De Spinoza y Hobbes a Locke y Newton, y de ellos a Voltaire y a la revolución
Locke escribió a principios del siglo XVII que el pueblo debía tener opciones de hacerle oposición a un gobierno, y de sustituirlo si era desastroso. Sus ideas, que procedían de Spinoza y de Hobbes, fueron fundamentales para que Voltaire le diera un vuelco al orden de las cosas del poder de aquellos tiempos. Tercera entrega de la serie Orígenes.
Fernando Araújo Vélez
Eran tiempos de espadas y de capas, de reyes, de princesas, de cortes, aristocracias y pueblo raso. Tiempos de honores a la palabra, a la valentía y a la vida y al amor, que aún no se había vuelto un negocio. Eran tiempos de cartas, también. Quienes sabían escribir, lo hacían como si de ello dependiera sus vidas. Quienes no, contrataban un escribidor para que éste contara lo que ellos necesitaban contar. Las cartas iban y volvían por aquella lejana Europa del siglo XVIII. Eran mensaje, presagio, añoranza, duelo, dolor, y muchas veces, peligro. La historia de aquellos mundos y de aquel tiempo se fue forjando casi que a punta de cartas. Por ello, no era extraño que un hombre como Voltaire, que se dedicaba todos los días a escribir en las noches, titulara su primer libro “Cartas inglesas”.
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Eran tiempos de espadas y de capas, de reyes, de princesas, de cortes, aristocracias y pueblo raso. Tiempos de honores a la palabra, a la valentía y a la vida y al amor, que aún no se había vuelto un negocio. Eran tiempos de cartas, también. Quienes sabían escribir, lo hacían como si de ello dependiera sus vidas. Quienes no, contrataban un escribidor para que éste contara lo que ellos necesitaban contar. Las cartas iban y volvían por aquella lejana Europa del siglo XVIII. Eran mensaje, presagio, añoranza, duelo, dolor, y muchas veces, peligro. La historia de aquellos mundos y de aquel tiempo se fue forjando casi que a punta de cartas. Por ello, no era extraño que un hombre como Voltaire, que se dedicaba todos los días a escribir en las noches, titulara su primer libro “Cartas inglesas”.
En su carta número 13, que comenzaba con un amplio elogio a John Locke, se remontaba a los griegos para tratar de explicar el alma de los humanos. Decía: “En Grecia, cuna de artes y de errores, y donde se llevó tan lejos la grandeza y la tontería del espíritu humano, se razonaba sobre el alma como entre nosotros. El divino Anaxágoras, a quien se levantó un altar por haber enseñado a los hombres que el sol era más grande que el Peloponeso, que la nieve era negra y que los cielos eran de piedra, afirmó que el alma era un espíritu aéreo, pero, sin embargo, inmortal. Diógenes, otro que el que se hizo cínico después de haber sido falsificador de moneda, aseguraba que el alma era una porción de la sustancia misma de Dios, y esta idea era por lo menos brillante. Epicuro la componía de partes, como el cuerpo”.
Algunas líneas después, seguía y se enfrentaba, confrontando y aceptando a Aristóteles, Sócrates y Platón, a quienes llamaba “Divinos”. “Aristóteles, al que se ha explicado de mil maneras, porque era ininteligible, creía, si nos remitimos a algunos de sus discípulos, que el entendimiento de todos los hombres era una sola y la misma sustancia. El divino Platón, maestro del divino Aristóteles, y el divino Sócrates, maestro del divino Platón, decían del alma que era corporal y eterna; el demonio de Sócrates se lo había dicho, seguramente. Hay gentes, en verdad, que pretenden que un hombre que se gloriaba de tener un genio familiar era un loco o un bribón; pero esas gentes son demasiado difíciles”. Más adelante hablaba de Descartes, y en su tono, le decía “Nuestro Descartes”.
Con su pluma como puñal, aseguraba que la misión de Descartes en el mundo había sido descubrir las equivocaciones y los errores de los griegos, “pero para sustituirlos por los suyos”. “Descartes, en tanto racionalista, empezaba con el ‘a priori’ más tradicional, ‘la esencia de las cosas’, según la captaba la intuición, a lo que añadió la duda como método fundamental”, como lo dejó plasmado Peter Watson en su libro “Ideas”. Según Voltaire, y de acuerdo con Newton, la experiencia estaba por encima de la intuición, y surgía de la observación. Con motivos claros y objetivos o sin ellos, el ser humano observaba, y de sus observaciones se desprendían algunos de sus principios. Observaba, y, por lo tanto, aprendía. Luego teorizaba.
Para él, todo aquel proceso estaba mediado por la sicología humana. Por eso rescató a John Locke, un pensador que se había observado, analizado, que había profundizado en sus particularidades, y por eso dijo que “Cuando antes razonadores habían hecho la novela del alma, ha venido un sabio, que modestamente ha hecho su historia. Locke ha esclarecido al hombre la razón humana, como un excelente anatomista, explica los resortes del cuerpo humano”. Por Locke y por Newton, Voltaire se convenció de que la humanidad empezaría a encontrar el camino para llegar a alguna plenitud si lograba reemplazar a la religión por la ciencia, o a las ideas de la religión por la certeza de los descubrimientos científicos.
Creía, estaba convencido de que el trabajo, la voluntad de buscar y de hacer, eran fundamentales para la vida, dejando así en el pasado las condenatorias y absurdas ideas del pecado original y la culpa. “El trabajo y los proyectos debían remplazar a la resignación ascética”. Como lo habían sostenido Locke, y entes de él, Hobbes, y de alguna manera, Spinoza, la sociedad había estado determinada hasta entonces por algún Dios, pues los reyes, las monarquías, o los gobiernos de algún ser supremo, provenían de la divinidad. Según Jacques Barzun, “Para la multitud que creía, como Shakespeare, que la divinidad habita en efecto en el rey, era lógica la retransmisión del poder desde Dios al primer hombre y a partir de ahí a sus descendientes ungidos”.
En su “Ensayo sobre el gobierno civil”, escrito en 1690, cuando aquellas ideas y creencias en dioses y divinidades era prácticamente el todo en la humanidad, Locke, citado por Barzun en “Del amanecer a la decadencia”, decía que “La finalidad del gobierno es el bien de la humanidad y, ¿qué es mejor para la humanidad, que el pueblo esté siempre expuesto a la voluntad sin límites de la tiranía o que los soberanos puedan en ocasiones tener oposición? Cuando el gobernante es inhabilitado, (el poder) revierte en la sociedad y el pueblo tiene derecho a actuar como autoridad suprema y depositarlo en forma nueva o manos nuevas, como crea conveniente”. Mucho antes de las revoluciones del siglo XVIII, Locke ya hablaba del poder del pueblo.