Darío Sztajnszrajber: “No nacemos con amor, nacemos con la necesidad de buscarlo”
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber habló acerca de su libro, “El amor es imposible”, donde desafía convenciones arraigadas mediante ocho tesis filosóficas que cuestionan ideas preestablecidas sobre el amor.
Diana Camila Eslava
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En su libro, el gran protagonista es el amor, pero también usted: esta obra también es autobiográfica. ¿Cómo empezó a rumiar las ideas que se encontraron en “El amor es imposible”
A mí me gusta mucho hacer filosofía desde un lugar que no sea meramente mental. De hecho, la filosofía occidental nace en Grecia por esa apuesta por lo racional. Y siempre me ha hecho ruido: desde que empecé a dar clases sentía que había algo de la transferencia que se jugaba más en la medida en que uno ponía el cuerpo. Y que esas ideas filosóficas después podían encarnarse en experiencias concretas. Divulgar no es solo simplificar una idea, implica también conectar pensamientos con vivencias personales. Las reflexiones filosóficas pueden ayudar a organizar conceptos, o al revés, a desordenar las ideas frente a un sentido común que te exige tener todo demasiado claro.
Es un libro con una fuerte presencia filosófica, viene del ensayo más tradicional, pero también cuenta con muchas historias personales que me permitieron abordar la filosofía desde un ángulo distinto para quien siente en su vida personal que la filosofía le puede dar algo.
Todas las personas buscamos el amor, pero no es un tema que en la vida diaria nos dediquemos a pensar o a desocultar. Y ese fue el trabajo de este libro…
Creo que cuando nacemos en un entorno social con respuestas predefinidas para todo surge un ideal sobre el conocimiento humano problemático: la noción de que venimos al mundo sin saber nada, como una pizarra en blanco, como afirmaban los empiristas, y que luego nos llenamos de conocimiento, como si el individuo fuera algo vacío y puro. El individuo siempre está condicionado por su entorno, sometido a influencias previas que moldean su percepción del mundo y su forma de actuar. Por eso, volviendo a tu pregunta inicial, la filosofía busca revelar lo oculto, partiendo de la premisa de que nacemos en una sociedad que, de alguna manera, nos oculta muchos caminos posibles y nos limita a seguir uno solo. En un mundo lleno de certezas aparentes, la filosofía adopta una perspectiva diferente. No busca alcanzar una verdad definitiva, sino cuestionar las certezas establecidas. No se trata de buscar respuestas, sino de poner en duda las conclusiones dominantes que son las que moldean nuestro sentido común.
Y cuestionar certezas preestablecidas suena práctico, pero es un reto inmenso...
Sí, el desafío surge cuando desentrañas lo oculto y te enfrentas a un abismo. No es que te encuentres con una verdad sólida y estable, sino que descubres que en el fondo no hay un fondo definido. Experimentas una ruptura contigo mismo, donde la vida se desenvuelve en una tensión ambivalente. Te vuelves al menos dos: eres Camila reproduciendo el sentido común, pero eres también Camila observando a la Camila del sentido común y preguntándose: “¿qué es todo esto?”.
No es que nazcamos y sepamos lo que es el amor, sino que estamos inmersos en una gramática del amor que ya tiene todo predefinido, y los reproducimos. Sin embargo, la Camila que desentraña, la que descubre la filosofía, cuestiona. Eso es lo que llamamos “deconstruir”: desmontar las estructuras establecidas para revelar la complejidad y la ambigüedad inherentes a la experiencia humana.
Me gustó mucho la tesis seis: “El amor es imposible porque todo amor es siempre un desamor”. En ella dice: el amor es efecto, nunca causa. Usted sacude al lector y desestabiliza una lección que ya creíamos aprendida…
Me parece que todas las tesis buscan desestabilizar ideas férreas. En otras palabras, lo que busca el libro es llevarnos a un lugar donde todo lo que antes parecía sólido se revela más difuso y abierto a la interpretación. En la tesis seis, mi intención es desafiar esa concepción común que sostiene que el desamor es simplemente la ruptura del amor, que el desamor surge después del amor, como si siempre implicara la desintegración de un amor previo. En la tesis juego con que no hay amor sin desamor y desamor sin amor. O sea, siempre que estás amando te estás separando de algo.
Sí, habla de que el amor no es algo estático…
Aquí no se trata de afirmar: “Esto es mío y tiene esta forma, y con esto lo puedo explicar”. Incluso en situaciones más simples y cotidianas, como esta entrevista en la que estamos ahora, no puedo afirmar que estoy “amando” a mi pareja que está en Argentina en este preciso momento. Existe un ideal que dicta que uno debe estar profundamente enamorado todo el tiempo para que el amor tenga sentido. No se trata simplemente de desamor, sino de reconocer que no hay una continuidad total en el amor. Este ideal de amor perpetuo me parece perjudicial. Coloca al amor en un pedestal tan alto, que cualquier experiencia diferente parece frustrante, y nos obsesionamos con la necesidad de estar enamorados todo el tiempo. Encuentro mucho más interesante un amor que fluctúa, que nos desafía a nosotros mismos y que no cree en la ilusión de la plenitud absoluta.
El capítulo comienza con una inversión de la relación causa-efecto: la idea de que, en realidad, desde que nacemos, nos estamos separando de algo. Nacer es un acto de separación en sí mismo.
