Del escrache a la cancelación
Ayer, durante la programación de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, se realizó el conversatorio “Cultura de la cancelación: ¿justicia o venganza por mano propia?”, en donde Paloma Cobo y Alejandra Soriano reflexionaron sobre este fenómeno, trayendo a colación casos como el de Carolina Sanín y Matador.
Danelys Vega Cardozo
El 6 de febrero en Dejusticia, un centro de estudios jurídicos y sociales, Paloma Cobo, investigadora en la Línea de Estado de Derecho en este sitio, publicó el artículo “De qué hablamos cuando hablamos de cancelación”. Unas semanas antes, había sido tendencia en Twitter el nombre de Víctor de Currea Lugo. Su nombramiento de embajador de Emiratos Árabes había removido aguas turbias: surgieron denuncias de acoso sexual de algunas estudiantes. Entonces, a raíz de eso, Cobo aprovechó la ocasión para reanudar la conversación en torno a ese fenómeno social que se ha hecho frecuente en las redes sociales y cuyas consecuencias, en muchas ocasiones, terminan traspasándolas: la cultura de la cancelación. Varias de las ideas que emitió en aquel artículo de principio de año las retomó ayer durante el conversatorio “Cultura de la cancelación: ¿justicia o venganza por mano propia?”, realizado en la Filbo. “¿La cancelación es la mejor estrategia para avanzar en luchas sociales?, fue una de las preguntas que dejó a modo de reflexión.
Para Cobo, el peor escenario posible son los discursos que se mueven en las márgenes, que es lo que ocurre cuando una persona es cancelada, pues al no llegar al centro, pierden la posibilidad de interactuar con otras voces. Y las voces son necesarias para que la gente se nutra de pensamientos opuestos porque, como diría ella, es muy difícil comprobar que la única verdad es la nuestra. Y hay una tendencia natural a confirmar nuestras propias creencias, ya lo demostró en 1960 Peter Cathcart Wason, psicólogo cognitivo. Sesgo de confirmación, se llama eso de quedarnos con la información que respalde nuestras posturas.
Por eso, en el caso de lo sucedido el año pasado con Carolina Sanín y la editorial mexicana Amaldía, que decidió cancelar la publicación de dos libros de la escritora tras sus posturas ideológicas en torno a las personas trans, Cobo se cuestionó sobre si la cancelación era la estrategia más efectiva para avanzar en los derechos de esta población. Quizás aquello solo ocasionaba que siguiera escuchando su propia voz y de quienes piensan similar. Nunca lo sabremos. Mientras tanto, Alejandra Soriano, periodista y editora en Volcánicas, quien también participó en el conversatorio de la Feria del Libro, piensa que las editoriales tienen derecho a no publicar obras que no sean acordes a lo que buscan transmitir.
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El caso de Julio César González, más conocido como Matador, fue otro de los que arribaron en este conversatorio. Y es que, a finales de marzo, El Tiempo decidió dar por terminado el vínculo laboral con el caricaturista tras conocerse la denuncia de maltrato físico a su esposa; hechos que ocurrieron hace 10 años. Soriano dijo que hacen falta más espacios para que la gente conozca las motivaciones detrás de los medios de comunicación para suspender de sus cargos a sus empleados. Y lo dijo porque cree que la decisión no debió girar en torno a una denuncia de hace varios años, sino en la postura que Matador reflejaba en sus caricaturas “racistas y violentas”. Recordando a Piedad Bonnet y su columna “Matador y la cultura de la cancelación”, Cobo concordó con Soriano en que aquello había sido una oportunidad perdida. El Tiempo “tuvo una magnífica oportunidad de propiciar una reflexión colectiva sobre el machismo y el alcoholismo, y no lo hizo porque, desde mucho antes, al periódico le estaban resultando incómodas sus perspectivas políticas”, dijo Bonnet en aquel texto.
Y, a veces, lo que parece cancelación en realidad no lo es, sino escrache, que según Paloma Cobo fue lo que sucedió con Víctor de Currea Lugo. “A diferencia del linchamiento y de otras formas de justicia por mano propia, el escrache no busca dañar físicamente o causar la muerte de la persona escrachada, sino denunciar a un posible agresor, crear una sanción social, reclamar que asuma su responsabilidad, advertir a otras posibles víctimas y exigir, en ocasiones, su investigación y sanción formal”, escribió en su artículo de Dejusticia. Aquel término surgió durante la dictadura militar argentina y luego fue apropiado por movimientos feministas para denunciar casos relacionados con temas de género, que en la actualidad son expuestos en redes sociales. Y como señalan Soriano y ella, al escrache se acude, por lo general, como resultado de espacios ineficientes o la negligencia de los sistemas para actuar. El problema es que, según dice Cobo, este fenómeno genera más revictimización y no trasciende a la reparación. Por eso, ella cree que el camino a seguir es mejorar los sistemas y pensar en otras opciones distintas a esta manifestación.
A diferencia del escrache, “cancelar no es solo denunciar a una persona, sino promover y participar en un boicot en su contra para excluirla de un grupo al que pertenece”, dice Cobo en “De qué hablamos cuando hablamos de cancelación”. La cancelación se realiza a quienes expresan o tienen comportamientos polémicos. Cobo dice que las personas no suelen vislumbrar los alcances de la cancelación, que pueden ir desde pérdida de empleo hasta la humillación. Y no lo tienen en cuenta tal vez por la recompensa emocional que reciben quienes promueven la cancelación, pues por lo general se trata de mensajes compartidos por redes sociales que se hacen virales debido a su gran contenido emocional.
