Damián Pachón Soto: “Se necesita una filosofía viva para tiempos de crisis”
En el libro “Filosofía para profanos, una guía para profesores y estudiantes”, el docente de la Universidad Industrial de Santander ahonda en algunas ideas que atraviesan la historia en este campo de las humanidades.
Andrés Osorio Guillott
Por qué es equivocado hablar de “modernidad” como algo que hace referencia a lo actual?
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Por qué es equivocado hablar de “modernidad” como algo que hace referencia a lo actual?
En estricto sentido, la modernidad es una época y un proyecto histórico, un proyecto de civilización con un conjunto de valores e instituciones. Como periodo histórico, algunos sitúan su inicio en 1453 con la invasión a Constantinopla, hecho que obliga a Europa a buscar rutas alternativas para llegar a Oriente; otros, como Enrique Dussel, la sitúan en 1492 cuando el mundo inicia su conexión definitiva de Occidente a Oriente y de Norte a Sur, es decir, con la conformación del sistema-mundo moderno/colonial; igualmente se suele ubicar en los siglos XVIII o incluso XIX cuando su proyecto se consolida. De todas formas, estas dataciones son meramente prácticas pues tratan de encapsular en una fecha determinada algo que es, ciertamente, un devenir histórico, un cambio constante que no puede ser apresado exactamente.
A mi juicio, la modernidad tiene su prólogo en la primera Cruzada del año 1099, pues fueron estas expediciones religiosas y comerciales las que despertaron a la Europa Latina, la conectaron con Oriente, el Mediterráneo y dieron inicio a la disolución del feudalismo. Lo interesante de las Cruzadas es que aceleran la histórica de Europa, cambia el ritmo de los tiempos y le imprime velocidad a la historia. Es el inicio de lo que yo llamo la forma-vida frenesí, donde la razón cuantitativa, el cálculo, el dinero, el naciente comercio, el surgimiento de las ciudades, etc., empiezan a configurar la civilización volátil, rápida y agitada que tenemos hoy.
La modernidad, entonces, es un proyecto civilizatorio que es inseparable de la razón, como guía; el poder de la ciencia para dominar la naturaleza y buscar, entre otras cosas -como decía Francis Bacon- “la prolongación de la vida, la restitución de la juventud…la alteración de la complexión, de la gordura, de la delgadez” y realizar “todas las cosas posibles”. La modernidad es también el poder de la técnica, la idea de civilización, de progreso; la superación de los prejuicios, la autoridad y la tradición por medio de la ilustración y la crítica como postulaba Kant. Por otro lado, en términos más políticos, es la postulación de la libertad, la igualdad y la fraternidad como ideales humanos. De ahí que estos valores y los derechos del hombre y del ciudadano deban realizarse en la democracia liberal como forma de gobierno, y el Estado de derecho, entendidos como las instituciones más idóneas para regir la convivencia humana.
Sin embargo, este proyecto se realizó parcialmente y hoy está en crisis, lo cual se debió a que la modernidad misma estaba sentada sobre fundamentos contradictorios; su naturaleza era ambigua como dice el filósofo ecuatoriano-mejicano Bolívar Echeverría. Los derechos que la modernidad legó no se podían realizar en medio del capitalismo, su tendencia destructiva de la naturaleza, su voracidad de acumulación, sus valores egoístas, el culto del exitismo, el individualismo. Para no ir tan lejos, el liberalismo económico era incompatible con gran parte de las libertades que ofrecía el liberalismo político y con las promesas de bienestar social. Las profundas desigualdades sociales existentes así lo han demostrado. Por eso, la modernidad se autosabotea e impide realizar lo que promete.
Con todo, si bien hay que revaluar el proyecto moderno, y pensar en alternativas civilizatorias, no podemos renunciar a muchas de sus instituciones, entre ellas, el catálogo de libertades. Éstas se constituyen en una conquista innegable de la sociedad.
¿Por qué seguimos subestimando el papel de la filosofía en la construcción de una sociedad mucho más tolerante y preparada para reflexionar sobre las crisis sociales?
