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Usted se presenta como “artivista”. ¿Por qué?
Me presento como “artivista” porque es la excusa perfecta para hablar de cuáles son las dinámicas que el arte utiliza para comunicar. El arte es una de esas cosas que crecemos rodeadas por él, pero cuando nos detenemos a pensar qué es el arte, a veces nos cuesta definirlo, porque está allí y se expresa de muchas maneras. Para mí, el arte es comunicación y es un tipo de comunicación que, primero, es reflexiva porque viene de la experiencia, la sensibilidad y el talento del artista, pero también es comunicativa porque trasciende generaciones. Podemos entender la historia del ser humano si prestamos atención a la historia del arte, puedes aprender de movimientos sociales cuando ves el muralismo mexicano, puedes entender de consumismo cuando ves a Andy Warhol (…) Entonces, para mí el “artivismo” es intervenir en esos procesos y crear símbolos o relatos que nos permitan conectarnos con otros, pero que también puedan sobrevivir al propio museo y a su propia época.
¿Cuál fue su primer acercamiento con el arte?
De pequeño, yo creo que lo que primero me voló la cabeza fue el anime (…) Hubo un boom de anime en los 90 en Venezuela y yo me crié viendo televisión, porque mi mamá trabajaba día y noche y era madre y padre, como muchas mamás en América Latina (…) Recuerdo que sentía que vivía esas cosas que vivían los personajes. Entonces, dibujar fue algo que siempre me llamó la atención. Ya en mi adolescencia estuve aislado, era como una persona de pocos amigos y luego las amistades que tenía se fueron separando o nos fueron separando otros adultos, entonces siempre encontré refugio en el arte, siempre encontré refugio en leer a García Lorca o en el trabajo de Keith Haring (…) Y creo que aprendía de la vida a través de esas cosas y siempre supe que quería ser artista. Era el único artista de mi familia, entonces fue difícil.
¿Por qué difícil?
Porque es como ser Lisa Simpson en la casa de los Simpson. Como eres el único artista de la familia es muy difícil, primero, ganarte el respeto de tu propia familia, creo que lo más difícil fue eso, y una vez que lo logré se sintió como un triunfo (…) Vengo de una familia humilde y siempre trabajar en una oficina o en una empresa era lo correcto: “hay que ir por los trabajos que producen dinero porque son los que permiten sobrevivir”.
¿En qué momento se dio cuenta que logró ese respeto de su familia?
Creo que con “No soy tu Chiste”. Cuando hice “No soy tu chiste” el impacto fue tan grande que yo me acuerdo de que cuando Madonna compartió el trabajo en Twitter, yo fui a decirle a mi mamá: “Mamá, Madonna compartió mi trabajo”, y ella fue como: “No. ¿Qué? Bueno, qué bonito” (...) Creo que también fue porque se dieron cuenta que mi trabajo cambió mi vida, me permitió salir de Venezuela y luego me permitió lograr que ellos salieran.
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¿Hoy qué le dice su familia con respecto a su trabajo?
Son fan número uno. Mi familia está muy orgullosa de mí. Mi hermano habla de mi trabajo con un orgullo y mi mamá también. Creo que “si no puedes, mejor únete”, y ellos se unieron.
Ese cambio, me imagino, debe ser muy significativo para usted…
Claro, porque igual es esperanzador. Yo creo que si tú puedes sanar y evolucionar los nexos que tienes con tu familia, como ser humano te liberas mucho. Te permite ocuparte de otras cosas. Creo que es esperanzador saber que los vínculos pueden sanar.
Hablemos un poco acerca de “No soy tu chiste”. ¿Cuál era el objetivo con el que surgió este proyecto?
Es un proyecto especial porque “No soy tu chiste” cambió mi vida y la salvó, pero también porque surgió como un proyecto personal. Yo creo que “No soy tu chiste” es la respuesta de un adolescente a crecer en una sociedad homofóbica. Yo todas estas cosas las escribía en mi blog. Inicié cuando tenía 16 o 17 años, escribía mucha poesía, porque pasé sin dibujar mucho tiempo. Y cuando hice “No soy tu chiste” quería que fuera como una voz, como un testamento (…) Cuando fui adolescente, me vulneraron infinita cantidad de veces. Yo pensé que de un momento a otro me iban a matar. Yo estuve en experiencias con pistolas en mi cabeza al menos unas dos o tres veces y tenía 22 años. Entonces, era como dejar en evidencia lo que yo pienso, de la manera en la que he sido tratado. “No soy tu chiste” era como una reflexión a eso.
