De camión a librería, la historia del “Transformer” que rueda por Bogotá
Ómar Castellanos es un librero como cualquier otro, solo que sus historias están sobre ruedas y en la calle, donde aprendió todo lo que sabe de los libros y la vida.
Samuel Sosa Velandia
Todos los días, a las 10 de la mañana, en la calle 138 con carrera 54C, al frente del conjunto residencial Casas Parque del Moral, norte de Bogotá, se parquea un camión de color blanco. Dice Ómar Alirio Castellanos, su propietario, que, como si se tratara de un personaje de la película Transformers, abre sus puertas y se convierte en otra cosa: “Bienvenidos a la Librería móvil”, exclama este hombre para recibir a los lectores: a los fieles, que vuelven cada que pueden para pedirle una nueva historia, y a los nuevos, que llegan curiosos a ver qué libro se asoma por ahí.
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Todos los días, a las 10 de la mañana, en la calle 138 con carrera 54C, al frente del conjunto residencial Casas Parque del Moral, norte de Bogotá, se parquea un camión de color blanco. Dice Ómar Alirio Castellanos, su propietario, que, como si se tratara de un personaje de la película Transformers, abre sus puertas y se convierte en otra cosa: “Bienvenidos a la Librería móvil”, exclama este hombre para recibir a los lectores: a los fieles, que vuelven cada que pueden para pedirle una nueva historia, y a los nuevos, que llegan curiosos a ver qué libro se asoma por ahí.
Jane Austen, Fiódor Dostoyevski, Ana Frank, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez son algunos de los nombres que a primera vista resaltan. Pero en el interior del camión, en los estantes de madera que con sus manos construyó, están los demás autores. Incluso, puede que ahí este aquel escritor o ese libro que se daba por desaparecido. Solo habrá que preguntarle por esa historia o ese nombre, y él, con un clic, buscará en la base de datos que tiene en su computador si lo tiene. Y si ese no es el caso, se encargará de encontrarlo. Lo promete.
“Cada día me levanto pensando en que tengo que conseguir un libro”, dice el librero, quien a las seis de la mañana ya está despierto y, luego de haberse tomado un café y arreglarse, sale al centro de Bogotá en búsqueda de los títulos que le encargan sus clientes.
Cuando el reloj marca las siete de la mañana es probable que ya esté con un maletín sobre los hombros, esperando a que llegué el Transmilenio que pasa por la estación Alcalá, la que queda al lado de su casa, para que lo lleve a donde todo comenzó: “El septimazo”. Ese lugar en el que la cultura se convierte en el rebusque de algunos bogotanos y de otros que emigran a la capital buscando la oportunidad que no tuvieron en su propia tierra. Omar Castellanos es uno de ellos.
Nació en Cabrera, Cundinamarca, pueblo al que le dio el título de “el municipio más hermoso del mundo”. Le brota el orgullo cuando habla de él y de su gente. Pero aun con todo ese amor y esa vanidad tuvo que dejarlo atrás. La violencia lo obligó a huir del lugar que lo vio nacer.
“Cuando iba a iniciar mi primero de bachillerato los grupos al margen de la ley se tomaron el pueblo, y recuerdo que la guerrilla se llevó a muchachos, como yo. No me quedó otra opción más que huir”. Así fue como llegó a Bogotá, “con una mano adelante y la otra detrás”, buscando un espacio para comenzar de nuevo.
Logró entrar a una empresa de mantenimiento de campos de golf, en la que estuvo durante cinco años ganando un mínimo. No le era suficiente para todo lo que debía pagar y, desde entonces, como un asunto de azar, los libros se convirtieron en su medio para ganarse la vida. “Había un señor que me regalaba libros, y se los vendía a otro hombre que me pagaba como $500 por cada uno. Pero un día me fui para el centro, a caminar por la séptima, y ahí vi a mi conocido vendiéndolos a $1.000 y $2.000. Así que cuando me regalaron muchos libritos, me compré un triciclo en el que monté toda esa biblioteca y me fui para el mismo lugar a venderlos”. Ese día le fue tan bien, que decidió instalarse allí.