Me gustaría iniciar respondiendo la última pregunta: el papel de la filosofía en la transformación social y en la construcción de sociedades más vivibles, tolerantes, pacíficas, se subestima debido a varios factores: Uno, la escaza importancia que se le da en la educación básica, media e incluso universitaria, entre otras cosas, porque es vista como una asignatura de relleno; y dos, la mala preparación de los docentes, especialmente, de generaciones anteriores, que sin ser licenciados en filosofía, tenían que dictar la asignatura, por ende, eran incapaces de seducir y de enamorar a los alumnos de la disciplina.
El elitismo, el clasismo, el arribismo, el egocentrismo, de muchos (no todos) los filósofos, que no dialogan con otras disciplinas, las subvaloran y las ningunean. Son los mismos que piensan que la filosofía no debe mancharse las manos con asuntos mundanos y que su campo exclusivo son los grandes problemas de la teoría del conocimiento, la ontología y la metafísica, temas que tratan desligados de las más mínimas referencias al mundo de la vida. El hecho de que, en nuestras facultades, la mayoría de profesores “son averroístas”, es decir, comentadores o intérpretes de otros pensadores. Muchos de los profesores son expertos en un autor, viven y comen de él, lo estudian y lo vomitan en una clase. Es lo que yo he llamado el “vampirismo y la regurgitación”. Desde luego, el trabajo filosófico con los autores, los temas, los problemas, el estudio de las corrientes es necesario para que el estudiante logre solvencia filosófica, pero esta práctica, si no se convierte en un ejercicio contextual, situado, termina desconectando la filosofía de la circunstancia, tanto humana como histórico-social.
De tal manera que el filósofo no es un intelectual público, no se unta las manos de realidad, renuncia al pensar situado, etc., y todo ello aleja más la filosofía del espacio público, la relega y la sepulta como un saber exótico. A mi parecer, como lo he dicho muchas veces, se necesita una filosofía viva para tiempos de crisis y, más aún, una filosofía subversiva, que contribuya a subvertir, trastocar, el orden de cosas dado y que ponga su grano de arena en la redefinición de la gramática de la sociedad; una filosofía que desfatalice el ser y que se comprometa con la sociedad, pues ella es una forma de vida, pero también una forma de conciencia.
El contexto actual nos convoca a repensarnos desde una serie de conceptos que parece que fueran fundamentales en una reestructuración de la sociedad (se refiere a la sociedad colombiana? Parece más una pregunta general no referida a un contexto específico) Perdón, memoria, reconciliación, justicia, verdad. ¿Cree que la manera de repensarnos debe partir de un sistema epistemológico en particular? ¿Sería correcto pensar que los conceptos desde los cuales debemos repensarnos son interminables? ¿Cuáles serían fundamentales y cuáles contingentes o secundarios? (Doy una respuesta general)
Todos los sistemas epistemológicos tienen sus méritos, sus virtudes, pero también tienen sus limitaciones. Creo, más bien, que es necesario un auténtico y real trabajo interdisciplinar, que le apueste a una mirada holística de los problemas y de los retos que tenemos en la era del antropoceno. Sólo el trabajo en equipo puede darle respuesta a la gran cantidad de retos que tenemos en un mundo interconectado e interdependiente. Es la naturaleza del mundo mismo la que impone un determinado acercamiento, pues de lo contrario, terminamos encasillándonos en nuestros cerrados y limitados puntos de vista. Recientemente el maestro Jorge Aurelio Díaz decía que “siempre he creído que de quienes más podemos aprender es precisamente de aquellos que discrepan de nosotros, cuando esa discrepancia es el resultado de un buen conocimiento y de una seria reflexión”, pues bien, justamente por eso tenemos que abrirnos a las distintas disciplinas para poder aprender de otros y construir juntos.
En cuanto a los conceptos, no creo que sean interminables, pues justamente todo concepto generaliza, sintetiza. Es cuestión de economía para nuestro “diccionario mental”. Sé que muchos, influidos por Deleuze y Félix Guattari, piensan que la filosofía consiste en crear conceptos, lo cual es parcialmente cierto, pero no siempre es necesario acuñar un concepto nuevo para cada cosa, en muchos casos, basta una re-semantización del mismo concepto, esto es, ampliarle o darle otro significado. Por ejemplo, si creemos que el desarrollo es el crecimiento del PIB, bien podemos adicionar que también implica la satisfacción de necesidades creativas y afectivas, tal como lo postula, por ejemplo, Manfred Max-Neef, premio Nobel Alternativo de Economía. Con esta simple operación, estamos ampliando el contenido y, por qué no, contribuyendo tal vez a la formulación de una política pública que se preocupe por satisfacer las necesidades creativas de algunos ciudadanos específicos.
