Del papiro al papel, de las mayúsculas a las minúsculas (De Urufa a Europa VII)
La fabricación del papel, y una nueva caligrafía que llevó a los escribas de la Edad Media a inventarse las minúsculas y algunos signos de puntuación, fueron dos de los hechos esenciales para la creación de lo que hoy se conoce como Europa, y más que eso, como Occidente. A finales del siglo IX, y gracias al trabajo que habían hecho algunos monjes y estudiosos durante los siglos anteriores, la humanidad comenzaba a ver luz después de un largo, oscuro y tenebroso túnel.
Fernando Araújo Vélez
Norman Cantor, un historiador canadiense fallecido 20 años atrás, y cuyo tema esencial fue la cultura de la Edad Media con sus altos y bajos y medios, consideraba que los transmisores que habían hecho posible la preservación y divulgación de los textos griegos, tantos siglos enterrados, no habían sido ni grandes pensadores ni concienzudos escritores, sino “maestros de escuela y autores de manuales”, como los describió Peter Watson en “Ideas”. Como hombres de perfil bajo, lograron pasar desapercibidos en tiempos en los que la fe y las creencias eran asuntos de vida y de muerte. Se perseguía a los filósofos, a los estudiosos, a quienes dijeran algo diferente a lo que decía la mayoría del pueblo y a aquellos que dudaban de la fe.
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Norman Cantor, un historiador canadiense fallecido 20 años atrás, y cuyo tema esencial fue la cultura de la Edad Media con sus altos y bajos y medios, consideraba que los transmisores que habían hecho posible la preservación y divulgación de los textos griegos, tantos siglos enterrados, no habían sido ni grandes pensadores ni concienzudos escritores, sino “maestros de escuela y autores de manuales”, como los describió Peter Watson en “Ideas”. Como hombres de perfil bajo, lograron pasar desapercibidos en tiempos en los que la fe y las creencias eran asuntos de vida y de muerte. Se perseguía a los filósofos, a los estudiosos, a quienes dijeran algo diferente a lo que decía la mayoría del pueblo y a aquellos que dudaban de la fe.
Los personajes de largas sotanas enclaustrados entre altos y muy antiguos muros no parecían una amenaza. Menos, sus inocentes discípulos. Si salían de sus conventos, lo hacían por cuestiones eminentemente prácticas, y casi siempre por unas pocas horas. Iban a los mercados, visitaban a sus familias, se bañaban en los ríos y lagos cercanos. El resto del tiempo se la pasaban estudiando, debatiendo, dando clases o escribiendo. En últimas, haciendo todo eso que la gente del común, unos cuantos militares y los censores enviados por ellos, consideraba inútil. Su “inutilidad” los salvó, salvó de la gran oscuridad de la ignorancia a la humanidad, y construyó las bases de lo que unos siglos más tarde se convertiría en Europa.
Pese a que los siglos más tenebrosos de la Edad Media fueron el VI, VII, VIII y parte del IX, durante esos años se produjeron dos acontecimientos que marcarían a la humanidad. El primero, la llegada a mediados de los 700 del papel, que llegó a La Cristiandad desde Oriente, luego de que los árabes hubieran interrogado a unos prisioneros de guerra chinos, vencidos en la batalla de Tales. Hasta entonces, los libros se escribían sobre papiro, que poco a poco y por diversos motivos fue extinguiéndose. Para Watson, “Aunque ciertos papiros egipcios posteriores tienen pedazos del nuevo material, se considera que el libro griego enteramente escrito en papel más antiguo que se conserva es un famoso códice de la Biblioteca Vaticana que se suele datar hacia el año 800″.
El segundo suceso trascendental para el futuro de Occidente fue la transformación de la caligrafía. Antes de la Edad Media, e incluso en varios de los siglos que la formaron, los eruditos escribían en mayúsculas. Ese estilo demandaba un espacio bastante amplio. Quienes escribían o transcribían en hojas de papiro requerían de un mecenas que les patrocinara su trabajo, o de una institución muy fuerte que los contratara. Escribir, o mejor, publicar un texto, era sumamente costoso. Por ello, durante muchos siglos, los papiros se utilizaban varias veces. Cada nuevo texto hacía que el anterior fuera borrado, aunque solían quedar vestigios. En griego, aquel proceso había sido definido como ‘palin psao’, que significaba “alisarlo de nuevo”. Con los años y siglos, aquel ‘palin psao’ derivó en ‘palimpsesto’.
