Daniella Sánchez Russo, directora del Instituto Caro y Cuervo
Barranquillera, pero cómoda y agradecida con Bogotá, asume una institución arraigada en la historia de la literatura colombiana. Fue periodista de esta casa, pero pudo más la literatura que se volvió su camino de vida. Ahora le sobran planes, sobre todo para los territorios.
Jorge Cardona Alzate
En óptimas manos ha quedado el Instituto Caro y Cuervo. La periodista, catedrática y doctora en literatura, Daniella Sánchez Russo, asume este legado nacional y, en sus palabras, lo hace como defensora de un proceso cultural abierto y participativo hacia los territorios y la ciudadanía. Por eso, sus planes de trabajo plantean esa búsqueda colectiva, con aportes para ser comprendidos y apropiados por las comunidades. Es comunicadora y escritora de oficio, pero desde los ocho años estudia literatura como si se fuera a acabar. Con esa misma dedicación emprende ahora “un desafío apasionante” al frente de una institución que avanza por su séptima década y que ella pretende proyectar en el segundo cuarto del siglo XXI como un patrimonio de los colombianos.
Tiene planes inmediatos de documentación lingüística, fortalecimiento del sello editorial, talleres de edición comunitaria, lenguas nativas y tecnología, o lexicografía de territorios, pero resalta su disposición infatigable de continuar comunicando y estudiando. Una travesía personal por la lectura como forma de supervivencia desde que empezó a escribir cuentos en Barranquilla por sugerencias de Sister Johanna Cunniffe y leyó “Crimen y Castigo” de Dostoyevski para entender a qué iba a dedicar su vida. Al saber literario desde todos sus frentes. Primero de acuciosa lectora de clásicos y de colombianos, y después, al romper la burbuja y estudiar lejos de su familia en Bogotá, a bordo de la vida cultural capitalina y los embrujos del periodismo.
Sin terminar sus estudios de comunicación social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano ya había pasado por el Taller de Escritores de Isaías Peña en la Universidad Central y por las cátedras y tertulias de literatura en el Gimnasio Moderno. En esas vueltas de la vida entre las letras y los azares del país, aterrizó en la sala de redacción de El Espectador y se quedó dos años en el reverbero de las noticias judiciales. Siempre leyendo novelas, ensayos y crónicas, pero con la implacable disciplina de los cierres y la agudeza para extraer las perlas de los sucesos rutilantes. En su gramática precisa los galimatías del escándalo del carrusel de la contratación en Bogotá o los cables de Wikileaks quedaron puntualmente contados como si fueran documentos de divulgación científica.
Pero Daniela Sánchez Russo sabía que su paso por el periodismo judicial cotidiano en Colombia era suficiente, y partió a New York a estudiar una maestría en escritura creativa que le permitió enrutar su camino hacia el oficio de la literatura. Cuando regresó a Colombia en 2014, el tiempo trazado en el periodismo volvió a abrirle las puertas, esta vez como editora de contenido de la revista Fucsia. La Universidad del Norte de su natal Barranquilla acogió también su cátedra literaria y, en esa simbiosis de comunicación y academia, sus esfuerzos empezaron a concentrarse en el doctorado en estudios hispánicos que emprendió a partir de 2016 en la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia. Seis años becada, pero en su salsa, escribiendo y leyendo con criterio investigativo.
Cuando terminó en 2022, su tesis de grado —dirigida por la catedrática Ericka Beckam— sobre el tema de la servidumbre doméstica y la literatura en América Latina, además de los estudios de contexto correspondientes, se transformó en su primera novela “Vigilia”. Fue publicada con el sello Tusquets, enmarcada en el Caribe colombiano a principios del siglo XXI, entre familias temerosas del secuestro, pero en la placidez de la asistencia doméstica con sus propios dilemas.
Cuando Juan David Correa asumió como ministro de Culturas del gobierno de Gustavo Petro en agosto de 2023, en breve vinculó a Daniella Sánchez Russo a su círculo de trabajo como coordinadora del área de literatura. Año y medio después quedaron claras sus capacidades para dirigir el Instituto Caro y Cuervo.
