Cuestión de mandjuandade (El Cajón de Santaora)
La colectiva Mandjuazz nos remonta a ciertos viajes en el tiempo y nos hace soñar con causalidades mágicas. Es una migración sonora que incita a recorrer varios puntos geográficos. Los caminos entre uno y otro son tramas que habitan en el alma de cualquier melómano presuntuoso: África, Cuba, Puerto Rico y Cali.
Julia Díaz Santa
Miguelinho N’Simba se para frente a todos y ruge. Emite un sonido tosco y enérgico, como el de un caracal. O mejor, como el de un viejo león en la sabana africana. El estrépito llena la sala de conciertos y alguien piensa que quizás, en ese único retumbo, se pueden descifrar las músicas tradicionales de los Pepel. Y de los Balanta, los Manjaco y los Fula.
Más allá de la legión de pueblos que antecede a Miguelinho, ese alguien piensa que en el rugir de ese hombre también están las voces del charrán o del gaviotín negro.
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¿Quién pudiera auscultar, en ese bramido, toda la historia, la música y la diversidad de Guinea-Bissau? el concierto avanza. Junto al africano, en el escenario, está el resto de La Colectiva Mandjuazz. ¿Por qué se dan cita en Cali?, ¿cómo se unieron estas estampas de la música africana y latina en el mismo barrio?
—Hace unas horas, me di cuenta de este concierto y vine corriendo —dice un músico caleño, mientras se acomoda en una de las bancas del teatro.
Miguelinho N’Simba es el tótem musical que inspira la cofradía en escena. Brian King, el productor ejecutivo que abre paso a paso el camino para la materialización. Hay mucha tela que cortar, pero podemos empezar diciendo que, en su ruta de vida por Guinea-Bissau, Brian conoció a Miguelinho, pionero en la música de ese país.
Se entusiasmó, se enamoró con amor de buen melómano y se volvió un adepto de su historia artística: desde la banda Ritmos Guineus, creada por el africano en 1972, hasta su paso crucial por Super Mama Djombo. La banda nacional líder después de la independencia de ese país.
Antes de ser guitarrista, vocalista, compositor, arreglista y saxofonista en dicho proyecto, Miguelinho participó también en la banda Cobiana Djazz y acompañó con su guitarra a figuras de la música moderna de Guinea-Bissau como José Carlos Schwarz y Aliu Bari.
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Cuando Super Mama Djombo se dispersó, él se unió a un grupo folclórico llamado Manjanduade. Es un término que reúne las manifestaciones culturales que existen en cada etnia de su territorio. Tradicionalmente, es una reunión de mujeres en las que cantan canciones raizales, tocan el tambor de agua y el sikó. Miguelinho continuó ahí explorando su sonido único de saxo guineano, o como él lo llama, su sonido de bocina.
—Mandjuandade es algo que no se detiene. Existe en todos los distritos de la ciudad, se organiza también en las tabancas, aldeas del país. Esto es lo que se llama mandjuandade, le cuenta Laura Torres, gestora y productora, a William González, director de Gopraxis, espacio cultural en el que ensaya y graba La Colectiva, días antes del concierto.
—Cuando una mujer tenía quejas del marido buscaba a las amigas, les contaba sus problemas y creaban una canción sobre ello. Después, cuando la aldea se reunía, las amigas cantaban la canción creada que contenía mensajes para el marido y lamentos de la mujer —continúa Laura.
En escena, Miguelinho N’Simba se para frente a todos y canta Bulungudjuba, una obra suya con arreglos de Richie Flores y Harlinson Lozano Santibañez, que narra la historia de una madre que hace todo lo posible por sacar su hijo adelante. Una vendedora de maní y de otras especialidades que lucha por vivir y sobrevivir. La manisera entona su pregón, parafraseando a Antonio Machín.
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Junto a él, en el escenario, está el resto de La Colectiva Mandjuazz: los cubanos Alaín Perez y Horacio “El Negro” Hernández, el puertoriqueño Richi Florez y los caleños: Harlinson Ibañez, Andrés Sánchez, Olga Domínguez, Marlin Murillo, Jeffry Obando, Ómar Trujillo, Giovani Caldas, Carolina Mosquera y otros tantos de esta ciudad. Por cosas del destino, Cali es la base del proyecto musical.
