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Mientras la Real Academia Española y sus asociadas latinoamericanas definen los términos en que incluirán en el diccionario la palabra coronavirus, aprovechemos que hoy es el Día del Idioma y celebrémoslo. La mejor manera es apropiándonos de él como soporte de nuestra vida personal y profesional. En la medida en que alguien domina a plenitud su lengua de cuna, la convierte en la arcilla de sus procesos creativos. (Recomendamos más columnas de esta serie: El coronavirus y el milagro de la lectura).
Mientras las academias se actualizan, sorprendidas porque 84 millones de personas han buscado en el último mes explicaciones a palabras asociadas a coronavirus como “cuarentena”, “virus” o “confinamiento”, nosotros, parte de los casi 500 millones de hablantes nativos del español, debemos preguntarnos si lo estamos usando bien y desafiarnos a hacerlo mejor.
El filósofo e historiador francés Jean-Marc Besse en su más reciente libro Habitar (editado en Colombia por Luna Libros) recomienda vivir en nuestra lengua originaria: “poder instalarse en ella, aprovechar las amenidades que ofrece… habitar un espacio apacible y beneficiarse de su elasticidad, un espacio cada vez más acogedor que nos estimula a lanzarnos en busca de nuevas zonas de sentido”. Les pregunto: ¿Utilizan el habla de sus ancestros a conciencia para marcar una diferencia en la profesión que desempeñan? Desafortunadamente, las nuevas generaciones del mundo hispanohablante piensan más en aprender inglés o mandarín antes que pulir la suya.
Colegios y universidades han marginado cada vez más el estudio juicioso del español para darle más espacio a prácticas de tecnología. Hasta 2015 dicté en varias universidades la materia “Narrativa literaria”, a través de la que acercaba a estudiantes de periodismo a géneros como novela, cuento, poesía, ensayo. La metodología incluía llevar a la clase a escritores como Roberto Burgos Cantor, William Ospina, Rodrigo Parra Sandoval, Julio Paredes, Rafael Baena, Alejandra Jaramillo, Patricia Lara, sólo por citar algunos, para que los estudiantes leyeran sus obras, les preguntaran lo que quisieran y se emocionaran con las posibilidades del idioma, además de concientizarse de la importancia de construir desde allí un pensamiento crítico de la realidad que vivimos. Pero a todas las universidades les pareció que lo prioritario son más clases de comunicación audiovisual, maestrías de lo mismo y próximamente doctorados, y el resultado son miles de graduados fuertes a nivel de tecnología y débiles en la estructura mental de la que surge el criterio narrativo y la creatividad profesional. La forma en que se expresa y escribe una persona es una carta de presentación definitiva.
Lo comprobamos en El Espectador cada vez que revisamos perfiles de estudiantes que se postulan para hacer pasantías: la mayoría son competentes a nivel multimedia, pero tienen graves problemas de ortografía y ni qué decir si revisamos sintáxis y semántica. No son buenos narradores porque no leen buena literatura ni se educan a fondo en otras técnicas de contar como el guion audiovisual o las artes plásticas. Bien dijo Gabriel García Márquez en su discurso ante la Asociación de Academias hispanoamericanas en 2007: sólo quien cultiva el hábito de la lectura tendrá “un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano”. Sólo así se madura el pensamiento para utilizar con fines más claros las posibilidades de la era digital.
Para llegar a ese objetivo no basta usar el idioma, sino, vuelvo al pensador Besse, “luchar contra las rutinas de la lengua establecida y la rigidez del habla, separarse del parloteo y las fórmulas predecibles”. Aunque la principal responsabilidad es de escritores y periodistas, el desafío diario es de todos para cultivarlo y recrearlo. “Confirmo que habito la lengua que hablo tanto como ella me habita”.
Nos lo enseñó don Miguel de Cervantes (1547-1616) a través de El Quijote de la Mancha, la gran novela del español donde, a propósito, en medio de aventuras de caballería se habla de enfermedades como la perlesía, tipo de parálisis desconocida en ese momento, y de la búsqueda de posibles curas. Adueñémonos de nuestro idioma, en serio, desde el uso cotidiano, porque la vigencia de una lengua se reivindica desde la hora del desayuno hasta el momento en que digitamos una palabra en el teléfono celular.
* Profesor de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. @NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.