Cuánto tardamos en valorar a ¡Totó, la Momposina!
La mujer que ha viajado por todo el mundo tiene un epicentro claro: el río Magdalena. Viaje a la misión más honda de la reina de nuestro folclor musical: enamorarnos de Colombia.
Teatropedia * Especial para El Espectador
I
Sabor... y vida. Quizás eso, que es tanto, es lo que nos evoca un mujerón como Totó la Momposina, doña Sonia Bazanta Vides, la reina de la cumbia, el porro y el bullerengue.
Mientras nosotros llegamos tarde a ella, a su música, a lo que representa, y nos encanta, ella ya fue y volvió mil veces: pasó de Talaigua a Villavicencio, a Barrios Unidos y al Restrepo y luego a las calles de París y a La Sorbona, y a Cuba y a Alemania y luego ya fue el mundo entero, pero siempre con un solo fin: regresar al río Magdalena para encontrarse en el eco de sus aguas y remar como el pescador de don José Benito (Barros), quien le agua los ojos al recordarlo y habla con la luna, con la playa, no tiene fortuna, solo su atarraya. (Le puede interesar: Según Totó, el reguetón embrutece a la humanidad).
Ella sabe perfectamente de dónde viene. Y le rinde tributo a su sangre negra y a su sangre indígena. Es heredera de dos grandes legados artísticos: el de los Vides Choperena y el de los Bazanta. De su mamá, la bailadora Libia Vides, la que todo se lo enseñó —cómo será de importante en su vida que dice “cuando Libia canta, el barro se vuelve oro, baja la cabeza el toro y las varillas se levantan”—, y aprendió la tradición de los Vides Choperena, de pintores, escultores, poetas y dramaturgos. De su abuelo, Virgilio Bazanta, heredó el sonido del clarinete y de la banda que dirigía en Magangué. Y de su papá, Daniel Bazanta, que fue zapatero y tamborero, aprendió que los oficios hay que conocerlos, y bien, porque son la base de toda vida, de toda herencia. Todos, todos prolongaron los pálpitos de los tambores alegre y llamador, el guache, las maracas y la flauta de millo.
Y entonces ella canta.
Abre la boca y de allí sale algo, una suerte de estruendo maravilloso, que se parece mucho a la vida: porque cuando Totó cita al compositor Pablo Flórez y nos dice que mi porro me sabe a todo, lo bueno de mi región, me sabe a caña, me sabe a toros, me sabe a fiesta me sabe a ron, me sabe a piña, me sabe a mango, me sabe a leche esperá en corral, me sabe a china, maraca y fandangos, y ají con huevos y en machucá jee, mi porro me sabe… uno, inevitablemente, empieza a contonearse y a olerlo todo y a sentir y a cerrar los ojos chiquititos de la delicia que se le mete en el paladar y lo endulza y todo huele y sabe a mango y a calor. (Premio para Totó la Momposina).
Pero no siempre fue así.
II
Nos costó mucho como sociedad, como país, valorar a Totó. Tuvo que vivir media vida en el anonimato, trabajando y trabajando, cantando y bailando, para que en 1993, con La candela viva, Peter Gabriel y su sello Real World le descubrieran a Colombia que existía una mujer llamada Totó la Momposina que era algo verdaderamente grande. Para ella significó un reconocimiento, pero no se deslumbró con la fama. Es más, siguió explorando nuevas cosas, porque siempre ha tenido claro su objetivo: enamorarnos de nuestras raíces.
Con Carmelina, de 1995-1996, rompió con lo que había hecho siempre e introdujo instrumentos con los que no había trabajado nunca: el bombardino, la trompeta, el tiple y la guitarra. Le quería meter vientos a los aires del Caribe.
Y luego, en el 2000, se metió de frente con los ritmos africanos, interpretados por músicos de ese continente, en Pacantó. Se fue a las raíces de la champeta, el soukus, de manos del senegalés Papá Nono Noel, e hizo fusiones con las músicas tradicionales. De allí salieron sonidos insospechados.
