David Morales, baile y flamenco: la constancia de un “Simón Bolívar andaluz”
“La vida en un baile” será la película que clausurará el Ficci Interruptus, la versión 2021 de este festival. Un documental sobre la vida y obra de David Morales, el bailaor de flamenco que resalta la constancia y terquedad como los pilares de su éxito: vivir del baile.
Laura Camila Arévalo Domínguez
De dónde vendrá la vocación. Debe ser un impulso que se produce en las entrañas con la suficiente fuerza como para esquivar la falta de motivación, las circunstancias, las críticas, las proyecciones negativas y hasta los malos gobiernos… Lo imagino como una mezcla de condiciones o características que acompañan un propósito: atrevimiento, locura, terquedad y vitalidad.
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De dónde vendrá la vocación. Debe ser un impulso que se produce en las entrañas con la suficiente fuerza como para esquivar la falta de motivación, las circunstancias, las críticas, las proyecciones negativas y hasta los malos gobiernos… Lo imagino como una mezcla de condiciones o características que acompañan un propósito: atrevimiento, locura, terquedad y vitalidad.
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David Morales comenzó a bailar cuando era un niño. Y en su época las niñas eran las que bailaban, los niños no. A esos, fácilmente, los metían en el grupo de los homosexuales, que además se iban a quedar sin el juego, el colegio, los helados y la televisión. Sin la infancia. Y aunque sus primeros años con el flamenco fueron más parecidos a una fiesta, a una “juerga” traviesa en la que un niño hacía poses y pasos de grande y se atrevía a bailar y entretener a los adultos, el juego se fue convirtiendo en un proyecto de vida que comenzó a requerir de disciplina y esfuerzo extra.
Morales creció y sus ganas de bailar también. Su transición de la infancia a la adolescencia confirmó su decisión de pasar el resto de su vida sobre un escenario. Las personas dejaron de ver a esa figurita delgada y atrevida que movía los pies y las manos al lado de los bailaores más famosos, para reconocer al joven y luego al adulto que, profesionalmente, se confundía con los golpes sincronizados del flamenco.
“La vida en un baile” es el documental de Blanca Rey sobre la vida y obra de David Morales, un bailaor y coreógrafo nacido en La Línea de la Concepción (Cádiz, 1971), que comenzó a bailar sevillanas a los tres años. A los once años comenzó su primera gira internacional desde Arabia Saudí a Reino Unido y Holanda, donde la prensa lo bautizó como “El niño de los pies de oro”. Esta película clausurará el Ficci interruptus, la edición 2021 del festival que se repartió en ocho meses con funciones de luna llena en Cartagena.
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La luna, figura central del festival, también juega un papel importante en esta película, que acompaña el crecimiento de Morales junto a las personas más determinantes de su vida: su mamá, su esposa, sus hijos y la Línea, la ciudad que se negó a abandonar a pesar de todas las proyecciones que indicaban que las oportunidades, los escenarios y el público, estaban en Madrid. Y ahí comienza a sobresalir el atrevimiento de Morales, que siguió bailando a pesar de las extrañezas; su locura, que le aconsejó quedarse en su ciudad pequeña y un poco desprestigiada; su terquedad, que le decía que sí, que el flamenco podía ser música para todo el mundo y no solo para ”los entendidos”, y su vitalidad, que lo puso a bailar hasta en tiempos de pandemia, cuando a través de una pantalla se decidió a acompañar a las familias españolas (y a cuantas más quisieran) a bailarse el confinamiento.
Morales cree en la constancia, lo único que realmente le ha servido para consolidarse como primera figura de cientos de festivales nacionales e internacionales. Lo que lo llevó a recorrer más de 20 países en cuatro continentes, lograr un sold out con su espectáculo Lorca muere de amor, en el Carneggie Hall de Nueva York, y más de cinco minutos de una ovación de pie que 3.000 personas le regalaron.
Son 40 años de profesión resumidos en una hora y media con imágenes de sus inicios, sus recorridos y su presente. Su mamá baila con él convencida de que será su pareja eterna y sus pies se mueven con soltura: anuncian cada golpe como si se anticiparan a la melodía del cantaor, la guitarra y los gritos de quiénes emprenden ese viaje que resulta ser el flamenco.
Uno de los bailaores que aparece en este documental dice que la mamá de Morales es una artista de las de antes, de las que ya no hay: “Los jóvenes de ahora todo el tiempo están cansados”. Ella se ve inagotable como Morales, que ha sido tan insistente con su “llamado” que hizo que sus hijos llegaran a detestar el flamenco por ser lo único que ocupaba la casa. Llegaron a extrañar un silencio y una pausa que, además, no conocieron, porque de eso no había en su hogar. Había pura terquedad y una pasión que, para muchos, llega a parecerse a una obsesión más bien tóxica y absurda.
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Esta película, que hace un recuento de los espectáculos que Morales ha montado inspirado en el baile, pero además en su ciudad y la literatura que lo ha conmovido, ofrece un poco de esa cotidianidad exótica que viven los que abandonaron lo que debía ser la infancia, la adolescencia o la vida adulta. Morales no tuvo una niñez convencional por elección, sabía que para bailar no solo se necesitaba de ritmo y gusto por la música: eso lo tiene cualquiera. Él eligió hacer de su día a día, de su soledad, un homenaje a la constancia, que lo llevó a convertirse en, entre muchas otras cosas, un “Simón Bolívar andaluz” (apodó que le dio público) que le mandaba cartas a Manuelita Sáenz a través de flamenco y baile.