Daniele Aristarco: “La discriminación conduce a la barbarie”
El italiano, autor de los libros “Ellos dijeron sí” y “Ellos dijeron no”, habló sobre cómo desde lo simple de una respuesta afirmativa o negativa se puede narrar la vida y obra de grandes personajes que cambiaron la historia.
Andrés Osorio Guillott
Un sí o un no. Parece simple reducir las historias de artistas, políticos o científicos que pensaron más allá de sus nombres y actuaron en nombre de la humanidad a dos respuestas tan cortas, pero es justamente la decisión y la convicción que hay detrás de ellas que Daniele Aristarco quiso escribir dos libros que reúnan relatos de grandes personajes que rechazaron ideas o comportamientos que le hacían mal al mundo, o que aprobaron e impulsaron lo contrario para construir un mejor tiempo y hacer que las utopías dejaran de serlo para hablar de una realidad añorada.
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¿Cómo condensar ideas y personajes tan relevantes para la humanidad en una historia comprensible e inspiradora para los niños? Con base en lo anterior, ¿cómo surgió esa idea de darle otro sentido y trascendencia al “sí” y al “no”, y vincularlos con grandes obras y testimonios para la historia de la humanidad?
Considero que los encuentros con jóvenes lectores son la parte más “propulsora” de mi trabajo. Me encanta hablar con ellos o simplemente escuchar sus sueños, dudas, ansiedades y deseos. La forma más fácil de iniciar un diálogo, al menos para mí, siempre ha sido contarles historias a estos lectores, tratar de imaginar juntos algunos de esos “momentos fatales”, como los definía Stefan Zweig, los giros de la historia vistos a través de los ojos de los protagonistas. Y han sido ellos, los jóvenes lectores y lectoras, quienes me han explicado lo concreto que es ese pasaje que se vive, en el umbral de la adolescencia, cuando uno se da cuenta del peso de un sí o un no que se dicen ante una injusticia. Una manifestación simple pero deliberada de la propia conciencia que conduce a una elección.
Con ellos me he preguntado quiénes, en el transcurso de la historia, han sabido decir no a las injusticias y sí a las grandes ideas. A lo largo de un trabajo que duró años, comprendí y he tratado de contar a través de mis libros lo importantes que somos, todas y todos, siempre: niñas y niños, individuos y comunidades, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos. Una niña como Malala o una comunidad como Chambon sur Lignon, que en la Segunda Guerra Mundial se opuso al nazismo, personas humildes y desarmadas fueron capaces de provocar cambios profundos y siguen siendo ejemplos fundamentales.
¿Cómo evitar “politizar” las historias? Es decir, ¿cómo hablar de personajes sin inducir al lector a creer en una u otra ideología?
En mi opinión, la ideología es un esquema rígido que tiende a distorsionar los hechos para corroborar una visión preconcebida. A veces una ideología puede dirigir su mirada hacia el origen de un problema, sugerir soluciones, pero no creo que nada se pueda resolver sin diálogo y discusión, con el mayor número de personas posible, con tantas miradas como sea posible. La cultura, la fe religiosa y la política son cosas personales, pero nunca estamos llamados a responder solo en lo que a nosotros respecta. Nuestro pensamiento no debe ser jamás la vara de medir que se aplique a toda la humanidad. Por ejemplo, no podemos determinar cuáles derechos pueden ejercer los demás y cuáles no. Formamos parte de una sola gran comunidad, la de los seres humanos, una evidencia que todavía es inaceptable para demasiadas personas. Por este motivo, las historias que he elegido se mueven en el tiempo y el espacio, sin una visión preconcebida, y parten de una sola suposición: no debe haber discriminación alguna. Cualquier distanciamiento de este supuesto conduce a la barbarie. Las historias no sugieren comportamientos, no dictan respuestas, te invitan a expandir tu visión, a atesorar el pasado y a compararte con los demás. El libro es solo una parte del viaje que las niñas y los niños, estoy seguro, harán por su cuenta y ya lo están haciendo así. Deseo, sin embargo, que pueda contribuir a la construcción del pensamiento crítico.
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Usted habla del ejercicio de preguntarse por “cuidar al otro”. ¿Es desde esta idea entonces que usted fue eligiendo y escribiendo las historias de los personajes o bajo qué pensamiento escogió y narró lo que está en ambos libros?