Los conceptos son fundamentales para dar cuenta del mundo y para comprenderlo, para transmitir nuestra experiencia, pero también lo son para la acción. Los conceptos son faros que pueden desencadenar luchas, acciones. Por eso, ellos mismos son campo de batalla, terreno que tenemos que apropiarnos todos los días si queremos transformar y ampliar nuestra forma de pensar y actuar.
Si tuviéramos que hablar de algunos conceptos fundamentales y secundarios, yo diría que, entre los primeros tendríamos la vida, el dialogo, la comprensión, la convivencia, la solidaridad, la dignidad, la libertad y la justicia social. Entre los segundos, el empoderamiento, la acumulación, el éxito, la utilidad, el rendimiento y el consumo como medida del bienestar.
Hobbes habló de la famosa frase "El lobo es un lobo para el hombre" en El Leviatán. ¿Esa frase no describe, de alguna manera, el comportamiento de la sociedad colombiana en el sentido de una comunidad polarizada y también atravesada por el miedo? ¿No es la polarización una incapacidad de nosotros para dejar de ver al otro como una amenaza?
Sinceramente creo que la llamada polarización en Colombia es más un discurso y cierto dispositivo que usa la derecha para marcar, señalar y movilizar el odio, el resentimiento y el rencor contra quienes piensan diferente a ellos. Es una táctica ideológica, un caballo de batalla para acusar a la oposición de querer incendiar el país, incitar el odio de clases y de trastocar el orden. Ese concepto tiene un poder, un efecto hipnótico sobre las masas y la opinión pública y es usado por quienes defienden el orden y la legalidad. Al fin y al cabo, quienes defienden el orden tal y como es, son precisamente quienes se benefician y se lucran de él y de los privilegios que su posición les confiere.
En la sociedad colombiana lo que hay son posiciones ideológicas muy marcadas, con visiones de sociedad muy distintas, y apuestas políticas diferentes. En esto estoy de acuerdo con el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez. El problema es que un sector utiliza el aparato de Estado, gracias al poder que ostentan, así como los medios de comunicación afines, para movilizar la persecución, realizar la falsa denuncia, mover fake news, etc., contra sectores de la oposición o contra todo aquél que no se alinee con su visión de sociedad y sus particulares intereses.
Por último, no creo que la frase de Hobbes, que en realidad es de Plauto, pueda aplicarse para leer la sociedad colombiana. Hobbes la usa para describir el “estado de naturaleza”, el cual es visto como un estado de guerra de todos contra todos, y por grave que nos parezca la situación colombiana, ese no es el caso.
Hablemos justamente de esa noción del "otro", de la "alteridad". ¿Cómo podemos explicar desde la filosofía la importancia del otro y cómo este tema nos puede llevar a reflexionar, por ejemplo, sobre un sistema democrático?
Hay una cuestión elemental que ya está en el pensador Jesuita Francisco Suárez: la comunidad precede al individuo. Esta idea aparece, de diversas formas, en la filosofía moderna y en la contemporánea. El punto básico es que el Otro me constituye, el Otro forma parte de un mundo social, al cual arribo, al cual soy arrojado. Todos advenimos a un mundo de la vida en el cual empezamos a navegar como peces en el agua. De hecho, la sociedad es para nosotros lo que el agua es para el pez. Y la sociedad es un espacio vital poblado por Otros, diversos, sin los cuales no podríamos vivir, ni desarrollarnos, ni satisfacer nuestras necesidades. Al Otro debo un lenguaje, una cierta subjetividad que ha sido mediada; sin el Otro no hay reconocimiento, etc. Esto es bien sabido.
Ahora, lo que debe lograr la democracia es la inter-existencia o coexistencia de todos. Para ello hay que graduar un conjunto de valores que consideramos estimables, sin los cuales sería imposible la convivencia. Esos valores son la pluralidad, la diversidad y la diferencia. Estos valores sólo tienen sentido, y, de hecho, presuponen al Otro. Por eso, la convivencia en dignidad, libertad, igualdad y justicia social, son el horizonte de la democracia. Ella busca gestionar la vida de la comunidad política para perpetuar, desarrollar y potenciar la vida. Se trata de que la democracia, como forma política, rija la convivencia y permita el desarrollo de la pluridimensionalidad humana. Esto no es posible si todos los ciudadanos no tienen el mismo derecho, de tal manera que sin la realización del Otro no hay realización propia. Por lo demás, todo esto se concreta en la praxis, en la acción colectiva y antagónica y en el diseño de instituciones garantistas.
