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Todavía no sé quién soy. A través de la vida y de la pintura he ido buscándome para descubrirme e ir configurando poco a poco una identidad, una idea de mí mismo. Podría decir que soy una persona obstinada, impaciente, ansiosa, híper activa, un estajanovista del arte.
Orígenes
Álvaro de Narváez Vargas, mi padre, fue un hombre bogotano, inteligente, científico, de una gran curiosidad, artista, dibujante, músico. Se interesó por todo y a sus ocho hijos nos transmitió ese placer. Llenó su vida de grandes realizaciones, como también de muchos fracasos. Tuvo una cualidad extraordinaria, a cada uno de nosotros nos puso en la vida con una gran voluntad de llevar a cabo nuestros proyectos de manera seria y concreta.
Alicia Cuervo Riaño, mi madre, fue artista, pintora, una mujer consagrada a su familia. Tuvo una gran aptitud hacia la bondad, hacia los afectos, hacia llevarnos a la realización de nuestros proyectos. Heredé el linaje Cuervo por parte de la familia de mi mamá, lo que implica una gran curiosidad por las letras, por la poesía, por un despertar al mundo a través de la palabra y de la literatura.
Pilares de familia
Eran los años treinta cuando mis padres se conocieron. Para ese momento Bogotá era una ciudad pequeña y las gentes que pertenecían a determinados grupos se frecuentaban. Así se conocieron, seguramente en los clubes. Vivieron una burguesía de comienzos de siglo XX.
Fueron mis padres muy conservadores, católicos, de una moral muy estricta. Con el tiempo la vida los empujó a cambiar algunos aspectos que los llevó a una comprensión del mundo moderno. Entendieron lo que sus ocho hijos, como jóvenes, tratamos de conquistar: dos de mis hermanos murieron realmente temprano en la vida por problemas de tabaco.
Crecimos en un ambiente cultural muy enriquecido. En la casa de nuestros padres siempre hubo biblioteca nutrida y obras de arte que nos alcanzaron a todos.
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Infancia
Tengo recuerdos muy fragmentados de mi niñez. Estudiaba en Montessori y me encontraba muy concentrado dibujando, quizás a mis cuatro o cinco años. De un momento a otro la profesora explotó en furia extraordinaria que nos paralizó a todos. Me detuve a mirar lo que estaba haciendo: se trataba de tachones con crayolas en verdes y azules, trazos propios de los niños que no sabemos que estamos produciendo.
Este fue un momento precursor que marcó la toma de conciencia de ser y estar. Soy el que está dibujando y me encuentro en medio de un acontecimiento que me marcó, que pudo haber construido algo en mí. Ese instante, como una detonación, me llevó a una toma de conciencia.
Academia
De mi colegio conservo muy pocos recuerdos. Nunca fui un colegial feliz, no estudiaba, perdía años, siempre sacaba ceros por estar dibujando. El dibujo fue un soporte para pasar el tiempo en el colegio. También copiaba dibujos, especialmente de caballos, porque me han gustado siempre. Llegó un momento en el que ya no podía seguir en el colegio, pues era un vago.
Después de pasar por un sinnúmero de instituciones educativas distintas, llegué al San Viator. Hoy es muy grande, en ese entonces tan solo era una casita. Los sacerdotes acababan de llegar de los Estados Unidos y apenas comenzaban a construirlo, y lo hicieron muy lentamente.
Recuerdo la desesperación de mi mamá y de los curas por mi rendimiento. Pero uno de ellos identificó en mí un talento para el dibujo, entonces decidió darme una oportunidad. Se trataba del padre Stafford. Me dijo: “Mire, Denarváez, usted no es bruto, lo que pasa es que no le interesa sino dibujar”.
Decidió hablar con mi mamá para proponerle que me pondrían una nota apreciativa en la mayoría de materias. Me gustaba la geografía y la anatomía, esta última ha sido uno de los pilares de mi trabajo como artista. Fueron estas las materias que estudié, junto con religión que era obligatoria en colegio de curas. A cambio debía entregarle al colegio la decoración de la cantina o restaurante y afiches, también ilustrar la revista. Me atribuyeron un aula pequeña en la que, acompañado por el profesor Díaz, produje mi trabajo. Conté con todos los materiales como lápices, papel, extensil y demás.
