De Jorge Villamil a Vicente Fernández
En los años en los que Jorge Villamil y Vicente Fernández se conocieron, por allá a finales de los 60, uno, Fernández, comenzaba su carrera, y el otro, Villamil, era un referente en la música y en la vida colombiana.
Fernando Araújo Vélez
Y por allá iban con sus corotos a cuestas, por los valles y montes del sur del Tolima y por los cafetales y cedros del Huila. Iban, por parte de la Colombia de aquellos últimos años cincuenta, marcados por la violencia que creían dejar atrás, por las masacres y los ajusticiamientos y las tierras y familiares perdidos. Iban y cantaban una canción de Jorge Villamil, “El retorno de José Dolores”, pues todos eran de una u otra manera José Dolores y, como en el bambuco, retornaban, y cantaban: “Vengo solo y vengo triste, me llamo José Dolores. He vuelto a mi tierra querida a calmar mis sinsabores (…). Quiero perdonar y olvidar mis penas, deseo trabajar por mi patria nueva (…). Retorno de la ciudad solo, lleno de optimismo, a levantar sobre escombros la choza, aquí en mis dominios”. Cantaban porque creían en la paz que les habían prometido, cantaban porque estaban hastiados de tanta violencia. Cantaban, y su canto era un himno, y su himno era una promesa, y aquella promesa de una paz firme era su mayor esperanza.
Lejos, muy lejos de aquellas tierras y sus cantos, en México, un muchacho llamado Vicente Fernández iba a la escuela de Huentitán, El Alto, Jalisco, y volvía a su casa cantando viejas rancheras, contándole a quien lo escuchara que más tarde o más temprano él sería como Pedro Infante, fallecido en 1957. Cantaba, y con los años, comenzó a presentarse en cuanto concurso de música hubiera, y en diversos restaurantes y a rondar las emisoras de su tierra y las disqueras para que alguien lo llamara.
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Solo pedía una oportunidad, hasta que en 1966 falleció Javier Solís en una intervención quirúrgica, y quienes lo habían ignorado voltearon a mirarlo y en pocos días le desplegaron un contrato para que lo firmara, y Vicente Fernández grabó sus primeras canciones y comenzó a ser el ídolo del pueblo, y en una de aquellas tenidas de entonces, conoció a Jorge Villamil. Conversaron, entonaron algunas canciones, y según Vicente Silva Vargas, de la Radio Nacional de Colombia, Villamil le pasó tres de sus composiciones: Acuérdate de mí, Amor en sombras y Me llevarás en ti.
Unos pocos años atrás, el gobierno de Alberto Lleras Camargo había creado en Colombia una comisión nacional investigadora para comenzar a saber lo que había ocurrido desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Los campesinos hablaron, contaron su historia. El padre Germán Guzmán Campos se había hecho cargo de documentarla, y entre sus primeras conclusiones había reseñado que las altas clases colombianas y el Partido Conservador eran los primeros responsables de lo que unos años más tarde llamó La violencia. Intimidar, matar, desplazar, había sido una estrategia para mantenerse en el poder y quedarse con algunas cuantas hectáreas.
Entonces todo fue matar, intimidar y desplazar. Lleras Camargo decidió una restauración democrática, luego de tantos años de sangre y de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, y acordó con los ejércitos liberales del Tolima una tregua, que pretendía fuera la paz. Villamil fue uno de los negociadores. Habló por uno y por los otros, y con unos y con los otros, incluido un tal Pedro Marín, quien luego se llamaría Manuel Marulanda. “En este proceso se inspiró Jorge Villamil para la composición de “El retorno de José Dolores”, escrita durante las mismas semanas en que tantos abandonaban Marquetalia”, escribiría más de 50 años después Robert A. Karl en su libro La paz olvidada.
