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Hasta ahora han limpiado medio centenar de estancias, conectadas por un túnel de 120 metros de longitud, algunas con enigmáticos dibujos en las paredes: un caballo, estrellas de ocho puntas, árboles y la mano de un adulto.
“Hemos inspeccionado más de 8.200 m2 de un total estimado de 900.000 m2, lo que haría de esta red la mayor ciudad subterránea de Anatolia. Puede que del mundo”, exclamó Mervan Yavuz, de 38 años y el responsable de conservación de Midyat.
Los trabajos comenzaron en junio de 2020, “casi por casualidad”, contó. Los operarios municipales estaban limpiando los sótanos de las habitaciones cuando encontraron una puerta de madera azul que daba a un estrecho túnel, de menos de 1,70 metros de altura.
“Para protegerse del clima, de los enemigos, de los depredadores y de las enfermedades, la gente buscó refugio en los sótanos hasta hacer una verdadera ciudad”, afirmó Yavuz.
La entrada inicial estaba conformada por una apertura redonda bajo la que había que agacharse para poder pasar. “De hecho, sospechábamos de su existencia: el suelo se hundió y una máquina de construcción cayó en los años 1970. Pero entonces no buscamos saber más, lo apuntalamos y lo cerramos”, explica.
Cultos prohibidos
Esta pequeña ciudad se encuentra muy cerca de Siria, a las puertas de la antigua Mesopotamia, en una región que ha sido codiciada y ocupada por grandes imperios.
“Paganos, judíos, cristianos, musulmanes... todos estos creyentes contribuyeron a la ciudad subterránea de Matiate”, contó Yavuz usando el antiguo nombre de Midyat, que ya aparece en el primer milenio antes de Cristo en una estela que relata su conquista por parte de los asirios.
Adentrándose en el túnel, Yavuz termina en una sala con el suelo cavado en piedra caliza, en medio de la que hay una losa que pudo haber servido para celebraciones o sacrificios.
En las paredes se ven todavía las trazas de los golpes con herramientas para abrir caminos en la roca.
“Como el lugar estuvo ocupado ininterrumpidamente, es difícil atribuir su origen”, estimó Yavuz, quien sugiere que judíos y cristianos encontraron allí la posibilidad de practicar sus cultos prohibidos.
“Antes de la llegada de los árabes, estas tierras eran duramente disputadas por los asirios, los persas, los romanos, luego los bizantinos”, afirmó el doctor Ekrem Akman, historiador de la Universidad de Mardin, la capital provincial situada 80 km al oeste.
“Los cristianos de la región empezaron a construir desde los siglos V y VI muchos monasterios fortificados”, añadió.
Atractivo turístico
Terminadas las invasiones, los sótanos siguieron siendo útiles, aseguró Gani Tarkan, el exdirector del museo de Mardin, que recuperó numerosos objetos cotidianos, piezas de bronce y cerámicas de esa red subterránea.
“Incluso cuando los ataques finalizaron, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio bizantino, la gente continuó usando ese lugar como espacio de vida”, afirmó.
“Algunas salas sirvieron de catacumbas, otras de graneros”, ejemplificó. Allí se han encontrado esqueletos, pero también restos de animales y productos agrícolas que fueron almacenados en los tiempos del posterior Imperio otomano.
Lejos del sol de la superficie, en la fresca oscuridad de los sótanos, Mervan Yavuz señaló tres grandes agujeros redondos excavados para colocar ánforas de vino producido en las colinas circundantes, todavía una especialidad de los cristianos de la zona.
A diferencia de las ciudades subterráneas verticales de la región turca de Capadocia, construidas por pisos en la profundidad de la piedra, la de Midyat se extiende horizontalmente, afirmó Gani Tarkan.
El ayuntamiento de Midyat, que financia íntegramente los trabajos de exploración, cuenta con tirar adelante esta tarea con la esperanza de atraer turistas a esta ciudad de 120.000 habitantes.