San Pelayo: cultura y conservación, un camino comunitario hacia la paz
En el sur del Caribe colombiano, San Pelayo se convirtió en el epicentro de un evento cultural acompañado de música y danza: el Pacto Cultural por la vida y por la paz. Con la participación de ocho municipios de la región, este pacto marcó un inicio en la preservación de las tradiciones ancestrales y el compromiso por un futuro sostenible.
Jorge Danilo Bravo Reina
El 6 de abril de 2024, San Pelayo, un pueblo con una arraigada tradición histórica de cultura, se convirtió en el epicentro del “Pacto cultural por la vida y la paz”, una iniciativa auspiciada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Entre paisajes de llanuras calurosas, donde el río Sinú serpentea y los susurros del viento entrelazan las memorias ancestrales, la comunidad se reunió al son de los ritmos de resistencia e identidad. En los murales de las casas, la historia y la tradición fueron plasmadas en una evocación al baile, al compás de la alegría y al son del Caribe.
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El 6 de abril de 2024, San Pelayo, un pueblo con una arraigada tradición histórica de cultura, se convirtió en el epicentro del “Pacto cultural por la vida y la paz”, una iniciativa auspiciada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Entre paisajes de llanuras calurosas, donde el río Sinú serpentea y los susurros del viento entrelazan las memorias ancestrales, la comunidad se reunió al son de los ritmos de resistencia e identidad. En los murales de las casas, la historia y la tradición fueron plasmadas en una evocación al baile, al compás de la alegría y al son del Caribe.
Caminando por las calles se podía reconocer la diversidad cultural que aquí florece, desde las danzas más emblemáticas hasta la cultura Zenú, San Pelayo es un lugar lleno de expresiones culturales que reflejan la pluralidad y la riqueza de la región, donde se despliega un mosaico de colores y sonidos que cautivan los sentidos y enriquece el alma festiva de sus habitantes. El Bullerengue, la cumbia, el porro y la puya resonaba en las calles. Los bailes expandían los movimientos, como una forma de vida, un legado que se transmite de generación en generación y un tesoro que recuerda la fuerza de una identidad arraigada en la tierra, el río y la memoria de su gente.
La cultura Zenú, originaria de las tierras de Córdoba y Sucre, se ordenó alrededor de los ríos y aún se mantiene como un legado de la resistencia indígena ante los retos de la modernidad. A pesar de siglos de despojo, la comunidad Zenú se ha aferrado a su legado ancestral como fuente de fortaleza y orgullo. El trenzado de la caña flecha, una práctica milenaria que se remonta a tiempos ancestrales, se ha destacado como su habilidad artesanal representativa, pero más que eso, ha sido un símbolo de identidad y supervivencia.
En medio de los preparativos para la celebración, conversé con Blanca Muñoz y Dairo Blanco Suárez, guardianes de la tradición Zenú. “Es un arte ancestral que representa la resistencia y la supervivencia del pueblo Zenú”, explicaron. Su renuencia y determinación han sido la base del legado que buscan proteger. Hablaron abiertamente sobre la lucha por preservar el arte del trenzado de la caña, pues el creciente mercado industrial, principalmente de China, ha generado una problemática en su comunidad. “Nos enfrentamos a la amenaza de los sombreros sintéticos, que afectan nuestra economía y nuestra identidad cultural” mencionó Muñoz, quien es antropóloga zenú. Su llamado a la acción resonaron en la comunidad a la que representan, recordando la importancia de proteger y valorar las raíces culturales.
En la escuela Santa Teresita, el espíritu de la cultura pelayera se encarnó en las agrupaciones infantiles que danzaron y tocaron bajo el calor del medio día. La banda infantil Soy Pelayero y la agrupación folklórica Cayena interpretaron un repertorio tradicional de porros. Esta nueva generación ha sido la prueba viva de un renacimiento cultural que busca empoderar a los jóvenes y proponer otro escenario posible para muchos de ellos, que encuentran en el arte un lugar muy cercano.