Alguien piensa que, más allá del sueño del productor Brian King, solo una causalidad mágica ha logrado reunirlos ahí. Tantas sonoridades, colores y ritmos no son otra cosa que un largo viaje en el tiempo.
—¿Cómo es que un norteamericano, líder de programas globales de transformación digital de los sistemas alimentarios en el mundo, está detrás de todo esto? —pregunta ese alguien y Brian responde, en la tras escena, levantando las cejas y con una risa de no tengo idea. O de no te lo puedo resumir ahora.
Miguelinho N’Simba se para frente a todos y ruge con su sonido de bocina. Su rugido conmueve porque él no es una persona. Es el trazo que une distintos puntos geográficos. Es una colectiva, una comunidad.
Miguelinho N’Simba se para frente a todos y ruge. Emite un sonido tosco y enérgico, como el de un caracal. O mejor, como el de un viejo león en la sabana africana. El estrépito llena la sala de conciertos y alguien piensa que quizás, en ese único retumbo, se pueden descifrar las músicas tradicionales de los Pepel. Y de los Balanta, los Manjaco y los Fula.
Más allá de la legión de pueblos que antecede a Miguelinho, ese alguien piensa que en el rugir de ese hombre también están las voces del charrán o del gaviotín negro.
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—Hace unas horas, me di cuenta de este concierto y vine corriendo —dice un músico caleño, mientras se acomoda en una de las bancas del teatro.
Miguelinho N’Simba es el tótem musical que inspira la cofradía en escena. Brian King, el productor ejecutivo que abre paso a paso el camino para la materialización. Hay mucha tela que cortar, pero podemos empezar diciendo que, en su ruta de vida por Guinea-Bissau, Brian conoció a Miguelinho, pionero en la música de ese país.
Se entusiasmó, se enamoró con amor de buen melómano y se volvió un adepto de su historia artística: desde la banda Ritmos Guineus, creada por el africano en 1972, hasta su paso crucial por Super Mama Djombo. La banda nacional líder después de la independencia de ese país.
Antes de ser guitarrista, vocalista, compositor, arreglista y saxofonista en dicho proyecto, Miguelinho participó también en la banda Cobiana Djazz y acompañó con su guitarra a figuras de la música moderna de Guinea-Bissau como José Carlos Schwarz y Aliu Bari.
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—Mandjuandade es algo que no se detiene. Existe en todos los distritos de la ciudad, se organiza también en las tabancas, aldeas del país. Esto es lo que se llama mandjuandade, le cuenta Laura Torres, gestora y productora, a William González, director de Gopraxis, espacio cultural en el que ensaya y graba La Colectiva, días antes del concierto.
—Cuando una mujer tenía quejas del marido buscaba a las amigas, les contaba sus problemas y creaban una canción sobre ello. Después, cuando la aldea se reunía, las amigas cantaban la canción creada que contenía mensajes para el marido y lamentos de la mujer —continúa Laura.
En escena, Miguelinho N’Simba se para frente a todos y canta Bulungudjuba, una obra suya con arreglos de Richie Flores y Harlinson Lozano Santibañez, que narra la historia de una madre que hace todo lo posible por sacar su hijo adelante. Una vendedora de maní y de otras especialidades que lucha por vivir y sobrevivir. La manisera entona su pregón, parafraseando a Antonio Machín.
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—¿Cómo es que un norteamericano, líder de programas globales de transformación digital de los sistemas alimentarios en el mundo, está detrás de todo esto? —pregunta ese alguien y Brian responde, en la tras escena, levantando las cejas y con una risa de no tengo idea. O de no te lo puedo resumir ahora.
Miguelinho N’Simba se para frente a todos y ruge con su sonido de bocina. Su rugido conmueve porque él no es una persona. Es el trazo que une distintos puntos geográficos. Es una colectiva, una comunidad.