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Pero un año más tarde, en 1959, los cientos de miles de José Dolores que habían retornado a sus tierras tuvieron que salir de nuevo, por una nueva violencia, violencia del común, violencia de bandoleros y, tal vez, violencia promovida por altos políticos y empresarios. Y las críticas políticas en el Congreso hacia la Restauración de Lleras Camargo, hicieron que se rompieran los pactos y finalizaran los programas de indulto. “Fue una importante conquista de los partidarios de la línea de la fuerza”, dirían luego los historiadores Gonzalo Sánchez G. y Donny Meertens. Aquella misma línea de la fuerza terminaría con los retornos de José Dolores y con miles de José Dolores en Colombia. La canción de Villamil, que era su canción, siguió sonando una y otra y otra vez.
Aún sonaba cuando Vicente Fernández grabó las tres obras que le había dado Villamil, aunque dejaría de sonar en poco tiempo, pues no era del gusto del establecimiento político colombiano. Fernández lo sabía, y en parte, probablemente, por eso jamás quiso involucrarse con la política, aunque se hubiera mostrado partidario de Hillary Clinton en las elecciones que perdió con Donald Trump en 2016. Lo decía en los 70 y en los 80 y después, y lo repetiría luego de aquellas elecciones de los Estados Unidos: “Cantar para un candidato sería como decirle al público qué hacer. Pertenezco a una inmensa rueda que abarca mi País; ya cuando son presidentes o los eligió mi pueblo, entonces sí, mi respeto y todo, pero mientras no, yo no me presto”.
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No se prestó a componendas. Como dijo, en palabras repetidas por el periódico Noroeste de México, “Fui a la escuela hasta el quinto año y lo que he aprendido lo he hecho de la vida. Lo que hago es aquilatar el cariño tan grande del público, el respeto que me tienen y el gran honor que me hacen de que a los palenques, plazas de toros, o auditorios donde quiera que voy los asientos se llenen; como siempre he dicho, a mí no me den premios, mi premio mayor es que las butacas estén llenas”. Vivió a su manera, como escribió en su página web, recordando a Frank Sinatra y siguiendo el ejemplo de Jorge Villamil. Y a su manera, ignoró las decenas de comentarios que diversos periodistas y personajes de la farándula regaron sobre él, sus hijos, su vida, sus gustos y su legado.
Y por allá iban con sus corotos a cuestas, por los valles y montes del sur del Tolima y por los cafetales y cedros del Huila. Iban, por parte de la Colombia de aquellos últimos años cincuenta, marcados por la violencia que creían dejar atrás, por las masacres y los ajusticiamientos y las tierras y familiares perdidos. Iban y cantaban una canción de Jorge Villamil, “El retorno de José Dolores”, pues todos eran de una u otra manera José Dolores y, como en el bambuco, retornaban, y cantaban: “Vengo solo y vengo triste, me llamo José Dolores. He vuelto a mi tierra querida a calmar mis sinsabores (…). Quiero perdonar y olvidar mis penas, deseo trabajar por mi patria nueva (…). Retorno de la ciudad solo, lleno de optimismo, a levantar sobre escombros la choza, aquí en mis dominios”. Cantaban porque creían en la paz que les habían prometido, cantaban porque estaban hastiados de tanta violencia. Cantaban, y su canto era un himno, y su himno era una promesa, y aquella promesa de una paz firme era su mayor esperanza.
Lejos, muy lejos de aquellas tierras y sus cantos, en México, un muchacho llamado Vicente Fernández iba a la escuela de Huentitán, El Alto, Jalisco, y volvía a su casa cantando viejas rancheras, contándole a quien lo escuchara que más tarde o más temprano él sería como Pedro Infante, fallecido en 1957. Cantaba, y con los años, comenzó a presentarse en cuanto concurso de música hubiera, y en diversos restaurantes y a rondar las emisoras de su tierra y las disqueras para que alguien lo llamara.