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Quizás en la “ciudad sin alma”, en donde “no importa lo que pasa, lo que importa es que se sepa”, como la canción del Cuarteto de Nos, sea hora de buscar alternativas menos punitivas y “tener la piel un poco más dura para escuchar ideas distintas”, como aboga Paloma Cobo.
El 6 de febrero en Dejusticia, un centro de estudios jurídicos y sociales, Paloma Cobo, investigadora en la Línea de Estado de Derecho en este sitio, publicó el artículo “De qué hablamos cuando hablamos de cancelación”. Unas semanas antes, había sido tendencia en Twitter el nombre de Víctor de Currea Lugo. Su nombramiento de embajador de Emiratos Árabes había removido aguas turbias: surgieron denuncias de acoso sexual de algunas estudiantes. Entonces, a raíz de eso, Cobo aprovechó la ocasión para reanudar la conversación en torno a ese fenómeno social que se ha hecho frecuente en las redes sociales y cuyas consecuencias, en muchas ocasiones, terminan traspasándolas: la cultura de la cancelación. Varias de las ideas que emitió en aquel artículo de principio de año las retomó ayer durante el conversatorio “Cultura de la cancelación: ¿justicia o venganza por mano propia?”, realizado en la Filbo. “¿La cancelación es la mejor estrategia para avanzar en luchas sociales?, fue una de las preguntas que dejó a modo de reflexión.
Para Cobo, el peor escenario posible son los discursos que se mueven en las márgenes, que es lo que ocurre cuando una persona es cancelada, pues al no llegar al centro, pierden la posibilidad de interactuar con otras voces. Y las voces son necesarias para que la gente se nutra de pensamientos opuestos porque, como diría ella, es muy difícil comprobar que la única verdad es la nuestra. Y hay una tendencia natural a confirmar nuestras propias creencias, ya lo demostró en 1960 Peter Cathcart Wason, psicólogo cognitivo. Sesgo de confirmación, se llama eso de quedarnos con la información que respalde nuestras posturas.
Por eso, en el caso de lo sucedido el año pasado con Carolina Sanín y la editorial mexicana Amaldía, que decidió cancelar la publicación de dos libros de la escritora tras sus posturas ideológicas en torno a las personas trans, Cobo se cuestionó sobre si la cancelación era la estrategia más efectiva para avanzar en los derechos de esta población. Quizás aquello solo ocasionaba que siguiera escuchando su propia voz y de quienes piensan similar. Nunca lo sabremos. Mientras tanto, Alejandra Soriano, periodista y editora en Volcánicas, quien también participó en el conversatorio de la Feria del Libro, piensa que las editoriales tienen derecho a no publicar obras que no sean acordes a lo que buscan transmitir.
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El caso de Julio César González, más conocido como Matador, fue otro de los que arribaron en este conversatorio. Y es que, a finales de marzo, El Tiempo decidió dar por terminado el vínculo laboral con el caricaturista tras conocerse la denuncia de maltrato físico a su esposa; hechos que ocurrieron hace 10 años. Soriano dijo que hacen falta más espacios para que la gente conozca las motivaciones detrás de los medios de comunicación para suspender de sus cargos a sus empleados. Y lo dijo porque cree que la decisión no debió girar en torno a una denuncia de hace varios años, sino en la postura que Matador reflejaba en sus caricaturas “racistas y violentas”. Recordando a Piedad Bonnet y su columna “Matador y la cultura de la cancelación”, Cobo concordó con Soriano en que aquello había sido una oportunidad perdida. El Tiempo “tuvo una magnífica oportunidad de propiciar una reflexión colectiva sobre el machismo y el alcoholismo, y no lo hizo porque, desde mucho antes, al periódico le estaban resultando incómodas sus perspectivas políticas”, dijo Bonnet en aquel texto.
Y, a veces, lo que parece cancelación en realidad no lo es, sino escrache, que según Paloma Cobo fue lo que sucedió con Víctor de Currea Lugo. “A diferencia del linchamiento y de otras formas de justicia por mano propia, el escrache no busca dañar físicamente o causar la muerte de la persona escrachada, sino denunciar a un posible agresor, crear una sanción social, reclamar que asuma su responsabilidad, advertir a otras posibles víctimas y exigir, en ocasiones, su investigación y sanción formal”, escribió en su artículo de Dejusticia. Aquel término surgió durante la dictadura militar argentina y luego fue apropiado por movimientos feministas para denunciar casos relacionados con temas de género, que en la actualidad son expuestos en redes sociales. Y como señalan Soriano y ella, al escrache se acude, por lo general, como resultado de espacios ineficientes o la negligencia de los sistemas para actuar. El problema es que, según dice Cobo, este fenómeno genera más revictimización y no trasciende a la reparación. Por eso, ella cree que el camino a seguir es mejorar los sistemas y pensar en otras opciones distintas a esta manifestación.
A diferencia del escrache, “cancelar no es solo denunciar a una persona, sino promover y participar en un boicot en su contra para excluirla de un grupo al que pertenece”, dice Cobo en “De qué hablamos cuando hablamos de cancelación”. La cancelación se realiza a quienes expresan o tienen comportamientos polémicos. Cobo dice que las personas no suelen vislumbrar los alcances de la cancelación, que pueden ir desde pérdida de empleo hasta la humillación. Y no lo tienen en cuenta tal vez por la recompensa emocional que reciben quienes promueven la cancelación, pues por lo general se trata de mensajes compartidos por redes sociales que se hacen virales debido a su gran contenido emocional.
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Quizás en la “ciudad sin alma”, en donde “no importa lo que pasa, lo que importa es que se sepa”, como la canción del Cuarteto de Nos, sea hora de buscar alternativas menos punitivas y “tener la piel un poco más dura para escuchar ideas distintas”, como aboga Paloma Cobo.