Descaradamente viva
Este miércoles en el Gimnasio Moderno, Maruja Vieira, la poeta manizaleña leerá sus versos y conversará con el escritor Gonzalo Mallarino en el marco del festival Las Líneas de su Mano 2.
Sara Araújo Castro
“A los 85 algunos estamos descaradamente vivos. / Se supone que los que nos aman / deben saber que caminar ya no es la alegría de antes / a menos que sea al sol y sobre la hierba...”.
Bastaría transcribir completo ese poema inédito de Maruja Vieira, titulado Los 85, y no haría falta decir más de esta mujer hoy, pues ella, con la simplicidad y profundidad que caracterizan su poesía, condensa en 20 líneas el significado de su vida y sus temas en este momento. No obstante, la historia de esta manizaleña, que desde muy joven levó anclas para dedicarse a escribir y a trabajar en radio y prensa, es ejemplo de tenacidad, talento y sensibilidad.
Además de haber hecho parte de una generación de poetas con mayúscula (junto a Meira del Mar, Matilde Espinoza, entre otras) y de ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, Vieira sigue vigente y activa en ese oficio que llegó a ella desde niña, aunque sólo después de conocer la obra de Antonio Machado a sus 19 años decidiera escribir.
Corrían los años 40 cuando leyó un libro titulado Alba de Olvido (1942), de Meira del Mar. Ya en ese entonces se había atrevido a algunos versos. Ya también, las jornadas junto a Enrique Uribe White, su lector y mentor, eran largas y muchos de sus poemas terminaban sumergidos en la laguna del Muña. Entonces, quiso escribir como ella, pero prefirió convertirse en su amiga inseparable. Así que, cuenta, la llamó, se presentó y pasó la vida hablando y escribiéndose con esa compañera que le había regalado la poesía.
A Maruja, mientras habla de sus amigas del alma, le brillan los ojos, la alegría del recuerdo se encharca en unas “traviesas lágrimas” de nostalgia. ¡Pero cómo no! Suspira y recuerda a su gata María Mercedes Carranza; a Dora Castellanos, compañera en la Academia, y a Elisa Mújica, quien la propuso para ser miembro de la institución; ella y Matilde Espinoza fueron inseparables. Aún en las tardes, desde la ventana de su casa en la 49 con 3ª, levanta la mirada hacia la montaña donde quedaba la casa de su amiga y cómplice de andanzas. Y mientras habla de sus colegas de oficio y sensibilidades, no puedo evitar mencionar que en tanto los poetas viven de pelea en este medio de letras y vanidades, las mujeres fueron unidas. “Ah, es que estábamos tan solas y relegadas que no teníamos cómo no serlo. Pero además cómo no, con mujeres tan maravillosas”.
Es cierto, aunque Maruja trabajó desde su salida a Venezuela en los años 50 en la radio y luego en la televisión venezolana; aunque escribió en El Tiempo y en El Espectador, su “Columna de humo”; aunque fue una mujer de avanzada que sólo contrajo matrimonio después de los 30 con quien se convertiría en el amor de su vida, el poeta José María Vivas; sólo el tiempo les ha dado, a ella y a sus compañeras, la categoría que su talento merece.
Pero el reconocimiento o su falta no es asunto de esta hermosa mujer, cuyo tono de voz pausado y grave evoca recuerdos y explica cómo la poesía llegó a ella de niña y cómo sigue llegando, con su musicalidad interna, con su contenido, con la fuerza que debe tener un poema para que no se convierta en una jaula de 14 barrotes como algunos de los sonetos que Uribe White le hizo el favor de ahogar.
También recuerda aquella cena en Cali cuando entró un hombre con una cabeza blanca que le movió su universo. “Fue un amor a primera vista pero segundo pensamiento, pues yo conocía la poesía de José María Vivas Balcázar”. Allí, tras declamar uno de esos poemas bolivarianos que ella conocía, Maruja recordó a su amigo venezolano Carlos Vivas, quien acababa de fallecer, y no pudo evitar las lágrimas. Entonces, el poeta le tomó la mano y “Si ves, todavía no me la ha soltado. Yo siempre supe que el amor es más fuerte que la muerte, por eso creo en el amor eterno, pues murió en 1960 y aquí me tienes... —yo agregaría lo que ella ya dijo de sí misma— descaradamente viva”.
