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Recientemente, participó en el festival de poesía Reverso Bogotá y fue la ganadora de una de las categorías. Háblenos de esta experiencia.
Se presentaron muchos poetas de Bogotá, lo cual me honra mucho porque participó gente muy talentosa. Recibir este reconocimiento es valiosísimo para una persona como yo, que ha venido escribiendo constantemente, aunque publicando no tan seguido. Fue muy bello poder leer en emisoras distritales, universitarias y estar conectada con la ciudad. Me siento muy feliz de haber recibido este reconocimiento, sabiendo también que es una gran responsabilidad tener encima esa idea de la “poeta bogotana”. Estuve en Argentina el año pasado estudiando, pero me diagnosticaron cáncer y tuve que regresar. No hay un lugar en el que me sienta más a gusto, porque más allá de que esté mi familia o la gente con la que comparto, es mi ciudad. Cuando anunciaron un concurso para escribir poemas sobre Bogotá, me di cuenta de que ya tenía varios textos sobre lo mucho que había extrañado este lugar. Entonces pensé: “Bueno, pues voy a presentarme”.
Entre los poemas que presentó hay uno que es una plegaria: “Cuídame de mí, señor”. ¿Cómo lo define?
No es que a raíz de mi diagnóstico me haya acercado a Dios: siempre ha estado muy presente en mi literatura. Pero estar cerca de morirse implica estar más cerca espiritualmente de uno mismo. En esa época estuve leyendo Las confesiones, de san Agustín, y fue bellísimo porque cuando me dieron el diagnóstico volví a mi casa, abrí el libro y tenía escrita una frase mía en la página donde iba: “Cuídame de mí, señor”. Lo que hice fue escribir sobre lo que estaba viviendo en esos días. Fue maravilloso porque la poesía siempre está ahí, pero hay que sentarse a bajarla. Sentí como un llamado de la palabra, y fue algo que me salió casi de manera innata. De los cinco poemas que presenté, algunos están muy relacionados con la fe, pero también con una crítica a Dios, como un reclamo. Sentí que eso tenía que decirlo, y creo que funcionó tanto para mí como para que el jurado lo destacara.
Al final, uno termina escribiendo con el cuerpo...
La poesía tiene mucho que ver con el cuerpo. Sentarse a escribir un poema hoy en día es casi revolucionario. Detenerlo todo, parar en medio de la calle para escribir es un acto de resistencia en estos tiempos tan convulsionados. Yo pienso que estar enfermo es parte de la vida, pero, como dice Susan Sontag, es una ciudadanía más cara. Todos estamos aquí, pero en algún momento nos toca pagar ese precio. Ahora, en mi vida, la enfermedad y el cuerpo están muy relacionados con mi literatura. Es una literatura íntima que intenta ser universal porque todos nos enfermamos, todos lidiamos con la fe, la tengamos o no. El dolor, especialmente, acerca mucho a la poesía. Pero no se trata solo de volcarlo ahí, sino de sostenerse. La poesía es un lugar para sostenerse en momentos de mucho dolor. Eso buscaba con mi plegaria, decir “cuídame de mí, señor”. Porque a veces no sé de qué soy capaz cuando el dolor es muy grande. El cáncer, además, tiene algo muy particular: es tu propio cuerpo atacándote. Esa idea me parecía una analogía interesante. Es como pedirle a Dios: “Cuídame de lo que mi cuerpo está haciendo conmigo”. Pero también era una pregunta: “¿Qué hago en este cuerpo? ¿Por qué esto?”. Escribir esos poemas fue acercarme a la idea de que todos llevamos contradicciones. La gente critica que uno pueda ser un poco masculino y un poco femenino, pero tú, señor, eres la Santísima Trinidad: tres cosas al mismo tiempo, y nadie te dice nada.
¿Qué piensa de la fe?
