“Cuando esto termine, todos los besos se volverán besos poderosos”

Desde Madrid, el celebrado autor de novelas como “Ordesa” y “Alegría” reflexiona sobre estos tiempos azarosos de pandemias y vidas suspendidas. “Cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas”, dice en diálogo con El Espectador.

Juan David Laverde Palma
10 de mayo de 2020 - 02:00 a. m.
Manuel Vilas dice sobre sus recientes obras: “El denominador común puede ser la soledad”. / Cortesía sello Planeta-Arduino Bannucchi
Manuel Vilas dice sobre sus recientes obras: “El denominador común puede ser la soledad”. / Cortesía sello Planeta-Arduino Bannucchi
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Ordesa y Alegría, las dos últimas novelas autobiográficas del escritor español Manuel Vilas, son desgarro y belleza al mismo tiempo. No sabe uno muy bien cómo logró semejante prodigio —o bueno, sí: es un escritor inmenso—, pero resulta inevitable, tras leerlo, esta sensación constante que oscila entre la devastación y la esperanza. Vilas reflexiona también sobre el poder de la memoria y de nuestros muertos, y de cómo elegimos recordarlos o seguir viviendo con ellos, porque el amor y la familia son justamente eso: desgarro y belleza.

Desde Madrid, donde pasa su cuarentena, Vilas habló con El Espectador sobre este mundo angustioso de hoy. ¿Cómo llenarnos de esperanza en medio de esta incertidumbre?, le pregunto. “Mirando el corazón de la vida, mirando la luz del sol, bebiendo un vaso de agua y dándole gracias a la vida, como en la canción de Violeta Parra”, me responde.

Su último libro, Alegría, empieza así: “Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, acaba tarde o temprano convertido en alegría”. ¿Cómo podemos buscar esa alegría de la que usted habla en medio de esta pandemia y sus incertidumbres?

Buscando el amor en nuestros seres queridos y viviendo una vida más humilde, intentando disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Lo dije en un tuit: ahora ya sabemos que la vida es comer con un amigo en una terraza, ir de librerías, tomar el sol, ver una película en un cine, perderte por una calle desconocida, coger un tren. Por eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas. Y tendrá sentido esto.

¿Cuáles son las preguntas que este virus nos obliga a resolver en este momento?

La solidaridad. Tenemos que ser solidarios y ayudarnos los unos a los otros. La gente que arriesga su vida por los demás. Especialmente los médicos, los enfermeros y enfermeras, todo el personal sanitario y todos los trabajos esenciales, desde cajeros de supermercado a repartidores, limpiadores.

Nunca el mundo estuvo tan conectado por la tecnología y, sin embargo, este confinamiento mundial nos ha revelado que la humanidad estaba, antes bien, más desconectada que nunca de sus seres queridos. ¿Amaremos distinto pospandemia?

Alegría era el sentimiento que yo tenía antes del confinamiento y es el sentimiento que tendré después. También he dicho que durante el confinamiento lo que tengo es un sentimiento de alegría congelada. Siempre la alegría es una obligación moral. No sé cuál es el tamaño histórico de lo que estamos viviendo. La canciller alemana (Angela) Merkel dijo el otro día que desde la Segunda Guerra Mundial no había habido nada comparable. Mucha gente está repitiendo eso como un mantra. Todo dependerá de la recuperación económica. Todo dependerá de que sepamos recuperar un sentimiento, el de la alegría.

¿Qué es lo que más extraña hoy de ese pasado, cada vez más remoto, del año 2019, sin encierros ni angustias universales por salir de casa para ir por comida o agua, como si estuviéramos yendo a la guerra?

La reclusión forzada tiene mucho de penal, de cárcel. La escritura de libros como Ordesa y Alegría fue una exploración de la memoria en soledad. El denominador común puede ser la soledad. Pero yo escribí las novelas en medio de un montón de viajes. Para mí viajar es un acto de conocimiento. Ahora el único que hago es al supermercado una vez a la semana. Es curioso, porque aun cuando estoy en el supermercado, rodeado de gente con mascarilla, tengo la sensación de que estoy viajando. Pero no sé adónde estoy viajando, y me parece que no me gusta el destino final.

La muerte es un tema que orbita en sus últimas dos novelas autobiográficas “Ordesa” y “Alegría”. En medio de esta pandemia, ¿cómo ha cambiado esa percepción?

La muerte es una de las realidades fundamentales de la condición humana. Hemos visto que han muerto miles de personas. La muerte en soledad ha sido lo que más me ha llamado la atención: los ancianos que morían sin sus familias.

