La primera mirada de Dante Alighieri
El 14 de septiembre de 1321 murió el poeta que mejor comulgó con el amor. Dante Alighieri rompió la dicotomía entre el amor religioso y el terrenal mediante Beatrice Portinari –que en Dante se tornó en Beatriz, la “bienaventurada”–, para tornarse en una aparición prodigiosa, propia del Paraíso, que solo Dante fue capaz de crear.
Juliana Vargas - @jvargasleal
Nietzche estaba convencido de que el hombre era un medio para la mujer, mientras que la mujer era un fin para el hombre, y el mayor fin tal vez ha sido Beatrice Portinari, que tan solo con dos apariciones en Florencia frente a su amado logró crear un Paraíso para Dante Alighieri.
San Agustín decía que existían tres visiones: la corporal, la espiritual y la intelectual. La corporal, aquella primera impresión sensible, es la engañosa, la confusa, la que se deja deslumbrar por los colores, y si el amor es el conocimiento último, la visión corporal resulta insuficiente. Es por ello que el núcleo de “La Vida Nueva” –la obra enteramente dedicada al mayor amor de la Edad Media– está constituido por la visión espiritual, por el conjunto de representaciones que desencadena en el poeta la imagen interiorizada de Beatriz. La descripción física de Beatriz se hace en términos reducidos, pero suficientemente intensos como para hacer explicables los efectos inmediatos que su presencia produce:
De todas las bellezas es la cumbre.
Al lanzar de sus ojos clara lumbre
surgen de amor espíritus radiosos
que hieren en la vista a los curiosos
y al corazón infligen pesadumbre.
Su boca, donde Amor está presente,
nadie puede mirarla fijamente.
¡Oh canción mía! Sé que irás hablando,
a muchas damas una vez lanzada.
Te ruego, ya que estás aleccionada
como hija del Amor, joven y pía,
que por doquier digas suplicando:
“¿Qué senda llevárame a la persona
cuya alabanza lírica me abona?”
Y si tu acción no quieres ver baldía,
esquiva a todo ser sin cortesía,
no fíes, de poder, tus intereses
sino a la dama y al varón corteses
que te señalarán la buena vía.
Y puesto que al Amor verás con ella,
recomienda al Amor mi gran querella.
Dante solo conserva dos escuetas alusiones a la indumentaria de Beatriz. Por ende, la visión corporal es tan solo la entrada para magnificar una visión propia de aquello que no es de este mundo. Entonces, en una época en que nada podía estar por encima de Dios, el que todo lo ha creado y el que todo lo creará, Beatriz se convierte en un milagro de Él. Beatriz pertenece al universo puro más allá del recurso retórico y, por ello, la belleza de su cuerpo no se interpone, sino que media entre Dios y su amante. “Dios es más fuerte que yo. Ya vendrá y me dominará”, dice Dante, y a través de Beatriz es que se resuelve el conflicto entre el amor humano y divino.
Por esa razón, la muerte de Beatriz es narrada en los mismos términos apocalípticos en que San Mateo narra la muerte de Cristo.
“‘¿Acaso no sabes que tu amada ha abandonado ya este mundo?’” A la sazón, comencé a llorar muy lastimeramente, no solo con la imaginación, sino con los ojos, bañados en verdaderas lágrimas. Figurándome que miraba hacia el cielo, creía ver muchedumbre de ángeles que volvían a él llevando delante una blanquísima nubecilla. Y parecióme que aquellos ángeles cantaban a gloria y que entre las palabras del cántico figuraban las de ¡Hosanna in excelsis! Nada más oía. Y entonces me figuré que el corazón, donde tanto amor se albergaba, decíame: ‘Cierto es que ha muerto nuestra amada’, con lo cual echaba yo a andar para ver el cuerpo donde había residido aquella nobilísima y, bienaventurada alma. Tan poderosa fue la errada fantasía, que me enseñó a mi amada muerta; diríase que unas mujeres le cubrían la cabeza con blanco velo, y su cara ofrecía un talante de humildad, tal como si dijera: ‘Estoy viendo el principio de toda paz’. Con esto, sentíme tan anonadado que llamaba a la Muerte, diciendo: ‘¡Ven a mí, dulcísima Muerte! No me seas cruel, pues debes ser noble, a juzgar por donde has estado. ¡Ven a mí, que tanto te deseo! ¿No ves que ya tengo tu mismo color?’”.
El amor de Dante gira en torno a una imagen mental e interior, creada mediante imaginaciones y sueños de una visión espiritual, en términos de San Agustín. El amor de Dante hacia Beatriz no podía realizarse por medio del pensamiento, si la amada no era propia del mundo terrenal. Era imposible realizarse por medio de afirmaciones acerca de Beatriz, como tampoco el amor a Dios puede consolidarse con pensamientos acerca de Dios. Este amor solo puede aparecer mediante la experiencia de la unión. Una unión que únicamente es posible en el Paraíso.
Así fue como Beatriz se convirtió en un símbolo de la fe y en guía y protectora celestial, gracias a la primera mirada de un niño de nueve años.