Después estuve interno en Duitama, no a manera de castigo, sino como experiencia. El cura Magnussen, danés, era un pintor extraordinario que utilizaba el pastel. En horas de almuerzo trabajaba en su caballete, y yo iba a observarlo con fascinación. Con él descubrí el paisaje, lo que me dejó iniciado en ese formato.
Me alcanzó el hipismo, entonces tuve que decidir qué quería hacer con mi vida, pues ya no podía continuar con los sacerdotes. Así decidí trabajar en publicidad y fui aceptado en pequeñas agencias.
Leo Burnett
En 1972 comencé a trabajar en Leo Burnett donde hice una carrera muy divertida, atendiendo cuentas muy importantes. Estando allí conocí a Salvo Basile, Carlos Duque, Santiago García, Gustavo Sorzano, Paulo Emilio Rengifo. Tuve a mi disposición cantidad de material de pintura, de dibujo, todo lo necesario para desplegar mi pasión. Me volví creativo por un azar interesante profesional. Esto confirmó lo que sería mi vida.
Europa
Desde muy temprano tuve contacto con gente de otras naciones al ser vecinos de barrio, me hablaban del mundo y de recorrerlo. Pensé que tenía que haber algo más allá de Mesitas del Colegio y de Zipaquirá. Esto me motivó, como el estudiar historia del arte y también el rock.
Quise asomarme por Europa con la plata que había ahorrado: trescientos cincuenta dólares. Me fui de pelo largo, mi guitarra y una caja llena de dibujos. Viajé en Air Bahamas para tener una aventura que se prolongó durante cuarenta años.
Llegué a Luxemburgo en un momento en que volaban los primeros chárter. De allí seguí hasta Bruselas donde conocí a un colombiano que me hospedó durante un tiempo, quizás un par de meses. Entonces decidí vender el pasaje de regreso. Luego fui a Ámsterdam, pero no me interesó pese a tener una carta de recomendación para trabajar en Leo Burnett, porque estando en Europa supe que mi viaje no lo ocuparía trabajando en publicidad, sino en arte.
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Un mes más tarde tomé un tren a París, aunque no lo tenía como proyecto. Un tren lechero que salió de Ámsterdam a las ocho de la noche, todavía era de día por el verano. Muy temprano por la mañana comenzó a entrar a París. Había una bruma hermosa, recordarla me emociona. Tomé conciencia de que ese era mi lugar.
Conocí a compatriotas que me hospedaron unos días. Como ya no tenía recursos, comencé a trabajar en boutiques, también haciendo aseo, repartiendo prospectos de publicidad. Propuse también mis servicios como dibujante para hacer carteleras.
En una librería muy cerca de Notre Dame en el Boulevard Saint Michel y que cuenta con una gran sección de arte, me encontré con un libro sobre París en el cual aparecía la foto de un hombre dibujando con tizas en una acera parisina de los años cincuenta. Supe de inmediato que ese sería un recurso de súper vivencia al que recurrí durante varios años, desde la primavera hasta el otoño dibujando en las aceras de París y en numerosas ciudades del sur de Francia. Copié los bronces buscando que fueran muy buenos y que me sirvieron como bocetos para los que luego dibujaría en el piso en blanco y negro.
Aprendí el idioma conversándolo, viviéndolo, ayudado por mi buen oído. Leí la prensa buscando las palabras que no entendía. Asistí a talleres de anatomía en la Escuela de Bellas Artes de París. Me maravillé en los anfiteatros. Mi doctrina ha sido trabajar en la bohardilla donde fui aprendiendo y me fui puliendo.
Llegó el momento en que las galerías comenzaron a interesarse por mi trabajo. La gente, por amistad, solidaridad o admiración, empezó a comprarme cuadros. Esto siempre se acompañó de otros trabajos para complementar mi súper vivencia.
En el año 86 tuve un taller en París al que asistía muchísima gente. Allí también había una sala de teatro, otra de lectura. Esto me dio exposición ante galeristas y críticos.
Luego me fui a una comuna vecina de París, Montreuil, de la que fui pionero, porque después llegaron otros artistas. Implementé el concepto de puertas abiertas a diecisiete espacios artísticos diferentes. No estaban consagrados ni diseñados para ello, pero los adoptamos para pintar y hacer escultura. En mi caso, se trataba del comedor de lo que había sido un convento de monjas. El barrio pasó de cuatro artistas a quinientos de todo el mundo. Lo llamamos Les ateliers sur cour y, a partir de allí, obtuvimos financiación, la misma que nos obligó a hacer concesiones políticas. Nos visitó gente que buscaba descubrir nuevos talentos y tuve la suerte de ser uno de ellos. Este fue el primer momento de mi carrera como pintor.
