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Para usted, ¿cuál es la importancia de la exposición “En el jardín de Epicuro”?
Para mí es importante porque muestra otras formas de ser en el mundo, otros cuerpos que no son hegemónicos, que se consideran de otra manera, desde su identidad de género u orientación sexual. Hay tres etapas en la exposición, y cada uno de los artistas tiene sus diferentes formas de concebir estas formas no hegemónicas de cuerpo y sexualidad (…). En mi caso, muestro una versión -que considero un poco más actual-, desde mi generación, ya que nos vimos muy afectados e influenciados por las redes sociales y por la internet. Y para mí la pornografía que veíamos allí fue lo que nos educó en educación sexual y de alguna manera nos generó esa narrativa de cómo deberíamos practicar la sexualidad. La pornografía nos decía cómo debía iniciar y terminar el acto sexual, que tiene unas poses, unas narrativas estandarizadas y generalmente una historia que carece de contenidos; vacías, en donde el principal objetivo es excitar. Entonces, a mí eso me parecía —y me sigue pareciendo— conflictivo, porque nuestra generación perdió la capacidad de imaginar para satisfacer el deseo personal. Tenemos a nuestro alcance una pantalla que nos muestra todo de manera explícita y en ese sentido como que se nos atrofia la imaginación.
¿Y de dónde proviene ese interés suyo por el cuerpo y el erotismo?
Creo que la pornografía está presente en todo, no solo en esas producciones audiovisuales, sino que uno ve en redes sociales todo el tiempo cuerpos pornográficos, la publicidad también se aprovecha mucho de esto y los muestra. Yo reconozco que también he caído en esos estereotipos de cuerpo pornográfico, no solo porque imito prácticas de esas industrias, sino porque intento imitar esos cuerpos hegemónicos que aparecen ahí: unas figuras escultóricas, marcadas, atléticas y “saludables”. Entonces, creo que de ahí surge el origen por la sexualidad. También soy un chico gay y siempre he estado interesado en esas maneras en que se representa lo gay. Soy consciente de que los gay, a pesar de que pelean por sus derechos, tienen un lugar privilegiado por ser hombres, y generalmente son hombres blancos con cuerpos hegemónicos los que se muestran, y yo me reconozco dentro de esa categoría, pero aún así intento ser crítico frente a eso.
Y hay una cosa y es que para mí es importante la educación sexual. Yo crecí, digamos, en una familia muy liberal, en donde me hablaron siempre de la sexualidad, porque nací a través de una tecnología de reproducción artificial que se llama fecundación in vitro (…) Entonces, cuando me hablaban de sexualidad a mí me parecía extraño, porque se supone que de ahí venimos todos. Entonces, aprendí a generar un límite entre la sexualidad y la reproducción: a entender que la sexualidad tiene una connotación más basada en el placer y la reproducción es otra cosa, y que ambas no están ligadas necesariamente.
¿Cómo sus obras pueden ayudar a romper esos tabúes que persisten en torno a la sexualidad?
En esta exposición también trabajé en colaboración con una inteligencia artificial y fue muy interesante porque justo habla sobre la educación sexual, porque lo que hice fue educar a una inteligencia artificial en sexo. Realicé unas pequeñas carpetas en mi computador, hice banco de imágenes pornográficas y las categoricé, y así enseñé al algoritmo a reconocer ciertos patrones en esas imágenes. Lo interesante de esas imágenes es que a pesar de que muchas veces eran muy realistas, generalmente resultaban como unos cuerpos monstruosos, mutilados, medio alienígenas, y siento que eso habla de nuevas formas de construir el cuerpo y también de concebir el cuerpo no hegemónico, aquellos que son despreciados por ejemplo en la industria pornográfica o que nosotros mismos despreciamos (…) Para mí es muy interesante porque a veces para la gente estos cuerpos son pornográficos, pero cuando se acercan causan repudio.
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¿Y era necesario utilizar una tecnología artificial para ese propósito de educación sexual?