“Luego de mi nacimiento, el luminoso cielo había vuelto ya nueve veces al mismo punto, en virtud de su movimiento giratorio, cuando apareció por vez primera ante mis ojos la gloriosa dama de mis pensamientos”.
Nietzche estaba convencido de que el hombre era un medio para la mujer, mientras que la mujer era un fin para el hombre, y el mayor fin tal vez ha sido Beatrice Portinari, que tan solo con dos apariciones en Florencia frente a su amado logró crear un Paraíso para Dante Alighieri.
San Agustín decía que existían tres visiones: la corporal, la espiritual y la intelectual. La corporal, aquella primera impresión sensible, es la engañosa, la confusa, la que se deja deslumbrar por los colores, y si el amor es el conocimiento último, la visión corporal resulta insuficiente. Es por ello que el núcleo de “La Vida Nueva” –la obra enteramente dedicada al mayor amor de la Edad Media– está constituido por la visión espiritual, por el conjunto de representaciones que desencadena en el poeta la imagen interiorizada de Beatriz. La descripción física de Beatriz se hace en términos reducidos, pero suficientemente intensos como para hacer explicables los efectos inmediatos que su presencia produce:
De todas las bellezas es la cumbre.
Al lanzar de sus ojos clara lumbre
surgen de amor espíritus radiosos
que hieren en la vista a los curiosos
y al corazón infligen pesadumbre.
Su boca, donde Amor está presente,
nadie puede mirarla fijamente.
¡Oh canción mía! Sé que irás hablando,
a muchas damas una vez lanzada.
Te ruego, ya que estás aleccionada
como hija del Amor, joven y pía,
que por doquier digas suplicando:
“¿Qué senda llevárame a la persona
cuya alabanza lírica me abona?”
Y si tu acción no quieres ver baldía,
esquiva a todo ser sin cortesía,
no fíes, de poder, tus intereses
sino a la dama y al varón corteses
que te señalarán la buena vía.
Y puesto que al Amor verás con ella,
recomienda al Amor mi gran querella.
Dante solo conserva dos escuetas alusiones a la indumentaria de Beatriz. Por ende, la visión corporal es tan solo la entrada para magnificar una visión propia de aquello que no es de este mundo. Entonces, en una época en que nada podía estar por encima de Dios, el que todo lo ha creado y el que todo lo creará, Beatriz se convierte en un milagro de Él. Beatriz pertenece al universo puro más allá del recurso retórico y, por ello, la belleza de su cuerpo no se interpone, sino que media entre Dios y su amante. “Dios es más fuerte que yo. Ya vendrá y me dominará”, dice Dante, y a través de Beatriz es que se resuelve el conflicto entre el amor humano y divino.
Por esa razón, la muerte de Beatriz es narrada en los mismos términos apocalípticos en que San Mateo narra la muerte de Cristo.
“‘¿Acaso no sabes que tu amada ha abandonado ya este mundo?’” A la sazón, comencé a llorar muy lastimeramente, no solo con la imaginación, sino con los ojos, bañados en verdaderas lágrimas. Figurándome que miraba hacia el cielo, creía ver muchedumbre de ángeles que volvían a él llevando delante una blanquísima nubecilla. Y parecióme que aquellos ángeles cantaban a gloria y que entre las palabras del cántico figuraban las de ¡Hosanna in excelsis! Nada más oía. Y entonces me figuré que el corazón, donde tanto amor se albergaba, decíame: ‘Cierto es que ha muerto nuestra amada’, con lo cual echaba yo a andar para ver el cuerpo donde había residido aquella nobilísima y, bienaventurada alma. Tan poderosa fue la errada fantasía, que me enseñó a mi amada muerta; diríase que unas mujeres le cubrían la cabeza con blanco velo, y su cara ofrecía un talante de humildad, tal como si dijera: ‘Estoy viendo el principio de toda paz’. Con esto, sentíme tan anonadado que llamaba a la Muerte, diciendo: ‘¡Ven a mí, dulcísima Muerte! No me seas cruel, pues debes ser noble, a juzgar por donde has estado. ¡Ven a mí, que tanto te deseo! ¿No ves que ya tengo tu mismo color?’”.
El amor de Dante gira en torno a una imagen mental e interior, creada mediante imaginaciones y sueños de una visión espiritual, en términos de San Agustín. El amor de Dante hacia Beatriz no podía realizarse por medio del pensamiento, si la amada no era propia del mundo terrenal. Era imposible realizarse por medio de afirmaciones acerca de Beatriz, como tampoco el amor a Dios puede consolidarse con pensamientos acerca de Dios. Este amor solo puede aparecer mediante la experiencia de la unión. Una unión que únicamente es posible en el Paraíso.
Así fue como Beatriz se convirtió en un símbolo de la fe y en guía y protectora celestial, gracias a la primera mirada de un niño de nueve años.
“Luego de mi nacimiento, el luminoso cielo había vuelto ya nueve veces al mismo punto, en virtud de su movimiento giratorio, cuando apareció por vez primera ante mis ojos la gloriosa dama de mis pensamientos”.