El conde de Montecristo: cuando la venganza te deja sin rostro
El conde de Montecristo regresa al cine bajo la dirección de Alexandre de la Patellière y Matthieu Delaporte, en una adaptación que revive la clásica historia de traición, encarcelamiento injusto y la búsqueda de venganza y redención de Edmond Dantès.
Laura Montes
Un hombre inculpado de un crimen que no cometió regresa con otra identidad para cobrar venganza. Es la trama de Oldboy de Pak Chan-uk, pero también de la serie de ABC Revenge —con la diferencia que quien busca revancha es una mujer—. Sin olvidar La máscara del zorro y hasta V de Venganza. Pero ¿qué pueden tener en común una película surcoreana, un seriado estadounidense, el Zorro y un misterioso enmascarado que busca la destrucción de un gobierno? Todas se han inspirado, en menor o mayor medida, en el clásico de aventuras de Alexandre Dumas.
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Un hombre inculpado de un crimen que no cometió regresa con otra identidad para cobrar venganza. Es la trama de Oldboy de Pak Chan-uk, pero también de la serie de ABC Revenge —con la diferencia que quien busca revancha es una mujer—. Sin olvidar La máscara del zorro y hasta V de Venganza. Pero ¿qué pueden tener en común una película surcoreana, un seriado estadounidense, el Zorro y un misterioso enmascarado que busca la destrucción de un gobierno? Todas se han inspirado, en menor o mayor medida, en el clásico de aventuras de Alexandre Dumas.
“¿Y tú, vas a usar la fortuna para el bien o también llenarás tu corazón de odio?”
Esta obra literaria vuelve al cine de la mano de Alexandre de la Patellière y Matthieu Delaporte, dos directores que también escribieron la adaptación audiovisual de Los tres mosqueteros, otra de las obras cumbre de Dumas. La historia sigue a un recién ascendido a capitán Edmond Dantès, quien está a punto de casarse con la mujer que ama, pero es traicionado y enviado a prisión por un crimen que nunca cometió en el temido castillo de If, en Francia.
Y todo parece perdido… Hasta que logra escapar tras catorce años de encierro. Entonces, Dantès vuelve como el misterioso conde de Montecristo, utilizando una máscara para ocultar su verdadera identidad. Y se embarca en una turbia misión para escarmentar a todos los que lo destruyeron, forjando un entramado plan para que sus enemigos caigan uno a uno.
El filme tiene una duración de casi tres horas, pero parece de treinta minutos. Su narrativa envuelve desde el primer momento: es rápida, elocuente, intensa. Tiene un ritmo enérgico y fluido, con una trama cuidadosamente construida. Y resulta estar a la altura del clásico en el que se basa su historia. El público quiere venganza, así como lo quiere el conde. Y aquella potencia narrativa es el hilo conductor de toda la película.
“Antes de embarcarte en el camino de la venganza, cava dos tumbas” – Confucio
Dantès —convertido ya en el conde— siempre recuerda, una y otra vez. Su reminiscencia pesa y agravia, el daño sigue fresco en su memoria. “Mantengo el dolor vivo”, afirma. Con las heridas aún abiertas y ardiendo en fuego lento, la venganza es ineludible. ¿Pero es la revancha el único camino? Él apuntala que solo eso lo mantiene vivo. Sin embargo, ¿es así?
El conde es un hombre borroso: su identidad se ha desvanecido. No puede verse a sí mismo más allá del rencor y el sufrimiento, tal vez por eso usa una máscara que cambia sus gestos. No solo para evitar ser identificado por sus enemigos, sino porque quizás, ni él mismo se reconoce cuando se mira al espejo. Ya no es Edmond Dantès, ahora es un hombre sin rostro. Y detrás de su dolor no queda nada. Solo un enmascarado que busca venganza —y justicia—.
¿Solo hay perdón para quien pide perdón?
El conde no vacila ante su venganza, ni siquiera por la mujer que ama. Uno de los planes finales de su vendetta es matar a Albert de Morcerf, el hijo de quien forjó el complot para encarcelarlo. Pero hay un pequeñísimo detalle: ¡es también hijo del amor de su vida, con quien se iba a casar!
La narrativa ha llegado al clímax de su historia: ya es el momento de dar la estocada final a su mayor enemigo, Fernand de Morcerf. Dantès se encuentra cara a cara en un duelo con Albert, el hijo de Morcerf. Pero cuando le apunta con su arma, hay un atisbo de humanidad en su mirada. La noche anterior, su madre le ha rogado ajustar cuentas con los verdaderos culpables, pero dejar en paz a los inocentes. Y su rostro, borroso por el rencor y el sufrimiento, parece recuperar el aspecto diáfano de sus días pasados. El espectador recuerda una frase que le dijo Angèle —otra damnificada por el complot—: “Entre la venganza y la vida, escogí la vida”, dice ella. Su pulso es firme, y su puntería, inequívoca. Albert de Morcerf, impávido, lo mira como un venado atrapado por los cazadores, de pie, esperando su momento final. El conde no tiembla, pero duda. ¿Lo hará?
Una experiencia cinematográfica
Aunque parezca lo contrario, El conde de Montecristo no es una película de venganza. Alexandre de la Patellière y Matthieu Delaporte entregan una cinta honesta y conmovedora sobre el rencor abominable que consume todas las almas a su paso, encontrando únicamente en el perdón una salida, como una segunda existencia que florece más allá del odio. De lo contrario, como dijo Confucio, habría que cavar dos tumbas.
Esta adaptación superó el récord en la taquilla de Amélie con más de 9 millones de espectadores. Se estrenó el pasado 24 de octubre en salas de Cine Colombia y sigue proyectándose en pantallas de Colombia y todo el mundo. Hay heridas tan profundas que ni una victoriosa vendetta puede curar. Y entre la venganza y la vida, ¿qué decisión tomará el conde de Montecristo?