¿Cómo cree que “No soy tu chiste” ha servido para cambiar la mentalidad de las personas? ¿Cuál ha sido ese aporte social?
Yo crecí en un lugar donde en la televisión siempre ser homosexual era un chiste fácil y siempre ese era el estereotipo: un chiste (…) Nunca escuché que estaba bien ser quien yo era, que merecía dignidad o respeto, que nadie tenía derecho a lastimarme. Entonces, yo creo que lo que cambia “No soy tu chiste” es que es una herramienta que está ahí y cuando una persona viene con una de estas excusas para expresar su homofobia, su transfobia o su desprecio por la dignidad de alguien, está esto para responder. Y, a veces, hace falta tener representaciones humanas sobre lo que somos nosotros como personas en la cultura, que nos podamos ver representados de manera digna, y creo que “No soy tu chiste” es un grano de arena en esa montaña de representación y de influencia en nuestra historia y cultura en el arte.
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“No soy tu chiste” ha llegado a más de treinta países, logrando ser expuesta en varias partes del mundo. ¿Qué significa esto para usted?
Tú te acuerdas de cuando tenías ocho o nueve años y era 24 de diciembre en la noche y siempre sentías esa emoción por algo mágico, por algo que te estaba pasando. Yo creo que se siente un poco como eso: Navidad, como me hacía sentir la Navidad cuando era un niño (…) Puede ser muy cursi, pero fue algo que yo siempre quise. Yo sentía que si yo podía convertirme en un artista o compartir mi trabajo con personas, mi vida iba a cambiar, toda mi vida sentí eso, y al principio tuve muy pocos espacios abiertos para mí para poder mostrar mi trabajo, y cada vez que se exhibe en algún lugar es eso: se siente como una victoria, como un final feliz.
A pesar del fin social que hay detrás de “No soy tu chiste” y de ser incluso una herramienta de autosanación, ¿ha recibido críticas por su trabajo?
Constantemente. Nunca he parado de recibir críticas, todas estas cosas se logran a pesar de las críticas. Siempre ha habido críticas o, bueno, no tanto críticas, sino más bien ataques, faltas de respeto. Yo tenía una página de Facebook de “No soy tu chiste”, pero yo no la utilizo porque cada cierto tiempo venían mensajes de odio en oleada, a veces no sé... Alguien compartió un poster del 2013 en el año 2017 y se hizo viral en México y fue recibir 300 o 400 mensajes de odio, y leerlos en una semana te afecta mentalmente. Lo que he hecho es tratar de desconectarme de eso y centrarme en hacerlo, porque creo que el que está haciendo, está ocupado haciendo, el que está atacando o criticando, está ocupado criticando, no haciendo mucho. Yo tenía un profesor en la escuela de artes que siempre me decía: “A los árboles que no dan frutas no les tiran piedras”.
Hablemos de una frase que acompaña una de sus ilustraciones: “No hace falta ser la causa para defender la causa”.
Es una frase sobre ética y dignidad. Es ético entender que la otra persona también es un ser y ponerse en la piel de la otra persona es necesario para evolucionar. Creo que los seres humanos hemos evolucionados cuando hemos trabajado juntos y hemos cometido errores catastróficos cuando hemos estado en contra del otro (…) Todo ese odio surge de desnaturalizar al otro, de no ver al otro como persona. Y yo creo que, sobre todo en las causas de derechos civiles, es importante reconocer el poder de los aliados, reconocer en la lucha; por ejemplo, para abolir la esclavitud, tuvo que ver también gente del otro lado, que se dio cuenta de lo que estaba pasando, que se atrevió a ver al otro como un ser humano.
Usted realizó un afiche hace un par de años en memoria de Sergio Urrego. ¿Por qué quiso rendirle un homenaje a este joven?