España y en general Europa han puesto una cuota muy alta de víctimas mortales en esta pandemia. Por asuntos sanitarios miles de esos muertos han tenido funerales solitarios, sin deudos, casi sin rituales. ¿Cómo afecta al duelo familiar un adiós como ese?

Puede generar un sentido de culpa en los deudos y también un sentido de rabia contra los gobiernos y contra los políticos.

Otra distorsión terrible que provoca este conteo de muertos a diario es que esos muertos se van volviendo números fríos, estadísticas para medir curvas de salud pública. Sin embargo, todos esos muertos tenían una vida que merecía ser contada, ¿no le parece?

Allí está la responsabilidad de cada persona: hay que ser capaces de defender la dignidad de tus muertos. Eso hice yo en mis dos novelas, tanto en Ordesa como en Alegría: construir un duelo personal que sea capaz de superar la fría estadística. Yo creo que si algo ha demostrado la pandemia es la utilidad de la cultura. Podríamos empezar por reconocer que la cultura es un bien absoluto, imprescindible.

Escribía usted en “Ordesa” lo siguiente: “Si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes a mañana, porque el mañana es de los muertos”. ¿Qué quisiera hoy preguntarle a alguien y por qué?

Estos días me he acordado mucho de mi padre y de mi madre. No sabría qué preguntarles. Solo los añoro. En los momentos difíciles echas de menos a tus padres.

El mundo siempre ha sido un mundo difícil. Hambre, guerras, vanidades, muerte. Ahora, a esas realidades, se suma el encierro. Y lo que el encierro hace con nuestras cabezas. ¿En su caso, qué ha sido lo más difícil?

A mí me afecta mucho el confinamiento. Intento trabajar, pero cuesta escribir con un mundo cercado por la pandemia, por el sufrimiento de miles de muertos y por la desesperación de tanta gente que ha perdido a sus seres queridos.

Una de las dificultades primordiales del encierro es que nos obliga a lidiar con nosotros mismos, con nuestros fantasmas, con nuestros miedos. Hay demasiado tiempo siempre para confrontarnos con nuestro pasado y con el resultado de ese pasado hoy, es decir, nuestro presente. ¿Usted cómo lidia con usted mismo hoy?

Intento buscar motivos de esperanza. Hablo por teléfono con los amigos y la familia. Intento leer muchos libros. Intento tener serenidad y pensar en los demás.

Escribía usted en Twitter, hace poco, que este momento tan tremendo del mundo le ha impedido hacer lo que mejor sabe: escribir. Pero hoy el mundo está tan urgido de vacunas como de arte y literatura. ¿Está escribiendo algo ahora mismo?

Estoy escribiendo sobre la pandemia porque va a cambiar muchas cosas. Nos hemos dado cuenta de que somos de una vulnerabilidad terrible. Además, hay un tema oculto del que no se habla porque nos aterra: pensar que el COVID-19 es el comienzo de otras pandemias que vendrán. De modo que la vida puede llegar a convertirse en una convivencia perpetua con los virus, que además son invisibles y exigen un acto de fe. Creer que existe un virus es también un acto de fe. La ciencia a veces se parece a la religión. La ciencia no puede sustituir a la filosofía. Quiero decir que la gente tiene que seguir pensando más allá de lo que diga la ciencia. El virus es una construcción científica, revalidada de acuerdo con unos protocolos de verificación que son también construcciones intelectuales, son modelos. Dentro de 50 años estos modelos se revelarán ingenuos y de época. La ciencia es también contexto cultural.

¿Qué está leyendo ahora para sacudirse esta tristeza tan apabullante del mundo?

El Quijote de Cervantes. Lo recomiendo.

¿Podremos como humanidad salir distintos de esta experiencia o volveremos, como antes, después de las pestes y las guerras, a aniquilarnos con métodos más sofisticados?

Eso nadie lo sabe. Ojalá aprendamos a ser más solidarios y mejores personas.

¿Qué va a pasar con el amor en este mundo antiséptico que prohíbe los besos y abrazos?

Para contestar a esa pregunta mejor lo hago expresando un deseo: creo que jamás volveremos a dar un beso protocolario cuando esto termine. Todos los besos se volverán besos poderosos, fuertes, grandes, sexis y salvajes.

¿Cómo nos llenamos de esperanza cuando la incertidumbre nos vence como hoy?

Mirando el corazón de la vida, mirando la luz del sol, bebiendo un vaso de agua y dándole gracias a la vida, como en la canción de Violeta Parra.

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Por Juan David Laverde Palma

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