De los antiintelectuales y otros demonios
Luchar en contra del antiintelectualismo requiere pensadores y no creyentes, analistas y no adeptos, investigadores y no seguidores —una nueva generación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes sin miedo de comerse el mundo—.
Jorge Alberto López-Guzmán
En 1980, el escritor de origen ruso Isaac Asimov, manifestó en su artículo «Un culto a la ignorancia», una crítica a la premisa que promovía la idea de que la democracia consiste en que «mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento»; siendo esta deducción parte de los postulados de una corriente que consideraba a los intelectuales como una élite que conceptuaba y teorizaba sobre el mundo, pero no lo concebían en todo el esplendor de sus diversas realidades.
Pero ¿sería un asunto de voluntad o incapacidad por aprender de quienes han ejercido una glorificación a la ignorancia? ¿Será que la intelectualidad necesariamente se mide por la cantidad de títulos académicos, los artículos científicos publicados o el reconocimiento en un área del conocimiento o disciplina académica? O más bien, la capacidad de ejercer una ciudadanía libre e independiente con base en decisiones argumentadas y transformativas podría concebirse como la nueva base de la intelectualidad.
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La moda del antiintelectual consiste es cautivar los deseos de las mayorías con intereses de manipulación, conllevando a una invisibilización de las identidades individuales y convirtiendo a los que reflejan conductas de vitalidad humanística, en enemigos útiles para las condiciones de permanencia de los que se enquistan en el poder. El gran inconveniente de nuestro tiempo recae en la dificultad de los seres humanos para edificar escenarios de comprensión basados en objetividad y validez sin la ayuda de alguien más.
¿Qué pasa con aquellas y aquellos que teniendo acceso oportuno al conocimiento prefieren elegir el derecho a la desinformación? De esta manera, se manifiesta de modo ferviente el rol fundamental que debería tener el fortalecimiento de la educación y la reivindicación de las profesiones esenciales para que sociedades democráticas, libres y críticas sean el baluarte de niñas, niños, adolescentes y jóvenes. puedan ser las generaciones insospechadas que lideren iniciativas que dignifiquen la vida y los territorios.
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¿Cuántos de nosotros conocemos qué está pasando con los recursos naturales de la nación, con las problemáticas estructurales en salud o con las muertes sistemáticas en ciertos sectores? En ocasiones la moda del antiintelectualismo es una respuesta inducida por decisiones conscientes o inconscientes de las que posteriormente se culpa a las adversidades. Actualmente, no solo vivimos bajo el yugo de una pandemia global por un virus, sino que también nos encontramos ante una pandemia que endiosa la renuncia al intelecto. Por eso, la importancia de estas generaciones que se vienen apropiando de su destino y sin angustia al cambio, empiezan a constituir desde la curiosidad y la creatividad, nuevos liderazgos que se enmarcan en la efervescencia de la renovación y la innovación.
En 1933, el escritor británico Aldous Huxley brindó una conferencia en el coloquio sobre «el futuro del espíritu europeo», organizada en París por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, precursor de la Unesco. Huxley recalcó que las razones de la popularidad del antiintelectualismo dependen de las adulaciones que los seres humanos encuentran en la pereza y en la facilidad de fiarse de los sentidos e intuiciones. Esta moda de la antiintelectualidad vislumbra que nuestra época oscila entre la seguridad y la incertidumbre, entre la capacidad del ser humano de valerse por sí mismo y el deseo de encontrar caudillos carismáticos que labren su futuro.
Aunque este no es un problema por la carencia de entendimiento de las obras de expresionismo abstracto del pintor estadounidense Jackson Pollock o Las meninas del pintor del Siglo de Oro español Diego Velázquez. Más bien, nos encontramos ante un tiempo de desconfianza sobre el conocimiento de expertos, el surgimiento de pseudociencias enarboladas por una felicidad inmediata y, sin dolor, o teorías conspiratorias que develan el grado de poder de quienes tienen miles de seguidores en sus redes sociales. En definitiva, nos encontramos ante el imperio de terapeutas amateurs y mercaderes del fin del mundo. La pregunta es: ¿Cómo pensarnos otro fin del mundo? — ¡Qué tal si retomamos la filosofía, la literatura, la poesía, el arte, la ciencia y la educación! —, de seguro, esto contribuiría a no ser acólitos desde una servidumbre ideológica tergiversada que enaltece el oportunismo de gobernantes, partidos o sectas.
Luchar en contra del antiintelectualismo requiere pensadores y no creyentes, analistas y no adeptos, investigadores y no seguidores —una nueva generación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes sin miedo de comerse el mundo—. El objetivo es fundar una transformación donde no se niegue el pensamiento del otro, no se estigmatice al que propone desde su diversidad y, los que actúan bajo un parasitismo indiferente, se atemoricen ante la posibilidad de perder su protagonismo. En conclusión, esta es una invitación a la osadía de pensar en el marco de la diferencia, a la reflexión puesta en contexto y a los cuestionamientos que sugieren reformas a profundidad.
Referencias
Asimov, Isaac. (1980). A Cult Of Ignorance. Consultado en: https://aphelis.net/wp-content/uploads/2012/04/ASIMOV_1980_Cult_of_Ignorance.pdf
Arango, Gonzalo. (1991). Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece. Colombia: Plaza & Janes.
Huxley, Aldous. (1933). No hay que renunciar a la inteligencia. Coloquio sobre el futuro del espíritu europeo, organizado en París por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, precursor de la Unesco, del 16 al 18 de octubre. Consultado en: https://es.unesco.org/courier/december-1993/no-hay-que-renunciar-inteligencia.
