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¿Qué tuvo que pasarle a Hirayama para darse cuenta de que estaba vivo? ¿Qué le habrá organizado así la mente, que su exterior ahora se ve tan limpio? No tiene alarmas, así que se levanta muy temprano con el sonido de las cerdas de una escoba sostenida por un hombre que barre la calle. Una calle muy discreta. Organiza su cama, que es más bien una colchoneta que dobla junto con una cobija y una almohada. Después, se lava los dientes en el lavaplatos de una cocina pequeña, se corta el bigote, se viste con su overol de trabajo y recoge las cosas que había dejado en el mismo lugar de siempre el día anterior: billetera, monedas, llaves. No se baña. No tiene ducha. Pero se ve fresco. Al abrir la puerta de su muy modesta casa, mira hacia arriba, respira profundo y sonríe, como agradeciendo la nueva oportunidad de ir a limpiar los baños de Tokio.
En esta película, la rutina se ve como un logro. Los momentos de mayor plenitud y felicidad se ven como las hojas de los árboles que se mueven con el viento, un casete de rock de los años 80, un baño limpio o un vaso de agua fría. No hay lujos. O sí, pero no los que el capitalismo ha difundido y defendido. Aquí el disfrute no cuesta millones de dólares o de yenes. De hecho, no cuesta nada: la certeza que regala el orden, el sabor del primer café de la mañana, el saludo de un niño, la voz de una mujer. El protagonista de esta película de Wim Wenders hace que los baños públicos de su ciudad brillen, pero no por neurótico, sino por consciente. Su presencia absoluta en cada movimiento es la confirmación de que su paso por el mundo fue con los ojos abiertos. Estuvo despierto.
No pasa nada especial para la escala de cosas especiales que cuestan tanto dinero. Cuando va manejando su pequeño carro azul repleto de cosas de limpieza, Hirayama mira hacia el cielo y su vista se cruza con el Tokyo Skytree, que cualquier otro admiraría por el poderío que representa. Aquí ese poder del dinero, del estatus, la belleza o la fama no se anhela. Aquí, más bien, no se tienen más aspiraciones que las de leer hasta el agotamiento las páginas del libro semanal, que costó un dólar y fue comprado en una tienda de ediciones viejas. No hay ansiedad por terminar, no hay afán de acumular, no hay intenciones de demostrar. Aquí hay un genuino deseo por usar los ojos para leer, el cerebro para pensar y las manos para crear. Así lo que se cree sea una serie de movimientos para dejar un inodoro perfectamente limpio. O un gesto de amor hacia un niño que llora porque está perdido. Un hombre amable con un mundo que es amable con él.
Esta película representa el regreso de Wim Wenders como director de cine (completó seis años desde su última película: Inmersión). Su observación de este presente lo condujo a rodar una película sobre lo contrario: la repetición que conduce a la plenitud. Los rituales que embellecen la vida. Los carros lujosos, el dinero, los celulares y la comida en finos restaurantes no tienen por qué ser la única vía para el confort. Pero ni siquiera se desprecian. Aquí no hay crítica, juicio ni queja. Perfect Days es una obra respetuosa en todas sus formas. Cada quien podrá vivir e identificar lo que considere. Cada quien gastará su dinero como quiera. Las 24 horas de Hirayama, que diseñó una receta milimétrica para los días laborales y otra para los fines de semana, son gastadas con paciencia y atención plena: “La próxima vez es la próxima vez. Ahora es ahora”, le dice a su sobrina, que no lo entiende, pero lo admira.
Algo tuvo que pasarle a Hirayama. No llegó a ese estado fácilmente. Hay algo que le duele. Tiene una herida que domina con su decisión de ser feliz con lo que tiene. No reniega ni se queja. No se considera miserable por su trabajo de limpiar tazas de baños. Se inventa nuevos pasos, repite fórmulas, no esconde la sonrisa. Pero en sus ojos está la huella de la tragedia, que probablemente tendrá que ver con un conflicto irresoluble con su grupo familiar.
El protagonista de esta película persigue y consigue una felicidad que valora porque, al parecer, ya la había perdido. Su impulso vital se esfuerza por la calma. Su ilusión es constante, porque es fácil, pero la consigue con el esfuerzo de quien “no se desprecia como ser humano. De quien se merece”, como dijo el poeta X-504.