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¿Por qué apostar por el cine comunitario?
Es una apuesta por la democracia. Lo entendemos como una herramienta para que colectivos, personas, niños, jóvenes y comunidades indígenas, afros y campesinas usen la herramienta audiovisual y cinematográfica para manifestar sus inquietudes, su memoria, sus sueños y sus historias. Eso lo hace posible, de forma más asequible, el cine comunitario y participativo, que parte del trabajo en comunidad y en equipo, del conocimiento empírico, de los amigos; de las propias historias, de los barrios y los recuerdos que guardan sus calles.
(Mire toda la programación del Festival Ojo al Sancocho)
¿Cuál es el aporte del cine comunitario a la memoria cinematográfica de Colombia?
El cine comunitario es la memoria gráfica del país, porque muestra de una forma más propia y genuina la historia o el relato de su comunidad, nación y territorio. El cine comunitario parte de una estética y una narrativa propia. Es una memoria alternativa. Es la otra historia, una forma distinta de juntarse para narrar el relato no oficial. El trabajo audiovisual de las comunidades es un relato mucho más local, a veces más cruel. Y como tenemos poco apoyo del Estado, no estamos comprometidos con nadie. En pocas palabras, no tenemos nada que perder. Entonces, de cierta manera, mostramos y decimos todo lo que queremos.
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¿Cuál fue el sueño que impulsó la creación del Ojo al Sancocho?
En parte, por lo que hemos dicho. Cuando nos acercamos al cine nos encontramos con que era un privilegio. No todos tenían la plata y los recursos para hacerlo. Las historias que se contaban estaban en el centro de las ciudades, pero nunca eran para las periferias. Y cuando empezamos a hacer películas, no las aceptaban o no gustaban en los festivales de la otra ciudad. Surgió esa necesidad de democratizar el arte. Si en el centro de la ciudad tenían un festival internacional de cine, ¿por qué las periferias —o los barrios populares de una localidad como Ciudad Bolívar— no podían tener su festival de cine? Acá vive casi un millón de habitantes, así que sentimos esa necesidad de mostrar la diversidad política, social y cultural del país que se expresa en esta localidad.
El festival cumple 15 años. ¿Qué tanto quiere la comunidad al Ojo al Sancocho?
La comunidad se apropió de los espacios que tiene el festival. De esos espacios de cine, pero también de música, teatro, talleres y conversatorios, que son, finalmente, lugares de encuentro. Más que un festival, es una reunión de personas de diferentes. La gente se enamoró del Ojo al Sancocho porque encontró adentro, entre otras cosas, un espacio para hablar. Un lugar para conversar y descubrir semejanzas. Vieron que, acá, podían encontrarse y relatar sus sueños a través de una cámara.
Por eso la importancia de espacios como la sala autogestionada Potocine, que crearon para la localidad.
Ciudad Bolívar no tenía una sala de cine, ni comercial y tampoco independiente. Bueno, en Colombia todas las salas de cine son comerciales. Era urgente crear un lugar para que la gente del sur de Bogotá pudiera ver cine y sus historias. Un espacio oscuro, con sillas adecuadas y una pantalla gigante. Antes, el festival lo hacíamos en los parques, en las canchas o en salones comunales, que también son espacios alternativos de la gente que ya tienen su propia sala de cine. Sin embargo, en ese proceso, que llamamos democratización y democracia audiovisual, vimos que es importante que la gente pueda acceder a toda la cadena de valor de la experiencia cinematográfica. Era necesario crear un punto de encuentro para la comunidad alrededor de las películas. Esa es la Potocine, que creamos hace seis años.
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¿El cine comunitario, en tiempos de cambio, es símbolo de paz?
Claro, pero no solamente es símbolo de paz, también es de memoria permanente. Es un reclamo: ¡escúchenos! No tienen que darnos la voz, esa ya la tenemos, necesitamos que nos escuchen. Estamos construyendo paz y memoria de país. Escuchen lo que estamos mostrando a través de las películas, las historias y los relatos de las abuelas, los niños y la ciudadanía. La convivencia y la solidaridad de estos barrios. Oigan que hay otro país, otra forma de vivir, sin matarnos. No nos den los ojos, la voz, el cuerpo; eso ya lo tenemos. Queremos que nos escuchen.