Ahora, hay muchos Otros: el enemigo, el prójimo, el adversario. Sin embargo, en cada caso hay canales de comunicación, hay posibles mediaciones, que posibilitan un entendimiento. Por ejemplo, si bien al enemigo se le suele eliminar, aun así, hay un derecho de guerra, donde es posible la rendición y donde no se desemboca en la muerte. Con el adversario, por su parte, se discute, se compite, se batalla ideológicamente, pero se le reconoce y respeta como contradictor válido. Y con el prójimo se está tan cerca, que la convivencia se hace más fluida, sin que esto elimine la posible aparición de divergencias. Por lo demás, el conflicto no es eliminable de la sociedad: lo que debemos hacer es aprender a tramitarlo.
Esta idea sobre la alteridad (supongo que concebida negativamente) no tendría que ver, entre otras cosas, con una reducción del individuo, con ese fenómeno en el que la propia individualidad está limitada y coartada por un sistema económico reinante?
Esa apreciación es afirmativa. La modernidad capitalista, la forma vida frenesí que mencioné partió de un presupuesto totalmente falso: existe el individuo- átomo. Lo peor es que el liberalismo ha mantenido ese presupuesto como base ideológica porque fundamenta y justifica la competencia, el egoísmo, el darwinismo social y el exitismo. Sin esa concepción no existiría la sociedad del rendimiento neoliberal, donde la libertad misma está organizada, como decía Theodor Adorno; donde el hedonismo y el narcisismo concretizan un modo de vida consumista, necropolítico, depredador, que aniquila espiritualmente al individuo y lo convierte en una especie de abeja sin panal, sometido a la tiranía anónima de la ley del valor de cambio.
El individuo acuñado por esta sociedad a pesar de necesitar del otro, lo ve de manera instrumental, como un medio para satisfacer sus propios fines egoístas. De esta manera, se cosifica a los otros sujetos y se los utiliza para la realización de los propios intereses. Es la dinámica propia de la sociedad burguesa donde todo se reduce a cifra, a quantum.
En realidad, lo que sí existe y ha existido siempre, es el individuo social. Somos sociales hasta en la ducha. Desde luego no somos copias, o torres de transmisión de contenidos sociales, pues esto nos haría totalmente uniformes. A pesar de los procesos de subjetivación, forjamos cierta singularidad, la cual construimos gracias a nuestras propias experiencias en la familia, la escuela, el medio social, etc., es decir, gracias a nuestras mediaciones específicas. Esa socialidad del individuo, su auto-responsabilidad, su solidaridad con el Otro, es lo que hay que potenciar contra el mito del individuo-átomo, del individuo cápsula.
¿Qué tan aproximados estamos a la ideal del tiempo circular que plantearon los estoicos y que, posteriormente, fue explicada de otra forma por Nietzsche con la idea del eterno retorno? ¿No existe esa sensación con la historia de Colombia?
No creo que estemos aproximándonos a esa idea, o que haya una realización o materialización de la misma.
Esa idea es interesante desde el punto de vista cosmológico, pero lo es más desde el punto de vista ético, tal como en Francia la analizó Deleuze o, en Colombia, Darío Botero Uribe. Desde este punto de vista, es posible plantear una ética radical, incluso como la kantiana, donde los actos deben ser queridos “como si” fueran a repetirse eternamente. Y es interesante, justamente, porque invita a asumir una responsabilidad radical por lo que yo hago, pues nada de lo que haga desaparecerá de la eternidad…también volverá una y otra vez. Así las cosas, el crimen será siempre crimen, el acto heroico será siempre heroico, y “cada dolor, cada placer, cada pensamiento…habrá de volver a ti”. Por lo demás, la idea de Nietzsche es tan sólo una hipótesis, tal como fue formulada en La ciencia jovial: “qué pasaría si un día o una noche…”.