En ambos libros el punto de partida fueron ideas. Por ejemplo, me pregunté: “¿Quiénes se han opuesto de manera eficaz a la discriminación racial, la esclavitud, la muerte?”. En ese momento comencé a buscar las historias en función de algunos criterios: debían ser adecuadas para lectores jóvenes y debían poder ser contadas en unas pocas páginas. Las injusticias que cuento siempre involucran a muchas personas, y aquel que busca una solución es para mí un “héroe civil”, porque contribuye a un mejoramiento de la vida de toda la humanidad, no solo la suya. Por eso, del libro he excluido las historias de “redención personal o individual”. Además, no se trata de biografías breves, sino de historias independientes unas de las otras que construyen una especie de novela sobre la libertad. Partiendo de las ideas, he intentado retratar el momento del “cambio”. En el caso de la esclavitud, por ejemplo, más que hablar de Abraham Lincoln, decidí contar a través de sus propios ojos la historia de un niño, un joven afroamericano que vive el paso de la abolición de la esclavitud. Las historias, de hecho, son también un juego literario, unas más amargas, otras más jocosas. Todas ellas tienen como objetivo ampliar el conocimiento del mundo y el conocimiento de los retos que, de época en época, vuelven a surgir. Ninguna conquista es para siempre, pero conocer el pasado ayuda a la humanidad a no partir siempre de cero.
Volviendo al “sí” y al “no”, ¿por qué quiso recoger todas estas historias bajo estas dos palabras? ¿Es tal vez una manera de hacer simple aquello que puede ser difícil de explicar y de entender?
Creo que es una forma eficaz e inmediata. También me inspiré en una canción infantil de Gianni Rodari, un autor italiano muy conocido (este año se conmemora el centenario de su nacimiento), que de una manera muy clara reclamaba la atención de los niños sobre la concreción de estas sílabas. Debes saber usarlas bien / porque ellas solas pueden equivaler / a más de un millón / de palabras pomposas”. Al instinto de rebeldía, inherente a la juventud, hay que sumarle la conciencia de la rebelión. No debemos reprimir este instinto, es un recurso precioso. El siglo XX nos enseñó esto y todavía hoy nos damos cuenta de ello. Necesitamos jóvenes vivos y conscientes, capaces de tomar decisiones deliberadas, y deliberadamente ser capaces de desobedecer las injusticias.
¿Cómo cree que podemos enseñar a defender nuestras convicciones? ¿Cómo defender aquello que soñamos cuando la inmediatez y la noción de éxito muchas veces nos llevan a abandonar lo que en verdad creemos y queremos?
Creo que los adultos debemos aprender a escuchar. Los cambios más profundos ocurren mientras escuchamos. A menudo, la mayor lección que podemos dar, en mi humilde opinión, radica en compartir los desafíos con los jóvenes, pero dando un paso al costado. No dictamos el rumbo, pero damos fuerza y sentido a sus pasos. A veces lamentamos en los jóvenes la inmadurez, la contradicción, la inconsistencia. Es preciso dejarlos experimentar, incluso contradecirse. Bebamos de la fuente de su desobediencia y esforcémonos por ampliar su visión del futuro.
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Habla también mucho de la libertad. ¿Para usted qué significa ser libre y cómo habría que ejercerla sin violentar otras libertades?
La libertad es un tema complejo, a veces escurridizo. Quizá, como dijo alguien, la libertad es la condición necesaria para el disfrute de todos los demás bienes. En este sentido, la construcción de la libertad pasa por una “cultura” de la libertad y de los derechos. Es preciso cultivar los lugares en los que es posible fundar esta cultura: escuelas, librerías, bibliotecas, lugares de encuentro y de discusión. Fuera del diálogo no hay libertad ni felicidad posibles. Creo que las dos cosas están muy conectadas. Y una comunidad libre y feliz sabe cómo dirigir sus propias acciones para no perjudicar a los demás.
Sin duda se habla de muchos valores, de varias maneras de entender la moral de aquellos que se atrevieron a decir que sí y que no para cambiar el mundo. ¿Cómo entiende usted la moral y cómo se asocia esta con la idea de hacer el bien?
La ética tiene un propósito extremadamente práctico: la supervivencia de todos. Una postura ética mejora la calidad de vida de la comunidad entera, sobre todo protege su supervivencia. Hacer el bien es un concepto muy subjetivo, cambia de un caso a otro, de una cultura a otra y, en ocasiones, como bien sabemos, también puede generar daños involuntarios. Una ética que coloque en el centro el respeto a la dignidad del otro, que reconozca en el otro el propio rostro (como nos enseñó Lévinas) dicta las reglas fundamentales del vivir, el compromiso fundacional que nos lleva a mirar a un extraño a los ojos y decir: Yo cuidaré de tu vida. Observa a los niños que juegan en la calle. A veces no saben el nombre del otro, quizá hablan diferentes idiomas, y sin embargo juegan, imaginan, inventan, comparten y alcanzan, en unos pocos instantes, la felicidad. Incluso desde un punto de vista “filosófico”, las niñas y los niños tienen mucho que enseñarnos.
