Del Barroco a la eternidad, la obra de Elisabetta Sirani
El Renacimiento y Barroco fueron testigos del nacimiento de varios de los grandes nombres de la historia del arte. Entre ellos, y tal vez menos reconocida, está Elisabetta Sirani, quien a pesar de tener una vida corta dejó un legado artístico en las grandes cortes europeas.
Andrea Jaramillo Caro
Han pasado 339 años desde que la ciudad italiana de Boloña vio llegar a Elisabetta Sirani al mundo, el 8 de enero de 1638. En un momento en el que la norma para una mujer era casarse pronto y cuidar de los suyos, la futura artista pudo desarrollar una carrera que llevaría a sus obras a adornar los muros de las cortes reales más importantes de Europa.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Han pasado 339 años desde que la ciudad italiana de Boloña vio llegar a Elisabetta Sirani al mundo, el 8 de enero de 1638. En un momento en el que la norma para una mujer era casarse pronto y cuidar de los suyos, la futura artista pudo desarrollar una carrera que llevaría a sus obras a adornar los muros de las cortes reales más importantes de Europa.
Mucho de esto se debe a la ciudad en la que nació. Boloña se consideraba una ciudad progresista en lo que refiere al rol de la mujer. Debido a esa libertad que podían tener las mujeres, la hija de Margarita y Giovanni Andrea Sirani pudo entrenarse en las artes desde muy joven.
Su familia ya tenía lazos con el arte y donde tuvo su primer acercamiento fue en su propia casa, dentro del taller de su padre. De ahí en adelante el éxito de la joven artista despegó para convertirla en uno de los nombres buscados por la nobleza y monarquía.
Le sugerimos: Muere el director de cine Peter Bogdanovich
Ella continuó con la tradición familiar. Su padre era artista y mercader de arte instruido por Guido Reni. Según cuenta su biógrafo, Carlo Cesare Malsavia, quien era conocido de los Sirani y la incluyó en su libro ‘Vidas de los pintores boloñeses’, fue él quien instó a Giovanni Andrea Sirani a introducir a su hija mayor al mundo del arte. Esta versión es disputada ya que para futuros académicos del siglo XIX es un recuento auto engrandecido. A pesar de la libertad que le proporcionaba Boloña, Sirani no tuvo la oportunidad de educarse formalmente en una academia, como era costumbre, ya que no admitían a mujeres y por lo tanto no tenía la misma destreza de otros en el dibujo anatómico.
Sin embargo, esto no impidió que desarrollara su estilo característico, mientras se educaba en el tradicional estilo clásico. Adelina Modesti, historiadora de arte de la universidad de Melbourne, escribió sobre Sirani, refiriéndose a la instrucción de su padre: “en el estilo clásico idealizador de Reni, antes de desarrollar su propio estilo expresivo y dinámico, considerado por sus contemporáneos como “como un gran maestro” (Malvasia)”.
Ese reconocimiento que tuvo desde joven lo cargó consigo a sus futuros logros, pues más allá de ser una celebrada artista, a los 19 años también se convirtió en maestra y abrió su propia escuela de arte para mujeres, en la que se formaron dos de sus hermanas. Pero antes de eso ya estaba rompiendo barreras, pues en 1654, a la edad de 16, ya sabía utilizar la técnica del grabado, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en manejar esta forma de arte.
Su éxito también tuvo que ver en parte con la enfermedad de su padre. Fue ella quien sostuvo a la familia hasta su muerte. Giovanni Sirani desarrolló una forma de artritis, gota, la cual le impidió continuar su carrera como artista y tuvo que dejarle el negocio a su hija. Así, Elisabetta Sirani se convirtió en la administradora del taller de su padre y mientras se encargaba de proveer para su familia a través de su arte, el cual enfocó hacia la religión, también ganó fama por pintar sus obras con rapidez.
Podría interesarle: Historia de la literatura: Edgar Allan Poe
Esa habilidad que desarrolló desató dudas entre la comunidad boloñesa, que dudaba de la autoría de sus piezas atribuyéndolas, en ocasiones, a sus aprendices. Varias veces fue sometida a sesiones de pintura en vivo para demostrar que realmente eran sus manos las que habían dado las pinceladas. Modesti citó una carta de Marchese Ferdinando Cospi, agente de Sirani, enviada en 1642, en la que cuenta al príncipe Leopoldo de Medici que ella “es considerada aquí [Boloña] una maestra, y es ella quien mantiene a su numerosa familia con su trabajo”.
Su muerte prematura impidió que continuara con su prometedora carrera durante el barroco. A los 27 años, el 28 de agosto de 1665, Elisabetta Sirani murió en la misma ciudad en la que había nacido. El misterio enmarcó su muerte, pues en un principio se creyó que la causa fue envenenamiento. Hubo quienes especularon que murió a causa de la pena de seguir soltera a los 27. Incluso, su padre puso una denuncia contra una de sus criadas, a la cual consideraron sospechosa, pero luego retiró los cargos ya que en la autopsia descubrieron que fue una peritonitis la causante.
El funeral de Sirani se realizó por todo lo alto. Sus familiares mandaron a hacer un catafalco muy elaborado con una escultura de ella de tamaño real. Hubo cantos y oraciones compuestos por los ciudadanos de Boloña. Un oficial de la ciudad escribió: “todos están de luto por ella. Las damas, especialmente cuyos retratos halagó, no pueden guardar silencio al respecto. De hecho, es una gran desgracia perder a una artista tan grande de una manera tan extraña”. La enterraron en la Basílica de San Doménico, al lado del maestro de su padre, Guido Reni.
Le recomendamos: Las huellas de la desaparición en realidad virtual
Dentro de su clientela se encontraba el Gran Duque Cosimo Medici III y otra gran cantidad de personalidades de la época. Aunque su muerte fue temprana, Elisabetta Sirani dejó un amplio legado de unas 200 obras entre pinturas y grabados, y logró instruir a unas 11 mujeres a lo largo de su vida. “Elisabetta fue muy admirada por esta valentía técnica y virtuosismo artístico. El pintor florentino Baldassare Franceschini, (Il Volterrano) que observó a Elisabetta en el trabajo en 1662, afirmó que ella era “el mejor pincel ahora en Bolonia. Sus elegantes lienzos revelan una pincelada amplia y expresiva, empaste fluido, colores ricos y sombras profundas”, escribió Modesti sobre ella.
Malvasia, entre otros de sus contemporáneos, según Modesti, consideraban su estilo pictórico como “masculino” y sus modales “viriles y grandiosos”. El padre Bonaventura Bisi escribió en 1658 al príncipe Leopoldo de Medici que Sirani “pintaba como un hombre, ocn mucha audacia e invención”. “Elisabetta fue así una de las primeras mujeres artistas en ser reconocida públicamente por colegas y críticos como una mujer “virtuosa”, que posee un genio artístico y una invención, que generalmente se consideraba más allá de las capacidades de las mujeres”, dijo Modesti.