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Cuando Óscar Wilde escribió en la cárcel

“De profundis” fue la epístola que escribió Wilde para Alfred Douglas, el amor por el que lo condenaron a dos años de prisión.

Camila Builes
30 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.
Retrato de Óscar Wilde y  Alfred Douglas “Bosie”. / Dominio público
Retrato de Óscar Wilde y Alfred Douglas “Bosie”. / Dominio público

“Has de leer esta carta desde la primera hasta la última letra, aunque cada palabra te penetre como si fuese fuego, o como el bisturí del cirujano. Es preciso que con ella la carne delicada sangre o se abrase. Piensa que el loco que ven los dioses es completamente distinto de aquel que ven los hombres (...) la verdadera locura, de la que se mofan o con la que juegan los dioses, es la que se ignora a sí misma.

Así fui yo durante demasiado tiempo, y así fuiste tú. No lo seas ya más. No te asustes: el mayor de los vicios es la ligereza; todo lo que llega hasta la conciencia es justo”. De profundis, la epístola escrita por Óscar Wilde en la prisión de Reading en marzo de 1897, dos meses antes de que cumpliera su sentencia, que fue impuesta por el delito de sodomía.

Alfred Douglas “Bosie” era aristócrata, su padre era el Marqués de Queensberry, un hombre ateo poco acostumbrado a que le llevaran la contraria. Alfred Douglas era el destinatario de la carta.

A mediados de 1891 le presentaron a Wilde un estudiante de Oxford, Douglas “Bosie”.

“No puedo permitirte vivir con el peso que cargas en el corazón por haber arruinado a un hombre como yo. Este pensamiento puede llenarte de una indiferencia inhumana o de una mórbida tristeza, debo descargarte de ese peso y llevarlo sobre mis hombros”.

Fue amor mutuo, –dicen algunas biografías–, fue amor a primera vista. Un amor mantenido en vano secreto: Wilde llevó incluso a “Bosie” a su casa para presentarlo a su esposa. No fue suficiente. Queensberry, padre de “Bosie”, enseguida empezó a sospechar del nuevo amigo de su hijo y de la naturaleza de aquella relación. Se enfrentó con su hijo delante de Wilde. Les advirtió que no permitiría una relación entre ambos ni que el escritor, por más afamado que fuera, descarrilara a su hijo por la homosexualidad.

“Te he escrito con absoluta libertad. Puedes escribirme de igual manera. Lo que deseo saber de ti es por qué no has hecho ningún intento de escribirme desde agosto del año antepasado y especialmente después de que, en mayo del último año, hace ya once meses, reconociste y admitiste entre otras personas que sabías cómo me has hecho sufrir y cómo lo he sentido” .

El Marqués de Queensberry, que lo había mandado a investigar, un día se plantó en Albemarle Club, un antro londinense que frecuentaba Wilde. Le dejó una nota al portero en una de sus tarjetas personales: “A Oscar Wilde, que alardea de sodomita”.

Pasaron dos semanas hasta que Wilde llegara y la leyera. El portero del club, que la había leído antes, le aseguró que nadie más la había visto. Wilde decidió devolver el golpe contra el Marqués por injuriarlo como sodomita. Contrató al abogado Charles Humphreys quien, antes de aceptar su defensa, preguntó a Wilde qué había de cierto en la afirmación de Queensberry. El escritor contestó que nada y sólo así el abogado aceptó defenderlo.

El jurado declaró al marqués no culpable, pues consideraron que Wilde sí había alardeado de su orientación sexual. Esta absolución estuvo seguida de la detención de Wilde sin derecho a fianza y del embargo de sus bienes. El 26 de abril de 1895 se inició el primer proceso contra Wilde por pervertir a la juventud y contra Alfred Taylor (proxeneta londinense), por proporcionarle jovencitos.

Mucho se ha hablado de cómo se llevó el juicio. Que el marqués había hecho seguir a Wilde desde mucho antes -ya eran cuatro años desde que se conocieron-, que los testigos estaban pagados, que la prensa hizo un circo.

Clarke, abogado de Wilde, consiguió que el jurado fuera incapaz de alcanzar un veredicto y que se pusiera al escritor en libertad. Duró poco. El jurado decidió condenar a Óscar Wilde aunque hubiera que iniciar un segundo proceso. Y así se hizo. El 20 de mayo de 1895 se inició el segundo proceso en su contra, que resultó en una condena a dos años de trabajos forzados que cumplió en la cárcel de Reading, donde al entrar perdió su nombre. Se convirtió en C.3.3. En esta etapa su salud terminó gravemente deteriorada. Óscar Wilde tenía 41 años cuando entró a prisión.

Su esposa cambió de nombre, también se los cambió a sus hijos y se los llevó a Holanda para desvincularse del escándalo. Lo obligó también a renunciar a sus derechos como padre y más tarde, después de haber sido liberado, se negó a seguirle manteniendo si lo veían con hombres o en compañía de su amante.

Alfred Douglas nunca le contestó. Se le criticó por ser mezquino y porque –supuestamente– solo estaba con el escritor por fastidiar a su padre. Wilde sufrió la tortura de la esperanza

“A pesar de tu conducta hacia mí, siempre he sentido que en el fondo me amabas.

Por Camila Builes

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