“Comenzamos un proceso con niños, que buscaba sacarlos de la rutina del encierro durante la pandemia del 2020″, compartió Sleither Galindo Cantero, gestor cultural del municipio y director de la agrupación Cayena. “Es a través de estas actividades que mostramos nuestro compromiso con la preservación de nuestra identidad cultural.” Esta fue solo una muestra de los diversos procesos culturales que tienen lugar en Córdoba.
Con el sol en lo más alto, las calles de San Pelayo se llenaban de color y música por la preparación para un desfile que convocó el “Pacto cultural por la paz”. Mientras los instrumentos afinaban sus melodías y los trajes brillaban bajo el resplandor del medio día, la comunidad se unió en un gesto de celebración y expectativa. El desfile era un tributo a la diversidad y la herencia cultural que han definido a esta tierra. Cada vez se iban agrupando más personas con trajes de todos los colores, instrumentos, y banderas que marcaban “Paz”.
En un mundo marcado por la evolución tecnológica y la globalización, el papel de la danza y la música como vehículos para transmitir saberes de la herencia cultural a las nuevas generaciones se ha destacado. Estas formas de expresión artística han tenido una conexión directa con las raíces y tradiciones que han moldeado la identidad de estas comunidades. Desde las evocaciones rituales de las culturas indígenas, hasta los ritmos del porro y la cumbia, cada movimiento y sonido encierra una historia, una memoria compartida que fortalece el tejido social.
El desfile avanzó entre risas y aplausos, tambores, flautas, y pitos que contaban historias de antaño. En cada paso, movimiento y acorde festivo, se encendía por un momento un puente entre el pasado, el presente y el futuro. La cultura ha sido el hilo que unió a esta comunidad, que entre sonidos alegres, gritos y sonrisas, contemplaron un camino hacia la paz en su territorio.
Al enseñar a los jóvenes las danzas y melodías de sus antepasados, se les brindó la oportunidad de conectar con su patrimonio cultural, para cultivar un sentido de pertenencia y orgullo por su identidad. El baile y la música funcionaron como guardianes de la diversidad que recordaron la importancia de celebrar y preservar la multiplicidad de expresiones que han enriquecido la experiencia humana.
Al caer la tarde, el parque se convirtió en el escenario de una celebración, donde se entretejió una sinfonía de alegría y esperanza. Mientras los líderes culturales firmaban el pacto por la paz, los presentes disfrutaron de muestras culturales de diferentes municipios.
Entre los compromisos más destacados, estuvo la aprobación del “Plan especial de salvaguardia para el trenzado en caña flecha”, así como la creación de una escuela taller de artes y oficios en Tuchín, que promoverá la siembra y el cultivo de la caña flecha como parte de un proyecto conjunto entre el Ministerio de las Culturas y el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural. “No es posible mantener el folclor y las culturas sin la agricultura”, afirmó la ministra Jhénifer Mojica Flórez. “Las comunidades necesitan también reforzar ese arraigo y esa resignificación de la vida en el campo.”
Con estas responsabilidades, quedó la tarea de fortalecer las raíces culturales y económicas de la región, con una proyección para las generaciones venideras. Este pacto, más que un acuerdo entre gobiernos y comunidades, se sintió como un acuerdo que reunió a toda una comunidad para la construcción de paz desde la cultura. Fue un reconocimiento de la articulación entre la riqueza biocultural y las prácticas ancestrales que se entrelazaron para seguir construyendo territorio.
En medio de los acordes festivos y los pasos enérgicos que llenaron las calles de San Pelayo, se vislumbró una promesa colectiva por la preservación de la cultura y la búsqueda de la paz. Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, dejando tras de sí una estela de colores y sonidos, quedaba claro que este “Pacto cultural por la vida y por la paz” no era solo un evento efímero, sino el inicio de un camino hacia un futuro donde la riqueza cultural de la región se convirtió en el inicio de la construcción de una sociedad más inclusiva y con más oportunidades.