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“Cultura no es solo mandar cajas de libros o hacer talleres”: Irene Vasco

Entrevista con la ganadora del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en reconocimiento a su trayectoria como escritora. Cuenta de sus viajes literarios y como promotora de lectura por todo el país. Opina que Colombia ha avanzado en nivel de lectura.

Nelson Fredy  Padilla
06 de octubre de 2024 - 02:00 p. m.
Irene Vasco Mocovitz asegura ante su biblioteca viajera para niños: “Creo que hay una transformación del país lector”.
Irene Vasco Mocovitz asegura ante su biblioteca viajera para niños: “Creo que hay una transformación del país lector”.
Foto: Nelson Sierra Gutiérrez
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Les presento a Irene Vasco, a quien quería conocer porque lleva 40 años dedicada a escribir para niños y jóvenes y a promover la lectura en todos los rincones de Colombia. Acaba de ser anunciada como ganadora del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en reconocimiento a su trayectoria, que será exaltada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) el próximo 3 de diciembre. Este galardón se suma al de la Organización Internacional del Libro Juvenil, que recibió este año en la Feria del Libro de Bolonia, Italia, y a los premios por vida, obra y trayectoria que le han dado los ministerios de Educación y Culturas, y la Cámara Colombiana del Libro. (No se pierda la entrevista más vista en El Espectador: el historiador Eduardo Sáenz Rovner habla con Nelson Fredy Padilla sobre narcotráfico en Colombia).

¿A esta altura de su vida, qué significan tantos reconocimientos al deber cumplido?

Es muy gratificante. Me da mucha alegría que otras personas lean lo que yo escribo. Me da mucho placer que mi trabajo sea reconocido.

Usted ha escrito 40 libros. El que más recuerdo es “Conjuros y sortilegios”, que para mí representa el poder lúdico que transmite con su literatura y los talleres que hace. ¿Por qué lo carga siempre en su maletín biblioteca junto a esa varita mágica?

La literatura y esta varita me permiten hechizar a las personas. Cuando yo llego a una comunidad en donde me siento ajena, que no sé qué hacer o no me puedo comunicar porque no conozco la lengua y los demás no conocen mi lengua, por ejemplo cuando visito comunidades indígenas aisladas, acudo a este tipo de talismanes. Los libros me dan seguridad y la varita mágica me permite comenzar a jugar. La magia siempre es útil.

Magia me parece una palabra clave en su vida, representada en este caso en un libro en el que las niñas se pueden convertir en ranas y los niños en murciélagos.

Sí. Tengan mucho cuidado aquí en El Espectador, porque la traigo bien cargada.

Más que escritora, ¿por qué se presenta como promotora de lectura?, su profesión paralela y complementaria.

Sí, yo creo que se combinan. Es que si yo me quedara en mi casa solamente leyendo no tendría material literario para crear. Cuando salgo conozco gente, me cuentan sus historias, veo cómo es la vida en otros lugares. Siempre llego llena de anotaciones, de chismes, y así puedo escribir los libros.

Sus obras retratan las diversas culturas de Colombia; el Pacífico, el Caribe, las montañas, la selva, etc., pero me llama mucho la atención su colección “Expedición”, que invita a niños y jóvenes a viajar por la literatura clásica universal; “Expedición Macondo”, para acercarse a la obra de García Márquez; “Expedición El Principito”, “Expedición Las mil y una noches” (sello Sudamericana), que es el libro más reciente. ¿Por qué pasó de los cuentos normales a esta propuesta más compleja?

Porque en mi trabajo como formadora de lectores veo que algunos libros no son tan fáciles como los que normalmente llevamos los que trabajamos con libros infantiles, donde la ilustración prima sobre el texto, o como esas novelitas, que están creciendo en lectores, sobre brujas, duendes, unicornios y otros personajes fantásticos, pero que no tienen tanto peso literario. Me parece bien que los niños lean eso para que fortalezcan sus habilidades lectoras, pero pienso que necesitan más sustancia. No es tan fácil entrar en las grandes obras, porque a veces la escuela las ha convertido en algo que da miedo, que es lectura obligatoria, sin placer. Y lo que quiero es que realmente las sientan como algo propio, como nuevas puertas de entrada a que quieran leer más.

Usted no olvida la emoción que le causó a un niño indígena nukak tener por primera vez un libro en sus manos. ¿Por qué se toma el tiempo para ir a lugares tan lejanos como la selva para llevar cultura?