Regreso al país
A partir del año 2010 la situación en Europa se tornó complicada afectando a los artistas, y con el sistema impositivo funcionando. El peso del Estado fue demasiado alto lo que produjo en los artistas de mi generación una depresión profunda. Ante este cuadro preferí regresar a mi país para generar distancia con esa emocionalidad tan negativa. Viajé con obra que se vendió. Porque vivir en Colombia tiene compensaciones, pese a que no es fácil.
Me fui quedando, aunque me voy yendo y regresando, porque en Europa están mis hijos y mis vínculos de amistad de más largo plazo, los más importantes. Además, la lengua francesa para mí es un tesoro extraordinario, si bien no es mi lengua materna sí es la fraterna.
Sus hijos
La mamá de mis hijos es grafista. Juntos los iniciamos en varias disciplinas artísticas desde muy niños. La casa era todo un taller de arte con papeles en los muros, material para pintar y dibujar, y colmada de libros de arte.
Paola Carolina tiene un talento superior que se puede comprobar muy fácilmente. Vive en Amberes y trabaja en una empresa de diseño. También dirige un taller de cerámica. Manuel Vicente tiene enormes facilidades para el dibujo e interpreta el clarinete. Los dos tienen genes artísticos. Sus abuelos maternos cantaban de manera muy hermosa.
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Reflexiones
Debo confesar que todavía no sé si soy o no artista. Insisto en mi trabajo, porque considerarse artista me parece una posición narcisista, vanidosa. Soy una persona que pinta cuadros, que lo hace con las entrañas. No me interesa mostrarle a nadie si lo sé hacer o no. Eso se lo dejo a quien está comenzando.
Me gusta situarme en un coloquio, en un concierto, que no es intelectual, pero sí en una gran conversación con la humanidad, con la gente, con la historia, con la cultura. Algo muy ambicioso y vanidoso, sí, pero busco que mi participación sea un argumento de reflexión.
Tengo un carácter un poco impetuoso, impaciente, pasional. Defino así mi pintura. A mi trabajo como elocuente y duro. No me contento con agradar pintando bonito. Mi fuerza está en no hacer concesiones, sino en dar a lo que pinto lo máximo que tengo en mí, en estrujar la vida, porque en caso de gritar, grito. Mis pinturas no son decorativas.
Creería que no he cometido actos profesionales sin interés o que no valgan la pena. Todo lo que he hecho ha sido importante. He tenido la suerte de haber sido escogido para exponer en muy buenas galerías de Nueva York, París, Londres, Ginebra, Bruselas. Esto dentro de un paquete de experiencias de impacto. Espero que lleguen otras exaltantes.
Exposiciones en Colombia
En Colombia hice una exposición donde Luis Ángel Parra, en la Galería Sextante. Se trató de una pequeña retrospectiva con cuadros que había traído y que produjo reacciones positivas. Fue una confrontación interesante.
No volví a exponer nada relevante hasta la que realizó Christopher Pascal en su Galería de la Calera y que compartí con Patricia Tavera, pintora de mucho carácter y fuerza y con voluntad de denuncia muy poderosa. Pascal tomó riesgos al mostrar lo que estoy pintando, que no necesariamente resulta comercial. Tengo una serie de cuadros que llamo NN y que tienen que ver con la violencia, la tortura, el dolor, nada decorativo.
Una de las oportunidades que aproveché cuando regresé al país, fue la de haber llegado a la Candelaria en un momento en que estaba Barçu. Me colé y no me sacaron, lo que fue valioso porque hubo gente muy interesada en mi trabajo.
Proyección
Velásquez para mí es el gran pintor. No solamente se inventa una manera de pintar, sino que crea presencias, las revela. Ahora estoy trabajando en un proyecto que se le asemeja sin que trate de imitarlo, sino de seguir su ejemplo por la observación tan aguda que hace de la humanidad.
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Estoy trabajando en un proyecto alrededor de Velásquez. Hace un tiempo acaricié la idea de pintar un Garnica a la colombiana. Porque cada día propone nuevas ideas.
Mi gran ambición es pintar, pintar y seguir pintando. Realmente, con toda sinceridad, el reconocimiento no hace parte de mis preocupaciones.