Ahora, en el caso colombiano hemos vivido desde el siglo XIX en ciclos de violencia, que pareceríamos estar en un círculo infinito de conflicto y de desgracias. Hemos tenido una historia donde cada conflicto engendra futuras violencias. Es como si la historia nuestra reclamara más sangre…se alimentara de ella. Es lo que la pensadora española María Zambrano llamaba una “historia sacrificial”. Pero, en realidad, lo que está detrás de todo esto, de este círculo dantesco de violencia, no es ningún fundamento metafísico, o una filosofía de la historia. No. Las causas las encontramos en nuestra constitución social aristocrática, en nuestra formación social. Desde la colonia creamos formas de organización como la encomienda, luego la hacienda, que produjeron estructuras de socialización verticales, jerárquicas y excluyentes, basadas en el amiguismo, las lealtades personales, la subordinación y la dependencia. Estas prácticas estuvieron basadas en el amiguismo, el nepotismo, el mimetismo y el clientelismo. Después, esas mismas prácticas se trasladaron a los partidos políticos, los cuales las han reproducido desde entonces. El resultado: una sociedad desigual, injusta, frustrada, con los valores invertidos o pervertidos, donde el enriquecimiento sin causa, el enriquecimiento ilícito, el abuso de autoridad, el tráfico de influencias, etc., se han convertido en virtudes civiles, y en objetivos de quienes consideran la política como un botín y no como un servicio social. Una sociedad así sólo puede alimentar formas de violencia que se han repetido por lustros en esta democracia corporativa, de un país cuasi-señorial.
No es, entonces, el eterno retorno…son las “eternas” prácticas excluyentes y corruptas las que alimentan con combustible las múltiples violencias que atraviesa la sociedad colombiana.
Pareciera que nosotros vivimos supeditados por el afán. Y el afán conlleva, de alguna manera, a las soluciones rápidas, a la efectividad. Sin embargo, aquí hemos tergiversado la idea de la inmediatez, pues muchas veces esta no es efectiva o precisa. ¿No es esta confusión un elemento que ha vuelto a muchos ciudadanos tramposos y "vivos"? ¿No es también esta la razón por la que olvidamos el poder de la educación al ser esta una parte que toma tiempo y que arroja resultados a largo plazo?
La forma vida-frenesí de la que he hablado o, la sociedad de la aceleración para decirlo con R. Koselleck, racionaliza todos los aspectos de la vida en pro del rendimiento. El lema es hacerlo más rápido, invertir lo menos posible, y producir la mayor ganancia. En esa vorágine, se pierde toda trascendencia…ya se no se construye para el futuro o para la eternidad; se mecanizan los ritmos vitales y se renuncia, por ejemplo, al cultivo de la sensibilidad y al goce creativo.
En la sociedad del espectáculo, de la eyaculación precoz, el tiempo es oro. Esta actitud va en desmedro del go slow en la vida, de pensar, morar, esperar, meditar y contemplar. El afán de resultados, entonces, lleva a la absolutización de los fines y a la perversión de los medios, desechando la relación dialéctica entre ambos. En esa perversión, el facilismo aparece como aliado de la velocidad, del afán y de la utilidad, y enemigo del esfuerzo y del trabajo sostenido. Se genera una relación mecánica donde el fin es endiosado y donde la trampa ofrece un camino corto, más rápido para llegar a él. La avivatez es producto, justamente, de la perversión axiológica de la sociedad, de la anomia moral, de la ausencia de brújulas para la sana y honrada convivencia y de la renuncia al esfuerzo ascético para lograr lo que se desea.
En ese contexto, efectivamente, la educación se torna obsoleta, pierde valor, pues exige mucho esfuerzo y toma mucho tiempo. Por eso la universidad está entrando en una profunda crisis, pues ya no responde a las exigencias de inmediatez y rendimiento de la sociedad actual. Un joven de hoy prefiere aprender una competencia o una habilidad, para entrar lo más pronto posible al mercado laboral, a formar parte del engranaje social. Renuncia, en muchos casos, y voluntariamente, a cualquier tipo de goce, crecimiento espiritual, formación integral, humanista. De esa manera, justo como el hombre tipo o el individuo-cápsula, se pone “a la altura de los tiempos” que exige la sociedad del consumo. El resultado es un empobrecimiento espiritual generalizado y una idiotización masiva de la sociedad.