Fue una historia que yo no elegí, fue una historia que se vinculó sola como de golpe, como un meteorito que llegó e impactó. Yo me acuerdo haber leído que en Colombia un chico se había quitado la vida y había utilizado uno de mis afiches en su post de Facebook. Fue uno de los primeros afiches de “No soy tu chiste”, que dice: “Mi sexualidad no es un pecado, es mi propio paraíso”. Y cuando yo supe que él había compartido eso y se había quitado la vida, me dejó en shock, fue como un golpe en el estómago como por una semana, porque yo de adolescente creo que también pensé muchas veces en desaparecer (…) La historia de Sergio dolió mucho y como él había compartido “No soy tu chiste”, fue también una manera de hacerlo parte, de hacerlo parte de eso que quizá le gustó y lo usó para empoderarse. Volverlo parte de eso era lo que tenía sentido, aparte que su historia es también la historia de “No soy tu chiste”.
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Acá en Colombia se está realizando un ciclo de exposiciones de “No soy tu chiste”, con el apoyo de la Fundación Sergio Urrego. ¿Cómo se escogieron las ocho piezas que componen esta muestra?
La exposición llegó a la Fundación Sergio Urrego por otra organización, que fue la que hizo posible el traslado de las obras a Colombia, que fue la organización Acción por la Libertad, una organización venezolana por los derechos humanos. Yo ya había trabajado anteriormente con “Acción por la Libertad” porque una de sus fundadoras es Diana López, ella fue una de las primeras personas que se atrevió a mostrar mi trabajo en Caracas, por allá en el año 2013. Acción por la Libertad tenía pensando exponer “No soy tu chiste” y llevarlas a Colombia y yo les sugerí colaborar con la Fundación Sergio Urrego. Entonces, me dijeron que querían exponer “No soy tu chiste”, elegí como ocho que tenía acá, las firmé y las envié por correo a Colombia.
Mencionaba que le sugirió a Acción por la Libertad que trabajará con la Fundación Sergio Urrego. ¿Usted ya tenía una relación previa con esta organización?
A través de la obra que hice incluyendo a Sergio, Alba y yo nos hicimos como conocidos a distancia, se formó como este vínculo a distancia. Es muy graciosos porque a Alba la siento muy cerca, pero nunca la he visto en persona, pero bueno tenemos en común la historia con Sergio.
Usted decía que “No soy tu chiste” le permitió salir de Venezuela…
Mi adolescencia en Venezuela como una persona visiblemente gay o queer fue bastante difícil. Estuvo marcada por mucha violencia, por mucho acoso sistemático. Yo crecí viendo mi nombre en paredes con insultos homofóbicos, a veces tiraban piedras a la ventana, a veces llamaban al teléfono a mi mamá de manera anónima a decirle: “Tu hijo es marico”. Era un nivel de homofobia terrible. Caminar por los pasillos y la gente gritándome cosas, a tal punto que cuando yo era adolescente más de una vez sufrí golpizas o una vez me amarraron a un poste y me quemaron con cigarro. Sumando todas esas cosas, siempre crecí con el deseo de escapar, de irme a un sitio mejor, y como crecí en una época que se estaba conectado con el mundo, que era el internet empezando, empecé a ver que había otras realidades y otros mundos.
Hace algún tiempo usted dijo en una charla, refiriéndose a Venezuela, “que la izquierda lo había dejado sin país y la derecha lo había dejado sin trabajo” …
Estamos viviendo desde hace rato, pero se ha intensificado más, momentos de tomar partidos, de tomar bandos, los “buenos” contra los “malos”, los rojos contra los azules, y estamos todos en contra. Creo que cuando tienes una visión tan binaria, a veces pierdes un montón de cosas. Y me ha pasado mucho que me encuentro con gente que dice: “Hay que defender los gobiernos de izquierda”, “hay que defender los gobiernos de derecha”, y creo que debemos empezar a defender políticos por su valores éticos y morales, por quiénes son, por cómo tratan a sus adversarios, qué tan transparentes son (…) Yo creo que como seres humanos racionales debemos pararnos frente a los hechos y decir: “Esta persona rompió las reglas y es indefendible y punto”. Todavía hay mucho partidismo, hay mucho “ustedes contra nosotros”, y eso es mentalidad de guerra.
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