Cuando yo hablaba con mi familia, con mi mamá o con otras generaciones sobre cómo fue su primer encuentro con la sexualidad, me decían que generalmente fue por error o que le hablaban sobre la cigüeña. En el caso de mi mamá, ella vio a unos tíos o familiares teniendo sexo a través de un huequito, pero a la final no veía nada, solo a unos cuerpos ahí moviéndose, a unas masas de carne; por eso, mi exposición se llama “Delirio carnal”. A ella lo que le parecía más interesante era imaginarse qué era lo que estaba sucediendo, que es algo que ahora no pasa, porque nos muestran todo de manera explícita. Entonces, de alguna manera lo que yo quiero hacer en este proyecto es volver a ese momento en que teníamos la capacidad de imaginar.
¿Cómo seleccionó las piezas que componen su exposición?
Generalmente, cuando hago mis proyectos pienso primero en las piezas de acuerdo con el espacio. En el espacio me parecía importante mezclar una técnica tradicional como la pintura y nuevas técnicas como la inteligencia artificial y el video, porque al final era una colaboración entre la mano del artista y la capacidad creativa de esa inteligencia artificial, que considero sí tiene una capacidad creativa, pero a la final fue una colaboración: un trabajo colectivo entre la máquina y yo (…) Creo que en la pintura hay un proceso más meditativo; es un ritual cuando uno pinta, mientras que en el otro es mucho más mecánico, matemático. Y por eso estas imágenes digitales se llaman “carne de bits”; son carne, pero son creadas a través de una inteligencia artificial.
La apuesta general de la exposición “En el jardín de Epicuro” es el reconocimiento del otro. ¿Cómo sus piezas pueden ayudar a ese fin?
Creo que lo interesante es cómo el espectador se puede ver reflejado ahí, porque si te fijas como que hay pocas caras reflejadas, la identidad es difusa, pero al final nos vemos reflejados en algún cuerpo, y considero que ese es el aporte de mi proyecto en el reconocimiento del otro, de la diferencia, de lo que no entra dentro de la norma, de los “nunca nadie”. Entonces, creo que eso es lo valioso: la oportunidad del espectador de verse reflejado en esas obras y de reconocer que somos víctimas de un capitalismo que nos ha mostrado unas formas de ser cuerpos y seres sexuales, que a veces no son tan sanas.
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Mencionaba hace algunos minutos que su muestra puede causar repudio en el espectador. ¿Por qué cree que sucede eso? ¿Tendrá que ver con la educación que hemos recibido?
Creo que sí… Vivimos en una era de hiperproducción de imágenes: producimos y consumimos imágenes todo el tiempo. Pienso que cuando capturamos o representamos un cuerpo, cuando nos tomamos selfies para vernos atractivos, al final estamos imitando lo que nos vende la publicidad y la pornografía. Hay un autor que se llama Paul Preciado, que antes era Beatriz Preciado, que habla sobre una industria que ahora es muy poderosa, que es la farmacopornográfica, así le llama. Ahí se refiere a la farmacia y a la pornografía como una sola industria, porque al final están conectadas: la farmacia no solo nos vende salud, sino también belleza. Siempre que miramos la publicidad de la farmacia, pues estamos viendo “cuerpos saludables”, pero también nos muestran cuerpos bellos y que generalmente siempre caen en unos estándares: bonitos, blancos, “saludables”, tonificados y marcados. Y eso está relacionado con la pornografía porque es lo que generalmente se muestra.
¿Con qué le gustaría que se quedaran las personas que visiten su exposición?
A mí me gustaría que se quedaran con su propia percepción, con lo que su imaginación les da capacidad de interpretar frente a las imágenes, porque al no ser imágenes explicitas dan mucho que interpretar. Yo he sido profesor y siempre les digo a mis estudiantes que en el arte las imágenes no hablan por sí solas, el arte no te va a decir nada; está hecho para que tú digas algo sobre él, para que des tu propia interpretación. Cuando un guía a ti te dice qué significa toda la obra, pierde todo el sentido. Lo interesante es que te pares al frente y des tu propia interpretación y ahí es cuando coge valor y cumple su función la obra de arte.