Usted dice que nacer es un acto de separación, pero también es un acto de amor. Un acto de creación es un acto de amor…
La creación es un acto de amor, estamos de acuerdo. No obstante, cuando nacemos nos encontramos solos, lanzados a un mundo en el que necesitamos reconstruir un marco de apoyo, un límite. No nacemos con amor, nacemos con la necesidad de buscarlo. ¿Por qué salimos a amar? Porque no poseemos ese amor. En otras palabras, en el origen no está el amor, sino cierto desamor originario. Después, depende de cada uno imaginar qué existía antes. Puede estar relacionado con la madre, con Dios o con la totalidad. Pero nacer es una especie de caída, la primera. Es un despojamiento de esa totalidad. Y el amor, tal como lo concebimos, surge como la necesidad de reconstruir esa totalidad perdida. El problema es que esa reconstrucción es imposible. De ahí el título de mi libro. No se trata de volver a esa totalidad: toda la vida estamos persiguiendo esa plenitud inalcanzable. No veo con malos ojos ir en busca de la plenitud. Lo que veo con malos ojos es creer haberla encontrado.
En la tesis tres se sienta a pensar en el lenguaje, y esto me hizo pensar en el intento de la literatura por narrar el amor. Hace poco recordábamos a García Márquez y su narración del amor desbordado entre Amaranta Úrsula y el penúltimo Aureliano…
Siempre me ha impactado el final de “Cien años de soledad” con las hormigas devorando al bebé. Esta imagen encierra muchas interpretaciones, pero también refleja cómo, de alguna manera, nos consumimos mutuamente en algún punto. En el amor parece haber una tendencia a querer devorar al otro, pero la clave está en su imposibilidad: en que el otro no sea consumido. Metafóricamente hablando, el beso es una forma de frenar ese impulso devorador del otro, diciendo: “Me quieres devorar, pero hasta aquí”. Ahora, es cierto que simbólicamente hay muchas parejas que terminan en el peor lugar: desotrando. Existe una especie de compulsión por consumirse en el amor al otro. La inefabilidad del amor ha encontrado en la historia de nuestra cultura (en la poesía, en el arte) una forma diferenciada de expresarse, pues el lenguaje cotidiano se queda corto frente a la sensación dionisíaca, mágica y embriagadora que nos envuelve en el acto del enamoramiento.
Claro: lo inefable es quedarse sin palabras...
Es que es tan imponente lo que hace el amor con nosotros, que el lenguaje no puede contener esa fuerza. El lenguaje tiene un propósito más ordenador. Por eso, esa especie de fuerza sísmica que genera el amor no encuentra en el lenguaje cotidiano su lugar. De alguna manera, un beso es una forma mucho más potente, mucho más profunda, que lo que le puedas decirle al otro. Creo que aquí encontramos la evidencia más intuitiva de que el amor es imposible. ¿Dónde? En la sensación de que nunca encontraremos las palabras adecuadas para expresar realmente lo que sentimos hacia el otro.
Usted dijo: “Entramos en cada vínculo dándole a ese vínculo la impronta de un imposible alcanzable y olvidando que si es imposible es porque es inalcanzable. Quizás lo que enciende la relación amorosa es el autoengaño permanente: me tomo cada vínculo como si en ese vínculo se me jugara todo, aun sabiendo que en el fondo no se me juega nada” …
El gran dilema de la existencia humana es que nacemos destinados a morir. Si lo analizamos detenidamente, nada de lo que hacemos parece tener sentido, ya que todo llega a su fin en algún momento. Por eso, cada uno debe hacer un pacto consigo mismo y poner en pausa esa conciencia del destino final para poder dedicarse intensamente a vivir su vida. Con el amor, comparto una visión similar: todos los vínculos amorosos eventualmente llegan a su fin o se transforman. Es parte de la naturaleza misma de las relaciones humanas.
Y entonces para qué el amor, podrían pensar algunos...
Claro, si uno lo piensa de ese modo, entonces parecería que no tiene sentido el amor. La tesis de que el amor es imposible puede conducir a que uno diga: “Ah, entonces, ¿para qué me voy a embarcar en un vínculo amoroso si al final no alcanzamos lo que buscamos?”. La propuesta del libro va en una dirección contraria. Paradójicamente, plantea que buscamos el amor, pero no buscamos alcanzarlo por completo, porque el verdadero valor del amor reside en el deseo y la búsqueda, no en el logro final. El amor está relacionado con ese anhelo constante de búsqueda, con la incompletitud que lo caracteriza. Es precisamente ese encuentro imposible con el otro lo que hace que el vínculo amoroso sea tan profundo y significativo. Este aspecto esencial del amor es lo que lo convierte en un vínculo erótico, en el sentido más amplio de la palabra, donde el deseo y la pasión están intrínsecamente ligados a la búsqueda y al encuentro con lo imposible.
Como en un juego...
Exacto: aunque ese vínculo sea imposible hay que vivirlo como si fuera posible, pero con la consciencia del juego. Es como cuando uno va al cine. A mí me pasa mucho cuando veo el final de Rocky II y él gana la batalla, pero la mujer no va porque no quiere ver cómo le pegan. De todas formas, lo ve por televisión desde la casa, y cuando gana, él levanta el cinturón y le dedica el triunfo a Adrian. Le dice: “¡Adrian! ¡Te amo!”. Y yo lloro, lloro y lloro. ¿Por qué lloro si es Stallone? Es Stallone y es una película y es Hollywood… y estás sentado en una butaca. Pero ¿por qué?
Porque cuando uno entra al cine hace como si eso fuese lo que es. Yo creo que con el amor ocurre algo así. Uno entra en las historias de amor como en una película. Lo vives a plenitud, pero en el fondo sabes que es finito. Que probablemente se terminará. Que después te puedes enamorar de otra persona. O no. Pero le das ese lugar a lo contingente. Tienes que sentir todo a plenitud. O sea, me parece que lo que hay que hacer es desidealizar al amor para reivindicarlo. En el libro digo: “solo cuando dejemos de creer en el amor con mayúscula nos podremos enamorar. Pero desde un lugar mucho más humano”.