Tan inesperadas como las colaboraciones que ha hecho con artistas que se enorgullecen de tenerla a su lado, como Calle 13, que la juntó con la peruana Susana Baca y la brasileña María Rita y cantaron los cuatro Latinoamérica, volviéndolo himno del continente. También cantó junto a la mexicana Lila Downs y con su coterráneo, el acordeonero Celso Piña, para entonar Zapata se queda. Se le siente cómoda con ellos, tanto como cuando cantó con la maestra de maestras: Petrona Martínez. Y con Mónica Giraldo, quien le rinde un homenaje a Totó en Así lo canto yo, en donde cantan a dúo y se acompañan del alegre interpretado por otro de los herederos de la magia Bazanta Vides: Marco Vinicio Oyaga.
Y así lo canta:
Soy del río
vengo del sol
borro el olvido
traigo el calor.
III
Pasa con Totó la Momposina que se descubren mundos. Que se enriquece el oído. Que oyendo sus mil formas del sonido, finalmente entendemos lo que nos ha tratado de decir desde que asumió la misión que su familia le legó: hacernos sentir orgullo de lo que somos.
Sabe, sin embargo, que es un esfuerzo permanente. Y que no puede bajar la guardia. Porque es fácil perderse en ese camino, porque luchamos contra un prejuicio en el que la palabra “folclor” durante demasiado tiempo mereció un trato de segunda y podía esconderse dentro de un cajón. Y ella lo sabe tanto que dice: “El día que Colombia se apropie de su cultura y la tenga como arraigo popular ya habremos comenzado un proceso”. Para eso, aún falta.
Pero si hay algo que ella tiene, y de sobra, es esperanza. Sabe que estamos, poco a poco, despertando. Descubriendo eso que decía Carlos Fuentes y era que la mayor de nuestras riquezas era la diversidad. Así que habrá un día, ojalá no tan lejano, en el que podamos distinguir un bullerengue de una cumbia y de un porro, así, sin dudarlo. Y nos pondremos esas polleras generosas para bailar esa música sabrosa. Y quizá, si nos esforzamos, podremos sonreír como ella lo hace, disfrutando cada bocanada de aire que la vida le concede, para que siga haciéndonos felices.
*Teatropedia es un proyecto del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en pro de la formación de públicos en temas culturales (www.teatromayor.org).
I
Sabor... y vida. Quizás eso, que es tanto, es lo que nos evoca un mujerón como Totó la Momposina, doña Sonia Bazanta Vides, la reina de la cumbia, el porro y el bullerengue.
Mientras nosotros llegamos tarde a ella, a su música, a lo que representa, y nos encanta, ella ya fue y volvió mil veces: pasó de Talaigua a Villavicencio, a Barrios Unidos y al Restrepo y luego a las calles de París y a La Sorbona, y a Cuba y a Alemania y luego ya fue el mundo entero, pero siempre con un solo fin: regresar al río Magdalena para encontrarse en el eco de sus aguas y remar como el pescador de don José Benito (Barros), quien le agua los ojos al recordarlo y habla con la luna, con la playa, no tiene fortuna, solo su atarraya. (Le puede interesar: Según Totó, el reguetón embrutece a la humanidad).
Ella sabe perfectamente de dónde viene. Y le rinde tributo a su sangre negra y a su sangre indígena. Es heredera de dos grandes legados artísticos: el de los Vides Choperena y el de los Bazanta. De su mamá, la bailadora Libia Vides, la que todo se lo enseñó —cómo será de importante en su vida que dice “cuando Libia canta, el barro se vuelve oro, baja la cabeza el toro y las varillas se levantan”—, y aprendió la tradición de los Vides Choperena, de pintores, escultores, poetas y dramaturgos. De su abuelo, Virgilio Bazanta, heredó el sonido del clarinete y de la banda que dirigía en Magangué. Y de su papá, Daniel Bazanta, que fue zapatero y tamborero, aprendió que los oficios hay que conocerlos, y bien, porque son la base de toda vida, de toda herencia. Todos, todos prolongaron los pálpitos de los tambores alegre y llamador, el guache, las maracas y la flauta de millo.
Y entonces ella canta.
