Democracia en redes sociales y el escepticismo generalizado en política
Un análisis sobre las posibles consecuencias de la desconfianza ciudadana con respecto a la mayoría de políticos colombianos y los efectos de la participación democrática en redes sociales.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Si fuese por las redes sociales, para qué elecciones. Si un político tuviese que decidir entre lanzarse o no como candidato a un cargo de elección popular y las posibilidades se evaluaran por las reacciones a sus publicaciones, probablemente se inclinaría por no comenzar ninguna campaña: reproches inmediatos o desconfianza generalizada.
Esta resistencia o crítica masiva no es tan fácil de identificar desde nuestras cuentas personales. Es decir, si quisiéramos entrar en este momento a Twitter o a Facebook a revisar cómo es la interacción propia y ajena en estos asuntos, no podríamos percibir que, por ejemplo, no es un problema de corrientes políticas, o no del todo: generalmente, en redes seguimos a los que nos gustan, a los que coinciden con nosotros. Lo que veremos es, en su mayoría, más de lo que aprobamos, pero sobre todo más de lo que nos aprueba. Algo así como nuestra propia comisión de aplausos en donde somos show y espectáculo. A esto se le llama exposición selectiva: consumir solamente información coherente con lo que creemos.
La conclusión más lógica siempre se rinde ante un mismo argumento: es obvio que haya desconfianza. Hay discusiones que siempre aterrizan en la pregunta de cómo sería posible confiar si “varios han demostrado ser mejores actores que servidores públicos y han dicho ser como nosotros”, han simulado angustia por el futuro y, sobre biblias, con lágrimas o bebés en brazos, han jurado que sus intenciones son las de garantizar derechos y facilitar bienestar. Los debates terminan llenándose de respuestas que se resuelven con un rotundo “no es posible”. Dicen que lo que termina pasando es todo lo contrario: sí son como la mayoría, pero el único objetivo de un gran porcentaje de políticos es el de dejar de serlo para pertenecer a una casta “superior” en cargos, poderes y dinero. No se angustian por el futuro, “más bien se lo aseguran” y, sobre todo, no pueden garantizar ningún derecho no por falta de voluntad, sino de libertad: muchos llegan a sus escritorios gracias a la clientelización de su victoria.
Todas estas razones parecen lógicas. Son consecuencias. El desencanto de los colombianos por la clase política parece no poder estar más justificado, sin embargo, también tiene efectos adversos para, sobre todo, los mismos desencantados: el escepticismo generalizado ralentiza la construcción de acciones colectivas desde lo más básico (derechos vitales) hasta lo más elaborado: calidad de vida, sensación de bienestar, fortaleza económica, etc.
Diego Cancino, actual concejal de Bogotá por la Alianza Verde, está convencido de que si no hay confianza, la relación con el Estado se debilita. Se anula la posibilidad de asumirlo como una obra en común. “Si nadie confía en nadie, se cae fácilmente en prácticas que facilitan la corrupción, es decir, en el todo vale”.
La credibilidad, que tarda en construirse, pero es frágil y propensa a destruirse en minutos, para Cancino es una especie de emoción que, además, se convierte en un reto aún mayor cuando la percepción del otro es muy negativa.
El Estado y sus funcionarios son los encargados de liderar y profundizar la democracia, transformar los conflictos, contribuir a que la confianza se fortalezca y jalonar proyectos que garanticen derechos humanos, pero, según el concejal, para hacer eso se necesita cooperación y acción colectiva, es decir, de la ciudadanía.
Además de lo obvio, ¿por qué cree que es tan difícil confiar en ustedes? ¿Cómo lo asume usted?
Porque no respondemos a las exigencias: estamos clientelizando nuestra forma de hacer política, operamos bajo favores. Porque muchos no asumen esta labor para enaltecerla, sino que la ven como un mecanismo de enriquecimiento particular. Cuando uno trata la política de esa forma, mercantiliza la democracia.
***
Carlos Andrés Arias, docente de la maestría en comunicación política de la Universidad Externado de Colombia y gerente de la firma Estrategia y Poder, le atribuye esta falta de confianza a que hoy, según él, no hay líderes. Dice que es por esto por lo que la mayoría busca referentes en liderazgos anteriores. “La lógica es sencilla: si quieres ser elegido, pero citas a otro, no eres el líder ni el político que me representa. Tal vez lo fue el que mencionaste”.