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Solo pedía una oportunidad, hasta que en 1966 falleció Javier Solís en una intervención quirúrgica, y quienes lo habían ignorado voltearon a mirarlo y en pocos días le desplegaron un contrato para que lo firmara, y Vicente Fernández grabó sus primeras canciones y comenzó a ser el ídolo del pueblo, y en una de aquellas tenidas de entonces, conoció a Jorge Villamil. Conversaron, entonaron algunas canciones, y según Vicente Silva Vargas, de la Radio Nacional de Colombia, Villamil le pasó tres de sus composiciones: Acuérdate de mí, Amor en sombras y Me llevarás en ti.
Unos pocos años atrás, el gobierno de Alberto Lleras Camargo había creado en Colombia una comisión nacional investigadora para comenzar a saber lo que había ocurrido desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Los campesinos hablaron, contaron su historia. El padre Germán Guzmán Campos se había hecho cargo de documentarla, y entre sus primeras conclusiones había reseñado que las altas clases colombianas y el Partido Conservador eran los primeros responsables de lo que unos años más tarde llamó La violencia. Intimidar, matar, desplazar, había sido una estrategia para mantenerse en el poder y quedarse con algunas cuantas hectáreas.
Entonces todo fue matar, intimidar y desplazar. Lleras Camargo decidió una restauración democrática, luego de tantos años de sangre y de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, y acordó con los ejércitos liberales del Tolima una tregua, que pretendía fuera la paz. Villamil fue uno de los negociadores. Habló por uno y por los otros, y con unos y con los otros, incluido un tal Pedro Marín, quien luego se llamaría Manuel Marulanda. “En este proceso se inspiró Jorge Villamil para la composición de “El retorno de José Dolores”, escrita durante las mismas semanas en que tantos abandonaban Marquetalia”, escribiría más de 50 años después Robert A. Karl en su libro La paz olvidada.
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Pero un año más tarde, en 1959, los cientos de miles de José Dolores que habían retornado a sus tierras tuvieron que salir de nuevo, por una nueva violencia, violencia del común, violencia de bandoleros y, tal vez, violencia promovida por altos políticos y empresarios. Y las críticas políticas en el Congreso hacia la Restauración de Lleras Camargo, hicieron que se rompieran los pactos y finalizaran los programas de indulto. “Fue una importante conquista de los partidarios de la línea de la fuerza”, dirían luego los historiadores Gonzalo Sánchez G. y Donny Meertens. Aquella misma línea de la fuerza terminaría con los retornos de José Dolores y con miles de José Dolores en Colombia. La canción de Villamil, que era su canción, siguió sonando una y otra y otra vez.
Aún sonaba cuando Vicente Fernández grabó las tres obras que le había dado Villamil, aunque dejaría de sonar en poco tiempo, pues no era del gusto del establecimiento político colombiano. Fernández lo sabía, y en parte, probablemente, por eso jamás quiso involucrarse con la política, aunque se hubiera mostrado partidario de Hillary Clinton en las elecciones que perdió con Donald Trump en 2016. Lo decía en los 70 y en los 80 y después, y lo repetiría luego de aquellas elecciones de los Estados Unidos: “Cantar para un candidato sería como decirle al público qué hacer. Pertenezco a una inmensa rueda que abarca mi País; ya cuando son presidentes o los eligió mi pueblo, entonces sí, mi respeto y todo, pero mientras no, yo no me presto”.
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No se prestó a componendas. Como dijo, en palabras repetidas por el periódico Noroeste de México, “Fui a la escuela hasta el quinto año y lo que he aprendido lo he hecho de la vida. Lo que hago es aquilatar el cariño tan grande del público, el respeto que me tienen y el gran honor que me hacen de que a los palenques, plazas de toros, o auditorios donde quiera que voy los asientos se llenen; como siempre he dicho, a mí no me den premios, mi premio mayor es que las butacas estén llenas”. Vivió a su manera, como escribió en su página web, recordando a Frank Sinatra y siguiendo el ejemplo de Jorge Villamil. Y a su manera, ignoró las decenas de comentarios que diversos periodistas y personajes de la farándula regaron sobre él, sus hijos, su vida, sus gustos y su legado.