Porque esas personas son tan colombianas como nosotros y tienen que entrar en la palabra escrita como una manera de crecer como ciudadanos, a través de adquirir la capacidad de leer y escribir.

¿Cómo surgen esos talleres itinerantes en alianza con entidades oficiales?

A mí me gustaría hacerlos por mi cuenta, pero generalmente no es posible. Depende de que me inviten a programas del ministerio de Educación o de Cultura o de alguna institución. A veces son los cabildos indígenas que me invitan porque quieren mejorar la calidad de la educación en los resguardos. Dependo de quien me invite y siempre digo que sí.

En los registros de sus viajes también leí que ha asumido riesgos para ir a campamentos de la guerrilla, de los paramilitares o de excombatientes. ¿Por qué ve la lectura ligada a la búsqueda de la paz?

En eso he trabajado casi siempre de la mano del Estado. En el 2016, por ejemplo, durante el proceso de paz (con la guerrilla de las Farc), fui a campamentos para los excombatientes en lugares muy alejados de los cascos urbanos. Viajamos por horas por las trochas hasta llegar allá, y digo viajamos porque es un trabajo en equipo a raíz de que la Biblioteca Nacional creó un programa de bibliotecas para estos campamentos y yo acompañé algunos. Ahí también había niños que tienen que crecer como lectores, que necesitan esa formación. Solamente mandar cajas de libros no sirve.

¿Y allá también funcionó su varita mágica?

Por supuesto. Además, tengo una colección de varitas de varios colores.

Ese conocimiento del país le ha permitido escribir libros como “El último vuelo de Hortensia”, la historia de una niña marcada por la violencia. ¿Cómo ha creado esas obras y cómo las incorpora a su estrategia pedagógica?

Cuando escribo libros hay unos dirigidos a transmitir mensajes concretos, como las expediciones de que hablamos, como los que he hecho sobre la historia de Colombia, sobre la Independencia, pero estos de ficción realmente no tienen un mensaje o una intención. Son historias que van apareciendo, que me atormentan de alguna manera y que la única manera de ponerme en orden a mí misma es escribiéndolas. La de Hortensia surge de historias que viví a lo largo de varios años. Una vez estuve en un programa de responsabilidad penal con jóvenes adolescentes que iban a un programa de circo como manera de rehabilitación y vi a una niña tan limpia, tan tranquila, tan bonita, volando en esas telas, una artista. Pregunté por qué estaba ahí y me dijeron que era una muchacha muy peligrosa, de las que podía enterrar un puñal por robar un celular. Vi a un personaje literario y quise saber más, pero nadie me podía contar porque es prohibido, ni siquiera su nombre me lo podían decir, pero me quedó dando vueltas en la cabeza. Así surgen esas historias en esos recorridos donde no hay celulares de por medio y uno va conversando con otras personas en un carro durante horas, por lugares como las montañas del Cauca, oyendo a una bibliotecaria maravillosa me fue contando cómo era su vida. Necesito que los demás me cuenten las historias.

Esa sensibilidad seguramente surgió de la formación artística que usted recibió de niña. Cuénteme de su mamá y de su familia.

Sí. Mi mamá y mi papá sembraron eso en mí porque en mi casa se vivía la literatura y el arte de mil maneras. Nosotros vivíamos en el centro de Bogotá, muy cerca de la televisora nacional de Colombia y mi mamá, Sylvia Moscovitz, era cantante de música de cámara en el Teatro Colón y hacía los primeros programas infantiles para la televisión (como Caracolito infantil y El taller del búho). Y desde muy niña yo estuve acompañándola. Me pedía que escribiera pequeños guiones, cuentos y letras para canciones que grabábamos en la Radio Nacional.

Usted tenía el privilegio de grabar junto a artistas como el escritor Manuel Zapata Olivella, la cantante Leonor González Mina, el compositor Francisco Zumaqué. ¿Eso le sirvió para cultivar el espíritu narrativo?

Sí, pero llegué a la conclusión de que tengo espíritu bibliotecario, soy archivista y tengo cuentos escritos. En esa época los hacía a mano en los cuadernos del colegio. Y todo lo guardo. No sé para qué, pero no soy capaz de botar. Eran palabras de niña, había una historia, un germen.

¿El alma viajera viene más del lado de su madre?

