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Daniel Mejía Londoño habló sobre sus orígenes familiares

En esta nueva entrega de Memorias conversadas, Isabel López Giraldo entrevistó al economista Daniel Mejía Londoño, quien habló sobre su familia, la historia de sus abuelos y sus padres.

Isabel López Giraldo
29 de diciembre de 2024 - 05:27 p. m.
Daniel Mejía Londoño es economista y profesor en la Universidad de Los Andes. Es especialista en seguridad y política antidrogas.
Daniel Mejía Londoño es economista y profesor en la Universidad de Los Andes. Es especialista en seguridad y política antidrogas.
Foto: Archivo Personal
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Soy esposo y padre de dos hijos. Economista especializado en temas de seguridad y política antidrogas. Siempre guardo serenidad, porque pocas cosas me exaltan, me ponen de mal genio o alteran mi estado de ánimo. Aunque soy seco, de pocas palabras, le expreso mis afectos a mis hijos y a mi esposa. Cuento pocos, pero muy buenos amigos. Genuinamente, me preocupo e involucro por las situaciones por las que estén pasando mis seres queridos. No soy tan callado en grupos cercanos y pequeños. Me definiría como alguien extremadamente serio, de humor negro, exigente, disciplinado y constante.

Orígenes

Rama paterna

Benjamín Mejía, mi abuelo paterno, de Salamina, Caldas, murió a causa del cigarrillo cuando mi papá tenía dieciocho años. Esta fue la razón que llevó a mi papá a rechazar tajantemente el cigarrillo y a no permitir que nadie fumara en su casa. Emilia Ángel, mi abuela paterna, también de Salamina, fue muy consentidora. Con ella y con los tíos abuelos pasamos las vacaciones, Navidades y Año Nuevo, porque el núcleo familiar es reducido.

Recuerdo la casa, tradicional, ubicada al sur de los Héroes y más abajo de la Caracas, donde la abuela vivía con varios de sus hermanos, todos solteros que me hacían sentir como si tuviera múltiples abuelitos. Uno se encerraba en su cuarto a pintar a lápiz, y poco salía. Ernesto, vistiendo saco, corbata y sombrero de la época, nos tenía plan: ir a la tienda donde saludaba a toda persona que se le cruzara, nos compraba un dulce y regresábamos.

Durante las vacaciones nos “depositaban” en su casa donde coincidíamos con mi primo. Entonces jugábamos a la oficina en la que él hacía las veces de abogado, profesión de su papá, yo, de ingeniero como el mío y mi hermana, de secretaria. Recuerdo que sacábamos la ropa de los closets para usarlos de oficina.

Resulta que en cada comida del día servían una arepa, y a mí me preparaban una más grande, porque mi abuelita sabía cuánto me gustaban. Eran hechas de maíz peto, amasadas y al fogón. Me gustan tanto que no las cambio por un pan, por sofisticada que sea la panadería de la que este provenga. Mi abuelita y sus hermanos fueron muriendo cuando yo tenía entre ocho y doce años.

Rama materna

Silvio Londoño, mi abuelo materno, fue médico, cardiólogo reconocido, fundador de la Shaio. Trajo el cateterismo a Colombia. Se retiró de la clínica muy joven, a sus cuarenta o cuarenta y dos años. Abrió un consultorio pequeño en su casa, donde tan solo atendía a un par de pacientes. A su casa llegaban muchos médicos amigos a visitarlo.

Mi abuela era la jefe del hogar, la señora que tomaba las decisiones. Una mujer seria, un poquito brava, pero nos consentía con las comidas, con lo que nos gustaba. Tuvo seis hijos de los cuales mi mamá es la mayor.

Recuerdo que me reunía mucho con mis tíos a quienes visitábamos en Armenia. Ya más grande iba acompañado por el único tío hombre, también cardiólogo. Viajamos juntos desde que él tenía veinte y yo doce años de edad. Llegábamos a la finca cafetera del abuelo que quedaba entre Armenia y Montenegro, en la que crujían los pisos alrededor del patio central que daba a las habitaciones.

Sus padres

Mi papá nació en Cartago, aunque vivió en Salamina hasta terminar su primaria, cursó su bachillerato en Manizales y la universidad en Bogotá. Estudió ingeniería civil, aunque su papá murió cuando apenas se había graduado del colegio. Fueron sus tíos quienes le ayudaron a financiar su carrera. También trabajó en un banco en las noches para tener ingresos adicionales.

Las dos familias eran cercanas. Doce años mayor que mi mamá, mi papá la conoció siendo ella muy niña cuando visitaba a mi abuelo materno a quien le ayudaba con vueltas. Cuando ella lo veía llegar, podía tener seis o siete años, le abría la puerta y corría a decirle a su papá: “Llegó el señor de los ojos bonitos”.

Por Isabel López Giraldo

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Martha(69929)30 de diciembre de 2024 - 01:24 p. m.
Y esto qué onda???
Dora(9m21a)29 de diciembre de 2024 - 11:26 p. m.
Amena conversación . Me recuerda la historia o historias de mi familia. Provenientes de Antioquia y antiguo Caldas. La misma bella vida familiar y las mismas costumbres. Lindos recuerdos.
rodrigo(82201)29 de diciembre de 2024 - 08:54 p. m.
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