Un sí o un no. Parece simple reducir las historias de artistas, políticos o científicos que pensaron más allá de sus nombres y actuaron en nombre de la humanidad a dos respuestas tan cortas, pero es justamente la decisión y la convicción que hay detrás de ellas que Daniele Aristarco quiso escribir dos libros que reúnan relatos de grandes personajes que rechazaron ideas o comportamientos que le hacían mal al mundo, o que aprobaron e impulsaron lo contrario para construir un mejor tiempo y hacer que las utopías dejaran de serlo para hablar de una realidad añorada.
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¿Cómo condensar ideas y personajes tan relevantes para la humanidad en una historia comprensible e inspiradora para los niños? Con base en lo anterior, ¿cómo surgió esa idea de darle otro sentido y trascendencia al “sí” y al “no”, y vincularlos con grandes obras y testimonios para la historia de la humanidad?
Considero que los encuentros con jóvenes lectores son la parte más “propulsora” de mi trabajo. Me encanta hablar con ellos o simplemente escuchar sus sueños, dudas, ansiedades y deseos. La forma más fácil de iniciar un diálogo, al menos para mí, siempre ha sido contarles historias a estos lectores, tratar de imaginar juntos algunos de esos “momentos fatales”, como los definía Stefan Zweig, los giros de la historia vistos a través de los ojos de los protagonistas. Y han sido ellos, los jóvenes lectores y lectoras, quienes me han explicado lo concreto que es ese pasaje que se vive, en el umbral de la adolescencia, cuando uno se da cuenta del peso de un sí o un no que se dicen ante una injusticia. Una manifestación simple pero deliberada de la propia conciencia que conduce a una elección.
Con ellos me he preguntado quiénes, en el transcurso de la historia, han sabido decir no a las injusticias y sí a las grandes ideas. A lo largo de un trabajo que duró años, comprendí y he tratado de contar a través de mis libros lo importantes que somos, todas y todos, siempre: niñas y niños, individuos y comunidades, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos. Una niña como Malala o una comunidad como Chambon sur Lignon, que en la Segunda Guerra Mundial se opuso al nazismo, personas humildes y desarmadas fueron capaces de provocar cambios profundos y siguen siendo ejemplos fundamentales.
¿Cómo evitar “politizar” las historias? Es decir, ¿cómo hablar de personajes sin inducir al lector a creer en una u otra ideología?
En mi opinión, la ideología es un esquema rígido que tiende a distorsionar los hechos para corroborar una visión preconcebida. A veces una ideología puede dirigir su mirada hacia el origen de un problema, sugerir soluciones, pero no creo que nada se pueda resolver sin diálogo y discusión, con el mayor número de personas posible, con tantas miradas como sea posible. La cultura, la fe religiosa y la política son cosas personales, pero nunca estamos llamados a responder solo en lo que a nosotros respecta. Nuestro pensamiento no debe ser jamás la vara de medir que se aplique a toda la humanidad. Por ejemplo, no podemos determinar cuáles derechos pueden ejercer los demás y cuáles no. Formamos parte de una sola gran comunidad, la de los seres humanos, una evidencia que todavía es inaceptable para demasiadas personas. Por este motivo, las historias que he elegido se mueven en el tiempo y el espacio, sin una visión preconcebida, y parten de una sola suposición: no debe haber discriminación alguna. Cualquier distanciamiento de este supuesto conduce a la barbarie. Las historias no sugieren comportamientos, no dictan respuestas, te invitan a expandir tu visión, a atesorar el pasado y a compararte con los demás. El libro es solo una parte del viaje que las niñas y los niños, estoy seguro, harán por su cuenta y ya lo están haciendo así. Deseo, sin embargo, que pueda contribuir a la construcción del pensamiento crítico.
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Usted habla del ejercicio de preguntarse por “cuidar al otro”. ¿Es desde esta idea entonces que usted fue eligiendo y escribiendo las historias de los personajes o bajo qué pensamiento escogió y narró lo que está en ambos libros?