Mi mamá era brasileña. En París, en los años 50, llegaron a estudiar las hermanas Moscovitz, mi tía Dina (directora de teatro) y mi mamá, y conocieron a dos colombianos que también eran estudiantes: mi papá, Gustavo Vasco, y Jorge Gaitán Durán, y se casaron con ellos y se vinieron a Colombia.

Gaitán Durán, nadie menos que el fundador de la revista “Mito”, que es un mito en la literatura colombiana.

Sí. En mi casa se reunían todos los que escribían para la revista Mito y también iban pintores, músicos. Mi papá fue fundador del Teatro Nacional y del Festival Iberoamericano de Teatro junto a Fanny Mikey.

Su papá, Gustavo Vasco, es recordado como uno de los asesores más influyentes durante le presidencia de Virgilio Barco Vargas, entre 1986 y 1990.

Sí, pero para mí lo importante es la vida que me dieron rodeada de gran riqueza artística. Pienso que poder escribir ahora tiene que ver con todo eso.

Pero como el arte se cruza con la política le pregunto: ¿Qué ha fallado en las políticas culturales para que se hable de un país en el que cada vez se lee menos?

Creo todo lo contrario. Es decir, he vivido todo lo contrario. Cuando yo comencé a viajar, a ir a los territorios rurales e indígenas, tenía que llevar una maleta enorme de libros y dejarlos allá y volver a comprarlos en Bogotá, porque uno no puede despertar apetitos lectores y después decir esto es mío y me lo traigo y dejarlos desprovistos. No había libros. El país venía de una historia desde la Colonia en donde era prohibido aprender a leer, donde los nativos y los afrodescendientes no tenían acceso a la educación. Solo a mitad del siglo XX comenzaron a multiplicarse las bibliotecas. Ahora yo puedo ir a cualquier municipio de Colombia y en todos hay una biblioteca pública. Recuerdo cuando comencé a trabajar con madres comunitarias que no sabían leer hace 25 años. Ahora muchas son bachilleres, son técnicos, van a la universidad, hacen diplomados. Siento que hay pasos lentos, porque los países cambian lentamente, pero hay una transformación porque nadie podía leer, porque no había libros. Ahora hay libros y más posibilidades lectoras.

¿Usted es testigo de que el Plan Nacional de Lectura y el de bibliotecas funciona?

Por supuesto. La Biblioteca Nacional tiene una Red Nacional de Bibliotecas Públicas, el Banco de la República tiene la red de bibliotecas maravillosas, la renovación de las colecciones es permanente, la capacitación de los bibliotecarios es permanente. Entonces, yo sí creo que hay una transformación del país lector.

Y toda esta historia empieza para usted cuando hizo parte de esa librería emblemática en Bogotá: Espantapájaros. ¿Eso le marcó el rumbo?

Sí, yo escribía y leía mucho desde pequeña, pero no me casé muy rápido. Tuve hijos muy rápido. Me fui a vivir diez años fuera del país y estaba más dedicada a la consolidación de mi familia. Cuando regresé comencé a interesarme, fui directora de programación de la Fundación Rafael Pombo y ahí conocí a Carmiña y a Cristina López, que me invitaron a ser parte de esa librería que ellas estaban creando y fueron diez años de librera. Eso fue como la gran universidad, el diplomado, el máster en literatura infantil y juvenil; leyendo, comprando, vendiendo y comenzando a escribir ya como adulta. Fue la vuelta de tuerca en mi vida.

También fue clave una editora como Margarita Valencia para que empezara a publicar sus libros. ¿Cierto?

Sí, Margarita es mi gran amiga. Ella me ayudó a entender lo que era una librería y después me dijo que me publicaba y eso fue como gran puerta que se abrió para mí, porque no es fácil comenzar a publicar. De hecho, pienso que Conjuros y sortilegios debería llevar el nombre de ella, porque fue un trabajo de equipo de dos años realmente con una gran editora.

Otro momento importante en su vida es la creación de la biblioteca La alegría en las playas de Tolú. ¿Cómo sucedió?

Sí. Desde chiquita tuvimos casa en Tolú, es donde yo conocí el mar, donde viví con mis primos, a donde íbamos con fascinación con mis hijos, mis nietos, mis hermanos. Pero cuando iba de vacaciones, veía que en la vereda nadie sabía leer y escribir y que había grandes necesidades y yo comencé a llegar con libros. Mis amigos bibliotecarios de Medellín comenzaron a llevar libros y hoy la biblioteca hace parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas y va a recibir un premio muy importante porque, como parte del premio que me dieron en Europa, hay una parte destinada a la promoción de lectura a una entidad sin ánimo de lucro que yo elija y, por supuesto, es la biblioteca La Alegría.

