Daniel Chavarría o la pasión de narrar

Chavarría, fallecido el pasado 6 de abril, vivió para contar historias y desde sus textos reinventar las pasiones humanas.

José Luis Díaz-Granados
11 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
 Daniel Chavarría fue un luchador incansable, desde sus novelas y desde sus acciones revolucionarias.  / Afp
Daniel Chavarría fue un luchador incansable, desde sus novelas y desde sus acciones revolucionarias. / Afp
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Desde niño este uruguayo, criado en el campo y luego en Montevideo, entendió que su verdadera morada era la palabra, su arma protectora, el instrumento para reinventar la vida a su acomodo y para albergar sus controvertidos fantasmas, sus demonios y sus obsesiones.

Daniel Edmundo Chavarría Bastélica nació en San José de Mayo en 1933. Su infancia transcurrió en torno a los Altos del Perdido, un arroyo que desemboca en el estuario del Río de la Plata. Quizás entre esas pampas legendarias y rocas cristalinas de edad precámbrica fue donde el inquieto niño sagitariano tuvo su primer encuentro con el vino y con su infinita fosforescencia.

Adolescente, fue expulsado del colegio en Montevideo cuando cursaba el segundo año de bachillerato. Hizo vida bohemia en los bares y cabarés nocturnos, se vinculó al teatro y leyó sin orden ni concierto los libros de autores que por entonces se hallaban en boga en las metrópolis suramericanas: Sartre, Camus, Thomas Mann, Malraux, al igual que los escritores de la Generación Perdida: Hemingway, Faulkner, Henry Miller, etc.

Mientras escribía a ratos perdidos narraciones que no mostraba a nadie, apostó por la peregrinación obligada de todo escritor novel: Europa. Vivió durante tres años la bohemia de París y recibió la intensidad de esa influencia gozosa y a la vez tormentosa de aquellos tiempos del existencialismo y la lucha por la liberación de las colonias (Argelia, Indochina, el Congo).

A los 23 años regresó a Uruguay, habiendo salido de polizón desde Hamburgo hasta un pequeño puerto del Maine, en los Estados Unidos. Su novela Aquel año en Madrid (1991) recrea episodios de aquella estancia. Al volver con la cabeza llena de recuerdos, lecturas infinitas, museos y media docena de idiomas aprendidos y asimilados, dedicó parte de sus energías mentales a estudiar matemáticas, la ciencia que aborrecía en el colegio y que luego de sumergirse en ella doce horas diarias en el Café Británico de Montevideo, llegó a adorar. Posteriormente presentó exámenes libres y optó al título de bachiller.

De sus primeros intentos de escribir literatura quedaron dos novelas que Chavarría prefiere olvidar: Deo Gratia (1957) y ¡Vivamos! (1958), que, si bien delatan al narrador obsesivo que sería después, acusan un acento sectario y maniqueísta que mataba de un plumazo las historias allí contadas.

Los años 60 devoran al sensible e impulsivo uruguayo con toda su oleada de vivencias y sueños. Viaja al Brasil, vive en Bahía y en otras ciudades costeras y participa en movimientos revolucionarios hasta que llega el golpe militar de Humberto Castello-Branco en marzo de 1964. Disfrazado de monje logra evadir la persecución y salir del territorio brasileño. A través del Amazonas pasa a Colombia, donde vive el sueño del amor, y hacia finales de la década llega a Cuba, donde se afincó, sentó raíces y se quedó hasta su muerte, acaecida en La Habana el pasado 6 de abril, a los 85 años de edad.

En la isla redescubrió su vocación, reinició los estudios de Humanidades que había interrumpido en Montevideo y se licenció en Letras Clásicas en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana.

A los 45 años, el escritor tardío recobra al precoz narrador y con toda la experiencia intelectual y vital acumulada, sabiendo qué decir y cómo decirlo, y con la disciplina adquirida por el alto ejercicio literario de convivir a diario con el latín y el griego, se lanza a la misión definitiva de escribir novelas.

En 1978 publica Joy, novela que comienza un ciclo muy peculiar en Chavarría, quien con gran dominio de la técnica narrativa aborda temas de suspenso policial en los que entremezcla la violencia, el sexo y las aventuras más inusitadas. Posteriormente publicó las novelas Completo Camagüey (en colaboración con Justo Vasco), La sexta isla, Primero muerto..., La frontera del deber, Contracandela, Allá ellos y Aquel año en Madrid, las cuales tuvieron amplia acogida de los lectores y de la crítica internacional. Allá ellos se hizo acreedora al Premio Dashiell Hammett en 1992 en Gijón (Asturias), que otorga la Asociación Internacional de Escritores Policíacos a la mejor novela del género editada en el año en lengua española. Su obra El ojo de Cibeles, ambientada en el siglo V ateniense, obtuvo cuatro premios internacionales: el Planeta-Joaquín Mortiz de México, el del Ministerio de Educación y Cultura de Montevideo, el de la Crítica de La Habana y el Ennio Flaiano de Pescara, Italia.

Su narración Adiós muchachos obtuvo en 2002 el Premio Edgar Allan Poe en la categoría Original Paperbacks y El rojo en la pluma del loro ganó el Premio Casa de las Américas en el año 2000. Son reconocimientos muy fundados, por cuanto Chavarría no tuvo otro propósito que el de expresar y reinventar las pasiones humanas, en la forma de una espléndida fiesta verbal.

Por José Luis Díaz-Granados

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