En 1980, el escritor de origen ruso Isaac Asimov, manifestó en su artículo «Un culto a la ignorancia», una crítica a la premisa que promovía la idea de que la democracia consiste en que «mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento»; siendo esta deducción parte de los postulados de una corriente que consideraba a los intelectuales como una élite que conceptuaba y teorizaba sobre el mundo, pero no lo concebían en todo el esplendor de sus diversas realidades.
Pero ¿sería un asunto de voluntad o incapacidad por aprender de quienes han ejercido una glorificación a la ignorancia? ¿Será que la intelectualidad necesariamente se mide por la cantidad de títulos académicos, los artículos científicos publicados o el reconocimiento en un área del conocimiento o disciplina académica? O más bien, la capacidad de ejercer una ciudadanía libre e independiente con base en decisiones argumentadas y transformativas podría concebirse como la nueva base de la intelectualidad.
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La moda del antiintelectual consiste es cautivar los deseos de las mayorías con intereses de manipulación, conllevando a una invisibilización de las identidades individuales y convirtiendo a los que reflejan conductas de vitalidad humanística, en enemigos útiles para las condiciones de permanencia de los que se enquistan en el poder. El gran inconveniente de nuestro tiempo recae en la dificultad de los seres humanos para edificar escenarios de comprensión basados en objetividad y validez sin la ayuda de alguien más.
¿Qué pasa con aquellas y aquellos que teniendo acceso oportuno al conocimiento prefieren elegir el derecho a la desinformación? De esta manera, se manifiesta de modo ferviente el rol fundamental que debería tener el fortalecimiento de la educación y la reivindicación de las profesiones esenciales para que sociedades democráticas, libres y críticas sean el baluarte de niñas, niños, adolescentes y jóvenes. puedan ser las generaciones insospechadas que lideren iniciativas que dignifiquen la vida y los territorios.
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¿Cuántos de nosotros conocemos qué está pasando con los recursos naturales de la nación, con las problemáticas estructurales en salud o con las muertes sistemáticas en ciertos sectores? En ocasiones la moda del antiintelectualismo es una respuesta inducida por decisiones conscientes o inconscientes de las que posteriormente se culpa a las adversidades. Actualmente, no solo vivimos bajo el yugo de una pandemia global por un virus, sino que también nos encontramos ante una pandemia que endiosa la renuncia al intelecto. Por eso, la importancia de estas generaciones que se vienen apropiando de su destino y sin angustia al cambio, empiezan a constituir desde la curiosidad y la creatividad, nuevos liderazgos que se enmarcan en la efervescencia de la renovación y la innovación.
En 1933, el escritor británico Aldous Huxley brindó una conferencia en el coloquio sobre «el futuro del espíritu europeo», organizada en París por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, precursor de la Unesco. Huxley recalcó que las razones de la popularidad del antiintelectualismo dependen de las adulaciones que los seres humanos encuentran en la pereza y en la facilidad de fiarse de los sentidos e intuiciones. Esta moda de la antiintelectualidad vislumbra que nuestra época oscila entre la seguridad y la incertidumbre, entre la capacidad del ser humano de valerse por sí mismo y el deseo de encontrar caudillos carismáticos que labren su futuro.
Aunque este no es un problema por la carencia de entendimiento de las obras de expresionismo abstracto del pintor estadounidense Jackson Pollock o Las meninas del pintor del Siglo de Oro español Diego Velázquez. Más bien, nos encontramos ante un tiempo de desconfianza sobre el conocimiento de expertos, el surgimiento de pseudociencias enarboladas por una felicidad inmediata y, sin dolor, o teorías conspiratorias que develan el grado de poder de quienes tienen miles de seguidores en sus redes sociales. En definitiva, nos encontramos ante el imperio de terapeutas amateurs y mercaderes del fin del mundo. La pregunta es: ¿Cómo pensarnos otro fin del mundo? — ¡Qué tal si retomamos la filosofía, la literatura, la poesía, el arte, la ciencia y la educación! —, de seguro, esto contribuiría a no ser acólitos desde una servidumbre ideológica tergiversada que enaltece el oportunismo de gobernantes, partidos o sectas.
Luchar en contra del antiintelectualismo requiere pensadores y no creyentes, analistas y no adeptos, investigadores y no seguidores —una nueva generación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes sin miedo de comerse el mundo—. El objetivo es fundar una transformación donde no se niegue el pensamiento del otro, no se estigmatice al que propone desde su diversidad y, los que actúan bajo un parasitismo indiferente, se atemoricen ante la posibilidad de perder su protagonismo. En conclusión, esta es una invitación a la osadía de pensar en el marco de la diferencia, a la reflexión puesta en contexto y a los cuestionamientos que sugieren reformas a profundidad.
Referencias
Asimov, Isaac. (1980). A Cult Of Ignorance. Consultado en: https://aphelis.net/wp-content/uploads/2012/04/ASIMOV_1980_Cult_of_Ignorance.pdf
Arango, Gonzalo. (1991). Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece. Colombia: Plaza & Janes.
Huxley, Aldous. (1933). No hay que renunciar a la inteligencia. Coloquio sobre el futuro del espíritu europeo, organizado en París por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, precursor de la Unesco, del 16 al 18 de octubre. Consultado en: https://es.unesco.org/courier/december-1993/no-hay-que-renunciar-inteligencia.