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La obra se divide en 17 capítulos que narran los encuentros que sostuvo Tatis con Gabriel García Márquez en los que conversaban de todo, menos de literatura, la clave para conocer al ser humano más allá del escritor.
Nacido en Sahagún, Córdoba, Gustavo Tatis es un reconocido periodista y escritor. Ha obtenido los premios de periodismo Simón Bolívar, Álvaro Cepeda Samudio y el de la Agencia Colprensa. Ha publicado poesía, crónica, cuentos infantiles y biografía. Desde 1984 trabaja en El diario Universal de Cartagena.
El lanzamiento del libro se hará mediante un conversatorio con Gustavo Tatis y el escritor Conrado Zuluaga, el sábado 4 de mayo a la 1:00 p.m., en la FILBo.
¿Cómo descubre a Gabriel García Márquez y por qué se convierte en uno de sus escritores de cabecera?
Lo descubro a mis trece o catorce años, viviendo en el Sinú, entre Sahagún y Montería, donde transcurrieron mis primeros años. La novela Cien años de soledad ejerció una fascinación en mi espíritu, porque muchas cosas que se contaban allí eran vividas entre nosotros en la familia y en el barrio. Por ejemplo, hablar en jeringonza desde niños para decir procacidades o guardar secretos, jugar al cuento del Gallo Capón, las historias de muertos que aparecían en los lugares donde habían vivido, o las desmesuras de leyendas populares en donde el diablo era protagonista. Pero especialmente, historias de la guerra de los Mil Días o de las guerras civiles del siglo XIX, que los más viejos del Sinú, aún recordaban. Pero la desmesura macondiana de mi infancia fue conocer la historia de Javier Pereira, un indígena zenú que alcanzó la edad de 168 años, y era el hombre más viejo del mundo. Así que me sentí identificado y deslumbrado al leerlo no solo por las historias que narraba, sino por la manera natural y embrujadora como las contaba. Su mundo no era tan distante al que habíamos vivido en el Sinú, y en el resto del Caribe.
¿Cómo se da el acercamiento al escritor?
Lo he contado varias veces, pero éste detalle no: siendo estudiante del colegio Andrés Rodríguez, en Sahagún, en 1978, tuvimos el privilegio de conocer personalmente a Germán Vargas Cantillo, amigo personal de García Márquez, y miembro del mitificado Grupo de Barranquilla y personaje de las últimas ochenta páginas de Cien años de soledad. Germán vino como director de Inravisión a celebrar el Día del Campesino en mi tierra. Me acerqué a la plaza y lo vi. Me acerqué a él esquivando el protocolo, y le dije que yo lo conocía y quería preguntarle por dos de sus amigos que eran mi admiración a mis 17 años: Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio. No sé cómo las ingenié para llevarme a Germán Vargas a una tienda del pueblo e invitarlo a tomar un par de cervezas. Creo que fié esas cervezas que nos tomamos. Y Germán estaba tan encantado con la conversación que se olvidó de la ceremonia, hasta que en los altoparlantes empezaron a llamarlo. Dos años después, viviendo en Cartagena, mientras reclamaba la pensión de mi abuela materna, Escolástica Flórez viuda de Guerra, conocí entre los que estaban allí en la tesorería de la Gobernación de Bolívar, al padre de García Márquez, Gabriel Eligio García Martínez, quien era amigo de mis abuelos, nacidos en Sincé, como él. Esa fue la llave que me llevó ese año a conocer personalmente a Gabriel García Márquez, en Arjona, en la casa de sus suegros. El padre del escritor me acogió en su familia y me llevó a su casa de campo Trinidad, en Santa Rosa del norte, y me leyó fragmentos de una novela que nunca terminó, sobre sus amores con Luisa Santiaga Márquez.
¿Cuál fue la impresión que tuvo de García Márquez al estrecharle su mano por primera vez?
