Derribar monumentos coloniales para cuestionarse la historia colombiana
En una c la estatua derribada de Gonzalo Jiménez de Quesada, fue intervenida artísticamente por indígenas Misak. Esta muestra propone una narrativa histórica diferente de la tradicional para cuestionar la representación de figuras coloniales en el espacio público y busca promover un diálogo sobre la memoria colectiva y la descolonización en el país.
Eva García
En la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Colombia yace la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá, sin el brazo que sujetaba su espada y acostada en el suelo, tal y como cayó cuando fue derribada en mayo de 2021 por indígenas Misak, que ahora la han intervenido artísticamente, resignificándola.
El museo era antes el antiguo centro penitenciario de Cundinamarca, una construcción en la que quedan reminiscencias de la cárcel, como los barrotes en las ventanas, el oscuro ladrillo y el aire que se respira en el patio, ahora hecho jardín.
“Hemos traído la estatua a este museo porque es en la cárcel donde deberían estar todos esos monumentos”, reivindica Indy Fernández, integrante del pueblo Misak y parte del Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur Occidente (AISO), partido político indígena que agrupa a los pueblos Misak, Nasa y Pijao.
A pesar de sus dimensiones, el monumento de Jiménez de Quesada resulta pequeño en el centro de la sala y rodeado de una inmensa bandera colombiana y otras estatuillas rotas de menor tamaño, réplicas de la original.
Las altas paredes blancas acogen proyecciones que ilustran protestas llevadas a cabo por grupos indígenas, como las identitarias “mingas” o el derribo de otros monumentos. El sonido lo pone discursos reproducidos en los altavoces de la sala.
Y es que si algo representa esta exposición que albergará el Museo Nacional hasta el 16 de junio, es “volver a cuestionar la historia”, como explica Indy. Quieren acercar al público la pedagogía anticolonial que llevan a cabo pueblos como los Misak para reconstruir su memoria colectiva a partir del diálogo iniciado por los “shures” y “shuras”, sus ancestros.
La estatua que yace en el museo no es la primera que derriban los Misak: el 16 de septiembre de 2020 tumbaron el monumento en Popayán de Sebastián de Belalcázar, gobernador español de la localidad, que se erigía en un lugar sagrado y ceremonial de los pueblos que allí habitaban.
“Necesitamos cuestionarnos estos monumentos de españoles que vinieron supuestamente a descubrir y civilizar cuando lo que hicieron fue cometer crímenes de lesa humanidad, despojarnos de nuestros territorios, violar a nuestras mujeres, aniquilarnos y por poco terminar física y culturalmente con nosotros”, reivindica Indy.
El supuesto fundador
Jiménez de Quesada llegó a lo que hoy es Bogotá en 1538 y se le atribuye la fundación de la capital. No obstante, los pueblos indígenas reclaman que lo que en realidad hizo fue acabar con el pueblo muisca, que habitaba esta zona.
Su estatua se situaba en la Plazoleta del Rosario, en el centro de la capital colombiana, por donde pasaba el río Bacatá, que da nombre a la ciudad. “De arriba venía su caudal normal y después llegaba al Parque de las Aguas, donde quedaba estancado”, explica Indy, como alegorizando que la llegada de los españoles rompió la armonía del territorio.
Con la exposición de la estatua caída, Indy y los Misak pretenden hacer un llamado a las nuevas generaciones a replantearse la historia, para continuar el legado de sus ancestros y porque “el territorio puede vivir sin los Misak pero los Misak sin el territorio, no”.
Movilización social desde el arte
Julián Santana, del festival participativo y comunitario PosMonumenta, explicó que la exhibición nace de la iniciativa de movilizar socialmente desde el arte para poder dialogar sobre el patrimonio y sobre narrativas o historias que “se han podido pasar por alto”.
Sobre la estatua se proyectan fragmentos de la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, libro publicado en 1552 por un fraile español en defensa de los indígenas en América que habla de la violación de los derechos humanos durante la colonización y que señala, entre otros, a Jiménez de Quesada.