En ambos libros el punto de partida fueron ideas. Por ejemplo, me pregunté: “¿Quiénes se han opuesto de manera eficaz a la discriminación racial, la esclavitud, la muerte?”. En ese momento comencé a buscar las historias en función de algunos criterios: debían ser adecuadas para lectores jóvenes y debían poder ser contadas en unas pocas páginas. Las injusticias que cuento siempre involucran a muchas personas, y aquel que busca una solución es para mí un “héroe civil”, porque contribuye a un mejoramiento de la vida de toda la humanidad, no solo la suya. Por eso, del libro he excluido las historias de “redención personal o individual”. Además, no se trata de biografías breves, sino de historias independientes unas de las otras que construyen una especie de novela sobre la libertad. Partiendo de las ideas, he intentado retratar el momento del “cambio”. En el caso de la esclavitud, por ejemplo, más que hablar de Abraham Lincoln, decidí contar a través de sus propios ojos la historia de un niño, un joven afroamericano que vive el paso de la abolición de la esclavitud. Las historias, de hecho, son también un juego literario, unas más amargas, otras más jocosas. Todas ellas tienen como objetivo ampliar el conocimiento del mundo y el conocimiento de los retos que, de época en época, vuelven a surgir. Ninguna conquista es para siempre, pero conocer el pasado ayuda a la humanidad a no partir siempre de cero.
Volviendo al “sí” y al “no”, ¿por qué quiso recoger todas estas historias bajo estas dos palabras? ¿Es tal vez una manera de hacer simple aquello que puede ser difícil de explicar y de entender?
Creo que es una forma eficaz e inmediata. También me inspiré en una canción infantil de Gianni Rodari, un autor italiano muy conocido (este año se conmemora el centenario de su nacimiento), que de una manera muy clara reclamaba la atención de los niños sobre la concreción de estas sílabas. Debes saber usarlas bien / porque ellas solas pueden equivaler / a más de un millón / de palabras pomposas”. Al instinto de rebeldía, inherente a la juventud, hay que sumarle la conciencia de la rebelión. No debemos reprimir este instinto, es un recurso precioso. El siglo XX nos enseñó esto y todavía hoy nos damos cuenta de ello. Necesitamos jóvenes vivos y conscientes, capaces de tomar decisiones deliberadas, y deliberadamente ser capaces de desobedecer las injusticias.
¿Cómo cree que podemos enseñar a defender nuestras convicciones? ¿Cómo defender aquello que soñamos cuando la inmediatez y la noción de éxito muchas veces nos llevan a abandonar lo que en verdad creemos y queremos?
Creo que los adultos debemos aprender a escuchar. Los cambios más profundos ocurren mientras escuchamos. A menudo, la mayor lección que podemos dar, en mi humilde opinión, radica en compartir los desafíos con los jóvenes, pero dando un paso al costado. No dictamos el rumbo, pero damos fuerza y sentido a sus pasos. A veces lamentamos en los jóvenes la inmadurez, la contradicción, la inconsistencia. Es preciso dejarlos experimentar, incluso contradecirse. Bebamos de la fuente de su desobediencia y esforcémonos por ampliar su visión del futuro.
Le sugerimos ver el conversatorio “Setecientos años de la muerte de Dante Alighieri: El Magazín Cultural en la FILBo”
Habla también mucho de la libertad. ¿Para usted qué significa ser libre y cómo habría que ejercerla sin violentar otras libertades?
La libertad es un tema complejo, a veces escurridizo. Quizá, como dijo alguien, la libertad es la condición necesaria para el disfrute de todos los demás bienes. En este sentido, la construcción de la libertad pasa por una “cultura” de la libertad y de los derechos. Es preciso cultivar los lugares en los que es posible fundar esta cultura: escuelas, librerías, bibliotecas, lugares de encuentro y de discusión. Fuera del diálogo no hay libertad ni felicidad posibles. Creo que las dos cosas están muy conectadas. Y una comunidad libre y feliz sabe cómo dirigir sus propias acciones para no perjudicar a los demás.
Sin duda se habla de muchos valores, de varias maneras de entender la moral de aquellos que se atrevieron a decir que sí y que no para cambiar el mundo. ¿Cómo entiende usted la moral y cómo se asocia esta con la idea de hacer el bien?
La ética tiene un propósito extremadamente práctico: la supervivencia de todos. Una postura ética mejora la calidad de vida de la comunidad entera, sobre todo protege su supervivencia. Hacer el bien es un concepto muy subjetivo, cambia de un caso a otro, de una cultura a otra y, en ocasiones, como bien sabemos, también puede generar daños involuntarios. Una ética que coloque en el centro el respeto a la dignidad del otro, que reconozca en el otro el propio rostro (como nos enseñó Lévinas) dicta las reglas fundamentales del vivir, el compromiso fundacional que nos lleva a mirar a un extraño a los ojos y decir: Yo cuidaré de tu vida. Observa a los niños que juegan en la calle. A veces no saben el nombre del otro, quizá hablan diferentes idiomas, y sin embargo juegan, imaginan, inventan, comparten y alcanzan, en unos pocos instantes, la felicidad. Incluso desde un punto de vista “filosófico”, las niñas y los niños tienen mucho que enseñarnos.