La de un hombre Caribe, con un gran sentido del humor y una timidez para las multitudes que conjuraba con su magia y su desparpajo para contar historias. Un prestidigitador de la tribu del Caribe. Recuerdo que el sacerdote de Arjona se le acercó a saludarlo, y a los pocos segundos, se despidió de él. Y García Márquez le dijo: ¿Cómo se va a ir ahora que quería hablarle sobre la tentación? Y a mí me dijo: "No se te ocurra estudiar Derecho", porque yo estaba a punto de matricularme en la Universidad de Cartagena. Y el escritor me dijo: "Renuncia a tiempo".
¿Por qué los encuentros con él siempre fueron los jueves santos? ¿Tenían algún significado?
Coincidía con su llegada a Cartagena en marzo o abril, su reencuentro con su madre y su familia. Pero esos azares del destino, estaban entretejidos por la lógica misteriosa de las causalidades. Luego, descubrí que siendo un muchacho de veinte años, García Márquez escribió que el peor día para morirse era un jueves. Y un Jueves Santo murió Úrsula, en Cien años de soledad, y otro Jueves Santo murió el escritor.
¿Qué le quedó del Gabriel García Márquez como ser humano?
Era un hombre con una gran intuición y una clarividencia prodigiosa, un adivino de la belleza y de los instantes supremos, pero a su vez, supersticioso como todos los García Márquez. Con una memoria sensitiva, una criatura generosa, estratega de paz, y un optimista irracional por esa segunda oportunidad de felicidad y reconciliación de los seres humanos sobre la tierra.
Cuando García Márquez le dice “Te he dado muchas cosas para un libro”, ¿este libro es de alguna manera un compromiso con él?
No. Nunca pensé en escribir racionalmente el libro. Esperé que el tiempo lo decantara en instantes que pudieron valer la pena. Pero nunca lo sentí como un compromiso con él. Mantuve prudencia y pudor con eso. Los encuentros que se dieron después de las entrevistas estaban antecedidas por una frase suya: "Aquí no vamos a hablar de literatura". Una tarde solo conversamos, bebiendo limonada en el hotel Hilton de Cartagena, de amores, miedos, enfermedades raras, la vejez, y sobre la esquiva felicidad de los seres humanos.
Siendo este libro un detallado retrato de la vida de Gabo, ¿qué tan fácil fue hacer la selección de material recogido durante tantos años? Seguro quedaron temas por fuera…
Escogí 17 capítulos, pero dejé por fuera el largo capítulo de Cien años de soledad, porque rompía con el tono del libro, y se acercaba más a un ensayo que a un retrato humano. Seleccionar es algo brutal, como el pulso firme de un carnicero, que separa con su cuchillo afilado, las carnes blandas y duras. Para decirlo con menos dramatismo, es como el que lava la arena del río, buscando las pepitas de oro. Lo que quedó por fuera, quedó intuido y sugerido en el primer capítulo que es la entrevista con él.
¿Por qué fue tan importante para usted el momento en que Mercedes, la viuda de Gabo, llega a Cartagena con sus cenizas?
Sentía que no necesitaba entrevistarla porque ella no concede entrevistas a nadie. Solo quería verle la cara, y tuve el privilegio inmenso de que ella me invitara a almorzar a su casa. Mercedes es una mujer maravillosa, de una fortaleza integral, el polo a tierra de García Márquez, y supo como nadie manejar con guantes de seda, el funeral de un genio como él. Luego, al traer la caja con las cenizas de su esposo, todo fue tan sobrio, discreto, privado, ella no permitió que el descenso de las cenizas en la urna del monumento con su efigie fuera público sino en una acto privado. Al atardecer, pude verla a ella junto a sus hijos Rodrigo y Gonzalo, y sus nietos, en una ceremonia en el Claustro de la Merced. Aquellos momentos me dieron el tono liviano y discreto del epílogo del libro, como una hoja del árbol de macondo que cae bajo la luz de abril.
¿Cómo logró que este libro capturara la esencia, la mirada y la música de García Márquez?