Pasó el tiempo y conoció a otro vendedor, al que hizo su amigo y su socio. Ambos consiguieron un local para montar una librería, pero a pesar de que el negocio se expandió, él y su colega decidieron tomar caminos separados.
Castellanos no abandonó los libros y, sin saberlo, allí se firmaría un pacto para toda la vida, pues ellos se convertirían en su eterna compañía. Decidió abrir su propio local, aunque recuerda que en ese momento su bonanza fueron las revistas. “Hace 25 años lo que se vendía eran las revistas: la de National Geographic, la de Geomundo, la de Vanidades, la de Cromos y la revista Semana, pero luego de que llegó la era de la internet, todos se olvidaron de ellas”.
Con convicción, dice que eso no va a pasar con los libros, que sin importar lo que pase siempre habrá gente interesada por tener algo en sus manos para leer. “Quien diga que la gente ya no lee está mintiendo. Los libros solo morirán cuando cada uno de nosotros se vaya de este mundo”. Por eso decidió abrir un local más grande del que tenía y, aunque intentó mantenerlo abierto, no lo logró, pues el dinero no le alcanzaba para pagar el arriendo, los servicios y la administración. Y como si la vida se pusiera en contra suya y le quisiera arrebatar lo que más amaba, se separó de su esposa.
“No supe qué hacer ni para dónde coger. Me sentía perdido y me cuestioné muchas veces por mi futuro, hasta que decidí irme para Estados Unidos, específicamente para California, en donde descubrí que en las calles se ubicaban camiones que se convertían en restaurantes de comida rápida, lo que me hizo preguntarme por qué no compraba un carrito y montaba una librería móvil”, cuenta Castellanos, quien se regresó a Colombia con aquel deseo. Pero en ese momento solo tenía deudas que pagar y dilemas por resolver.
“Terminar mi matrimonio fue quedar en ceros en todo aspecto, por eso esto se volvió mi vida y mi pasión, además de mi hijo, quien es la razón por la que me levantó a trabajar. Me tocó sacar plata prestada y pedirle ayuda a mi familia para comprar el carro y adecuarlo. Conseguí un camión en el que transportaban mercancía y, aunque tenía toda su carrocería, había que hacerle cambios para que se viera como lo imaginaba”. No fue tarea fácil, porque había muchas ganas, pero poca plata. Aun así lo intentó, lo luchó y lo consiguió.
Desde 2016, por las calles de Bogotá, se ha visto rodar un camión que transporta historias en su interior. Primero estuvo en Chapinero, luego se fue para el centro y después, con la pandemia, se quedó sin lugar, hasta que un día llegó por accidente a la 138 con 54. “Un cliente me dijo que tenía una caja de cinco libros, y me vine para acá a recogerlos. Cuando me hice en esta bahía para acomodarlos en los estantes, la gente empezó a preguntarme por algunas novelas… Y pues acá me quede con mis libros”. No hay momento en que Ómar Castellanos esté sin ellos. En su casa vive solo con las historias y sus autores.
“Estoy acompañado de García Márquez, de Nietzsche, de Cioran, de Schopenhauer y de todas estas personas que han sido muy valiosas para el desarrollo intelectual de la humanidad”. Afirma que cada título es la manifestación del pensamiento y las ideas de una persona, y por eso siente que conversa con cada uno de ellos.
Este librero, “modelo 68″, sueña con tener un carro más grande en donde pueda dormir junto a los libros. Pero si no lo logra, dice que le gustaría irse a vivir en una montaña, en donde pueda leer todo lo que se le venga en gana, aunque reconoce que si pudiera repetiría muchas veces Aura o las violetas, de José María Vargas Vila. Ese fue el primer libro que leyó en su vida. Lo conoció cuando tenía siete años y vivía todavía en su pueblo. Llegó a sus manos porque fue a la finca de un vecino, que al igual que él vivía solo, pero tenía algunos libros, entre esos este, el que se hizo su favorito. “Esa novela me marcó. Me enseñó a ser y a creer en el amor, pero sobre todo, a que la vida es bonita”.