Le sugerimos: Entre la creación y la urgencia: una reunión de artistas por Arauca
En medio de los tintos, los cigarrillos o a la mitad de cualquier comida, la política se discute sin la seguridad de que alguien más esté de acuerdo, sin reflectores ni más personas que las presentes. También se debate con otros que tal vez han estudiado estos temas, y entonces hay que tener un contenido previo o la información fresca para ser un interlocutor capaz de sostenerse en la charla, de controvertir, si es que esa es la intención. En redes no. Allí solo hay que tener una cuenta y unos cuantos seguidores. No hay que estar tan informados, nadie controvertirá esperando una respuesta en vivo, así que se tiene tiempo para pensar o, mejor dicho, para reaccionar. Cuando algo ocurre, hay un afán, una ansiedad similar a la del periodista que quiere la “chiva”, y ahí es que un gran porcentaje de opiniones se produce desde la rabia, la esperanza o la necesidad de ser parte de. Todas estas respuestas inmediatas crean climas de opinión y debates sobre asuntos que, para Arias, tienen una profundidad y relevancia imposibles de abordar en 280 caracteres.
Después del plebiscito por el Acuerdo de Paz, las personas, además, entendieron que, a pesar de que el movimiento en redes sí contaba como participación democrática, su efecto no era el mismo al que se producía cuando salían a las calles o las urnas. “En psicología política hay dos efectos llamados primacía y recencia: el efecto de primacía es lo primero que escuchas en un mensaje, y el de recencia, lo último. Alguno de esos dos genera alguna relevancia en tu actitud o en tu comportamiento. Cuando lees una publicación de cualquier candidato que te genera amor, esperanza, odio, lo que sea, y tu involucramiento político es muy bajo, es posible que ese mensaje genere una incidencia en tu voto. Y cuando digo “es posible”, lo hago porque aún no hay estudios concluyentes que aseguren que estas emociones deriven en comportamiento. Lo que sí he encontrado es que generan actitud y está comprobado que la actitud está íntimamente ligada con el comportamiento”.
Podría interesarle leer: El aborto y el dilema del violinista de Judith Jarvis Thomson
Óscar Londoño, uno de los referentes del Centro de Estudios en Democracia y Asuntos Electorales (Cedae) en la Registraduría, coincidió con que el mundo virtual determina nuestras creencias y, en buena medida, nuestros comportamientos.
Londoño dijo para El Espectador que a pesar de que en Colombia no hay estudios concluyentes sobre la relación entre redes sociales y un aumento de participación política offline, podemos suponer que sí la hay debido a los estudios globales en los que, en efecto, se ha confirmado esta relación. Es difícil establecer un lazo directo entre estos dos elementos, ya que están supeditados a muchos factores como la polarización o el nivel de competencia electoral: cuando las personas piensan que la contienda está reñida, entre diferentes opciones optan por votar, ya que consideran que su voto puede tener un impacto en el resultado final. En Colombia el nivel de abstención se ha mantenido estable, es decir, por encima del 50 %; sin embargo, ha habido una disminución leve en los últimos años.
Con respecto a la desconfianza hacia las instituciones del Estado y sus actores, Londoño aseguró que este es un fenómeno generalizado que antecede al surgimiento de plataformas de interacción online. Desde hace varias décadas ha habido un distanciamiento entre los ciudadanos y la clase política a escala global. No obstante, también ha habido un aumento del interés por asuntos políticos expresado en las redes sociales, sobre todo en la población juvenil. Para Londoño, el reto es garantizar que ese interés por participar vaya de la mano con una mayor garantía de pluralismo, tolerancia y sentido crítico.
Le sugerimos: Araucanos se manifiestan entre arpas, maracas y canciones: “No nos dejen solos”
Arias, por su parte, considera que el escepticismo generalizado es muy grave para la democracia. Para él, esto alimenta la retórica del héroe y el villano, ya que antes el adversario era el partido contrario, ahora son los temas. “Hoy el liderazgo es de cualquiera contra la corrupción porque, de nuevo, no hay líderes. Esto ocasiona la espectacularización de la política: juegan a hacer show porque no importa lo que digan, sino cómo lo van a decir”, agrega, además de aclarar que no es posible equiparar salir a las calles a, por ejemplo, una manifestación, con “salir” a las redes a opinar: el movimiento en la calle genera un ejercicio de comportamiento de facto frente a la institucionalidad: bloqueos, movilidad y dinámicas de política pública. Pero sí aseguró que la participación en sitios como Twitter, Facebook e Instagram es determinante. “No la puedes subestimar, porque genera climas de opinión que pueden ser adversos a la legitimidad de los gobernantes y a su gobernabilidad. Además, los ejes y las estructuras de poder están atentos a estos climas”, concluyó.