Ya tiene claro que debe finiquitar el proceso de reedición de tres clásicos de la literatura colombiana —“El Carnero” de Juan Rodríguez Freyle, “De sobremesa” de José Asunción Silva y la leyenda del Yurupary, relatada por el indígena José Maximino y traducida por el conde Ermanno Sradelli—, y que quiere, además, cuanto antes, completar una bibliografía crítica de la literatura colombiana que está pendiente desde 1996. En una labor de fortalecimiento de las comunicaciones, tiene la expectativa de desarrollar laboratorios de edición y creación en la Imprenta Patriótica, de ampliar las cátedras de escritura, corrección de estilo, gestión cultural o patrimonio inmaterial, y que quiere digitalizar las colecciones del instituto para que se multipliquen los lectores de la literatura colombiana.
Cada enfoque del instituto tiene para ella una atención prioritaria, pero resalta algunas ideas de acceso a los territorios y apropiación lingüística a las comunidades. El examen de español como segunda lengua está en su última etapa de definiciones, y en su criterio este es un proyecto que merece resolverse porque provee invaluables oportunidades en el contexto internacional. También hay notables avances que deben concretarse para definir los términos de una alianza académica de posgrado con la Universidad Nacional. Tomó el juramento de su cargo este martes y de inmediato se puso al frente de estas y otras misiones. Como en sus tiempos de periodista judicial, atenta a entender cada detalle de los entramados culturales y literarios de una nación en permanente transformación.
El pensamiento latinoamericano requiere fortalecimiento lingüístico y comprensión de los territorios, esa es la filosofía con la que Daniella Sánchez Russo acepta y acoge la dirección del Instituto Caro y Cuervo, creado desde 1942. Ella sabe perfectamente de su importancia histórica y la necesidad de persistir en la defensa de los idiomas colombianos, incluidas las lenguas de las comunidades afros e indígenas. Desde los sincretismos de las voces originales y las que moldearon en sus escritos los cronistas de Indias, hay una herencia común que no puede extinguirse y debe conservarse. Por eso, los planes de modernización del organismo, con una planta docente estable y una consultoría especializada, buscan una entidad para el siglo XXI en defensa de un patrimonio común: nuestros idiomas.
En óptimas manos ha quedado el Instituto Caro y Cuervo. La periodista, catedrática y doctora en literatura, Daniella Sánchez Russo, asume este legado nacional y, en sus palabras, lo hace como defensora de un proceso cultural abierto y participativo hacia los territorios y la ciudadanía. Por eso, sus planes de trabajo plantean esa búsqueda colectiva, con aportes para ser comprendidos y apropiados por las comunidades. Es comunicadora y escritora de oficio, pero desde los ocho años estudia literatura como si se fuera a acabar. Con esa misma dedicación emprende ahora “un desafío apasionante” al frente de una institución que avanza por su séptima década y que ella pretende proyectar en el segundo cuarto del siglo XXI como un patrimonio de los colombianos.
Tiene planes inmediatos de documentación lingüística, fortalecimiento del sello editorial, talleres de edición comunitaria, lenguas nativas y tecnología, o lexicografía de territorios, pero resalta su disposición infatigable de continuar comunicando y estudiando. Una travesía personal por la lectura como forma de supervivencia desde que empezó a escribir cuentos en Barranquilla por sugerencias de Sister Johanna Cunniffe y leyó “Crimen y Castigo” de Dostoyevski para entender a qué iba a dedicar su vida. Al saber literario desde todos sus frentes. Primero de acuciosa lectora de clásicos y de colombianos, y después, al romper la burbuja y estudiar lejos de su familia en Bogotá, a bordo de la vida cultural capitalina y los embrujos del periodismo.
Sin terminar sus estudios de comunicación social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano ya había pasado por el Taller de Escritores de Isaías Peña en la Universidad Central y por las cátedras y tertulias de literatura en el Gimnasio Moderno. En esas vueltas de la vida entre las letras y los azares del país, aterrizó en la sala de redacción de El Espectador y se quedó dos años en el reverbero de las noticias judiciales. Siempre leyendo novelas, ensayos y crónicas, pero con la implacable disciplina de los cierres y la agudeza para extraer las perlas de los sucesos rutilantes. En su gramática precisa los galimatías del escándalo del carrusel de la contratación en Bogotá o los cables de Wikileaks quedaron puntualmente contados como si fueran documentos de divulgación científica.