Hugo Mujica dijo: “Un escritor es el que sabe escuchar lo que la vida le dice”. Es un poeta, un cura. Creo firmemente en eso: la poesía busca encontrar belleza, incluso en el dolor, en lo estético, en lo natural. La belleza del mundo, para mí, implica que uno se acerque a mirarla, porque esa belleza no fue creada porque sí. Llámenlo Dios, Espíritu Santo, deidad, como quieran; creo que es algo íntimo. Siempre he tenido muchas preguntas sobre la fe. Me he acercado mucho al lado espiritual sin tratar de convencer a nadie. Ahora parece que creer en algo es visto como ignorancia, pero para mí es un llamado. Es sentirse elegido para ver la belleza del mundo y poder dejarla en un papelito, detrás de un cuaderno. Eso me parece milagroso. La poesía es un milagro. Veo una conexión entre la fe y la poesía. Ambas requieren constancia, algo que es difícil de sostener cada día. Mantener una mirada poética diaria es un esfuerzo constante. La fe, como decía san Agustín, se da con el corazón, pero también con la razón. Y siento que es lo mismo con la poesía: tener fe en que cada día uno encontrará algo pequeño en el vivir diario que puede encapsular en palabras.
¿En qué momento sintió su primera conexión con la literatura, con querer ver y posar la mirada?
Cuando era niña tenía muchas cosas que decir, pero no las dije: cosas sobre cómo me sentía en el entorno en el que vivía o sobre ser homosexual. Son esas cosas que uno se guarda de niña. Leer me ayudó mucho porque me di cuenta de que, a través de la literatura, podía expresarlas. Aunque las guardé durante mucho tiempo, en mi vida adulta empecé a asistir a talleres de escritura, a leer más libros, y a trabajar con profesores como Camila Charry y Federico Díaz-Granados en talleres de poesía y literatura. Ahí pude empezar a decir en voz alta lo que tenía que decir, sin pretensiones. Jamás me imaginé ganar un premio, porque eran muy personales, intimistas, sobre mi casa, mi familia. Pero luego uno se va metiendo más en el mundo de la literatura. Entonces piensas: “Wow, a alguien le pareció que mi trabajo valía la pena”. Eso es emocionante porque escribir es muy solitario, no es algo agradecido. Que de vez en cuando alguien diga: “Oye, lo que haces está muy bien”, es reconfortante. Aun así, intento no creerme mucho esas cosas, porque al final, al otro día, hay que seguir escribiendo.
Veo que a muchos les llama la atención que se haya dedicado primero a la comunicación y luego a la escritura.
Eso tiene una explicación. Vengo de una familia muy sencilla, bogotana, y creo que soy la primera persona en mi casa con posgrado o algo así. Cuando llegó el momento de decidir qué estudiar, yo quería escribir, pero literatura solo la dictaban de día, y no se podía trabajar en la noche. Eso lo hacía muy complicado. Estudié pagando, y con comunicación podía hacerlo de noche y trabajar de día, o al revés. Me quedaba mucho más fácil. Pensé: “Bueno, con el periodismo al menos se puede vivir”. Igual era una idea equivocada, porque hoy sé lo que significa ser periodista en Colombia y el riesgo que implica. Nunca intenté basar mi economía en la literatura, sabía que no me llevaría a buen puerto. Así que las cosas salieron como salieron, no sé si para bien o para mal, pero el periodismo fue lo más cercano que encontré. Pensé: “Si García Márquez pudo hacer esto, quizá yo también pueda vivir un poco de mis escritos”. Por un tiempo trabajé en eso, pero la literatura ha ido ocupando cada vez más espacio en mi vida. Y aunque no es algo que esté persiguiendo, es algo que está sucediendo. No voy a hacerle el quite.
Su carrera tiene cada día más reconocimientos, ¿qué piensa cuando ve eso?
Mi mayor interés ahorita es sobrevivir. No tengo muchas ambiciones con respecto a mi carrera literaria. Mis obras se van a defender con o sin mí y eso lo dirá el tiempo, no es algo que me preocupe ni que me interese perseguir. Y bueno, más adelante, en unos años, la obra sobrevivirá o no. Lo que ahorita me interesa es sobrevivir. Sobrevivir seguramente para seguir escribiendo, seguir leyendo, pero no tengo ambiciones más allá. Creo que lo que suceda va a estar bien.