Si fuese por las redes sociales, para qué elecciones. Si un político tuviese que decidir entre lanzarse o no como candidato a un cargo de elección popular y las posibilidades se evaluaran por las reacciones a sus publicaciones, probablemente se inclinaría por no comenzar ninguna campaña: reproches inmediatos o desconfianza generalizada.
Esta resistencia o crítica masiva no es tan fácil de identificar desde nuestras cuentas personales. Es decir, si quisiéramos entrar en este momento a Twitter o a Facebook a revisar cómo es la interacción propia y ajena en estos asuntos, no podríamos percibir que, por ejemplo, no es un problema de corrientes políticas, o no del todo: generalmente, en redes seguimos a los que nos gustan, a los que coinciden con nosotros. Lo que veremos es, en su mayoría, más de lo que aprobamos, pero sobre todo más de lo que nos aprueba. Algo así como nuestra propia comisión de aplausos en donde somos show y espectáculo. A esto se le llama exposición selectiva: consumir solamente información coherente con lo que creemos.
La conclusión más lógica siempre se rinde ante un mismo argumento: es obvio que haya desconfianza. Hay discusiones que siempre aterrizan en la pregunta de cómo sería posible confiar si “varios han demostrado ser mejores actores que servidores públicos y han dicho ser como nosotros”, han simulado angustia por el futuro y, sobre biblias, con lágrimas o bebés en brazos, han jurado que sus intenciones son las de garantizar derechos y facilitar bienestar. Los debates terminan llenándose de respuestas que se resuelven con un rotundo “no es posible”. Dicen que lo que termina pasando es todo lo contrario: sí son como la mayoría, pero el único objetivo de un gran porcentaje de políticos es el de dejar de serlo para pertenecer a una casta “superior” en cargos, poderes y dinero. No se angustian por el futuro, “más bien se lo aseguran” y, sobre todo, no pueden garantizar ningún derecho no por falta de voluntad, sino de libertad: muchos llegan a sus escritorios gracias a la clientelización de su victoria.
Todas estas razones parecen lógicas. Son consecuencias. El desencanto de los colombianos por la clase política parece no poder estar más justificado, sin embargo, también tiene efectos adversos para, sobre todo, los mismos desencantados: el escepticismo generalizado ralentiza la construcción de acciones colectivas desde lo más básico (derechos vitales) hasta lo más elaborado: calidad de vida, sensación de bienestar, fortaleza económica, etc.
Diego Cancino, actual concejal de Bogotá por la Alianza Verde, está convencido de que si no hay confianza, la relación con el Estado se debilita. Se anula la posibilidad de asumirlo como una obra en común. “Si nadie confía en nadie, se cae fácilmente en prácticas que facilitan la corrupción, es decir, en el todo vale”.
La credibilidad, que tarda en construirse, pero es frágil y propensa a destruirse en minutos, para Cancino es una especie de emoción que, además, se convierte en un reto aún mayor cuando la percepción del otro es muy negativa.
El Estado y sus funcionarios son los encargados de liderar y profundizar la democracia, transformar los conflictos, contribuir a que la confianza se fortalezca y jalonar proyectos que garanticen derechos humanos, pero, según el concejal, para hacer eso se necesita cooperación y acción colectiva, es decir, de la ciudadanía.
Además de lo obvio, ¿por qué cree que es tan difícil confiar en ustedes? ¿Cómo lo asume usted?
Porque no respondemos a las exigencias: estamos clientelizando nuestra forma de hacer política, operamos bajo favores. Porque muchos no asumen esta labor para enaltecerla, sino que la ven como un mecanismo de enriquecimiento particular. Cuando uno trata la política de esa forma, mercantiliza la democracia.
***
Carlos Andrés Arias, docente de la maestría en comunicación política de la Universidad Externado de Colombia y gerente de la firma Estrategia y Poder, le atribuye esta falta de confianza a que hoy, según él, no hay líderes. Dice que es por esto por lo que la mayoría busca referentes en liderazgos anteriores. “La lógica es sencilla: si quieres ser elegido, pero citas a otro, no eres el líder ni el político que me representa. Tal vez lo fue el que mencionaste”.
