulsado por el cañón, se había fracturado las costillas al aterrizar en la alberca vacía, que no había sido llenada con el agua respectiva por descuido del ayudante de patios.
Pronto, fueron a informar al Circo sobre la deformidad del joven. Al enterarse del fenómeno del ombligo de Críspulo, el dueño del circo lo convidó a hacer parte del espectáculo. Como no conocía otra forma de ganarse la vida y no estaba contento con su día a día, Críspulo aceptó el empleo, sin saber que su secreto se iba a descubrir y que los asistentes a la función lo iban a mirar con horror y hasta con cierto temor. La noche de su debut, el presentador oficial lo anunció así: “Señoras y señores vean lo que debería quedar oculto y secreto, pero que el destino lo ha obligado a hacerlo. Estimado público, observen la miseria ajena que forma parte del gusto interno de la gente como ustedes que no la sufren. Con ustedes, el «Hombre Pupo» con el ombligo más grande del mundo…”.
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Con el torso desnudo y la cabeza encapuchada, Críspulo apareció en la pista, y el presentador invitó a tres espectadores para lanzar argollas de plástico e introducir en su alargado ombligo. Las primeras funciones las aguantó porque nadie logró acertar la metida de las argollas, a pesar de los moretones provocados por los golpes recibidos. Pero el espectáculo se acabó aquel fin de semana, que un obeso practicante del juego de sapo dio en el blanco, y lo condicionaron a soplar el ombligo de Críspulo para recibir el premio. Era demasiada ignominia para el artista, además que el público exigió que le quitaran la capucha. Enseguida, Críspulo raudo se puso la camisa, pidió el dinero por los servicios prestados y se marchó a la parcela que le habían regalado sus ancianos padres. No obstante, los asiduos asistentes al espectáculo circense, disgustados por la no presencia del «Hombre Pupo», se quejaron ante el Alcalde porque El Circo no ofrecía ningún espectáculo atractivo. El Alcalde se comprometió en arreglar dicho impase.
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