¿Cuánta gente se beneficia con esa biblioteca?

Son unas 200 familias nativas, pero también está toda la parte de las casas turísticas de mis vecinos que son los que han contribuido a que la biblioteca se mantenga. Sin dinero no hay cuenta bancaria, no hay salarios. Este programa es un ejemplo de la simbiosis entre una comunidad nativa los colonos que llegamos ahí a hacer nuestras casas. Hemos colaborado para que sea una comunidad donde no hay un solo delincuente, no hay un solo drogadicto, no hay embarazos prematuros. Las niñas crecen, estudian y deciden sobre sus vidas con madurez. Las llaves de la biblioteca se pierden a cada rato porque las llaves circulan de mano en mano. Hay tabletas, hay computadores y todos cuidan. Hay varitas mágicas muy poderosas. Y tengo que reconocer a Carmen Antonia Osuna, que es la bibliotecaria, porque yo no vivo allá. Ella es una mujer de la comunidad que ha dedicado 25 años de manera generosa a crear todo esto.

¿Qué hay que hacer para que eso se multiplique?, la inclusión social a través de la lectura.

Pienso que una de las fallas es que en general los programas son cortos, son muy leves, no son profundos, no tienen continuidad, no tienen peso en las comunidades, sino dan un taller aquí, un taller allá, ahora vamos a tal parte. Eso aparte de un buen rato, no significa nada. Tiene que haber programas que se mantengan.

Que perduren al menos 25 años, como la biblioteca La Alegría.

Así es.

Usted tiene seis nietos. ¿Cómo educarlos en la lectura en la era del teléfono móvil?

Pero también están los libros. Los teléfonos no compiten con la voz de la abuela, con la hermosura de las imágenes de los libros, hechas por grandes ilustradores que son artistas, obras de arte que están en las manos de los niños. Si hay una voz que acompaña y que abraza en la lectura, no hay nada que compita con eso.

¿No hay que preocuparnos tanto porque la tecnología aleje más a las nuevas generaciones de los libros?

Yo creo que es una buena combinación. Por ejemplo, todos mis nietos están muy cercanos a la tecnología. Mi nieto Emiliano es el que me hace mi página web, que está muy moderna según me dijo usted, pero él no lee literatura desde los 12 años. Criado por mí y por mi hija María del Sol, que también es escritora de libros para niños y promotora de lectura, yo creo que quedó tan saturado que decidió que eso no era de su interés, pero lee de muchísimas otras cosas, aprende a través de otros medios. Lo importante fue que se formara como lector, que supiera encontrar las fuentes de información, que pudiera entender en otras lenguas. Esos primeros 12 años le abrieron muchos caminos.

Usted ahora está en camino de terminar un nuevo libro: “Expedición La Odisea”. ¿Cómo va esa travesía griega?

Terminando, jamás. Yo creo que no voy a ser capaz de terminar o que me va a tomar diez años llegar a mi Ítaca. En esta expedición se abren cada vez más y más caminos. Comencé yendo a La Odisea, que me obligó a ir a La Ilíada, que me obligó a ir a los dioses griegos, que me obligó a ir a las películas, volví a ver Ifigenia, volví a los poetas. Espero llegar algún día, pero son expediciones tan deliciosas y fascinantes que no importa si llego o no llego, lo que importa es que estoy en camino.

Razones del jurado para darle el premio a Irene Vasco

El jurado del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil, en su vigésima edición, eligió por unanimidad a Irene Vasco (Bogotá, 1952) por una labor literaria de calidad que, por más de 40 años, ha conectado con los lectores de todas las edades y ha transmitido su amor por los libros. Valoró que sus historias “sean un espejo de la realidad, trascendiendo a través de lo literario”. “De forma transparente y honesta, refleja a los lectores y les da conjuros y sortilegios para mirar y comprender el mundo”. Destacó su habilidad para “navegar entre las aguas cristalinas del humor y las profundidades oceánicas que matizan las complejidades actuales” y su sensibilidad para exponer temas universales y dejar huella con su obra.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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MARIO(dew8h)06 de octubre de 2024 - 03:54 p. m.
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