Le sugerimos: Entre la creación y la urgencia: una reunión de artistas por Arauca
En medio de los tintos, los cigarrillos o a la mitad de cualquier comida, la política se discute sin la seguridad de que alguien más esté de acuerdo, sin reflectores ni más personas que las presentes. También se debate con otros que tal vez han estudiado estos temas, y entonces hay que tener un contenido previo o la información fresca para ser un interlocutor capaz de sostenerse en la charla, de controvertir, si es que esa es la intención. En redes no. Allí solo hay que tener una cuenta y unos cuantos seguidores. No hay que estar tan informados, nadie controvertirá esperando una respuesta en vivo, así que se tiene tiempo para pensar o, mejor dicho, para reaccionar. Cuando algo ocurre, hay un afán, una ansiedad similar a la del periodista que quiere la “chiva”, y ahí es que un gran porcentaje de opiniones se produce desde la rabia, la esperanza o la necesidad de ser parte de. Todas estas respuestas inmediatas crean climas de opinión y debates sobre asuntos que, para Arias, tienen una profundidad y relevancia imposibles de abordar en 280 caracteres.
Después del plebiscito por el Acuerdo de Paz, las personas, además, entendieron que, a pesar de que el movimiento en redes sí contaba como participación democrática, su efecto no era el mismo al que se producía cuando salían a las calles o las urnas. “En psicología política hay dos efectos llamados primacía y recencia: el efecto de primacía es lo primero que escuchas en un mensaje, y el de recencia, lo último. Alguno de esos dos genera alguna relevancia en tu actitud o en tu comportamiento. Cuando lees una publicación de cualquier candidato que te genera amor, esperanza, odio, lo que sea, y tu involucramiento político es muy bajo, es posible que ese mensaje genere una incidencia en tu voto. Y cuando digo “es posible”, lo hago porque aún no hay estudios concluyentes que aseguren que estas emociones deriven en comportamiento. Lo que sí he encontrado es que generan actitud y está comprobado que la actitud está íntimamente ligada con el comportamiento”.
Podría interesarle leer: El aborto y el dilema del violinista de Judith Jarvis Thomson
Óscar Londoño, uno de los referentes del Centro de Estudios en Democracia y Asuntos Electorales (Cedae) en la Registraduría, coincidió con que el mundo virtual determina nuestras creencias y, en buena medida, nuestros comportamientos.
Londoño dijo para El Espectador que a pesar de que en Colombia no hay estudios concluyentes sobre la relación entre redes sociales y un aumento de participación política offline, podemos suponer que sí la hay debido a los estudios globales en los que, en efecto, se ha confirmado esta relación. Es difícil establecer un lazo directo entre estos dos elementos, ya que están supeditados a muchos factores como la polarización o el nivel de competencia electoral: cuando las personas piensan que la contienda está reñida, entre diferentes opciones optan por votar, ya que consideran que su voto puede tener un impacto en el resultado final. En Colombia el nivel de abstención se ha mantenido estable, es decir, por encima del 50 %; sin embargo, ha habido una disminución leve en los últimos años.
Con respecto a la desconfianza hacia las instituciones del Estado y sus actores, Londoño aseguró que este es un fenómeno generalizado que antecede al surgimiento de plataformas de interacción online. Desde hace varias décadas ha habido un distanciamiento entre los ciudadanos y la clase política a escala global. No obstante, también ha habido un aumento del interés por asuntos políticos expresado en las redes sociales, sobre todo en la población juvenil. Para Londoño, el reto es garantizar que ese interés por participar vaya de la mano con una mayor garantía de pluralismo, tolerancia y sentido crítico.
Le sugerimos: Araucanos se manifiestan entre arpas, maracas y canciones: “No nos dejen solos”
Arias, por su parte, considera que el escepticismo generalizado es muy grave para la democracia. Para él, esto alimenta la retórica del héroe y el villano, ya que antes el adversario era el partido contrario, ahora son los temas. “Hoy el liderazgo es de cualquiera contra la corrupción porque, de nuevo, no hay líderes. Esto ocasiona la espectacularización de la política: juegan a hacer show porque no importa lo que digan, sino cómo lo van a decir”, agrega, además de aclarar que no es posible equiparar salir a las calles a, por ejemplo, una manifestación, con “salir” a las redes a opinar: el movimiento en la calle genera un ejercicio de comportamiento de facto frente a la institucionalidad: bloqueos, movilidad y dinámicas de política pública. Pero sí aseguró que la participación en sitios como Twitter, Facebook e Instagram es determinante. “No la puedes subestimar, porque genera climas de opinión que pueden ser adversos a la legitimidad de los gobernantes y a su gobernabilidad. Además, los ejes y las estructuras de poder están atentos a estos climas”, concluyó.