“A los 85 algunos estamos descaradamente vivos. / Se supone que los que nos aman / deben saber que caminar ya no es la alegría de antes / a menos que sea al sol y sobre la hierba...”.
Bastaría transcribir completo ese poema inédito de Maruja Vieira, titulado Los 85, y no haría falta decir más de esta mujer hoy, pues ella, con la simplicidad y profundidad que caracterizan su poesía, condensa en 20 líneas el significado de su vida y sus temas en este momento. No obstante, la historia de esta manizaleña, que desde muy joven levó anclas para dedicarse a escribir y a trabajar en radio y prensa, es ejemplo de tenacidad, talento y sensibilidad.
Además de haber hecho parte de una generación de poetas con mayúscula (junto a Meira del Mar, Matilde Espinoza, entre otras) y de ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, Vieira sigue vigente y activa en ese oficio que llegó a ella desde niña, aunque sólo después de conocer la obra de Antonio Machado a sus 19 años decidiera escribir.
Corrían los años 40 cuando leyó un libro titulado Alba de Olvido (1942), de Meira del Mar. Ya en ese entonces se había atrevido a algunos versos. Ya también, las jornadas junto a Enrique Uribe White, su lector y mentor, eran largas y muchos de sus poemas terminaban sumergidos en la laguna del Muña. Entonces, quiso escribir como ella, pero prefirió convertirse en su amiga inseparable. Así que, cuenta, la llamó, se presentó y pasó la vida hablando y escribiéndose con esa compañera que le había regalado la poesía.
A Maruja, mientras habla de sus amigas del alma, le brillan los ojos, la alegría del recuerdo se encharca en unas “traviesas lágrimas” de nostalgia. ¡Pero cómo no! Suspira y recuerda a su gata María Mercedes Carranza; a Dora Castellanos, compañera en la Academia, y a Elisa Mújica, quien la propuso para ser miembro de la institución; ella y Matilde Espinoza fueron inseparables. Aún en las tardes, desde la ventana de su casa en la 49 con 3ª, levanta la mirada hacia la montaña donde quedaba la casa de su amiga y cómplice de andanzas. Y mientras habla de sus colegas de oficio y sensibilidades, no puedo evitar mencionar que en tanto los poetas viven de pelea en este medio de letras y vanidades, las mujeres fueron unidas. “Ah, es que estábamos tan solas y relegadas que no teníamos cómo no serlo. Pero además cómo no, con mujeres tan maravillosas”.
Es cierto, aunque Maruja trabajó desde su salida a Venezuela en los años 50 en la radio y luego en la televisión venezolana; aunque escribió en El Tiempo y en El Espectador, su “Columna de humo”; aunque fue una mujer de avanzada que sólo contrajo matrimonio después de los 30 con quien se convertiría en el amor de su vida, el poeta José María Vivas; sólo el tiempo les ha dado, a ella y a sus compañeras, la categoría que su talento merece.
Pero el reconocimiento o su falta no es asunto de esta hermosa mujer, cuyo tono de voz pausado y grave evoca recuerdos y explica cómo la poesía llegó a ella de niña y cómo sigue llegando, con su musicalidad interna, con su contenido, con la fuerza que debe tener un poema para que no se convierta en una jaula de 14 barrotes como algunos de los sonetos que Uribe White le hizo el favor de ahogar.
También recuerda aquella cena en Cali cuando entró un hombre con una cabeza blanca que le movió su universo. “Fue un amor a primera vista pero segundo pensamiento, pues yo conocía la poesía de José María Vivas Balcázar”. Allí, tras declamar uno de esos poemas bolivarianos que ella conocía, Maruja recordó a su amigo venezolano Carlos Vivas, quien acababa de fallecer, y no pudo evitar las lágrimas. Entonces, el poeta le tomó la mano y “Si ves, todavía no me la ha soltado. Yo siempre supe que el amor es más fuerte que la muerte, por eso creo en el amor eterno, pues murió en 1960 y aquí me tienes... —yo agregaría lo que ella ya dijo de sí misma— descaradamente viva”.