Santana subraya la necesidad de vincular a los museos con esa movilización social anticolonial porque en ellos hay “muchas cosas que descolonizar”, y por eso es preciso replantearse si ciertos monumentos deben continuar expuestos o no en un país que, como apunta Indy, “se ha dedicado más a cuidar monumentos que a los pueblos y seres vivos”.
En la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Colombia yace la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá, sin el brazo que sujetaba su espada y acostada en el suelo, tal y como cayó cuando fue derribada en mayo de 2021 por indígenas Misak, que ahora la han intervenido artísticamente, resignificándola.
El museo era antes el antiguo centro penitenciario de Cundinamarca, una construcción en la que quedan reminiscencias de la cárcel, como los barrotes en las ventanas, el oscuro ladrillo y el aire que se respira en el patio, ahora hecho jardín.
“Hemos traído la estatua a este museo porque es en la cárcel donde deberían estar todos esos monumentos”, reivindica Indy Fernández, integrante del pueblo Misak y parte del Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur Occidente (AISO), partido político indígena que agrupa a los pueblos Misak, Nasa y Pijao.
A pesar de sus dimensiones, el monumento de Jiménez de Quesada resulta pequeño en el centro de la sala y rodeado de una inmensa bandera colombiana y otras estatuillas rotas de menor tamaño, réplicas de la original.
Las altas paredes blancas acogen proyecciones que ilustran protestas llevadas a cabo por grupos indígenas, como las identitarias “mingas” o el derribo de otros monumentos. El sonido lo pone discursos reproducidos en los altavoces de la sala.
Y es que si algo representa esta exposición que albergará el Museo Nacional hasta el 16 de junio, es “volver a cuestionar la historia”, como explica Indy. Quieren acercar al público la pedagogía anticolonial que llevan a cabo pueblos como los Misak para reconstruir su memoria colectiva a partir del diálogo iniciado por los “shures” y “shuras”, sus ancestros.
La estatua que yace en el museo no es la primera que derriban los Misak: el 16 de septiembre de 2020 tumbaron el monumento en Popayán de Sebastián de Belalcázar, gobernador español de la localidad, que se erigía en un lugar sagrado y ceremonial de los pueblos que allí habitaban.
“Necesitamos cuestionarnos estos monumentos de españoles que vinieron supuestamente a descubrir y civilizar cuando lo que hicieron fue cometer crímenes de lesa humanidad, despojarnos de nuestros territorios, violar a nuestras mujeres, aniquilarnos y por poco terminar física y culturalmente con nosotros”, reivindica Indy.
El supuesto fundador
Jiménez de Quesada llegó a lo que hoy es Bogotá en 1538 y se le atribuye la fundación de la capital. No obstante, los pueblos indígenas reclaman que lo que en realidad hizo fue acabar con el pueblo muisca, que habitaba esta zona.
Su estatua se situaba en la Plazoleta del Rosario, en el centro de la capital colombiana, por donde pasaba el río Bacatá, que da nombre a la ciudad. “De arriba venía su caudal normal y después llegaba al Parque de las Aguas, donde quedaba estancado”, explica Indy, como alegorizando que la llegada de los españoles rompió la armonía del territorio.
Con la exposición de la estatua caída, Indy y los Misak pretenden hacer un llamado a las nuevas generaciones a replantearse la historia, para continuar el legado de sus ancestros y porque “el territorio puede vivir sin los Misak pero los Misak sin el territorio, no”.
Movilización social desde el arte
Julián Santana, del festival participativo y comunitario PosMonumenta, explicó que la exhibición nace de la iniciativa de movilizar socialmente desde el arte para poder dialogar sobre el patrimonio y sobre narrativas o historias que “se han podido pasar por alto”.
Sobre la estatua se proyectan fragmentos de la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, libro publicado en 1552 por un fraile español en defensa de los indígenas en América que habla de la violación de los derechos humanos durante la colonización y que señala, entre otros, a Jiménez de Quesada.
Santana subraya la necesidad de vincular a los museos con esa movilización social anticolonial porque en ellos hay “muchas cosas que descolonizar”, y por eso es preciso replantearse si ciertos monumentos deben continuar expuestos o no en un país que, como apunta Indy, “se ha dedicado más a cuidar monumentos que a los pueblos y seres vivos”.