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—Jaime Garzón.
“En medio de tantas marchas por la vida, de tantas convocatorias de reconciliación de nuestros compatriotas, que en realidad anhelan casi unánimemente la paz, hay que recordar a aquellos que tienen actualmente responsabilidades políticas que estamos todavía a tiempo de emprender una gran política destinada a combatir la injusticia que caracteriza nuestra sociedad inspirada en la filosofía de los derechos humanos: respeto por el otro, por su vida, por una vida con dignidad y con esperanzas, que significa en nuestro caso prioridad absoluta a la reintegración y recuperación de todos aquellos que nuestra forma de desarrollo económico ha dejado, como se dice, al margen de la realización de sus posibilidades humanas”.
—Estanislao Zuleta.
Entre 1996 y 1997, Jaime Garzón ofreció conferencias en la Universidad de Caldas, la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Autónoma de Occidente. En ellas, manifestó una serie de reflexiones sobre educación, democracia y la idiosincrasia del colombiano. Estas reflexiones podrían haber sido parte de una conversación que él hubiera podido tener con el intelectual colombiano Estanislao Zuleta, teniendo en cuenta que este último, en diferentes conferencias o entrevistas que se encuentran en libros de recopilación, invita a repensar el sistema educativo, a estudiar las dinámicas de ordenamiento político y a increpar los alcances y limitaciones de la intuición humana.
Si bien, pensar en una conversación sobre la educación o el sistema de educación entre estos dos personajes podría partir de ideas como las de Garzón, para quien la universidad es el mejor espacio que uno tiene en la vida, es la etapa más rica de la existencia, es la universalidad del conocimiento —hasta que llegaron los profesores—, planteamiento que Zuleta en muchas de sus intervenciones podría haber acotado cuando criticaba la educación burocrática y escolarizada, que ha sido hegemónica y que no permite pensar, porque muchos profesores aglutinan de información a los estudiantes y, posteriormente, estos no saben qué hacer con estos datos, porque no se les relacionaba con sus realidades, conllevando a una educación descontextualizada, donde muchos profesores no desarrollan un amor por la enseñanza y, a la vez, no producen en el estudiante el deseo por conocer.
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Dentro de los problemas que Garzón identifica en esas conferencias, esboza que lo que nos enseñan no tiene nada que ver con lo que necesitamos, porque nos enseñan sucesos que no sirven para la convivencia ciudadana o para la pacificación, además de que muchos de los conocimientos no son sino la explicación que el ser humano ha dado a su mundo, pero no se vincula con el mundo de los estudiantes. Como resultado, hay un distanciamiento entre lo que se enseña y lo que se necesita. Zuleta plantea algo similar cuando menciona que lo que se enseña no tiene relación con el pensamiento del estudiante, porque mientras la relación entre estudiante y profesor esté mediada por una correspondencia de poder —donde uno sabe y el otro no— no va a haber un espacio de pensamiento que propicie el aprender para pensar por sí mismo.
De esta manera, Garzón manifiesta que la universidad coarta la formación de los jóvenes, y, por eso, muchos de ellos no se apropian de los problemas que vive el país. Al mismo tiempo, los sistemas de evaluación recrean la dicotomía del “sí sabe o no sabe” a través de pruebas memorísticas y no de la capacidad de pensamiento del ser humano para comprender su entorno. En el mismo sentido, Zuleta mencionaba que la escuela enseña resultados, más no procesos, lo que conlleva a que el estudiante no comprenda el por qué suceden las cosas, pero sí sepa que suceden, evitando que la curiosidad y capacidad de asombro sean parte de su cotidianidad. Sin embargo, Garzón también consideraba que la universidad es el espacio más abierto y generoso que nos brinda la vida, por lo que hay que gozarse minuto a minuto estar en ella, eso sí, con la responsabilidad que amerita hacerlo.
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Lo anterior permite evidenciar, como lo manifestaba Garzón, que los colombianos tenemos un problema de identidad, es decir, no sabemos quiénes somos, lo que podría tener alguna relación con la educación que recibimos, porque desde el colegio se aplican una serie de lógicas que no concuerdan con los intereses que tenemos. Por lo tanto, como lo alude Zuleta, la educación debe propender por enseñar desde el pensamiento del estudiante y sus necesidades cotidianas, porque las asignaturas pierden su interés en sí mismas por la forma como se enseñan.
Zuleta, recordemos, defendía una educación filosófica o humanista en la que se fomente el desarrollo de la persona, sin que este desarrollo lo determinen solamente las condiciones del mercado, construyendo una sociedad en la que valga la pena vivir y estudiar, generando una democracia donde se pueda diferir con la mayoría sin entrar en conflicto o ser estigmatizado, porque en este contexto, la democracia es el derecho a ser distinto, a desarrollar esa diferencia, y esa es la democracia que según Zuleta vale la pena alcanzar y que nos serviría mucho como país.
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En definitiva, creería que estos dos personajes todavía tienen mucho que decir a nuestra realidad como país, como sistema educativo y como seres humanos. En ocasiones, se manifiesta su pérdida de vigencia, su crítica a quienes todavía los tenemos en cuenta o su anacronía para quienes piensan que los problemas que ellos expresaban han sido superados. No obstante, es importante finalizar estas líneas con una recomendación que hacía Garzón a los estudiantes, a los que les decía que disfrutaran de su paso por la universidad, que fueran a la biblioteca, que fueran “pilos”, porque si los estudiantes no decidían ser, alguien iba a decidir ser por ellos, porque si no se preparaban, le iban a abrir un espacio a la mediocridad, y que podían convertirse junto a la universidad en un escenario de transformación social.
Por eso, no hay que olvidar lo que decía Garzón, que si los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie lo va a hacer por ellos.