Crónicas de un Circo sin gracia: Visita inesperada
Muchos años antes que Puerto Perla desapareciera por las diferentes pandemias que lo azotaron, un día llegó El Circo al municipio. Aquella tarde calurosa, cuando los habitantes se dedicaban a hacer la siesta, Domitila Alegría, la vendedora callejera de pescado, escuchó el sonido estridente de clarines oxidados, parecido a la fanfarria que le había augurado el cura carmelita que se oiría el día del Juicio Final.
Oscar Seidel
De un momento a otro, las polvorientas calles se llenaron de leones despelucados, tigres a los que no se les veía las rayas, elefantes sin memoria, y monos tristes. También, aparecieron los trapecistas Gustavo Barriga y Manolín Gallo, fracturados de las manos al caer del barco; el Hombre Bala con la pólvora mojada; el Tragasables atorado por comer el pescado picudo, y payasos con maquillaje chorreado que no hacían reír a los moradores.
Fue el alboroto general, nunca había presenciado un desfile más desorganizado, y en condiciones tan deplorables. El Alcalde, el Concejo en pleno, el Comandante de la infantería de marina, el Sargento de policía, el Comandante de los bomberos, y el Cura Carmelita, despertaron del motoso. Presurosos, corrieron a dar la bienvenida a tan inesperada visita. Hicieron llamar al recinto de la administración municipal al responsable del grotesco espectáculo, para preguntarle por su procedencia. Éste, de manera efusiva, manifestó que toda la compañía andaba realizando una gira artística por las Américas, y que en la travesía por el mar Pacifico, el barco en que venían había naufragado, debido a una fuerte tormenta tropical que los azotó al frente de la bahía. Dijo que lograron llegar a tierra firme gracias a unos barcos pesqueros de portugueses, que los rescataron después de estar tres días a la deriva, y que la mayoría de los animales vinieron nadando atrapados en las redes de pesca.
Le puede interesar leer la primera parte de la serie: Crónicas de un circo sin gracia (Crónica introductoria)
Acongojado por la noticia, el Alcalde les ofreció acampar en el potrero propiedad de unos inmigrantes ingleses, en donde los muchachos jugaban futbol. Fue así, como levantaron la carpa llena de retazos, y con tarimas de madera elaboradas por un carpintero nativo, programaron la primera función para el fin de semana. Debido a la falta de promoción en el puerto, y al carácter amargo de sus habitantes, tuvieron que llenar las graderías con los soldados, los bomberos, y los policías, todos vestidos de civil, más sus familiares.
Fue tan mala la presentación de los artistas, que ningún acto circense provocó asombro, salvo la carcajada general originada por la defecada del elefante, que embadurnó los zapatos de charol del Alcalde, quien se encontraba sentado en primera fila junto al Concejo en pleno.
Para colmo de todos los males, El Circo albergó un acto realmente importante y que se había pronosticado durante años: el duelo entre dos trapecistas, Gustavo Barriga y Manolín Gallo. Dos hombres que se amenazaron y que sólo podía quedar uno vivo. No obstante, lucharon con todas sus fuerzas por poder cambiar las cosas porque existía algo especial de la rivalidad entre ellos desde hace algunos años antes de arribar a Puerto Perla: la disputa por el amor de la bella trapecista Mireya Madroñero.
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Dos días antes de la primera función de El Circo en Puerto Perla, Gustavo vio a Manolín y Mireya besándose a escondidas detrás de la jaula de los tigres. Sin musitar palabra alguna, juró vengarse en la prueba acrobática que realizarían juntos en el trapecio aéreo. Aquella noche, después de realizar muchas piruetas en el aire, en el momento final de agarrar la mano de Manolín para que en el mismo trapecio se despidieran del público asistente, Gustavo soltó a su rival de turno, quien en plena caída libre y sin malla protectora, fue a dar al suelo, muriendo de manera inmediata. Ante las autoridades, Gustavo se disculpó del evento adverso aduciendo que todavía no se había recuperado de la fractura que le ocasionó el naufragio. La noche del estreno jamás sería olvidada por Domitila Alegría y los habitantes del puerto.
De un momento a otro, las polvorientas calles se llenaron de leones despelucados, tigres a los que no se les veía las rayas, elefantes sin memoria, y monos tristes. También, aparecieron los trapecistas Gustavo Barriga y Manolín Gallo, fracturados de las manos al caer del barco; el Hombre Bala con la pólvora mojada; el Tragasables atorado por comer el pescado picudo, y payasos con maquillaje chorreado que no hacían reír a los moradores.
Fue el alboroto general, nunca había presenciado un desfile más desorganizado, y en condiciones tan deplorables. El Alcalde, el Concejo en pleno, el Comandante de la infantería de marina, el Sargento de policía, el Comandante de los bomberos, y el Cura Carmelita, despertaron del motoso. Presurosos, corrieron a dar la bienvenida a tan inesperada visita. Hicieron llamar al recinto de la administración municipal al responsable del grotesco espectáculo, para preguntarle por su procedencia. Éste, de manera efusiva, manifestó que toda la compañía andaba realizando una gira artística por las Américas, y que en la travesía por el mar Pacifico, el barco en que venían había naufragado, debido a una fuerte tormenta tropical que los azotó al frente de la bahía. Dijo que lograron llegar a tierra firme gracias a unos barcos pesqueros de portugueses, que los rescataron después de estar tres días a la deriva, y que la mayoría de los animales vinieron nadando atrapados en las redes de pesca.
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Acongojado por la noticia, el Alcalde les ofreció acampar en el potrero propiedad de unos inmigrantes ingleses, en donde los muchachos jugaban futbol. Fue así, como levantaron la carpa llena de retazos, y con tarimas de madera elaboradas por un carpintero nativo, programaron la primera función para el fin de semana. Debido a la falta de promoción en el puerto, y al carácter amargo de sus habitantes, tuvieron que llenar las graderías con los soldados, los bomberos, y los policías, todos vestidos de civil, más sus familiares.
Fue tan mala la presentación de los artistas, que ningún acto circense provocó asombro, salvo la carcajada general originada por la defecada del elefante, que embadurnó los zapatos de charol del Alcalde, quien se encontraba sentado en primera fila junto al Concejo en pleno.
Para colmo de todos los males, El Circo albergó un acto realmente importante y que se había pronosticado durante años: el duelo entre dos trapecistas, Gustavo Barriga y Manolín Gallo. Dos hombres que se amenazaron y que sólo podía quedar uno vivo. No obstante, lucharon con todas sus fuerzas por poder cambiar las cosas porque existía algo especial de la rivalidad entre ellos desde hace algunos años antes de arribar a Puerto Perla: la disputa por el amor de la bella trapecista Mireya Madroñero.
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Dos días antes de la primera función de El Circo en Puerto Perla, Gustavo vio a Manolín y Mireya besándose a escondidas detrás de la jaula de los tigres. Sin musitar palabra alguna, juró vengarse en la prueba acrobática que realizarían juntos en el trapecio aéreo. Aquella noche, después de realizar muchas piruetas en el aire, en el momento final de agarrar la mano de Manolín para que en el mismo trapecio se despidieran del público asistente, Gustavo soltó a su rival de turno, quien en plena caída libre y sin malla protectora, fue a dar al suelo, muriendo de manera inmediata. Ante las autoridades, Gustavo se disculpó del evento adverso aduciendo que todavía no se había recuperado de la fractura que le ocasionó el naufragio. La noche del estreno jamás sería olvidada por Domitila Alegría y los habitantes del puerto.