No quise que fuera un libro garciamarquiano, sino un retrato humano del genio en su casa, en su ámbito cotidiano, que tuviera la cadencia musical de las palabras que pudiera acercarse a su humanidad, al latido de su corazón y al ritmo de sus gestos, emociones y pensamientos. Como un tapiz de colores, tejidos con memorias.
En el libro hay un capítulo sobre lo que García Márquez hizo por la paz de Colombia. ¿Qué nos puede contar de este episodio que pocos conocen?
Es tal vez el capítulo que retrata una de sus facetas poco conocidas y valoradas: la del estratega de la paz que participó en la cosecha que recogió después de tantas décadas de pesadumbre, el presidente Santos. Si hay un artífice en ese proceso de desarmar a la guerrilla más vieja del continente y la de proponerle que se convirtieran en grupo político, ese fue García Márquez. Pero él se sentó con todos los líderes de las distintas guerrillas para que se desarmaran y pasaran a combatir en la sociedad con ideas. Y así como trabajaba por la paz de Colombia, estaba pendiente de América Latina y del mundo. Su cercanía con el poder y su amistad con líderes políticos como Fidel Castro, Omar Torrijos, Felipe González, las puso al servicio de los derechos humanos. En su caso, fue el poder el que salió a buscar a García Márquez. Y él como escritor siempre estuvo interesado en descifrar todas las formas del poder. Desde niño fue el nieto predilecto de un patriarca, el coronel Nicolás Márquez Mejía. Y a lo largo de su vida, se tropezó con patriarcas que nutrieron el perfil del patriarca de su novela. El coronel Aureliano Buendía pierde todas sus guerras, derrotado en la guerra y en el amor, y el patriarca, por el contrario, gana la guerra y se siembra en ese poder absoluto y fatídico de los dictadores. Se nos olvida que García Márquez en su hermoso ensayo "Por un país al alcance de los niños", nos retrata en nuestras virtudes y desatinos, y dibuja el alma paradójica y contradictoria de lo que somos en Colombia.
¿Por qué García Márquez era un descifrador de la realidad?
Era un descifrador de todas las realidades. Sabía que el mismo camino que emprende el reportero con su insaciable búsqueda de la realidad, es el mismo camino implacable que emprende el narrador de ficciones. Ir tras esas realidades, tan esquivas, tan huidizas, en sus profundidades impredecibles, es sumergirnos en el reino de la ficción que está contenido en la propia realidad. Pero las verdades verificables del periodista tienen tanto poder como las ficciones verosímiles e investigadas del novelista. García Márquez sustentaba con el rigor de los constructores de catedrales, cada ladrillo o episodio que elegía para sus crónicas, cuentos y novelas. El nombre de cada uno de sus personajes era, también, fruto de sus desvelos por descifrar esas realidades del misterioso arte de narrar.
Ahora que Netflix llevará Cien años de soledad a la pantalla, ¿qué opinión le merece? ¿Le da confianza que Rodrigo García Barcha esté al frente de la serie?
Lo he dicho de esta manera: la magia del cine nunca ha podido atrapar la magia de las ficciones de García Márquez. El nunca aceptó que su novela clásica fuera llevada al cine. Pero sí permitió que muchas de sus novelas como Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera o Del amor y otros demonios, y muchos de sus cuentos como "Un señor con unas alas enormes" y "La viuda de Montiel", fueran llevados al cine. La potestad está sobre los hombros de sus hijos, Rodrigo García Barcha, que es un espléndido director de cine, y de Gonzalo García Barcha, que es un gran artista. A García Márquez le ocurrirá lo mismo que a Cervantes: su novela que es un patrimonio universal se hará en el futuro cercano y lejano, en múltiples películas y series televisivas, obras de teatro, dibujos animados, pinturas, canciones, etc. La vida y el destino contrariarán la voluntad del escritor para que la humanidad que aún no lee, lo disfrute de otra manera a través de las imágenes o en las rutas mágicas que nos llevan al reino de Macondo.