Darwin y el Nuevo Mundo: viajando en el tiempo en el H.M.S. Beagle
Charles Darwin y Alfred Russell Wallace fueron los autores de una de las ideas más importantes de la historia de la ciencia moderna, el origen de las especies por selección natural. Los dos formaron parte de grandes viajes de exploración y sus experiencias en el continente americano impactaron su forma de entender el mundo natural. “El Voyayeur Philosophe, que navega hasta los rincones más remotos del mundo, viaja en realidad por el sendero del tiempo. Viaja por el pasado. Cada paso suyo es un siglo anterior. Las islas que alcanza son para él la cuna de la humanidad (…)”. Joseph Marie Degérando (1772-1842).
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Los viajes de exploración de los cristianos a otros continentes, en particular al Nuevo Mundo, desde Colón hasta los exploradores del siglo XIX, se vivieron como viajes en el tiempo. El desplazamiento a lugares desconocidos evocó en los exploradores cristianos la idea de estar visitando no solo lugares, sino tiempos remotos, lo cual ratificaba una visión particular de los europeos sobre su propia historia y la de los demás pueblos. Por siglos, Europa se percibió como el futuro, el fin de la historia, y los otros como el pasado, lo primitivo y salvaje.
Las expediciones científicas del siglo XIX, por razones políticas, solían llevar a oficiales entrenados en asuntos topográficos, pero también era común la participación de naturalistas y pintores con el fin de recopilar información sobre la riqueza natural del mundo entero. El joven Charles Darwin fue elegido para ocupar el cargo de naturalista a bordo del H.M.S. Beagle, barco que viajaría alrededor del mundo pasando por el cono sur de América en una jornada que se tomaría cinco años (1831-1836). La experiencia fue determinante para la carrera de Darwin, al igual que para la historia de la ciencia.
La importancia de la obra de Darwin como eje de la biología moderna nos hace olvidar el contexto político y cultural en el que tuvo lugar la expedición. No podemos desconocer la misión imperial encomendada al capitán Robert FitzRoy, y tampoco ignorar que las obligaciones del mismo Darwin fueron parte de un proyecto mayor al servicio de los intereses del imperio británico.
En la portada de la edición ilustrada de 1890 del Viaje del Beagle, Robert Taylor Pritchett retomó elementos de las escenas que se repiten en las acuarelas del pintor de la expedición, Conrad Martens, en las cuales el Beagle solía ser protagonista. En repetidas ocasiones el barco aparece como parte del paisaje, de manera que la presencia de la armada británica en lugares remotos se hacía evidente. Igualmente frecuente en las pinturas de Martens, el barco se destacaba frente a la presencia de nativos, quienes en sus canoas parecen admirar el poderío de la nave europea.
Al mismo Charles Darwin, autor de la tesis del origen de las especies por selección natural, le fue imposible evitar una mirada de la historia y de la civilización centrada en los valores de la ilustración europea y compartió con sus contemporáneos la confianza en la superioridad de su propia cultura frente al resto del mundo. Más interesante aún para la historia de la biología moderna, no solo los pueblos no europeos parecen estar en el pasado, sino también la naturaleza tiene una historia que emerge con particular claridad en tierras separadas en el espacio y en el tiempo del “Viejo” Continente.
En repetidas ocasiones, Darwin reconoció la importancia de sus experiencias en América del Sur, las cuales fueron definitivas en la construcción de sus más importantes ideas. Antes de embarcarse, ya era claro para Darwin que el viaje sería decisivo: “Qué día más glorioso será para mi vida el 4 de noviembre, será el inicio de mi segunda vida…”, escribió en 1831, días antes de embarcarse en su aventura alrededor del mundo. Más significativo aún son las primeras líneas de El origen de las especies:
“Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la Marina Real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan en la distribución geográfica de los seres orgánicos que viven en América del Sur y en las relaciones geológicas entre los habitantes actuales y los pasados de aquel continente. Estos hechos, como se verá en los últimos capítulos de este libro, parecían dar alguna luz sobre el origen de las especies, este misterio de los misterios, como lo ha llamado uno de nuestros mayores filósofos”.
Algo más tarde de lo previsto, el 27 de diciembre de 1831, zarpó el Beagle con Darwin como naturalista, un joven de 22 años cuya formación científica respondía a su gusto por la historia natural. Más allá de los pasatiempos de la aristocracia inglesa aficionada a la cacería y la vida campestre, el joven Darwin cultivó como le fue posible su pasión por la meticulosa observación del mundo natural. Mucho se ha escrito sobre los autores e ideas que influyeron al autor de El origen de las especies. En esta oportunidad solo menciono dos libros que Darwin eligió como parte de su limitado equipaje. Por un lado, Las crónicas de Alexander von Humboldt que, con sus descripciones de la vida en las selvas tropicales, anticiparon en el joven naturalista experiencias que jamás olvidaría. Desde Río de Janeiro, Darwin le escribió a su amigo el botánico John Stevens Henslow: “Aquí vi por primera vez un bosque tropical en toda su grandeza majestuosa, solo la realidad misma puede dar una idea de cuán maravillosa, cuán espléndida es la escena… No he sentido nunca un placer tan intenso. Antes admiraba a Humboldt, ahora casi le adoro; es el único que da una idea de las sensaciones que se despiertan en el espíritu al pisar por primera vez los trópicos”.
Además de la obra de Humboldt, Darwin llevó el recién publicado primer tomo de Principios de geología, de Charles Lyell. Para muchos el padre de la geología moderna, Lyell creyó posible explicar la historia de la Tierra en términos de cambios lentos y graduales que han dejado rastro en el presente. Esto implicaba, entre otras cosas, reconocer para la Tierra una edad mucho mayor de la que asumían teorías bíblicas o científicas de su tiempo. Como el mismo Darwin lo reconoció, Lyell definió las bases teóricas para entender la transformación igualmente lenta de los seres vivos.
Con preguntas mayores, el joven naturalista se enfrentó a un nuevo mundo de experiencias que definieron su manera de entender la naturaleza. El encuentro con aborígenes americanos en Tierra del Fuego impactó al explorador, quien encontró que su aspecto y costumbres eran tan primitivas que se asemejaban más a los animales que a sus equivalentes del mundo civilizado. Los hallazgos de fósiles de grandes mamíferos extintos, al parecer muy antiguos, pero semejantes a algunas especies vivas, motivaron en el joven Darwin inquietudes sobre la inmutabilidad de las especies. Algunas criaturas de las Islas Galápagos, como las grandes tortugas o iguanas, parecían venir de un remoto pasado y su particular distribución geográfica y formas de adaptación fueron más adelante parte sustancial de sus teorías sobre selección natural. Su permanente afán por entender la geología del continente americano, a la luz de las teorías de Lyell, le dio a sus observaciones una perspectiva histórica que enfrentaron a Darwin con un misterioso pasado, al cual no tenemos acceso, excepto a través de los vestigios que sobreviven en el presente y que, al parecer, se revelaron con mayor claridad lejos del Viejo Continente, en el nuevo mundo.
Lectura recomendada
Mi recomendación para entender la importancia del viaje es el primer tomo de la gran biografía de Darwin de Janet Brown, Voyaging, 1996.