CTM Festival Berlín: 25 años de encuentros con el avant-garde musical y artístico
El Festival CTM de Berlín celebra 25 años de vanguardia musical y artística en dos fines de semana que atrajo a artistas de todo el mundo.
Juan Lemus
El Festival CTM de Berlín celebraba este año su cuarto de siglo el último fin de semana de enero y el primer fin de semana de febrero. Dentro de la variada oferta artística y musical, de la que no conocía nada, me llamaban la atención varias presentaciones, algunas de estas por su relación a los movimientos y replanteamientos de los géneros musicales desde el Sur Global. Músicos peruanos, ecuatorianos, mejicanos, egipcios, libaneses y de otros países asiáticos estaban allí para hablarnos de cómo ven el mundo y sus problemas a través de la música e instalaciones artísticas que gravitaban alrededor de ella.
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El Festival CTM de Berlín celebraba este año su cuarto de siglo el último fin de semana de enero y el primer fin de semana de febrero. Dentro de la variada oferta artística y musical, de la que no conocía nada, me llamaban la atención varias presentaciones, algunas de estas por su relación a los movimientos y replanteamientos de los géneros musicales desde el Sur Global. Músicos peruanos, ecuatorianos, mejicanos, egipcios, libaneses y de otros países asiáticos estaban allí para hablarnos de cómo ven el mundo y sus problemas a través de la música e instalaciones artísticas que gravitaban alrededor de ella.
Sin embargo, leyendo sobre varios de ellos, me quedé prendado de la presentación de un proyecto llamado PTSD, de la artista española María Forqué, cuyo nombre artístico es Virgen María, y su colega y connacional Naive Supreme. Se trata de una mezcla de “ritmos latinos con la última electrónica donde se daban cita por igual lo sexual y lo místico”, como la misma artista lo describe. Naive Supreme le agregaba además el elemento hardcore a este show PTSD (que para mí significa “desorden de estrés postraumático”). En otras palabras, era la invitación del CTM de ir a caminar por el filo en todo su esplendor. Pero las vainas a veces no salen como se planean.
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Los trabajadores alemanes del transporte y otros se juntaron el 2 de febrero pasado para hacer una huelga que paralizó los aeropuertos alemanes y generó otros traumatismos. Mi vuelo fue cancelado y solo pude llegar junto a mi esposa al hotel a las 10:00 de la mañana del viernes tres. Una pestañeada larga y salimos a las 14:00 para RadialSystem, a casi un kilómetro del hotel por la Mühlenstraße hacia la Alexanderplatz por todo el East Side Galery. Había una mujer que hablaba con unas personas. que luego se dirigió a mí para decirme que las escarapelas las empezaban a entregar a las 15:00.
Nos dirigimos hacia Kreutzberg a encontrarnos con una amiga rola por el puente Schillingbrücke, sobre el Spree, en busca de seguir por la Mariannenstrasse hasta Oranienstrasse, donde la oferta de restaurantes del mundo casi me sobrepasa. Todos pedimos pho, nada mejor que esta sopita vietnamita para reponer electrolitos y preparar la noche, y, con algo de menos afán, tratar de bajar las revoluciones.
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De vuelta al RadialSystem, solo, lista la credencial y la manilla de prensa y ahora sí listo para la noche berlinesa. Y aunque el sol se escondía como de costumbre en los febreros de Berlín, el frío no era tan intenso como de costumbre. Solo quedaba entrar a Berghain.
Caminamos a las 00:20 por la calle de Pariser Kommune, al costado oriental de la Ostbahnhof, pasamos debajo de las líneas de tren y seguimos rumbo a Oriente por la calle Ostbahn hasta la Am Wriezener bhf. Ahí, a mano izquierda, estaba la vieja planta de producción de energía de la Berlín comunista. Una fila de unos cien metros, de una hora. Pero nos acercamos antes a la puerta a ver qué pasaba con el pase de prensa.
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—¿Para dónde va? —dice la mujer de la puerta al chico que estaba ya allí y que con actitud de patrón no se detuvo hasta que la mano de esta lo hizo por él.
—Al club —respondió él
Un NEIN escueto y fuerte se oyó.
—¿Por qué no? —replicó el chico, como si con ello fuera a lograr algo
—Porque no lo queremos a usted acá, dijo el compañero de la mujer de la puerta.
La cara de mi esposa era de nerviosismo. No vi la cara de mi amiga. Pero la mujer de la puerta, en un gesto como de “y usted qué”, me vio sacar la escarapela y con amabilidad poco habitual para esta geografía me daba la bienvenida.
—Ellas vienen conmigo.
—¿Tienen credencial también? —preguntó ella
—No.
—Que sigan. Pero deben pagar la entrada.
Veinticinco eurecas cada una que se pagaron casi con gusto, como dejaron entrever sus caras. Nos dirigimos al vestier donde entregamos las chaquetas para quedar en camiseta, otros quedaban con sus atuendos de látex y cuero. Subimos por la escalera central que lleva al lado derecho del escenario del Berghain. El sonido era estruendoso, un sonido que nunca había yo experimentado allí y que se me alejaba de todo lo que podría esperar.
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Soulsick nos daba la bienvenida, —¿o no?— con un sonido más parecido al noise metal que a algún tipo de techno duro. Subimos al Panorama Bar. La DJ era una menuda mujer negra que nos traía su tapemix con un descuidado manejo del mixer y con una selección en la que los ritmos africanos y tribales se mezclaron con canciones pop occidentales. Algunas veces invitaba a bailar y otras no tanto. Un par de mezcales en el Panorama, algunas sentadas en los sofás.
De tanto en tanto me asomaba para ver los cambios en el balcón que daba al Berghain. Uxile, berlinés, llegó allí con una selección de canciones con letras en español dentro de ritmos triphoperos y reguetoneros. El usual 4x4 de la música electrónica no apareció y realmente se necesitaba concentración para bailar.
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Al fin el Berghain se oscureció del todo y una voluptuosa figura femenina se acercó al pole para empezar con los movimientos usuales en esa forma de baile. En ese momento, Naive Supreme, el DJ, traslucía lo que para él significaba hardcore, y me quedó claro. Unas 500 personas inmóviles pero expectantes veíamos cómo otras mujeres embadurnaban el cuerpo de Virgen María. Ahí estábamos todos de alguna manera hipnotizados tanto por la instalación como por la música y las luces que la acompañaban. Sin embargo, el techno en su forma más implacable no me dejaba entrar en la parte mística, que entendí como promesa, y el viaje sensorial me llegaba solo desde los cambios de láser y oscuridad. Nadie bailaba. O no vi a nadie bailar.
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Me retiré hacia uno de los límites de la sala cerca del bar para seguir intentando conectarme. Mis compañeras pasaban por lo mismo. Y luego, me dije que no valía ya la pena. Eran las 02:30 de la mañana y solo quedaban menos de 30 minutos del show. Entonces, en cuanto a la comprensión de la experiencia me quedé en la misma periferia. Ya sea porque esperaba bailar, ya sea porque siempre llega un momento en el que el tren del avant-garde no lo deja montar a uno. Sigue siendo esta noche en el Berghain una forma de recordar que la música está para romper barreras impuestas por las generaciones anteriores y para generar nuevas expectativas sensoriales. Y sí, ese lugar sigue siendo un templo donde cada experiencia sonora se hace nido de conexión y liberación, como lo propone Virgen María.