Abre la boca y de allí sale algo, una suerte de estruendo maravilloso, que se parece mucho a la vida: porque cuando Totó cita al compositor Pablo Flórez y nos dice que mi porro me sabe a todo, lo bueno de mi región, me sabe a caña, me sabe a toros, me sabe a fiesta me sabe a ron, me sabe a piña, me sabe a mango, me sabe a leche esperá en corral, me sabe a china, maraca y fandangos, y ají con huevos y en machucá jee, mi porro me sabe… uno, inevitablemente, empieza a contonearse y a olerlo todo y a sentir y a cerrar los ojos chiquititos de la delicia que se le mete en el paladar y lo endulza y todo huele y sabe a mango y a calor. (Premio para Totó la Momposina).
Pero no siempre fue así.
II
Nos costó mucho como sociedad, como país, valorar a Totó. Tuvo que vivir media vida en el anonimato, trabajando y trabajando, cantando y bailando, para que en 1993, con La candela viva, Peter Gabriel y su sello Real World le descubrieran a Colombia que existía una mujer llamada Totó la Momposina que era algo verdaderamente grande. Para ella significó un reconocimiento, pero no se deslumbró con la fama. Es más, siguió explorando nuevas cosas, porque siempre ha tenido claro su objetivo: enamorarnos de nuestras raíces.
Con Carmelina, de 1995-1996, rompió con lo que había hecho siempre e introdujo instrumentos con los que no había trabajado nunca: el bombardino, la trompeta, el tiple y la guitarra. Le quería meter vientos a los aires del Caribe.
Y luego, en el 2000, se metió de frente con los ritmos africanos, interpretados por músicos de ese continente, en Pacantó. Se fue a las raíces de la champeta, el soukus, de manos del senegalés Papá Nono Noel, e hizo fusiones con las músicas tradicionales. De allí salieron sonidos insospechados.
Tan inesperadas como las colaboraciones que ha hecho con artistas que se enorgullecen de tenerla a su lado, como Calle 13, que la juntó con la peruana Susana Baca y la brasileña María Rita y cantaron los cuatro Latinoamérica, volviéndolo himno del continente. También cantó junto a la mexicana Lila Downs y con su coterráneo, el acordeonero Celso Piña, para entonar Zapata se queda. Se le siente cómoda con ellos, tanto como cuando cantó con la maestra de maestras: Petrona Martínez. Y con Mónica Giraldo, quien le rinde un homenaje a Totó en Así lo canto yo, en donde cantan a dúo y se acompañan del alegre interpretado por otro de los herederos de la magia Bazanta Vides: Marco Vinicio Oyaga.
Y así lo canta:
Soy del río
vengo del sol
borro el olvido
traigo el calor.
III
Pasa con Totó la Momposina que se descubren mundos. Que se enriquece el oído. Que oyendo sus mil formas del sonido, finalmente entendemos lo que nos ha tratado de decir desde que asumió la misión que su familia le legó: hacernos sentir orgullo de lo que somos.
Sabe, sin embargo, que es un esfuerzo permanente. Y que no puede bajar la guardia. Porque es fácil perderse en ese camino, porque luchamos contra un prejuicio en el que la palabra “folclor” durante demasiado tiempo mereció un trato de segunda y podía esconderse dentro de un cajón. Y ella lo sabe tanto que dice: “El día que Colombia se apropie de su cultura y la tenga como arraigo popular ya habremos comenzado un proceso”. Para eso, aún falta.
Pero si hay algo que ella tiene, y de sobra, es esperanza. Sabe que estamos, poco a poco, despertando. Descubriendo eso que decía Carlos Fuentes y era que la mayor de nuestras riquezas era la diversidad. Así que habrá un día, ojalá no tan lejano, en el que podamos distinguir un bullerengue de una cumbia y de un porro, así, sin dudarlo. Y nos pondremos esas polleras generosas para bailar esa música sabrosa. Y quizá, si nos esforzamos, podremos sonreír como ella lo hace, disfrutando cada bocanada de aire que la vida le concede, para que siga haciéndonos felices.
*Teatropedia es un proyecto del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en pro de la formación de públicos en temas culturales (www.teatromayor.org).