Tanto los papiros, hechos de una hierba palustre acuática que florecía en las orillas del Nilo y en cercanías al Mediterráneo, como el pergamino, fabricado esencialmente en la ciudad de Pérgamo con pieles de animales, solían escasear. Unos y otros fueron conviviendo, y siendo material de distintas disputas entre sus productores o comerciantes. En la Edad Media, ya el pergamino se utilizaba más, fundamentalmente porque era más duradero y maleable. Las hojas de pergamino se podían cortar, y cortándolas, los fabricantes idearon la primera forma de libro, que llamaron “códices”. Los rollos fueron poco a poco desapareciendo, aunque se utilizaban en las cortes para los documentos oficiales y para las cuentas. Cuando comenzaron las crisis de uno y del otro, los escribas decidieron hacer las letras un poco más pequeñas.
De aquellas letras mayúsculas menos grandes, pasaron a las minúsculas. En un principio eran de difícil lectura. Pocos escritores y más pocos lectores las lograban descifrar. Sin embargo, sus anónimos creadores insistieron con ellas. En el año de 835 lograron escribir su primer libro. Como lo reseñó Watson, “El primer libro datado con precisión escrito en una letra cursiva minúscula clara y realizado con maestría son los evangelios Uspenskij, libro llamado así en honor del archimandrita Porfirio Uspenskij, que se hizo con él en una de sus visitas a los monasterios de Levante”. Desde entonces, las letras minúsculas fueron ganando terreno, aunque ningún investigador, erudito o arqueólogo haya podido determinar en qué año y en qué lugar empezó esta transformación.
Las hipótesis mejor trabajadas y más lógicas apuntaron desde hace varios siglos al monasterio Stoudios de Constantinopla, principalmente por la fama de sus calígrafos, que quedaron inmortalizados en una hoja al final de los evangelios Uspenskij. De cualquier manera, los códices escritos en mayúsculas desaparecieron durante el siglo VIII. Para Peter Watson, “La nueva caligrafía fue importantísima para la preservación de los textos antiguos: ahora era posible disponer un mayor número de palabras en la página y ello hizo que los costes se redujeran. En adición a esto, las ligaduras entre las letras (que empezaron con la e, la f, la r y la t) hacían que escribir fuera mucho más rápido. Otras mejoras incluyeron los acentos y los espíritus y los comienzos de lo que hoy denominamos puntuación”.
Aquella primigenia puntuación, que incluía abreviaturas y hasta letras que no existían antes, o signos, fue cambiando según pasaron los años, y más aún, de acuerdo con la evolución de las distintas escrituras con sus formas recién inventadas. Había mucho de ensayo y error, de debates, de propuestas y contrapropuestas, conclusiones que pasados los años parecían obsoletas, de pruebas y más pruebas. El signo de interrogación, por ejemplo, fue creado a finales del siglo IX, aunque con el tiempo algunos investigadores, como Bernhard Bischoff, encontraron diez o más maneras diferentes de hacerlo, y la separación de las palabras al final de los renglones también data de entonces. Poco a poco, los pensadores, los poetas y los escribas, los amantes de los tiempos y las obras antiguas, iban recuperando los viejos saberes.
Y poco a poco, a lo sabido y encontrado le añadían novedosos descubrimientos, pero más allá de las obras y del trabajo sobre las obras, fueron devolviéndole a la sabiduría, al conocimiento, a la cultura, en últimas, la importancia que habían tenido. Bardas, emperador segundo de Bizancio, revivió la antigua universidad de Constantinopla, y fundó varias escuelas en las que se transcribieron textos antiguos de los que solo quedaba una copia. Como lo aseguró Watson, aquellas copias fueron celosamente protegidas por Bardas durante los diez años de su reinado, y con el tiempo fueron los ejemplares de los que saldrían muchos de los libros que llegaron hasta estos tiempos. En palabras de los filólogos y estudiosos de la literatura clásica Lignhton D. Reynolds y Nigel G. Wilson, autores del libro “Scribes and Scholars”, “Si la literatura griega puede leerse aún es en gran medida gracias a su trabajo”.