Dejar de desear, que es como dejar de existir
Esta es una frase de Ana, uno de los personajes principales de la película “El castigo”. El filme reflexiona sobre la maternidad no deseada, la pérdida de control en tiempos límites y el arrepentimiento. De la selección “Ficciones de allá” del Festival Internacional de Cine de Cartagena.
Laura Camila Arévalo Domínguez
La argolla de su matrimonio se destaca sobre la corteza del árbol que lo sostiene. Tiene las dos manos bien abiertas para agarrarse. Ya está desesperado: hace 10 minutos perdió a su hijo después de castigarlo, o de ser el cómplice del castigo. El niño hizo algo grave. Sus papás estaban en los puestos delanteros del carro; él, atrás. Algo hizo. Algo que ofendió a su mamá, así que ella decidió dejarlo en la carretera. Arrancó el carro y contabilizó dos minutos. Después de que él, el papá, le suplicara que regresaran, ella dio reversa. Cuando llegaron al punto en el que lo habían dejado, el niño no estaba. Lo buscaron. Gritaron su nombre. Le ofrecieron la tableta, pizza y hamburguesa. Su papá le prometió que nunca más lo volverían a castigar. Trató de atraerlo con bichos imaginarios y con súplicas. Le gritó que lo perdonara, que saliera de su supuesto escondite. No salió.
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La argolla de su matrimonio se destaca sobre la corteza del árbol que lo sostiene. Tiene las dos manos bien abiertas para agarrarse. Ya está desesperado: hace 10 minutos perdió a su hijo después de castigarlo, o de ser el cómplice del castigo. El niño hizo algo grave. Sus papás estaban en los puestos delanteros del carro; él, atrás. Algo hizo. Algo que ofendió a su mamá, así que ella decidió dejarlo en la carretera. Arrancó el carro y contabilizó dos minutos. Después de que él, el papá, le suplicara que regresaran, ella dio reversa. Cuando llegaron al punto en el que lo habían dejado, el niño no estaba. Lo buscaron. Gritaron su nombre. Le ofrecieron la tableta, pizza y hamburguesa. Su papá le prometió que nunca más lo volverían a castigar. Trató de atraerlo con bichos imaginarios y con súplicas. Le gritó que lo perdonara, que saliera de su supuesto escondite. No salió.
Mientras esto pasó, la madre del niño buscó por su cuenta. Se mantuvo serena. No estuvo de acuerdo con que llamaran a la policía: qué exageración, pensó, sobre todo porque estaba convencida de que ahora su hijo era quien la castigaba. Lucas tenía siete años. El niño perdido se llamaba Lucas. Ella comenzó a sentir la culpa y a desvanecerse después de entender que su forma de ponerle límites a su hijo fue un error. Un error definitivo. Fue la forma en la que la vida le puso límites a ella.
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Según su papá, Lucas era un niño muy inteligente. Según su mamá, Lucas la odiaba. En esta película se aclara que desempeñar perfectamente los dos roles es un imposible. Las dos son funciones tan importantes, que determinarán la vida adulta de su hijo, quien aún no llegaba a la adolescencia y ya revelaba problemas con la autoridad. Según ellos, no toleraba la frustración. En eso coincidían. En eso y en el desespero. Ella parecía fundirse en una rabia que no permitía que la gobernara, pero que ya le quemaba la frente, y entonces parecía atajarse apretándose las sienes y frunciendo el ceño. Él estaba a punto de llorar. Tenía miedo. Y no sabía muy bien a qué le temía más: a que su hijo no apareciera, a que se lo comiera un puma o a que se congelara por el frío. A la furia de su esposa que, a pesar de su dureza, podía tener algo de razón. O no. Eso también lo atemorizaba: no saber si lo estaban haciendo bien, si podrían volver a intentarlo. Le temía a su propia negligencia. Y no solamente a la que provocó el extravío de su hijo. Le temía a su negligencia como padre.
“El suspenso de la narración se sustentó en si encontrarían al niño con vida antes de que llegara la noche, pero el interés también se activó por el descubrimiento paulatino de la verdad más oculta de los personajes. Después de ver la película, el público se convirtió en cómplice de sus mentiras, de aquello que se esforzaron en ocultar. Muy seguramente esto le permitió ser partícipe de sus contradicciones, miedos y debilidades. El castigo sucede en tiempo real. Son 85 minutos tratados con absoluto realismo, que permite vivir la película de una manera cruda y despojada de elementos accesorios. Acompañando de cerca a los personajes y descubriendo con ellos la historia que poco a poco se nos devela”, dijo el director de la película, Matías Bize, quien agregó que su filme muestra un momento de la vida de los personajes.
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Para él, algo que comenzó como un simple castigo se terminó transformando en un evento sin vuelta atrás. Por su forma, su filme es un desafío: “Esta película tiene un espíritu joven. Es atrevida, valiente y espontánea, pero al mismo tiempo es madura y totalmente necesaria para los tiempos que corren”, concluyó.
“Lo único que necesito es que no haga nada”, le señaló la policía al padre preso de la angustia que dejó de razonar cuando su ansiedad le mostró el futuro más aterrador. La quietud, la petición más imposible que le podrían hacer a él, fue lanzada por la autoridad. La misma que su hijo no toleraba. En casos así, los expertos dijeron que se encargarían, pero como en la vida real un padre angustiado esperaría que no esperaran tanto para encargarse. Y es que quién sabe cuál será el protocolo. Sus razones tendrán, pero él no sabía de razones. Él no tenía cabeza para pensar. Él quería ver helicópteros, perros, luces de bengala, camionetas. Quería que todo el aparato de búsqueda del país se enfocara en encontrar a su hijo.
“Dejar de desear es muy parecido a dejar de existir”, le aseveró la madre al padre preso del fastidio después de ver a su esposa gritar por el pánico. Y él y la policía pensaron que el miedo de ella era que su hijo jamás apareciera. Que por eso gritaba. Resultó que no, o que no del todo: su miedo era enfrentarse a esa parte de ella que no quería que apareciera. Porque ella, que siempre fue buena madre, nunca quiso serlo. Lo hizo para que su pareja no la dejara. Sabía que si no se embarazaba, su pareja terminaría yéndose. Y ella quería a su esposo. Solo a él. Él, en cambio, quería la familia. La institución. Se enamoró de la imagen de ella siendo mamá. De ella no. Ese día, y después del momento de máxima tensión, aceptó que a ella la habría dejado.
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