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En su primer día de escuela, a Nelson Ned lo miraron como a un extraño, dado que su estatura, a pesar de que tenía cinco años, era mucho menor que la del resto de infantes. Ese día, y también los siguientes, hubo peleas, pedradas, y Nelson Ned respondía con la misma moneda. Llegaba a casa llorando. Entonces, desesperada, su abuela dijo que lo dejarían en casa y que, para efectos de su propio bienestar, traerían a profesores particulares que le enseñarían lo mismo o tanto más que cuanto aprendía en la escuela.
Pero la madre de Nelson Ned, que por entonces tenía 22 años, se negó.
Se negó por una razón que, más de cuarenta años después, Nelson Ned recordaría como esencial para salvarlo. Su madre dijo:
—No, yo no voy a crear un mundo para mi hijo. Yo voy a crear un hijo para el mundo.
Un ícono gigante
“Yo tuve una infancia maravillosa —dijo Nelson Ned en una entrevista con Fernando González, ‘Pacheco’, en 1997—, porque en aquella época mi papá tenía una hacienda y yo era un niño que corría suelto por los campos, cogía frutas. Tuve mis primeras enseñanzas con mi mamá, que era maestra rural y me enseñó a leer y a escribir y me enseñó los primeros acordes en la guitarra. Fueron formando ella y mi papá lo más lindo que yo tuve y tengo: los valores morales y espirituales”.
Primero de siete hijos de Nelson D’Ávila y Ned Pintos, Nelson Ned D’Ávila Pintos nació el 2 de marzo de 1947. Nació en Ubá, en el estado Minas Gerais, Brasil, y estuvo en su niñez rodeado por árboles, pájaros, frutas tropicales. En sus primeros años, su madre lo llevó a un médico local, pues no crecía como debía. Su cuerpo era más pequeño que de costumbre. El médico dictaminó lo que también dictaminarían en Johannesburgo, años después, cuando se realizó una segunda revisión: tenía displasia, un tipo de enanismo. “Él no va a crecer mucho”, dijo el doctor. “Va a tener una pequeña estatura, pero todo lo demás va a ser perfecto. La única forma de enseñarlo es darle mucho amor”.
“Para darle gusto a los médicos —dijo en entrevista con ‘Pacheco’—, les voy a decir un término académico: displasia espóndilo-epifisiaria. A los médicos les encantan las cosas difíciles, ¿verdad? O sea: chiquito”. Fue por ese tiempo que hubo peleas en la escuela, con sus compañeros. Sus padres, sin embargo, conscientes de su condición, continuaron con su educación y a sus cinco años, conscientes también de su voz, lo llevaron a Radio Educadora Laborista. Y comenzó a ser reconocido. “Yo no creo en la superación —diría años después—. Nunca he sido un obstáculo para mí. Yo creo en la auto aceptación”.
Esa aceptación de sí mismo le permitió —más allá de ser cantante, de crear una voz que iba por encima de su propia estatura— convertir su imagen en un ícono. ¿Cómo de ese cuerpo venía esa voz gruesa y de registro alto? Por eso, porque su voz era la antítesis de su imagen, lo apodaron ‘El pequeño gigante de la canción’.
Cuando Pacheco lo introdujo en su programa de entrevistas, dijo que medía un metro con veinte centímetros. Pasadas algunas preguntas, Nelson Ned interrumpió su respuesta y dijo:
—Yo quiero hacer una pequeña corrección. Yo no tengo un metro veinte.
—Entonces cuánto —preguntó Pacheco.
—Tengo un metro veinte cuando uso la bota, por el tacón —dijo Nelson Ned, riendo, en español con acento portugués—. Yo tengo un metro y doce.
El éxito en los 70
Fue en 1968 cuando Nelson Ned supo qué era el éxito. ‘Todo pasará’, quizá uno de los temas que aún lo identifican, lo hizo reconocido. La década siguiente compuso canciones de mayor éxito: ‘Quién eres tú’, ‘Si las flores pudieran hablar’, ‘Déjame si estoy llorando’, ‘Happy Birthday My Darling’ —con la que llegó al millón de copias vendidas—, ‘Todavía duele’ y ‘Mi manera de amar’. Grabó en español y grabó en portugués, y de ese modo sus interpretaciones dieron la vuelta a América Latina. Las cifras, años después, darían parte de su fama: cincuenta millones de discos vendidos de 32 producciones y varios discos en oro y platino.
“Conozco el mundo entero —dijo al portal de noticia UAI de Minas Gerais—. Viajé mucho y me gusta Miami, donde comenzó mi carrera internacional. Pero eso ya es pasado. Ahora quiero sombra y agua fresca”. Los viajes lo llevaron, por ejemplo, a África del Sur, a Angola, a Mozambique. Los setenta fueron su época de gloria, también compartida con Camilo Sesto, Nino Bravo, José José y Leo Dan. Los boleristas, aquellos que cantaban a la decepción y el vacío que deja el fracaso, a la nostalgia.
Y fue también la época en que, de la mano del éxito, venían los tiempos duros: el abuso de drogas, la separación de su esposa y de sus hijos, las mil mujeres y una pérdida de visión que primero lo disgustó con Dios y luego lo hizo acercarse —casi de manera obsesiva— a él.
Cerca de Dios
En 1975, cuando comenzaron sus problemas oculares, lo tuvieron que operar cinco veces en tres meses. Nelson Ned quería morir, Nelson Ned estaba ya cansado de sus carencias. ¿Quedaría ciego? Estaba desesperado. Sin embargo, se recuperó. Tiempo después, mientras manejaba por Miami, vio escrito en una pared: “Jesus is the answer” (“Jesús es la respuesta”). Y fue a una iglesia, y le dijo a Jesús y también a Dios que no aceptaba quedar ciego, que ya había nacido pequeño y era suficiente.
Dijo que “caminaría solo con Jesús”. Y siguió con su carrera y tuvo mayor éxito, y al mismo tiempo fue cayendo: usó cocaína, conquistó numerosas mujeres usando cocaína. Le regalaban anillos, cadenas, en su país y en Las Vegas y en Miami, venía el dinero por montones, en los conciertos le daban “paqueticos”. Trece años pasaron, trece años estuvo en los fondos macabros. “Yo nunca tomé para cantar —dijo—. Nunca usé la droga para cantar. Siempre actué sobrio y lúcido. Era para después de actuar”.
Y llegó al fondo. Perdió a su esposa, perdió a sus hijos. Todos oraban por él, estaban a su lado, y cada tanto iban a su casa pastores para animarlo. Y su vida fue cambiando: junto a su esposa mejoró la relación; se comprometió con Jesús, y a través de su imagen creó una nueva imagen propia. Ese cambio influyó, claro, en sus composiciones: en 1993 lanzó Jesús está vivo y cuatro años después Jesús te ama. Tenía ya 50 años por entonces y en los últimos 25 había pasado intensas situaciones; deseaba un descanso, deseaba paz, y fue por ello que dejó las drogas, dejó el alcohol —que acompañaba a las drogas—, dejó a sus amantes. Dejó, también, al Nelson Ned de las canciones románticas, a aquel que cantaba que todo pasará, que nada quedará.
Y quedó el Nelson Ned que dedicó su vida a Dios y casi desapareció de los escenarios en la última década. Que tuvo complicaciones y perdió, en últimas, la vista en el ojo derecho. Que fue afectado por el Alzheimer y cuyos movimientos se aminoraron. Y por encima de su estado clínico, quedó el Nelson Ned que cantó a la soledad y a la nostalgia. Quedó la voz gigante de Nelson Ned.