Pero Daniela Sánchez Russo sabía que su paso por el periodismo judicial cotidiano en Colombia era suficiente, y partió a New York a estudiar una maestría en escritura creativa que le permitió enrutar su camino hacia el oficio de la literatura. Cuando regresó a Colombia en 2014, el tiempo trazado en el periodismo volvió a abrirle las puertas, esta vez como editora de contenido de la revista Fucsia. La Universidad del Norte de su natal Barranquilla acogió también su cátedra literaria y, en esa simbiosis de comunicación y academia, sus esfuerzos empezaron a concentrarse en el doctorado en estudios hispánicos que emprendió a partir de 2016 en la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia. Seis años becada, pero en su salsa, escribiendo y leyendo con criterio investigativo.
Cuando terminó en 2022, su tesis de grado —dirigida por la catedrática Ericka Beckam— sobre el tema de la servidumbre doméstica y la literatura en América Latina, además de los estudios de contexto correspondientes, se transformó en su primera novela “Vigilia”. Fue publicada con el sello Tusquets, enmarcada en el Caribe colombiano a principios del siglo XXI, entre familias temerosas del secuestro, pero en la placidez de la asistencia doméstica con sus propios dilemas.
Cuando Juan David Correa asumió como ministro de Culturas del gobierno de Gustavo Petro en agosto de 2023, en breve vinculó a Daniella Sánchez Russo a su círculo de trabajo como coordinadora del área de literatura. Año y medio después quedaron claras sus capacidades para dirigir el Instituto Caro y Cuervo.
Ya tiene claro que debe finiquitar el proceso de reedición de tres clásicos de la literatura colombiana —“El Carnero” de Juan Rodríguez Freyle, “De sobremesa” de José Asunción Silva y la leyenda del Yurupary, relatada por el indígena José Maximino y traducida por el conde Ermanno Sradelli—, y que quiere, además, cuanto antes, completar una bibliografía crítica de la literatura colombiana que está pendiente desde 1996. En una labor de fortalecimiento de las comunicaciones, tiene la expectativa de desarrollar laboratorios de edición y creación en la Imprenta Patriótica, de ampliar las cátedras de escritura, corrección de estilo, gestión cultural o patrimonio inmaterial, y que quiere digitalizar las colecciones del instituto para que se multipliquen los lectores de la literatura colombiana.
Cada enfoque del instituto tiene para ella una atención prioritaria, pero resalta algunas ideas de acceso a los territorios y apropiación lingüística a las comunidades. El examen de español como segunda lengua está en su última etapa de definiciones, y en su criterio este es un proyecto que merece resolverse porque provee invaluables oportunidades en el contexto internacional. También hay notables avances que deben concretarse para definir los términos de una alianza académica de posgrado con la Universidad Nacional. Tomó el juramento de su cargo este martes y de inmediato se puso al frente de estas y otras misiones. Como en sus tiempos de periodista judicial, atenta a entender cada detalle de los entramados culturales y literarios de una nación en permanente transformación.
El pensamiento latinoamericano requiere fortalecimiento lingüístico y comprensión de los territorios, esa es la filosofía con la que Daniella Sánchez Russo acepta y acoge la dirección del Instituto Caro y Cuervo, creado desde 1942. Ella sabe perfectamente de su importancia histórica y la necesidad de persistir en la defensa de los idiomas colombianos, incluidas las lenguas de las comunidades afros e indígenas. Desde los sincretismos de las voces originales y las que moldearon en sus escritos los cronistas de Indias, hay una herencia común que no puede extinguirse y debe conservarse. Por eso, los planes de modernización del organismo, con una planta docente estable y una consultoría especializada, buscan una entidad para el siglo XXI en defensa de un patrimonio común: nuestros idiomas.